Si a una persona normal y corriente le pidiésemos que relacionase las palabras “cine”  y “censura” probablemente acabase recurriendo al tópico de la dictadura franquista. A nadie se le ocurriría asociarlas al Hollywood de los años dorados (cuando aún se llamaba Hollywoodland) y a su extenso star system.

Sin embargo existió una férrea censura, encarnada por el Código Hays, que se iba a dilatar en el tiempo tanto como la censura implantada en España durante la posguerra y hasta la muerte de Franco. De 1934 a 1967, el Código Hays iba a regular la “moralidad” de las producciones cinematográficas con mano dura, de tal modo que las producciones se iban a conocer como “precódigo” y “postcódigo”. Ni que decir tiene que las producciones anteriores a la implantación del sistema Hays fueron retiradas o mutiladas, eliminando aquellas escenas no admitidas.

EL PORQUÉ: EL CASO ARBUCKLE

Arbuckle

Uno de los detonantes de la implantación del código de censura iba a ser el primero de los escándalos sexuales protagonizados por una estrella del celuloide, que iba a acabar sacudiendo los cimientos de la industria del cine.

En septiembre de 1921, la superestrella del cine mudo de la época, Roscoe “Fatty” Arbuckle, fue acusado de la violación y muerte de la actriz y modelo Virginia Rappe, de turbulento pasado, durante una orgía en un hotel de San Francisco.

La prensa amarilla, en especial los diarios del magnate Hearst, dio gran cobertura al asunto y se especuló con toda clase de truculentos rumores, propagados por una amiga de la víctima, también presente en la orgía, y que esperaba sacar tajada económica.

Supuestamente, Rappe había muerto por una perforación de vejiga que le provocó una peritonitis, junto al abuso de alcohol y pastillas. Los periódicos propagaron que Arbuckle había provocado el desgarro a Rappe al violarla usando una botella (de champán o Coca-Cola, según las versiones), mientras esta se encontraba semiinconsciente por la borrachera dentro del servicio de la habitación. Detalles aún más escabrosos fueron filtrándose poco a poco a la prensa, transformando a Arbuckle de un gordito gracioso en un obeso lujurioso, espoleado por el alcohol, las drogas y sus instintos más bajos.

Tras una serie de juicios nulos, Arbuckle fue absuelto, aunque su carrera se fue a pique. En medio del ostracismo al que lo condenaron los estudios, murió olvidado en 1933. En la cima de su carrera, la Paramount llegó a pagarle un millón de dólares de la época.

LOS PRODUCTORES REACCIONAN

El escándalo fue tremendo y puso a los productores y dueños de los estudios en la picota: la opinión pública estadounidense, tradicionalmente moralista en cuanto a las apariencias, echaba la culpa de lo sucedido a la cúpula dirigente de la industria. Con esos sueldos que pagaban entregaban al vicio a los artistas, gente viciosa ya de por sí (opinión tradicional, asociada al espectáculo y la gente de la farándula).

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Mujeres partidarias de la prohibición del alcohol en EE UU. Asociaciones de este tipo protestaron también por la impudicia en el cine

Las asociaciones religiosas, tanto protestantes como católicas, especialmente activas en la época, comenzaron una campaña exigiendo un control de censura federal.

Los productores vieron peligrar el negocio, habida cuenta de la fuerza del enemigo y la solución que proponía: si se decidían a ignorar la opinión pública, se arriesgaban a un mal doble. Por un lado, turbas de beatas protestando a la puerta de los cines (como pasaría en la España del blanco y negro), cosa poco agradable; por otro, la posibilidad de que el gobierno federal interviniese en el negocio, censurando de oficio las películas. Se arriesgaban a perder mucho dinero. Años más tarde, sus compañeros de la industria licorera se iban a ver perjudicados por dichas ligas religiosas, inspiradoras en parte de la famosa “Ley Seca”, por lo que no había que subestimar su poder.

Así que los productores comunicaron al gobierno que no era necesaria la censura federal. Iban a optar por la autocensura, impuesta desde la Asociación de Productores y Distribuidores Cinematográficos de Estados Unidos (MPPDA de aquí en adelante). Como queda claro, a ellos la moral pública les importaba en tanto en cuanto afectaba a sus beneficios y no como un tema de conciencia.

La censura autoimpuesta iba a estar regulada por un código interno, común para todos los estudios (contrariamente a la época anterior, cuando cada estudio tenía un código propio, laxo por lo general, que aplicaba a sus producciones). El encargado de redactarlo fue William H. Hays, un político del Partido Republicano con fama de honesto y conservador.

WILLIAM HAYS, EL PADRE DE LA CRIATURA

Hays había ocupado varios cargos dentro del Partido Republicano, coronando su carrera política como presidente del Comité Nacional del Partido y jefe de campaña en las elecciones de 1920, que supusieron un gran éxito para los republicanos.

Tras ocupar la dirección del servicio postal americano, este señor con cara de anodino funcionario de ventanilla, dimitió y se puso al servicio de la empresa privada (faltaría más), ocupando el cargo de presidente de la MPPDA en 1922 y acometiendo la redacción del código de censura que lleva su nombre.

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William Hays, con su particular expresión en el rostro

Hays estuvo varios años probando diferentes fórmulas ante la diversidad de criterios de los consejos censores de cada Estado miembro de la Unión, fracasando las más veces, hasta que en plena Depresión, en 1930, una comisión compuesta por una serie de curas católicos y publicistas le presentó lo que sería conocido a partir de entonces como “El Código Hays”.

No obstante, los estudios tendieron a desobedecerlo, hasta que las asociaciones de católicos protestaron, amenazaron con no asistir a los cines y con pedir la censura federal, así que los estudios tuvieron que ceder ante la MPPDA y comenzaron a aplicarlo a partir de 1934.

Era un conjunto de medidas muy prolijo y que abarcaba desde el sexo hasta los asesinatos, pasando por el lenguaje y el tratamiento que se hacía de Dios, figuras públicas etc.

LO QUE EL CÓDIGO PROHIBE

El código contaba con tres normas generales de las que emanaban otras más concretas que se desarrollaban según diferentes ámbitos: mostrar un aspecto positivo de la ley, enseñar un aspecto negativo del crimen, los pecados etc. y aleccionar sobre un modo de vida acorde con el decoro.

A partir de aquí, una serie de normas regulaban, de un modo bastante prolijo, los diferentes tipos de escenas que se pueden dar en una película: violencia, relaciones sentimentales, conversaciones, bailes, vestidos etc.

Todo ello iba encaminado a que las películas tuviesen una imagen y temáticas lo más asépticas posible, evitando cualquier tipo de “exhibicionismo” considerado de mal tono social. Las críticas a cualquier autoridad o institución social (especialmente el matrimonio y la religión) debían soslayarse o mostrarse de un modo tal que el personaje que las llevase a cabo acabase malamente (con el sano propósito de adoctrinar de paso).

En cuanto a los crímenes, estaba prohibido mostrar las técnicas de asesinato, robo y tráfico de drogas para evitar su imitación por el público. Los tiroteos, asimismo, debían reducirse lo más posible o ser de corta duración (especialmente difícil de aplicar en películas de John Wayne, por poner un ejemplo). Lo mismo ocurría con el consumo de alcohol, que era reducido al mínimo posible.

La moral religiosa ocupó también una parte importante del código: ningún cura o monja podían ser objeto de broma o ser capaces de actos malvados (qué poco sabían de religiosos) y las blasfemias en pantalla estaban radicalmente prohibidas, existiendo una lista bastante prolija de las que no se podían mencionar en los guiones. Los chistes verdes y de temática escatológica (con mierda de por medio) tampoco podían mencionarse lo más mínimo.

Entroncando con esto último, las escenas de pasión estaban prohibidas y se limitaban a un beso fugaz y el posterior despertar en una cama (cuántas veces no habremos visto esto en un “filme” de la época). Se llega al radical extremo de hacer que las parejas casadas duerman en dos camas separadas.

El desnudo fue un tema tabú, salvo en el caso de que se empleasen imágenes obtenidas en algún país exótico y en las que los  miembros de las diferentes  “tribus” apareciesen desnudos o semidesnudos.

Sin embargo, lo verdaderamente chocante era el apartado dedicado a “temas reprobables”, es decir, que no eran moralmente malos pero sí considerados de mal gusto: operaciones quirúrgicas, malos tratos a animales y niños (no así a mujeres), la aplicación de la pena de muerte, curiosa censura en un país como EE UU. . Por último, las heridas debían mostrar siempre un mínimo de sangre, para evitar la repulsa del espectador.

Lejos quedaban ya los filmes de estrellas como Mae West y Jean Harlow, la rubia platino original, en las que la procacidad en el lenguaje, las insinuaciones y los bailes sensuales, también prohibidos, especificando que no se podían mover las caderas ni enseñar el ombligo, formaban parte esencial de la trama. El Código y las drogas, en el caso de la segunda, acabaron con sus carreras y su imagen de mujeres fatales.

Lejos también aquellas películas como “Wings”, ganadora del primer Óscar a la mejor película, en la que los pilotos de combate morían arrojando borbotones de sangre por la boca. John Wayne iba a exterminar a varios pueblos indios sin derramar una gota de sangre.

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«Wings» destacó por sus violentas escenas de guerra. El Código Hays las prohibiría durante 30 años

Así que si usted, alguna vez, se ha preguntado por qué los heridos de las películas del Hollywood dorado no tienen sangre por ningún lado, por qué los matrimonios duermen en camas separadas y por el hecho de que las prostitutas no parezcan prostitutas, agradézcaselo a Mr. Hays, ya que su famoso código fue el imperante en el momento de la producción de clásicos de la historia del cine. No le echemos toda la culpa. Se debió, por así decirlo, a exigencias del guión.

EPÍLOGO

En 1967, el Código fue sustituido por la actual clasificación por edades recomendadas, que vetaba la asistencia a las salas a los menores de edades no recomendadas y dejaba al libre albedrío a los adultos. Pensemos lo que directores y actores como Sam Peckinpah (llamado “el director de la sangre”), Kubrick o Clint Eastwood hubiesen sufrido con la aplicación del código, y no solo por el sexo o la violencia, sino muchas veces por el crítico contenido de las películas. Por suerte la sociedad estadounidense se había hecho mayor y no necesitaba de tutela…o bien los productores se dieron cuenta de que si seguían con normas férreas de moral anticuada y ñoña iban a perder millones, habida cuenta de los nuevos gustos y cambios sociales a partir de la segunda mitad de los años 60. Júzguenlo ustedes mismos y disfruten de la película.

 Ricardo Rodríguez