LOBO
La primera y la última vez que he podido contemplar a un lobo en mi vida fue a la luz de los faros de un coche.
Circulaba por la A-92 en un punto indeterminado entre el Puerto de la Mora y Guadix cuando, a las 4 y pico de la mañana, una sombra saltó desde la mediana de la autovía y apareció brevemente iluminada por las luces del vehículo. Ágilmente saltó fuera de la calzada y se internó en la arboleda montañosa que extiende sus fantasmales sombras en la noche andaluza.
Ese breve instante valió para darme cuenta del poder que en el subconsciente humano ejerce la magnética figura del canis lupus, despertando instintos y temores ancestrales a la noche y a las bestias que moran en ella.
A lo largo de la historia el lobo ha sido símbolo de fuerza, de grandes imperios (Roma, verbigracia), de poder y también de rapacidad, de las fuerzas demoniacas y oscuras.
Sea como sea, el hombre ha temido, reverenciado, respetado y matado a este animal hoy casi extinto en nuestras fronteras patrias, llegando incluso al extremo de haber producido en el poderoso imaginario humano una figura mitad hombre, mitad lobo, el licántropo u hombre lobo, del que va a versar nuestro artículo.
LICÁNTROPOS DE ARCADIA
Aquellos imberbes de sexualidad confusa (o no) que esperen ver aquí una serie de fotos sobre Taylor Lautner, el descamisado hombre lobo de la diabética saga “Crepúsculo”, se llevarán un chasco. Aquí hablaremos de casos reales de licantropía y de personajes o sucesos relacionados con la “conversión” de las personas en lobo.
Uno de los primeros testimonios de la historia sobre la relación entre el hombre y la bestia procede de una de las regiones más agrestes de la Grecia clásica, Arcadia.
Tierra de montes y pastores, como demuestra la figura de uno de sus dioses, Apolo Kereatas, la figura del lobo siempre estuvo muy presente entre los atareados ganaderos de la zona.
No en vano la región era el escenario de un mito en el que Zeus, en forma de peregrino, castigó con la conversión en lobo a Licaón[1], el rey de Arcadia, que sacrificaba a los dioses a los extranjeros y servía sus carnes mezcladas con las de animales en el banquete ritual, como nos relatan las Metamorfosis de Ovidio.
Lo cierto es que en las montañas arcadias tenían lugar siniestros rituales cuyo origen debía ser remotísimo, con el lobo como protagonista.
Uno de ellos tenía como escenario el Liceo, el Monte de los Lobos, en el que se daba culto a Zeus Liceo, es decir, el Zeus Lobo.
Las descripciones que de dicho ritual da Platón son bastante explícitas:
En lo más alto de la montaña, en un montículo de cenizas, se hallaba el altar de Zeus Liceo. Para darle culto se sacrificaba a un humano junto a las víctimas animales dedicadas al Dios. Posteriormente, en el banquete ritual, la carne humana era guisada junto a la animal y servida a los asistentes. Aquel que comiera las porciones de carne y vísceras humanas se convertiría en lobo y no volvería a su forma humana hasta pasar 9 años sin comer carne humana.
Lo que parecen esconder los testimonios antiguos son arcaicos rituales que incluirían la antropofagia o como poco, los sacrificios humanos, en torno siempre a la figura de los lobos, animal totémico para las comunidades de la zona desde tiempo inmemorial.
LOBOS Y HOMBRES
A lo largo y ancho de todo el continente europeo y también en otras latitudes, la relación entre el hombre y la bestia ha sido un tópico recurrente del folklore: bien por maldición o simplemente de forma fortuita todas las culturas han plasmado la figura del hombre lobo, encadenado por la noche de luna llena y sus más bajos instintos.
Pero este artículo va de los licántropos reales, de los que, desgraciada o afortunadamente, no hay muchos ejemplos.
Uno de ellos proviene del norte de Europa, de los ya temibles de por si pueblos conocidos como vikingos. Entre ellos, algunos guerreros decían estar poseídos por los espíritus de animales tales como osos y lobos. Entre ellos eran conocidos como “berserkers”, u hombres-oso:
Hasta arriba de bebidas alcohólicas y estupefacientes caseros, se adelantaban al grueso de combatientes con pieles de animales por toda armadura, se autolesionaban para “acongojar” al enemigo antes de lanzarse hacha en mano contra la otra masa de guerreros, profiriendo gritos infrahumanos.
El impacto psicológico de estos guerrero-animales en el enemigo era muy grande, toda vez que consideraban estar posesos por un animal salvaje (bravido que diría Chiquito de la Calzada), ignorando las heridas y pegando hachazos hasta el último aliento.
En ocasiones se sabe por las sagas nórdicas que algunos de ellos podían ser fanáticos religiosos o incluso dementes a los que el peligro físico no importaba un ardite.
Elementos similares se pueden encontrar también en los pueblos indígenas de EE.UU. y Canadá, con los animales totémicos de cada tribu entre los que se encuentra, como no, el poderoso padre de los canes.
En lo que se refiere a las fronteras de nuestro país son varios los episodios de licantropía registrados en las crónicas a través del tiempo desde el siglo XVI en adelante, casi todos centrados en la zona cantábrica y Galicia, verdaderas patrias del allí llamado “lobisome” y del que se documentan varios casos con visos de realidad.
El primero procede de una crónica de sucesos extraordinarios compuesta en la primera mitad del XVI: se habla de que en el Reino de Galicia un hombre “a guisa de lobo” fue capturado tras matar y devorar a varias mujeres y niños.
Andando el tiempo, ya en pleno siglo XVII, mientras en la Europa Protestante se churruscaba a ingentes cantidades de personas acusadas de brujería, una “vaqueira” de Asturias era juzgada por la Inquisición en Toledo, acusada de ser una “lobera”, una persona que tras diabólico pacto, era capaz de controlar la voluntad de los lobos y usarlos para malos fines.
Aunque no se trata exactamente de un caso de licantropía si tiene como protagonista al lobo y su relación con las personas, además de estar documentado.
Ana María García, hija de labradores y residente en el concejo de Llanes (Asturias) llevaba una vida difícil tras quedar huérfana y ser recogida por varios parientes.
Huida a las montañas en compañía de vaqueiros y de personas marginadas, tuvo como compañera y madre postiza a una hechicera local que le traspasó, in articulo mortis, el poder de controlar a las bestias, por mediación diabólica.
Desde entonces recorrió las comarcas aledañas ofreciendo sus servicios para alejar a los lobos de los ganados o bien amenazando a los lugareños si no le daban sustento o cobijo con atraer a los lobos y provocar la muerte de animales y personas.
Temida en las comarcas por las que erraba, no tardó en ganarse la reputación de bruja, lo que a la larga le trajo problemas con la Inquisición al instalarse en Toledo amancebada con un vaqueiro asturiano.
En 1648 fue condenada por la Inquisición toledana a internamiento en un centro religioso para catequizarla convenientemente. Los inquisidores se dieron cuenta de que quizá, la pastora de lobos no era más que una pobre joven (rondaba los 25 años) casi analfabeta, abducida por los propios rumores de sus convecinos.
Si el caso de la Lobera de Llanes es especialmente llamativo, el más famoso caso de licantropía en las fronteras ibéricas es el celebérrimo Manuel Blanco Romasanta, que asombró a toda España a mediados del siglo XIX.
Se trataba de un buhonero gallego que se dedicaba a las más variopintas tareas, entre ellas la de ser escribiente de cartas y documentos para las personas analfabetas que se lo solicitaban. Este rasgo de su persona, el de saber leer y escribir, ya nos habla de una persona de cierta instrucción en la iletrada España de Isabel II, mucho más en Galicia, una de sus regiones más aisladas.
Conocedor por su profesión ambulante de los más intrincados caminos y vericuetos de las forestas gallegas, campó a sus anchas durante varios años, siendo responsable de varias muertes y desapariciones de mujeres y niños que, convencidos por la locuacidad del pequeño Romasanta (medía algo menos de 1,40 metros) le acompañaban en busca de un porvenir mejor en poblaciones industriales de la costa cantábrica.
Con mala reputación a raíz de las desapariciones, eludió las tierras gallegas durante largo tiempo, hasta que, identificado por varios jornaleros gallegos en Toledo, fue aprehendido por la justicia.
Su confesión fue sensacional:
Declarándose católico confeso (portaba una cédula de la Santa Sede declarando que había pagado una indulgencia para demostrar su fe), manifestó ser presa de una maldición familiar que lo convertía en lobo en los plenilunios.
Transformado en lobo, en compañía de otros dos “lobisomes” a los que identificó como don Genaro y don Antonio, un valenciano, mató y devoró parcialmente a unas 14 personas, todas mujeres y niños.
Comentó también no poder evitar transformarse y la pesadumbre que le causaba haber cometido los delitos (lo que no le impidió vender sus enseres).
Examinado por varios médicos, éstos aseguraron que no mentía, que el reo creía transformarse y ser presa del sortilegio y que no presentaba anomalías mentales graves.
El caso trascendió las fronteras gallegas y nacionales, atrayendo la atención de Isabel II, aburrida de su Corte de los Milagros.
Condenado a muerte, su pena capital fue conmutada por la de cadena perpetua.
Su rastro se perdió en las cárceles españolas hasta que unos investigadores gallegos lograron encontrar un rastro sobre su postrer destino: el Hombre Lobo de Allariz murió en la cárcel de Ceuta hacia 1863. Ninguno de sus cómplices fue encontrado nunca.
Su fascinante historia fue llevada al cine por vez primera en 1970, siendo interpretado por José Luis López Vázquez en un magistral papel.
Hoy día es considerado como el primer caso de licantropía clínica de la historia de la medicina y un hito legendario de la historia popular española.
Pero la figura del “lobisome” trascendió las fronteras del norte de España, para aparecer en las tradiciones de las sierras extremeñas, donde sobreviven en ciertos romances y canciones de los pueblos serranos.
Incluso en la serranía de Baza se documentó un caso acaecido en los primeros años del siglo XX:
Un lobero, conocido como “tío Jerónimo” sembró el pánico en las comarcas en torno a Baza acompañado por dos lobeznos y en ocasiones por dos niños que los lugareños identificaban como sus hijos, transformados en lobos por un sortilegio.
El padre los transformaba a voluntad, amenazando a los campesinos y pastores demasiado rácanos como para no darle comida o cobijo, repitiendo el esquema de la leyenda de la Lobera de Llanes, ocurrido tres siglos antes.
Muerto el padre en 1906, se cuenta que no se volvió ver por allí a ninguno de los dos hijos, posiblemente transformados en lobo y condenados a vagar en esa forma hasta el día de su muerte.
Serranías abruptas y apartadas, cercanas a donde una fría noche de enero se cruzó conmigo el poderoso can salvaje en la A-92. ¿Sería uno de los descendientes del “tío Jerónimo”?
EL CLICHÉ
No obstante la documentación de casos reales como el de Manuel Blanco y los otros que hemos citado en el artículo, en sus declaraciones los licántropos y loberos repiten un modelo producto de la tradición:
-La Maldición: bien por ser el séptimo hijo de un séptimo hijo, víctimas de un sortilegio o de una maldición impuesta por uno de los padres como consecuencia de un mal comportamiento
-El Pacto Diabólico: sobre todo los loberos aludían a un pacto con el Maligno para controlar a los lobos a cambio de ofrecer su brazo derecho al Príncipe de las Tinieblas, que dejaría una marca en dicho brazo. Los lobos bajo su control serían en realidad demonios, que en número de 7 acudirían a su llamada.
– Los efectos temporales de la transformación
-El mantenimiento de la consciencia humana aún con el aspecto y comportamiento bestiales.
De hecho una posibilidad es que el licántropo típico, siendo Manuel Blanco el caso más célebre, fuese una persona abducida por el ambiente de una sociedad cerrada donde las tradiciones y el pensamiento mítico eran todavía muy fuertes.
Así el pobre Hombre Lobo de Allariz explicaba su psicopatía, sus ansias de matar y devorar humanos como consecuencia de su transformación en lobo, ¿qué podía ser si no la explicación? Para él lo más lógico era ser víctima de un sortilegio, no el plantearse un desequilibrio psicológico, como el caso de Ana María García, una mujer marginada, que sufrió abusos sexuales de sus parientes y que acabó viviendo entre vacas y alimañas en las cumbres de los Picos de Europa.
UN HOMBRE LOBO ACTUAL: EL NIÑO SALVAJE DE SIERRA MORENA
Alejados ya de los misterios de la mente humana y su relación con las bestias desde tiempos primitivos, el caso de Marcos Rodríguez, un andaluz que vivió 12 años entre lobos merece ser, siquiera, apuntado.
Hijo de unos pobres piconeros de la sierra, su padre lo vendió por unas pesetas a un pastor con el que vivió en lo más profundo de las trochas y barrancos de Sierra Morena, hasta que unos meses después el niño se vio solo.
Aprendió a cazar venados y fue adoptado por una manada de lobos, como el Mowgli literario y los niños lobo de Midnapore (India).
El relato de sus peripecias hasta ser descubierto por una “pareja” de la Benemérita, es sorprendente: logró sobrevivir con su manada y aprendió a aullar para comunicarse con ellos.
Andaba a cuatro patas y vestía pieles de venado sin curtir. Su supervivencia fue, por decir algo, milagrosa.
Cuando se insertó en sociedad, sufrió mucho. Siempre declaró que la vida en los montes rodeado de lobos es mucho más grata que desenvolverse entre personas. Como dijo Hobbes, Homo homini lupus[2], sentencia que suscribiría otro amante del amenazadísimo rey del bosque español, el siempre recordado doctor Félix Rodríguez De la Fuente.
Ricardo Rodríguez
[1] Este nombre se da hoy a una especie de perro salvaje africano que caza en manadas
[2] El Hombre es un lobo para el Hombre
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