We´ll be alright no es una gran película.

Apuesto a que pocos comienzos de crónicas habéis visto así, pero debo seros sincera. No vais a salir de la sala tras verla impresionadas como si acabarais de descubrir una joya del cine. No tiene una gran grabación ni un guion sublime, todo en sí es bastante mediocre –y, todo sea dicho, me sorprendió bastante teniendo un director fotógrafo del que ahora os hablaré-. “¿Y por qué eliges esta película para hacer una crónica pudiendo haber optado por tantas otras del Festival de Cine Europeo de Sevilla?”  En lugar de responderos a esa lógica pregunta, prefiero que sigáis leyendo.

Alexander Kuznetsov es un fotógrafo ruso que en 2009 decidió lanzarse al mundo del cine. En este caso, nos trae We´ll be alright, una película dura que narra la vida de dos mujeres que viven en un centro psiquiátrico y se levantan cada mañana luchando por salir del mismo.

*Aclaración necesaria para lectores o lectoras poco familiarizadas con esta terminología*: Centro psiquiátrico es eso que antes llamábamos manicomio, pero como ahora somos progres que luchan contra la estigmatización de la diversidad funcional intelectual lo llamamos así aunque eludamos el conflicto que en esos lugares se generaba y se sigue generando. Bien, prosigamos.

Son pocos los largometrajes que deciden lanzarse a tratar el tema de las enfermedades mentales en relación con el tratamiento social que se les da. Al comenzar la película solo pude recordar la gran Inocencia Interrumpida con los papeles de Winona Ryder y una fantástica Angelina Jolie por la que muchas nos declaramos lesbianas. Los manicomios siempre han sido utilizados en el género de terror; véase por ejemplo, Shutter Island de Scorsese. Es innegable que todo ello genera en el pensamiento colectivo la imagen del centro psiquiátrico como lugar donde encerrar a grandes delincuentes que atentan contra la sociedad y sus valores. Por ello, el simple hecho de adentrarse en el mundo de uno de estos centros desde la perspectiva de, además, dos mujeres “enfermas”, me parece digno de análisis. Y allá que vamos.

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La película comienza con un plano de cada uno de los internos del centro donde se les pregunta cuál es su mayor sueño. Sin excepción, todos concluyen que su meta inalcanzable es salir de allí, aunque saben que no lo conseguirán. Para lograrlo, deben adquirir la denominada capacidad civil. Algo que en términos jurídicos puede significar la adquisición de muchos derechos como por ejemplo el llevar una vida autónoma, pero en términos de realidad básicamente consiste en que la sociedad te trate como una persona, de igual a igual.

Katia y Yulia son dos mujeres a las que no se les ha dado siquiera oportunidad de expresarse con legitimidad porque de entrada fueron declaradas incapaces. Conflictos familiares –en los que entraba, como entra siempre, la variable de género- llevaron a nuestras dos protagonistas a ser abandonadas por sus respectivos padres y encerradas en el psiquiátrico por ser “rebeldes”.

La amistad que se desarrolla entre las dos no podemos entenderla mediante muestras de cariño, pues ambas son frías y distantes. A pesar de que la interacción entre nuestras personajes es tremendamente compleja, observamos que su objetivo común hace que empaticen en cada conversación. En una de estas charlas se hace una denuncia explícita de lo que supone estar dentro de una de estas instituciones.

¡Vivir aquí es insoportable! ¡Quiero comprar y elegir mis propios zapatos!

Esta frase, a la vista tan simple, tiene una vital importancia porque resume el mensaje de We´ll be alright. Tratar un centro psiquiátrico como forma de privación de libertad y autonomía de las personas que allí residen. Esto repercute en el desarrollo de las mismas de por vida. Y es que Alexander, su director, lo sabe evidenciar a lo largo del film de forma magistral.

Recuerdo una conversación con un gran amigo que me decía “Yo sé el valor que tiene el dinero porque de pequeño cuando mi madre me dejaba ir a comprar chicles entendí que la moneda pequeñita marrón significaba cinco céntimos y era la más pequeña. Ellos llevan toda la vida con terceros que gestionan su dinero. Es normal que ahora no puedan hacerlo de forma autónoma.” Reproduzco este fragmento de aquel debate porque la película nos enseña precisamente esto. El hecho de que tantísimos enfermos asuman en su horizonte temporal que nunca podrán salir de ahí conlleva una asimilación brutal de pérdida de autonomía.

Durante un momento de la película, sin entrar en muchos detalles para no spoilearos, a Yulia le dice una jueza que tiene tendencia a la sumisión. Es decir, tendencia a la sumisión como rasgo característico de su enfermedad mental. ¡Cómo no va a ser alguien tendente a la sumisión cuando no se le ha dado una sola oportunidad en su vida para valerse por sí misma! A Katia también le preguntan cómo definiría su comportamiento cuando era una niña. Ella reafirma clara y rotunda: no como una enfermedad.

Este es justamente el mensaje de We´ll be alright. Si muchas de las personas que viven en ese centro se hubieran educado desde la niñez en entornos –especificar si en familias o centros conlleva otro debate profundo- donde no se las tratara de forma paternalista, infantilizante, condescendiente y humillante, hoy serían personas profundamente distintas.

Esta película es un alegato de acción. Por la normalización de las personas con diversidad funcional intelectual en la sociedad, pero no tratándolas como iguales y entendiendo que pueden llegar a las mismas metas que todos. Esto conllevaría hacer una analogía con la ideología neoliberal del “todos tenemos las mismas posibilidades y si eres pobre es que no te has esforzado”. Craso error. La clave de la cuestión es tratar de aceptar a las personas diversas respetando esa diversidad que engrandece y promoviendo su integración social con fuertes cimientos de autonomía.

We´ll be alright nos hace entender que todo el mundo tiene derecho a comprarse sus propios zapatos. Sigamos caminando.

 

Belén Martínez (@BelenLynx)