Evidentemente, el escritor del que vamos a hablar es Peter May, y las novelas cuya lectura vamos a recomendar son las suyas, pero es necesario hablar previamente de este archipiélago localizado en el noroeste de Gran Bretaña, escenario en el que se desarrollan las tramas de tres títulos de Novela Negra imprescindibles. Peter May las conoce a la perfección, y las retrata con maestría dejando en el lector un poso de amargura por no conocerlas ¿o sí?

Para aquellos que no hayan oído hablar de ellas, quisiera presentárselas, pero del modo en el que, creo, Peter lo haría. Se trata de islas de distinto tamaño, numerosas, condicionadas por una geología que permite imaginar grandes y escarpados acantilados en los que las olas del mar embravecido mueren una y otra vez, clavándose las lanzas de gneis y esquistos con que estas lo reciben. El clima, frío y húmedo la mayor parte del año, es el acicate perfecto para que los personajes que en ellas protagonizan sus vivencias suelan ir muy bien abrigados. Peter May siente pasión por la isla de Lewis y Harris, la mayor de ellas, y no es de extrañar que recurra a sus paisajes y poblaciones para recrear escenas que nos dejan un gusto agridulce; recordemos, allí sucederán hechos que justifiquen el calificativo de “novela negra”. Las Islas Hébridas, pese a estar bañadas por el océano Atlántico, muestran personalidad propia como para lograr que un pedacito de este adquiera el nombre Mar de la Hébridas. Este las separa a modo de fiordos de “tierra firme” en lo que se conoce como el “Minch”, también presente en las narraciones. Se suele dividir a las Hébridas en Islas Hébridas interiores, siendo las de mayor tamaño Skye, Mull, Islay. Jura y Staffa e Islas Hébridas  exteriores siendo las de mayor tamaño las de Lewis y Harris, Berneray, North Uist, South Uist y la de Saint Kilda. En muchas de ellas se sigue hablando el gaélico si bien la lengua oficial es el inglés. No obstante, May no duda a la hora de introducir términos en la antigua lengua para llamar a las cosas como a él le gusta llamarlas; a continuación, explica su correspondencia en el lenguaje universal.

Las Hébridas seducen e invitan a adentrarnos en sus secretos. Algunas de ellas se encuentran deshabitadas. Otras, en cambio, muestran gran actividad; nos referimos a localidades como Stornoway, la capital de Lewis y ciudad más importante del archipiélago desde el que se organizan, es fácil imaginarlo, las labores de intendencia para llevar a cabo las tres investigaciones que comprenden los argumentos de sendas novelas que, como buena trilogía, consiguen el objetivo de ofrecer intriga, contundencia y expectación, añadiendo sensaciones que no solo aportan los personajes sino el mismo entorno en el que estos se mueven.

La conocida como “Trilogía de la Isla de Lewis” no triunfó en sus inicios y, prueba de ello, es que ningún editor británico apostó por la que sería aclamada por la crítica francesa como una de las mejores sagas durante los años en que salieron al mercado los tres títulos: La isla de los cazadores de pájaros (Grijalbo 2011), El hombre sin pasado (Grijalbo 2013) y El último peón (Grijalbo 2015). A día de hoy son millones los ejemplares vendidos, muchos de ellos en Reino Unido, otro ejemplo más de que no todos son profetas en su propia tierra.

Leer la trilogía es conocer de primera mano a Fin MacLeod (Fionnlag Macleod en gaélico) el detective protagonista, un isleño (isla de Lewis) que, tras el fallecimiento de sus padres es criado por una excéntrica tía con la que los lazos del afecto permanecen soterrados, una persona peculiar, solitaria que no se relaciona con sus vecinos pero que consigue sacar adelante al pequeño Fin del único modo que sabe hacerlo, con pragmatismo y escasa capacidad de empatía. Quizás este hecho influya de modo decisivo en el carácter del que será adolescente en una sociedad cerrada y terminará estudiando en Escocia (Glasgow) desterrando los recuerdos de aquellos recuerdos que terminaron oprimiéndolo y que se harán presentes a su vuelta, dieciocho años más tarde, con el propósito de resolver un crimen, el de un compañero de colegio al que llegó a odiar. La vuelta a la isla se convertirá en un diccionario de recuerdos que irán aflorando paulatinamente, recuerdos de amor y de odio e incluso recuerdos indiferentes que terminarán por desembocar en la resolución de acertijos y secretos para cuya asimilación no está preparado.

Es esta la presentación del detective de homicidios en la primera entrega de la trilogía; en ella cobra protagonismo un ritual muy peculiar, el bautizo de los adolescentes para convertirse en hombres: navegar hasta una isla deshabitada y escarpada con el objetivo de para cazar gugas (las crías del alcatraz, reconocidas por su rareza y buen sabor). Es este un viaje ritual, lleno de peligros y camaradería en que se establecen lazos y promesas que quedan confinados a los miembros de la expedición por acuerdo tácito entre los tripulantes de la barca que conduce a los mismos a una isla solitaria durante dos semanas en las que el viento y el mar pueden segar vidas humanas al mismo ritmo que el hombre siega la vida de la aves a las que va a cazar.

Se trata de un argumento atractivo en el que es imprescindible hacerse una imagen de la orografía del lugar: el hombre se enfrenta a la naturaleza. Y por si fuera poco, el crimen, el proceso deductivo y los recuerdos, todos ellos ingredientes bien tratados para conseguir una novela que satisface y nos permite evadirnos: punto para May.

En Un hombre sin pasado, la segunda de las entregas, Fin, el protagonista, decide poner fin a su presente (ahora pasado) vuelve a la isla a la que nunca dejó de pertenecer. La pesada carga de la muerte de un hijo y la noticia de la existencia de otro son motivos más que suficientes para divorciarse y renunciar al cargo de inspector de policía, circunstancia que no lo mantendrá apartado de la acción y la intriga, como se demuestra a lo largo de las páginas del libro. En este caso se trata del hallazgo de un cadáver bajo las turberas que tan presentes viven en las descripciones de las islas. El sargento Gun, compañero de Fin en la primera aventura (y en las tres entregas), pedirá colaboración al ex policía para esclarecer los hechos. Por supuesto, todos los lazos sin atar en La isla de los cazadores de pájaros comenzarán a ser reforzados para constituir sólidos nudos al final de la trilogía. De nuevo volvemos a sentir cómo el pasado ejerce una fuerza vital, brutal, que arrastra a los personajes al destino que May ha concebido para ellos. En esta ocasión, la trama se hace más interesante al dividirse la historia en dos: la investigación del crimen y los recuerdos de un anciano recluido en un asilo. Ya sabemos que los asilos provocan especial escalofrío y de ello se aprovecha May para contar una historia paralela, cruda y clave para el desarrollo del argumento. Las descripciones son cada vez más intensas y la atmósfera se convierte en asfixiante, permitiendo que la tensión dramática alcance las últimas páginas en las que el lector incluso disfruta relajándose y recapacitando en lo que acaba de leer. Sin duda, se trata de un gran libro.

La última de las entregas de la Trilogía, El último peón, cierra el círculo abierto por La isla de los cazadores de pájaros. Fin ya no es policía pero debe enfrentarse a un caso más que peculiar. La desaparición de un lago, fenómeno infrecuente aunque con lógica geológica, permite descubrir una avioneta estrellada en su lecho. A partir de aquí se suceden una serie de circunstancias que nos permiten conocer más a fondo al protagonista pues su pasado, inevitablemente, vuelve a abrazarlo como ya lo había hecho en otras ocasiones. May utiliza recurrentemente este recurso para terminar de hacernos un completo relato de Fin MacLeod, y triunfa al conseguir su objetivo. Solo hay un problema: al cerrarse el capítulo, queda atrás la vida de todos los personajes con los que nos hemos encariñado: Marsaili, Gun, Mona, Robbie, Donald, Kevin, etc…

Si algo caracteriza a los tres títulos presentados, es la obsesión del autor por trasladarnos a los parajes que describe y ponerlos en valor. Se trata de novelas en las que el sol se debate con las nubes y la niebla para cobrar protagonismo, de modo paralelo a la lucha de las olas contra las rocas en esos territorios que pertenecen a la turba, fuente de combustible imprescindible, y protagonista indirecto de la narración. Eso no es óbice para que haya escarceos a tierras hispanas y del mismo modo que Edimburgo y Glasgow juegan su papel, La Costa del Sol es retratada de tal modo que es obligatorio pensar que el autor ha pasado largas (o cortas temporadas) en el sur de España, en sus pueblos, y ha disfrutado de nuestra gastronomía y de nuestro vino.

Llama la atención en las tres entregas la diatriba moral a la que se ve enfrentado el protagonista, dudas de gran calado que marcaron y siguen marcando su existencia y que terminarán por crearnos incertidumbres acerca de cual pueda ser el futuro si una nueva novela saliera a la luz retomando los argumentos archivados y sellados.

En resumen, bienvenidos a las desconocidas Islas Hébridas.

Francisco Javier Torres