“M, el vampiro de Düsseldorf” (Fritz Lang)

Unos niños jugando en un corro, mientras cantan una canción acerca de un “monstruo” que viene y te pillará; una madre asomándose, cada vez más preocupada, por la ventana de su casa hacia la calle, esperando que su hija pequeña vuelva a casa; una sombra silbando una melodía, para ser exactos: En el salón del rey de la montaña de «Peer Gynt», obra de Grieg (y que, por cierto, es silbada por Fritz Lang; ya que Peter Lorre no era capaz de mantener durante tanto tiempo el silbido); y un globo, solitario, que se eleva al cielo sin dueña… así de descomunal es el inicio de la primera película sonora del maestro Fritz Lang: M (el vampiro de Düsseldorf) que pasa por ser una de las obras maestras más  importantes del siglo XX.

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En 1931, Lang se atrevió a rodar una historia que, a pesar de que él mismo manifestó en varias ocasiones que no estaba inspirada directamente en la historia de Franz Kurten, un asesino en serie que asoló la ciudad de Düsseldorf durante esa época; la realidad es que guardaba bastantes similitudes. Quizá porque, al igual que en la historia real, en la ficción se da una circunstancia cuanto menos curiosa: el mundo del hampa se organizó para intentar dar caza al asesino, ya que la presión policial estaba asfixiando sus negocios, y esto no se lo podían permitir.

M pasa por ser la primera de todo un subgénero muy prolífico en la Historia del Cine: el subgénero de los asesinos en serie; y desde luego que no se podía haber escogido mejor película inaugural. La película se encuentra dividida en varias partes, que, si bien siguen un guion completo, se encuentran bien diferenciadas: una primera parte donde se nos muestra la situación de histeria colectiva que vive una ciudad que se encuentra prácticamente a expensas de un asesino (interpretado por Peter Lorre) que ha causado ya la muerte de varias niñas, y en la que el mundo del crimen organizado ha decidido intentar acabar con este problema que perjudica sus negocios. Una segunda parte que nos muestra la persecución del asesino. Y una tercera en la cual se produce el juicio, por parte del hampa, del mismo.

Y son precisamente estas historias las que Lang aprovecha para realizar, por una parte, un ejercicio cinematográfico extraordinario, ya que utiliza planos increíbles para estar rodada a inicios de la década de los años treinta: picados y contrapicados, planos desde las escaleras, algunos que incluso cortan la cara a los personajes… todos ellos para mostrarnos la situación de incertidumbre, de histeria y locura que ha invadido a la ciudad por culpa de este asesino. Hay escenas que son de una genialidad sencillamente extraordinaria. No cuesta imaginar a Lang con las enormes cámaras de la época al hombro, escaleras arriba, para conseguir transmitir en imágenes el estado de ánimo de una ciudad entera.

Por otra parte, M no es simplemente toda una lección de cine desde el punto de vista técnico, sino que se sumerge en temas realmente profundos: indaga en la mente de un asesino (que, aunque nunca se diga claramente en la película, se intuye que es un pederasta) y en sus irrefrenables ansias de matar. Bucea en la histeria colectiva de un grupo humano que no tiene fe en una justicia que se ha mostrado incapaz de atrapar al asesino de niñas, y que desea tomarse la justicia por su mano. Y por último, pero no menos importante, nos plantea el eterno dilema de la justicia, qué es, de dónde debe provenir, y hasta dónde puede (o debe) llegar…

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Todo lo anteriormente expuesto, sustentado en un guion magistral, sin fisuras bajo mi punto de vista (quizá el metraje se haga un poco largo en la tercera parte, pero lo solventa bien con el tema del juicio sumarísimo al que es sometido el acusado), en una técnica maravillosa y, en una interpretación de Peter Lorre que le dio su primer papel protagonista y que lo encasilló en el papel de eterno malvado del cine de esa época; y que es tan magnífica y creíble (tan despreciable por real) que todas las interpretaciones posteriores de psicópatas son deudoras de la de Lorre, sin lugar a dudas. Entre el director y el actor nos muestran a un personaje al que solo se le ve la cara de noche (de día simplemente es una sombra; muy en consonancia con el recurso parecido que utilizó Laughton en La noche del cazador años más tarde) y que vive atormentado por una irrefrenable pulsión por matar; pero M es mucho más, nos arrastra a cuestionarnos ciertas preguntas sobre qué es la justicia, muy de moda en estos tiempos.

Una película genial de un director genial, que llevaba por título original El asesino está entre nosotros, y que las presiones nazis obligaron a cambiar por ver una alusión a Hitler en él. Una película que no se arrepentirán de ver si todavía no lo han hecho; o que no les importará ver otra vez si no han tenido el placer. Sea como fuere, ineludible el visionado y la reflexión posterior. Hay películas que uno no puede dejar de ver en su vida, si ama el Cine. M es una de ellas, sin duda. Por eso la tenemos en nuestra lista de imprescindibles. Sin más. ¿Acaso les parecen pocas razones? Disfrútenla.

Carlos Corredera