A veces puede pasar que aunque pongamos los cinco sentidos en la realización de una tarea, el resultado no es el esperado. Ni tan siquiera eso, es un ridículo espantoso, producto de la dejadez o de una “serie de catastróficas desdichas”, parafraseando a la colección de libros infantiles, que no podemos controlar. Esas magníficas esperanzas se convierten entonces en pifias monumentales que pasaron a la historia y merecen ser conocidas. Meteduras de pata cómicas o trágicas, aquí tendrán su hueco.

EL MARY ROSE

El Mary Rose era el orgullo de la pequeña armada inglesa. Su propietario, el entonces esbelto Enrique VIII, recién estrenado en el trono, decidió entrar en el juego del dominio de los mares revitalizando la potencia naval (no seáis malpensados) inglesa: en plena Era de los Descubrimientos, dos pequeños países del sur europeo, Portugal y Castilla, llevaban la delantera en cuanto al desarrollo tecnológico de sus navíos. El bueno de Enrique no iba a ser menos, pues quería su parte del pastel.

En 1510, un año escaso después de subir al trono, autorizó un plan de modernización de la marina de guerra inglesa, con la construcción del Mary Rose y el Henry Grace A Dieu, dos potentes naos de guerra, con varias decenas de cañones, que iban a sustituir a las anteriores naves mercantes reconvertidas. Su objetivo inmediato era intimidar a la potentísima armada construida por el rey de Escocia, Jaime IV, basada en una serie de grandes barcos, entre los que destacaba el colosal (para la época) Michael.

Tan grandes eran estos barcos que navegaban horrorosamente mal, eran peligrosos en mares abiertos y difíciles de maniobrar en las zonas cercanas a la costa. Todo un lujo en las agitadas aguas del Atlántico. Por si fuese poco, la política internacional de la época exigía el empleo continuo de estas máquinas de guerra primigenias, con todos sus defectos, pues prácticamente eran fortalezas flotantes artilladas hasta arriba.

El Mary Rose, algo más ágil que sus coetáneos, fue engordado hasta las 700 toneladas y cargado con 91 cañones. Con este porte y una tripulación de más de 400 almas se lanzó a las procelosas aguas del océano para repeler un ataque francés a las costas del sur de Inglaterra.

LA BATALLA DE SOLENT: LA TRAGEDIA

El Estrecho o Canal de Solent separa la isla de Wight de la isla de Gran Bretaña. Es un lugar muy concurrido por la “posh people1” de la City londinense para practicar deportes náuticos. En sus inmediaciones se encuentran el importante puerto de Portsmouth y el célebre fondeadero de Spithead2.

En la época que nos ocupa fue escenario de un enfrentamiento entre las flotas inglesa y francesa, como resultado de un intento galo por invadir a su odiado vecino isleño. La flota inglesa, menor en tamaño, se enfrentó a la francesa en aguas del citado estrecho y tras un toma y daca intrascendente, el Mary Rose, en cabeza del ataque inglés, zozobró mientras disparaba sus cañones contra el grueso de la flota enemiga.

Ante el estupor de Enrique VIII, que observaba, en la segura retaguardia, las evoluciones de su “chusma”, el enorme buque se hundió en cuestión de minutos, llevándose con él a gran parte de la tripulación, enredada cual chanquetes en la red de seguridad ubicada unos metros sobre la cubierta.3

La conmoción fue grande y al orondo Enrique casi se le atragantaría la media pata de cordero que presumiblemente se estaría zampando. Aun así, los ingleses se las arreglaron para poner en fuga a los buques franceses y obtener una victoria que aseguraba sus costas frente a la invasión.

Pero el Mary Rose se había llevado la peor parte: en el fondo del mar yacía para siempre (o casi) junto a casi toda su dotación, incluido uno de los pobres y sarnosos chuchos encargados de limpiar el buque de ratas y el almirante Sir George Carew. Una treintena de supervivientes, empapados, pudieron contarlo.

Nada más producirse la celebración de la victoria, se llevó a cabo una investigación para esclarecer el porqué de la desaparición de un barco que había costado tanto dinero y llevaba tantos años de servicio sin dar un solo problema.

LA CHUSMA ES CULPABLE

Algo parecido, en inglés, fue lo que declararon los mandos supervivientes del naufragio. Poco antes, el propio Carew, que no había mandado un barco en su vida, se quejó de que no podía fiarse de la chusma que componía la tripulación.

Como apuntan ciertas teorías, podría estar refiriéndose a que la tripulación estaba compuesta por marinos procedentes de otros países, que no hablaban ni papa de inglés y que posiblemente fuesen vascos o andaluces reclutados como mercenarios u obligados a prestar servicio al rey inglés por haberse refugiado en alguno de sus puertos4 . Los hallazgos procedentes de la nave, como un cuenco en el que aparece el nombre del propietario, un tal “Ny Cop”, hacen sospechar que gran parte de la tripulación procedía de alguna zona del País de Gales, en la que el dominio del inglés sería igual o menor que el de un español de la época (y aún de ahora).

Sin lugar a dudas, la explicación de la poca fiabilidad de la marinería, lanzada a los cuatro vientos por la familia del ahogado Carew, fue un intento de salvar su buen nombre y de cargar el muerto a otro ante el rey, tan impredecible e irascible como obeso.

Poco tardaron los franceses en reclamar para sí el hundimiento, cual modernos terroristas, argumentando que su “savoir faire” y los cañonazos propinados por sus galeras habían bastado para mandar al fondo marino con elegancia francesa a aquella aberración del otro lado del Canal de la Mancha.

El hecho es que, como relatan los arqueólogos que se encargaron del salvamento del buque, todas las piezas de munición encontradas en su interior estaban convenientemente estibadas y almacenadas, por lo que se establece que ninguna procede de algún impacto sufrido por el Mary Rose durante la batalla, aunque dado el estado del pecio, nada es descartable.

Otras hipótesis bastante plausibles, en conexión con la poca o nula fiabilidad de los marinos (no así de los soldados embarcados) hablan de garrafales errores de coordinación en la tripulación y de descuidos que costaron tremendamente caros: testigos oculares relataron que, al maniobrar para disparar de costado5, el Mary Rose giró sobre sí mismo como una peonza, se escoró hacia un lado y acabó hundiéndose.

Esto pudo deberse a una coincidencia entre un golpe de viento, la poca pericia de los marinos y los propios defectos marineros del diseño del buque. Lo cierto y verdad es que al ser zarandeado por el viento y hacerle escorar, el barco se inundó porque las portas de los cañones estaban abiertas. Los artilleros que manejaban las baterías deberían haberse apresurado a cerrarlas para evitar el desastre, pero las dejaron abiertas ante la inminencia del combate.

De costado se hundió el buque, girando sobre sí mismo y de costado se mantuvo hasta su más o menos reciente rescate del fondo oceánico. Sin embargo su sacrificio no fue en vano. Los franceses volvieron a sus puertos y fueron incapaces de abastecer al pequeño ejército que había desembarcado en las inmediaciones. Varios meses después se rindieron y volvieron cabizbajos a Francia. Los ingleses aprendieron la lección y desde entonces, los sucesores de Enrique VIII, en especial su hija Isabel, impulsaron la Armada inglesa, dominadora de los mares desde fines del siglo XVIII hasta el final de la II Guerra Mundial.

EL BARCO MUSEO O CÓMO EXPLOTAR LA TRAGEDIA

Si algo hacen bien los británicos, aparte de explotar sus victorias, es presentar sus tragedias y derrotas como victorias, publicitarlas, empaquetarlas, crear un museo y sacar beneficio económico, cosa que en España cuesta Dios y ayuda.

Una vez rescatados y estudiados los restos del buque, se llevaron a cabo labores de conservación de sus restos extraídos del mar, creándose un museo gestionado por un patronato o fundación asociado al ministerio de cultura británico, como pone de manifiesto la recomendable página web del buque6, que cuenta con su correspondiente tienda online para todo aquel que quiera un recuerdo del famoso y mal diseñado barco.

En el museo en cuestión, millares de objetos procedentes del Mary Rose y buena parte del casco del mismo se encuentran expuestos. Esto sirve a historiadores y curiosos como fuente no sólo para reconstruir el desarrollo de la marina inglesa, sino como ventana hacia la vida cotidiana de las gentes de la Edad Moderna, que aparte de la roña, las enfermedades, el mal olor personal y las caries, llevaban una vida diaria muy parecida a la nuestra: ropas, juegos de mesa, útiles de trabajo y aseo personal, todo un universo que nos acerca a nuestro pasado más allá de pedantes teorías de “expertos” o iluminados del origen extraterrestre.

Realmente impresionantes son las historias de varios miembros de la tripulación, reconstruidas a partir de sus osamentas y pertenencias, como un rico carpintero, con su caja de herramientas correspondiente y camarote propio7.

Ahogado cerca de un cañón con sus artilleros apareció el Maestre Artillero, con su dispensador de pólvora y su silbato para señalar el tiro.

En la cubierta superior tenía su aposento el cirujano-barbero, encargado de la salud a bordo y de las correspondientes sangrías, lavativas y amputaciones, así como de realizar extracciones dentales y los peinados y afeitados más modernos. Se encontró su equipo completo, con varias cuchillas, sierras, un cuenco para sangrías, jeringas para la uretra (ay qué dolor) y liendreras para eliminar piojos.

Ny Cop era posiblemente el nombre del cocinero del barco, capaz de preparar suculentos platos para los mandos y la bazofia más repulsiva para la chusma. En la parte interna del barco se hallaron centenares de platos y jarras, dos enormes hornillas y varios calderos, destinados a dar de comer a los 400 hombres de a bordo. La dieta, monótona, se basaba en pescado fresco o salado, sopas hechas con huesos de ternera y otras conservas (cecina) amén de la poca verdura o fruta fresca que consiguiesen embarcar.

Con sus monedas de oro y plata se fue al otro mundo el pagador del barco, encargado de los sueldos de la tripulación y el abastecimiento del barco con todo lo necesario para hacerse a la mar con garantías. Generalmente estos oficiales de la corona eran dados a la inocente práctica de la malversación de fondos y la compra de comida en malas condiciones para ahorrar. Los marineros y soldados no debían vivir, como alecciona la clase política española, “por encima de sus posibilidades”. Naturalmente el dinero sobrante acababa en sus bolsillos, por las molestias.

El terrier Hatch (apodado así por los arqueólogos) correteaba por el barco en busca de las apetitosas y molestas ratas. Los análisis de ADN desvelaron que era un cachorro macho, con problemas de riñón y el pelaje marrón claro. Debió ser apreciado por la tripulación y posiblemente nació, creció y murió sin bajar a tierra firme. Todo un “lobo de mar”.

EL GEMELO SUECO: EL VASA

Casi un siglo más tarde, la búsqueda del prestigio internacional propició otra pifia de grandes dimensiones, esta vez en Suecia. Su rey, el impulsivo Gustavo II Adolfo Vasa, en plena guerra con Polonia8 por el control del Báltico, impulsó la creación de una imponente marina de guerra, en la cual iba a destacar el Vasa, un gigante de madera para la época, capaz de amedrentar a cualquier país vecino (léase Rusia, Prusia y Polonia) que osase discutir algo a los suecos.

Todos tenemos en la mente la seriedad y fiabilidad del diseño sueco, que los anuncios de los coches Volvo y Saab nos han hecho creer. Lo cierto y verdad es que también los suecos pueden ser bastante chapuceros. Como pasó con el Mary Rose, las necesidades impuestas por la política impulsaron la creación de un buque demasiado grande y difícil de navegar.

Costó enormes sumas de dinero y en él trabajaron hasta imagineros, que decoraron la popa con bellas esculturas de dioses, alegorías y héroes. El domingo 10 de agosto de 1628, tras un cuarto de hora navegando, se hundió al volcar por una racha de viento e inundarse, al igual que el Mary Rose. Tras 300 años en el fondo del mar, fue rescatado en los años 60 y llevado a un museo construido ex profeso para él, donde puede ser visitado el único navío del siglo XVII que está entero.

VIEJOS BUQUES

El auge del neonacionalismo, derivado de la crisis económica que sufrimos, ha hecho que muchos países se lancen a revitalizar símbolos del pasado más rancio, casposo y glorioso, ya sea este real o inventado. Los barcos de guerra suponen un elemento primordial para los besabanderas de cualquier latitud: los rusos han puesto en condiciones de navegar al centenario crucero Aurora, protagonista de la Revolución de 1917 y lo han convertido en el buque estrella de la armada de guerra, sin olvidar la reconstrucción del velero Shtandart, de época de Pedro el Grande. Los británicos cuentan en su haber con varias joyas de diversa época, como el Victory, buque del almirante Nelson, el Warrior, el primer acorazado y el Belfast, un veterano de la II Guerra Mundial.

Otros países, como el nuestro, en el que las viejas máquinas han sido convenientemente desguazadas y olvidadas, reconstruyen réplicas de los barcos que nos proporcionaron un Nuevo Mundo (las carabelas colombinas, la nao Victoria y el galeón Andalucía). Buques famosos como la fragata Numancia o el Canarias fueron desguazados; el Galatea, buque escuela de la marina mercante, agonizó durante años en Sevilla hasta ser rescatado y restaurado por una naviera británica. Solamente el Juan Sebastián Elcano y los numerosos museos de la navegación distribuidos por toda la geografía española, desde Sevilla a Bilbao, pasando por Cartagena maquillan un poco el relativo olvido del mar de un país que vivió de él hasta 1898.

Ricardo Rodríguez

1 Pijos, en inglés

2 Lugar de revista de la Royal Navy inglesa, fue escenario de un importante motín durante las Guerras Napoleónicas

3 La red se extendía entre los marineros de la cubierta y los mástiles para evitar que un palo desprendido, astillas u otros objetos hiriesen a los marinos desde arriba. En caso de hundimiento eran una trampa mortal.

4 Era una práctica común en la época. Además España e Inglaterra estaban “aliadas” en las guerras contra Francia de la primera mitad del siglo XVI

5 Una innovación para la época, en la que lo normal era cañonear de frente. El combate real se basaba en un intercambio de flechazos y un posterior abordaje, protagonizado por la infantería embarcada en los bajeles.

7 Era el “mecánico” del barco en la era de la navegación a vela

8 Unida a Lituania por la Unión de Lublin, era una gran potencia en el siglo XVII