Este bien pudo ser el mensaje que llegó a oídos del atribulado gobierno de Valencia a primeros de mayo de 1937. A pesar de la sorpresa, no era algo inesperado. Desde el inicio de la guerra, la situación en Cataluña, leal al gobierno republicano, pero de un modo particular, era tensa.
Esa tensión, provocada por la multitud de grupos que decían estar al “servicio” de la República, iba a estallar en la primavera de 1937, provocando un terremoto de graves consecuencias para la República en guerra.
¿GUERRA O REVOLUCIÓN?
Esta fue la disyuntiva clave de los primeros momentos de la guerra, incluido el bando rebelde o “nacional” en el que los falangistas pretendían llevar a cabo una “revolución nacional-sindicalista” que quedó en letra muerta al desaparecer José Antonio Primo de Rivera y hacerse Franco con el control del partido.
En el bando leal al gobierno el asunto fue mucho más complejo y peliagudo, puesto que había múltiples fuerzas políticas, cada una con una visión muy particular del tema[1]:
-Los burgueses republicanos, asentados en el gobierno de Frente Popular junto a un sector del PSOE se aprestaron al esfuerzo de guerra, pero estaban carentes de hombres dispuestos, pues las masas obreras y los jornaleros obedecían a sus propios partidos y sindicatos (o a ninguno de ellos).
– Los nacionalistas vieron la oportunidad de conseguir una autonomía mayor de la que gozaban, aprovechando las particulares condiciones de la guerra: el PNV, un partido de derechistas católicos colaboró así con un gobierno de izquierdas. Mientras, en Cataluña, la Generalitat, en manos de Esquerra Republicana hacía una guerra más o menos por su cuenta. Ambos gobiernos reclutaron sus propios ejércitos (Euzko Gudarostea y Exércit de Catalunya) e ignoraron las órdenes dadas desde Madrid primero y Valencia después.[2]
-Los anarquistas, los “socialistas de izquierda” y algunos grupos comunistas contrarios a Stalin, como el POUM[3] consideraban que Revolución social y guerra eran fenómenos paralelos: ellos luchaban por destruir la República burguesa tanto como para vencer a los “Nacionales”, como dejaban claro en las páginas de sus diarios como “Solidaridad Obrera”.
-Por su parte, el minúsculo PCE compartía la visión de los burgueses: primero ganar la guerra. Luego, si eso, eliminar a los republicanos e implantar el modelo soviético paulatinamente.
Esta división, verdadera gangrena de la República, iba a propiciar la tragedia de los Sucesos de Mayo y por extensión, de la malograda República Española.
PRECEDENTES: EL 18 DE JULIO EN BARCELONA
Allí los rebeldes sabían que iban al desastre salvo milagro de última hora: la fuerza de los anarquistas y el gobierno nacionalista de izquierdas catalán era mucha. Los posibles partidarios de la sublevación, es decir los burgueses ricos miembros de la Lliga Regionalista[4] habían perdido casi todo su predicamento en la ciudad y en la propia Cataluña.
La sublevación corrió a cargo del general Fernández Burriel, que cedió su puesto al general Manuel Goded[5], trasladado desde Mallorca.
En un episodio típico de la historia de este esquizofrénico país, la permanencia de Barcelona en el lado republicano fue garantizada por una alianza imposible: la Guardia Civil y las milicias anarquistas, enemigos naturales, aliados puntuales.
En poco tiempo, los guardias, mandados por el coronel Aranguren y su subordinado, teniente coronel Escobar (ambos derechistas católicos) junto a las milicias, aseguraron la capital y acabaron con la sublevación de los soldados de caballería y algunos paisanos.
El 12 de agosto, en el foso del castillo de Montjuic los jefes rebeldes fueron fusilados. Una nueva era comenzaba en Barcelona.
¿PERO QUIÉN MANDA EN BARCELONA?
Y por extensión, en Cataluña. Esta era una pregunta de difícil respuesta a lo largo de todo el conflicto, puesto que había varias fuerzas en pugna por hacerse obedecer: el gobierno central de Valencia, la Generalitat y sus aliados políticos más cercanos y los demás sindicatos y partidos de izquierda, destacando entre ellos la CNT y el POUM.
Una vez eliminados los rebeldes, los vencedores, enfrentados entre sí por doctrina y por su propia idiosincrasia mantuvieron un equilibrio precario, estableciéndose una serie de divisiones de poder que garantizaron la continuidad de Esquerra al frente de la Generalitat.
De estos pactos surgió el llamado Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, verdadero gobierno formado por todos los partidos del Frente Popular, los anarquistas de la CNT-FAI y la UGT.
Su desempeño fue tan caótico, por el poco control que se ejercía sobre las milicias anarquistas que dos meses después de instituirse, se disolvió, dando lugar a un Gobierno de la Generalitat multipartido, con la CNT en su seno y bajo el dominio de Esquerra Republicana.
Sin embargo en la calle la ley la ejercía la posesión de armas y no lo que se decidía en los despachos: las “Patrullas de Control”, o milicias policiales, formadas en su mayor parte por anarquistas se dedicaron a la “caza” del contrarrevolucionario, a veces de modo indiscriminado. Esto provocó las protestas de los burgueses ante la Generalitat, pero el caso era que ni siquiera la CNT era capaz de controlar a sus diferentes comités locales.
La solución de la Generalitat fue la de autorizar a los anarquistas a formar milicias que habían de invadir Aragón, región que se había sumado a la rebelión contra el gobierno. Así “despoblaban” Barcelona de masas armadas y poco dispuestas a obedecer salvo a sí mismas.
Esta falta de disciplina iba a ser la detonante del fracaso de dichas milicias en Aragón: no tomaron ninguna de las capitales y sólo ocuparon una franja al Este, en la que formaron un Estado fantasma, el Consejo Anarquista de Aragón[6], que ni obedecía a la Generalitat ni mucho menos al gobierno de Valencia, lanzándose a la colectivización de tierras.
Por si fuese poco, los militares profesionales al servicio de la Generalitat, tanto Pérez Farrás como Federico Escofet (vinculados al nacionalismo catalán) como los ya mencionados Aranguren y Escobar, desconfiaban de dichas milicias y de sus dirigentes, entre los que destacaban Durruti y los hermanos Ascaso.
REQUISAS, COLECTIVIZACIONES Y DEMÁS
Para rematar el lío, la Generalitat se encontró con que tuvo que transigir con ciertas demandas de los sectores izquierdistas más radicales, que llevaron a la firma, a principios de la guerra del famoso Decreto de Colectivización, por el que las empresas pasaban a ser controladas por los obreros de las mismas (en la práctica por el sindicato mayoritario entre la plantilla).
Así pues la Generalitat perdió pronto el control de las comunicaciones, ya que la CNT-FAI había colectivizado la Telefónica. Así cualquier conversación telefónica del gobierno autónomo podía ser espiada convenientemente por los cenetistas (según se quejaba el mismo presidente, Lluís Companys).
Esto iba a desembocar en un caos total y en diversos encontronazos entre milicias y diversos cuerpos de seguridad leales al gobierno: las aduanas de la frontera pirenaica fueron “colectivizadas”, produciéndose enfrentamientos con los carabineros[7], encargados de ese menester.
De este modo el esfuerzo de guerra que Cataluña podía hacer se estaba viendo lastrado casi de continuo por una profunda revolución social de profunda raíz anarquista.
A TIROS
La cosa se desmadró debido al asunto del control de las comunicaciones telefónicas: la Generalitat, molesta por la actitud de la CNT y deseando recuperar el control de las sedes de Telefónica colectivizadas, envió a una fuerza policial a desalojar la Telefónica barcelonesa.
Los cenetistas respondieron a tiros y al tener noticias del enfrentamiento, todas las organizaciones políticas sacaron las armas de sus escondrijos, se parapetaron y se dedicaron a tirotearse allí donde se encontraban. Era el 3 de mayo de 1937.
Dos bandos con ganas de ajuste de cuentas se lanzaron a la lucha:
-De un lado, la Generalitat, que contaba con el apoyo de Esquerra Republicana, UGT, PSUC[8] y Estat Català[9] y la colaboración lejana del Gobierno central con sede en Valencia.
-De otro, los partidarios de la revolución social: CNT-FAI, las Juventudes Libertarias, el POUM y otros grupos autónomos de anarquistas.
El primer grupo tenía de su lado el aparato del Estado (por muy débil que estuviese) y fuerzas del orden público como los carabineros, la Guardia de Asalto y la Guardia Nacional Republicana[10]. El segundo jugó la baza de la superioridad numérica y sus firmes convicciones revolucionarias.
El día 4 las noticias de Barcelona habían trascendido y la situación de confusión se agravó: desde el frente aragonés fuerzas anarcosindicalistas amenazaron con abandonar sus posiciones y marchar a Barcelona en auxilio de sus camaradas. Mientras, destacados anarquistas, como la Ministra de Sanidad, Federica Montseny, hacía llamamientos a la unidad y la vuelta a la normalidad.
Tras varios días de enfrentamientos en los que algunos barceloneses fueron abatidos por unos y otros al salir de sus casas para buscar alimentos, Largo Caballero, presidente del Gobierno español, se decidió a intervenir en ayuda de la Generalitat y de sus aliados partidarios del comunismo ortodoxo. No lo había hecho antes por no “irritar” al gobierno catalán, violando sus competencias.
5000 Guardias de Asalto y dos buques de guerra arribaron a Barcelona y otras localidades, desarmando y deteniendo a los líderes anarquistas y del POUM. Era el 8 de mayo.
Sobre las calles de Barcelona y algunas localidades del resto de Cataluña, algo más de 500 muertos y el doble de heridos.
REPRESALIA
Las represalias fueron inmediatas, acusando la prensa del PCE a los anarquistas y al POUM de ser agentes del fascismo internacional, pagados para crear el caos en España y favorecer a los “nacionales”.
Por su parte, el gobierno de Largo Caballero, una vez tranquilizada la situación, restauró en Cataluña, con la colaboración de la Generalitat, un orden más “burgués” de cara a la prensa extranjera. Los ministros y delegados anarquistas de Valencia y la Generalitat fueron cesados y los anarquistas encontrados culpables en los juicios, castigados a penas de cárcel.
Según las fuentes, como G.Orwell en su “Homenaje a Cataluña”, no se persiguió más a la CNT por su tremendo apoyo popular, cosa que no ocurrió con el POUM:
El PCE, dirigido por Dolores Ibárruri “Pasionaria” y José Díaz, presionó para eliminar de la faz de la tierra a los “disidentes troskistas” de dicho partido. No se pararía hasta lograr la encarcelación de Gorkin (alias de Julián Gómez) y el asesinato encubierto de Andreu Nin.
Este último sufrió uno de los destinos más misteriosos y polémicos de toda la guerra:
Según se supo más tarde, fue entregado al servicio de espionaje soviético, en la persona de su jefe en España, Alexander Orlov[11], y trasladado a las cercanías de Madrid. Allí fue torturado y asesinado (según algunas fuentes de prestigio, como Paul Preston, fue desollado vivo). Sus restos no aparecieron nunca y desde el PCE se vertió sobre su persona un continuado chorro de acusaciones: Nin habría sido rescatado por los agentes de la Gestapo y puesto a salvo con los “nacionales”.
Lo cierto y verdad es que el PCE, tras los Sucesos de Mayo, adquirió un protagonismo que no tenía anteriormente:
En poco tiempo maniobró para desplazar a Largo Caballero por Juan Negrín, otro socialista más proclive a colaborar con la URSS y a dejar la revolución social para más adelante. Asimismo, según confesión propia, Indalecio Prieto, Ministro de la Guerra con Largo Caballero, fue sustituido por presiones comunistas cerca de Negrín, que finalmente acabó ocupando el ministerio al mismo tiempo que la presidencia del gobierno.
De este modo, el PCE fue el gran beneficiado de los Sucesos de Mayo: sus hagiógrafos aprovecharon para reclamar la herencia republicana izquierdista y democrática, eliminando a movimientos con más apoyo social. Tras la fiebre de la Transición, hoy han vuelto a ser lo que fueron antes de 1936, un partido pequeño, aunque perfectamente organizado.
Ricardo Rodríguez
[1] La República, para bien o para mal mantuvo su carácter democrático hasta casi el final de la guerra. Irónicamente declaró el Estado de Guerra en 1939, poco tiempo antes del fin de la misma.
[2] El gobierno, ante el riesgo de asedio a Madrid, se trasladó a Valencia, donde permaneció la mayor parte del conflicto.
[3] Partido Obrero de Unificación Marxista, uno de los protagonistas de nuestra historia
[4] A grandes rasgos era el partido precursor de la actual Convergencia. Agrupaba a industriales y gente adinerada de derechas. Su líder, Francesc Cambó, llegó a financiar a Franco desde su exilio francés.
[5] Personaje histórico de azarosa vida, participó en múltiples conspiraciones: contra Miguel Primo de Rivera, contra el gobierno de Azaña y contra el Frente Popular.
[6] Con capital en la histórica villa de Caspe, sería disuelto por el ejército republicano en agosto de 1937, poco después de los sucesos de Barcelona.
[7] Eran el cuerpo policial más antiguo de España. Se dedicaban a evitar el contrabando y al estallar la guerra se pusieron casi en su totalidad al servicio del gobierno legal. Eran unas tropas disciplinadas y de gran valía, que recibían el apodo de “caravinagres” o “los cien mil hijos de Negrín”, por ser favorecidos por el gobierno.
[8] Partido Socialista Unificado de Catalunya, nombre del Partido Comunista catalán
[9] Partido decano del nacionalismo catalán, fundado por un antiguo coronel del Ejército español, Francesc Maciá, primer presidente de la Generalitat en 1932. Poseía unas milicias armadas, los “escamots”. La famosa “estelada” es la bandera de este partido.
[10] Eran, respectivamente, el equivalente a la Policía Nacional actual y la antigua Guardia Civil, depurada por las autoridades republicanas.
[11] Espía ruso del NKVD, irónicamente se libró de las purgas de Stalin desertando a EE.UU. en 1938.
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