Es noviembre de 2004 y estoy apostado frente a un edificio con forma de radiador hortera frente al Centro Comercial Nervión Plaza de Sevilla (en adelante CCNP). Nota para los no sevillanos: el CCNP es una obra de ingeniería constructiva creada con la finalidad de tapar el Estadio del Sevilla FC por una empresa que se hizo con los terrenos frente al estadio cuando el equipo pululaba entre la segunda y la primera. El dueño de la empresa de construcción era Don Manuel Ruiz de Lopera, aka La Manolitaria, aka El Dueño del Perro Hugo, aka Estábamos en la UVI, en ese momento Presidente del Real Betis Balompié.
El ambiente en el CCNP es maravilloso. Al fin siento lo que algunos de mis amigos cuentan que es para ellos la Semana Santa, la Feria, el fin de semana después de los exámenes, un viaje en transporte pública que no tarde casi una hora. Es una semana en la que gente ligeramente parecida a ti se reúne para hacer algo que una parte de la ciudad, y de la población en general, ve como innecesario, inútil o directamente fanático. Ver cine.
Llevo 24 películas a cuestas. He visto ‘Exils’ de Tony Gatlif un sábado a las 8.30 de la mañana en un pase para prensa y abonados. Porque soy abonado, de algo al fin. Tengo amigos con carné del Betis, otros pagan rigurosamente a su hermandad, y yo tengo un abono del Festival de Cine Europeo de Sevilla (en adelante SEFF aunque en 2004 aún no era SEFF porque el inglés no nos preocupaba tanto para venderlo).
Hace frío, tengo los ojos rojos y un poco hinchados. No recuerdo la mitad de las películas que he visto aunque las llevo religiosamente apuntadas en un librito que todos los asistentes miramos con entusiasmo. Lo hacemos porque es el primer SEFF y antes había un infame (de no tener mucha fama) Festival de Cine y Deporte porque la ciudad aspiraba a ser sede olímpica. Cine y deporte, háganse cargo. Hace cinco meses que Juan Carlos Marset se ha hecho cargo de la Concejalía de Cultura y ha mandado al carajo al Deporte. Para los que nos gusta el cine Marset y Grosso (director del Festival antes de One Hundred Fires, aka Cienfuegos pero como le cambió el nombre a SEFF le cambiamos a él su apellido a la lengua de Mr. Bean) son nuestros Monchi y Emery, nuestros Lopera y Serra Ferrer, y no pongo símiles de hermandades porque no conozco a nadie. Porque yo soy de esa parte de la ciudad que va a entrar a ver una película de Estonia sobre el papel de Estonia en la I Guerra Mundial. ‘Names in marble’.
Suena el móvil y es mi padre.
Noviembre de 2016
Estoy en la cola del SEFF y voy acompañado. Es la segunda vez que vengo acompañado a pasar horas metido en una sala viendo películas rusas, chipriotas, inglesas o estonias. Durante tres años vine con mi hermano al SEFF, también como abonados. Nuestra última película juntos fue ‘The man fron London’ en 2007, de Béla Tarr. Casi no vuelvo a pisar el festival en años. La definiría sutilmente como un mojón de pico por mucho que le den un 70% en Rotten Tomatoes y 7,2 en IMDB. Como si fuera algo eso. Nota: mi hermano era el pavo que les escribía las crónicas hace unos años. A mí me acreditaron por primera vez el año pasado. Este año vengo pagando y la acreditada es mi compañía, compañera además.
Sí. Yo también lo he pensado. Durante años venía al SEFF y el ambiente en el CCNP incluía extrañas parejas que venían juntas a ver cine checo. Lo he pensado también cuando el domingo por la tarde, tras habernos tragado ‘Dogs’, del rumano Bogdan Mirică, rodada oh sorpresa en rumano lógicamente, nos tomamos un helado, un crepe y un café en el CCNP. Hay dos parejas que van juntas al Sevilla-Barça. Tienen pinta también de tener papeleta de sitio en una hermandad desde que tenían pañales. Uno de ellos en concreto aún parece cagarse encima. Usa tirantes. No tendrá ni 25 años y viste como mi difunto abuelo. Nota: mucha gente en la Alameda también viste como mi difunto abuelo. He pensado, por ser más concretos, que ellas tienen pinta de gustarles poco el fútbol más que nada por los tacones y las perlas con las que no he visto a nadie ir a un Estadio desde que en el campo del Betis ponían a la abuela del rey (Juancar, el auténtico, no el pastiche de Felipe Sesto, ah y nota: pongo Sesto porque me recuerda a don Camilo). La abuela del rey, ese entrañable mueble que a veces ponían tras una columna a ver los partidos.
El caso es que pensé en ese momento en las parejas que veía ir años atrás al SEFF y cómo mi hermano y yo acabamos por establecer una norma por la cual te percatabas de que existía un componente femenino que iba a estas cosas. Descubrías que había en la ciudad mujeres sin perlas ni corales que repudiaban a los hombres con tirantes mientras veían una película noruega sobre la liberación sexual de Noruega en los 60.
Porque les digo una cosa, un partido de fútbol o un día de cofradías se aguanta. Hay interacción social y esas cosas. Tres días (o más de una semana), viendo cine europeo, aguantando colas que te hacen ver el azulejo del campo del Sevilla desde ángulos que Béla Tarr no habría podido imaginar, corriendo a las salas para que no sentarte con el cuello como la ya citada abuela del rey, comiendo en cualquier parte y de cualquier modo y sobre todo porque, piénsenlo, son horas metidos en salas oscuras desde la mañana a la noche. Viendo cine europeo.
Piensen en la propia ‘Dogs’. Un trasunto de ‘La isla mínima’ mezclada con ‘P’tit Quinquin’ en la estepa rumana con un protagonista con pinta de cargar bombonas en San Jerónimo. O de robar cobre. Aparece un pie cortado en una ciénaga y el policía local no tiene medios para averiguar de quién es. Y se supone que ahí está la gracia, en ver lo miserable que es todo en la Rumanía profunda. Que lo mismo a un francés esto le hace gracia porque piensa “jo, jo, jo, estos rumanos”. Pero si lo piensas bien en Torredonjimeno tampoco deben tener grandes recursos para analizar estas cosas. El drama crece conforme avanza la película pero la fotografía es cortita. Cuando uno menciona la fotografía al hablar de una película mal vamos, como ustedes saben, porque significa que el guion no vale ni para envolver pescado. Efectivamente. Los personajes están construidos regular, la música ausente por esa manía de cierto cine europeo de prescindir no sólo de una banda sonora aceptable sino de sonidos de entorno que creen circunstancia. Al final es una de esas películas que en 2004 habríamos dicho “hosti tú que he visto una peli rumana donde hablan de los blablablá”.
Es 2016 y el público del SEFF ya no viene entusiasmado porque sí. Viene a ver cine de verdad. Se ha informado previamente de qué va ‘La muerte de Luis XIV’ o ‘Nacido en Siria’ y no las puedo ver porque agota sus entradas. En 2004 íbamos a ver cualquier cosa porque teníamos conexiones de Internet a 56kbps y las sinopsis eran lamentables. En 2016 tenemos conexiones 4G en el móvil y las sinopsis son lamentables. Así que, como no hay entradas, nos metimos a ver ‘Dogs’.
Como sí había entradas el viernes nos metimos a ver ‘The Student’, de Kirill Serebrennikov. Cine ruso. Bien pensada, con un cretino de instituto (en España tendría un dictamen por TDH o una alcaldía) que dice que no quiere ir a clase y empieza a dar la vara con citas de la Biblia. Cita a Juan el Evangelista hasta para acompañar la diarrea. Es inquietante, todo hay que decirlo. Es un tema recurrente, la disfuncionalidad en un centro educativo donde, por cierto, el claustro lo componen La Directora, El de Educación Física, La de Biología, La de Historia y El de Religión que es un cura ortodoxo. Hay que reconocer que, o bien andaban cortitos de presupuesto para extras y secundarios, o bien en Rusia con 4 gatos lo mismo te montan un instituto que un gulag.
‘The Student’ acaba siendo cautivadora porque hay fuertes símbolos que acaban planteando una reflexión más allá sobre el valor de la educación. Acaba planteando una diatriba entre el dogmatismo desde la creencia en lo que no existe (la fe) y la ciencia que se vuelve inexistente cuando se convierte en dogma. Una película anglosajona, incluso española, habría planteado duelos dialécticos entre la profesora de Biología, agnóstica y “modernita”, y el alumno supuestamente fanático. Sin embargo, lo que hace es hacernos ver que la realidad suele ser poderosamente miserable. Ni el alumno es más fanático que lo que es su fachada interesada, ni la profesora tiene capacidad real para rebatir más allá de repetir sus consignas o infantilizar al rival. La lucha de la sociedad rusa por problemas como una homofobia más construida por intereses políticos que arraigada, un antisemitismo que sí que está de verdad en las raíces de la construcción de la Rusia moderna desde Stalin y sobre todo el gran mal de la cultura rusa actual: el plano secuencia interminable.
Una cosa que sólo pude hacer en el primer SEFF fue ver la sección Short Matters, la de cortos, una de mis preferidas. El resto de años estaba siempre agotado. La verdad es que dejé de intentarlo en 2006. Este año dije cuñaestadísticamente que no podríamos conseguir entradas para el pase 3 y por supuesto hice ñam, ñam y me comí mis palabras. Cuando lean esto podrán ir a ver ‘The Student’ (vayan) o ‘Dogs’ (bajo su propia responsabilidad o la del director de ésta, su revista amiga) pero ya no podrán ver algunos de los cortos que, de todos modos, suelen ser fáciles de localizar por Internet.
‘Edmond’ es una historia inquietante donde un stop-motion hecho con muñecos de fieltro te acerca a la necesidad suicida de la vida. No me peguen con esta afirmación que podría acabar con un “y ahora me voy a pedir un gin-tonic mientras le bajo las persianas a José Luis Garci”. Lo que quiero decir es que Nina Gantz realiza un flashback sucesivo del protagonista mostrando cómo las acciones de la cotidianeidad acaban vinculando la vida a una tendencia que parece natural hacia entrar tan dentro de las personas que nos acabe matando. Nina Gantz tiene un BAFTA por esta película y una foto con Leonardo Di Caprio en Cannes, y es más joven que yo. Así que todo lo que he dicho probablemente sea para justificar mi situación.
Les hablaría también de ‘The Wall’, pero es del belga Lampaert, y entre que es belga y que va de unos chinos pegándose martillazos en una pared tampoco sé muy bien que decirles. Mucho más inquietante es ‘Yo no soy de aquí’ de Maite Alberdi y Giedrė Žickytė. No les cuento mucho porque mi compañera acompañante les va a ilustrar próximamente sobre este corto de una manera mucho más lúcida que yo. Simplemente les digo que tras verlo uno piensa en cosas como el capitalismo destruyendo el hecho de la vejez o lo duro que es acabar siendo olvidado, sobre todo, por uno mismo. En este caso una misma. El cuerpo cortado criaturas.
‘Home’ de Daniel Mulloy fue quizá el corto más interesante porque plantea un tema ahora mismo clásico como el de la familia occidental enfrentada al drama de los refugiados, pero desde la perspectiva de un viaje a la inversa. Mulloy no lo hace en plan “imaginaos que esto pasara en Londres” sino como una especie de camino hacia atrás desde la comodidad de la clase media trabajadora que afirma desde la barra de su bar “estos vienen aquí a quitarnos el trabajo” hasta estar dentro de un campamento en mitad de una zona de guerra. Con toda naturalidad, sin extrañezas, como un viaje turístico con los medios de un refugiado.
‘Limbo’, el último corto, es raruno. Konstantina Kotzamani plantea algo pero no tengo ni idea de qué. Hay un supuesto niño muerto, o albino, o espíritu, y otros doce niños que quieren matarlo, o meterlo dentro de una ballena varada, y una virgen que arde. Lo mejor es esto último claro. Probablemente Kotzamani se los fuma de dos en dos. Ella dice que va sobre los miedos y esperanzas. La fotografía es gloriosa eso sí, y no va con segundas. Los planos son magníficos y la habilidad para transmitir esa esperanza y ese miedo a través del agua, la ligera niebla, los movimientos en el horizonte, es sencillamente deliciosa.
El fin de semana quedó completito viendo ‘Paradise, Paradise’ de Kurdwin Ayub, una especie de Youtuber kurda pero con más ganas de hacer arte que sólo de ser famosa. También me compañera acompañante les hablará de ella cuando vea ‘Nacido en Siria’. Me limitaré a comentarles una cosa curiosa: es una kurdo-austríaca que va con su padre al Kurdistán iraquí a ver cómo es aquello. Ustedes lo mismo piensan en esas imágenes de Siria con casas bombardeadas y el Daesh cortando cabezas. En cambio, salen urbanizaciones de ambiente y estilo ultraperiférico que, si no fuera porque está más lejos que el Kurdistán iraquí, habría jurado que era Sevilla Este. Amén del estilo del médico kurdo-austríaco, que es su padre como ya he dicho, que podría votar perfectamente a Ciudadanos en Iraq. Sólo con una breve parte del diálogo con su hija se pueden hacer a la idea:
“-¿Por qué quieres comprarte una casa en Iraq?
-Porque soy austriac… iraq… kurdo. Porque… soy kurdo. Sí, eso es lo que soy. Kurdo, claro.”
Y así.
‘Las margaritas’ y acabo. De Vera Chytilová en 1966. Verán, es una genial idea haber creado (al fin) un ciclo temático donde se hable de cine de y hecho por mujeres. El problema es cuando meten películas sin mucha información. El cine checoslovaco de los 60 tiene vínculos fuertes con la experimentación soviética pero también influencias del entorno. Pensemos que por las mismas fechas en Francia Cocteau presentaba ‘El testamento de Orfeo’ como último canto de cisne de un tipo de cine a la baja en Occidente y a la alza en Europa Oriental. Es una visión hecha desde la sensación de lo que la sociedad impone como normativo en el comportamiento femenino en dos chicas empeñadas en usar esa imposición para establecer su marco de intereses. Sin embargo, es Checoslovaquia en 1966, así que tampoco puede ir más allá la lectura de una mujer que fue marginada luego cuando los soviéticos entraron dos años después en Praga. No puede ir más allá de un inmenso intento de aportar un cine con personalidad dentro de la Nueva Ola Checoslovaca que nos dejó a directores como Milos Forman. Al que no marginaron por ser hombre. Los soviéticos eran así de abiertos.
Noviembre de 2004
He visto mi última película del futuro SEFF en el CCNP, ‘Walk on water’, de Eytan Fox. Es una película sublime. Empiezo a entender algunas cosas del cine que antes no entendía. Como la compañía de un montón de gente que ha salido emocionada con la que para mí es la mejor película del festival.
No gana nada. Ni aquí ni en la Berlinale ni en los Cesar franceses. Pero a mí me parece gloriosa. A más gente que sale de verla también. Quizá porque la mayoría no hemos tenido mucha oportunidad de ver cine más allá de lo que pongan en La 2 o en el propio CCNP. Estamos con la sensación de que el SEFF va a ser nuestra oportunidad para ello porque es 2004 y no puedes descargarte películas, no puedes ver más cine de Eytan Fox, ni pedir por Amazon aquellas que te han gustado. No podemos imaginar que en 2016 seguirá haciendo frío mientras hacemos cola en el CCNP dando la espalda a un radiador hortera en forma de edificio, y que, sin embargo, iremos con los deberes hechos porque algunos de esos nombres ya nos son viejos conocidos. De otros SEFF a los que fuimos seleccionando unas y dejando al azar otras.
En 2004 era difícil adivinar que volveríamos cada año. Y cuando vas con alguien que va por primera vez recuerdas que tú también una vez, cuando terminó, casi acabaste llorando.
Aarón Reyes (@tyndaro)
Buena crónica, y divertida!