Él. II

– ¡Ole tus huevos!- dijo Juan mientras le daba otro trago a la cerveza recién servida. Acababa de enterarse del contenido del sms – Por fin le has echado valor y has plantado tus cojones sobre la mesa. Se acabó tanta paciencia. ¿De qué vale ser tan paciente?

– Para tratar con algunas  mujeres, esto de la paciencia es un ancla al cuello, me lleva lastrando toda la vida- soltó Alberto.

Juan era consciente de lo dura que se había vuelto la situación de su amigo con la chica que le gustaba. Pocas veces lo había visto tan abatido  y  por eso intentaba animarle. Con ambos brazos apoyados en la barra mientras sostenía el vaso, con ambas manos, Alberto miraba al infinito que en este caso estaba representado en esta ocasión en la máquina de hacer zumo en la que se podía observar alguna cáscara. Rápidamente siguió la conversación.

– Bueno, tú has dejado que eso te lastrara. – Tomó aire- Lo de Mariana se veía venir. Desde que me contaste que el ex novio la llamaba y le enviaba 2 o 3 sms diariamente la historia no podía ser como ella te la contaba. Ahí tenía que haber algo más… Además la pillaste en alguna contradicción…-dejó en el aire la afirmación esperando la confirmación.

– En ese momento me tendría que haber plantado y haberla mandado a tomar por culo…- “y no haber hecho el canelo”, pensó Alberto.

– Pero tú no eres así. Tú eres una persona que intenta ser prudente en todas las situaciones. Tú das una y otra y otra oportunidad,

-¿Y de qué me vale? Las que van pasando por mi vida me dejan destrozado y encima con cara de tonto. Luego lo que toca es reconstrucción mientras ellas, generalmente tienen a otro.- “si es que son todas unas… “

– Amigo,-interrumpió-  al menos esta vez podría haber sido peor. Esta tía ha sido muy cabrona contigo.

– Porque yo la dejé serlo…- dijo Alberto de forma derrotista.

– ¡NO! La gente no se porta mal con otra porque los otros le dejen ser “malos”, sino por su forma de ser. Puede que le gustaras al principio. No creo que se vaya metiendo en casas y camas ajenas con todos los que conoce, pero sí que estoy seguro que se ha aprovechado todo lo que ha podido y más de su posición de fuerza. Te ha manejado como ha querido y si lo ha hecho es porque ella iba buscando hurgar en tu debilidad. Es como el que observa como se le cae la cartera a alguien sin que se dé cuenta – tomó otro trago -. Hay gente que le falta tiempo para indicarle al pobre hombre o mujer que se ha dejado su cartera en el suelo y hay gente que le importa una mierda y por pereza, vergüenza o incluso para quedarse el dinero pasa de decirle nada. La gente elije cómo comportarse frente a las situaciones que se va encontrando  ¿Acaso te quedarías con el dinero?

– Obviamente no.

– Cada persona debe responder por sus actos. No defiendas o disculpes a Mariana por los suyos. En vez de que se te cayera la cartera, que también te has dejado un dinero con ella, que no es por tocar los huevos,  -“no que va…”, pensó Alberto fugazmente-  se te ha caído el corazón y ella no lo ha devuelto.

– Pero ya ves, esta vez debes estar contento –prosiguió mientras le daba una palmada en el hombro-  dentro de que fuera una zorra contigo, la has plantado de una vez. ¿Te ha dicho algo?

– Nada de nada, se ha quedado callada. Ya dirá algo cuando el siguiente la mande a tomar por culo. Estoy seguro que esta historia seguirá de alguna manera. Pero yo ya lo tengo claro, hay que pasar página…

– Bueno, dejemos de hablar de “la piojo López”… y háblame de la nueva página. ¿Quién es esa Dalila que te ha dado fuerzas sobrehumanas para hacer de Sansón?

– Dicho así parece que le he pegado una patada a una para liarme con otra. Parece hasta que soy un triunfador.

– Bueno, eso no es triunfar, amigo mío,  y lo sabes, pero eso es otro tema. Yo he venido a hablar de mi libro…- dijo Juan parafraseando e intentando imitar a Paco Umbral-  digo de tu muchacha nueva. Como me dijiste que se llamaba… ¿María del Carmen?

En ese momento, el derrotismo desbordante y hasta enfermizo fue retirándose paulatinamente como las nubes mañaneras dejan paso al sol del mediodía.

-No, no… María José -una ligera sonrisa vergonzosa apareció en su cara con solo escuchar el nombre de su nuevo sol de mediodía.- Lleva un mes en la academia y la verdad es que casi ni he hablado con ella, no hemos coincidido mucho tampoco. Estoy empleando técnicas de guerrilla.

– Como siempre haces- apuntaló Juan mientras vaciaba un poco más su vaso.

–  Cuando me la cruzo por los pasillos siempre intento decirle alguna chorrada para que se pare y hablar con ella un poco.

– Parece que te ha dado fuerte.

Antes de hablar Alberto copió a su amigo y también vació su vaso, acto reflejo que lo llaman…

-Tiene algo, sobre todo la mirada. Me hipnotiza, tío. Es mirarla y asomarme una sonrisita en la cara. –“como la que tengo ahora seguro”-  El corazón se me pone a mil. Y encima es que soy un poco descarado. La de Química ya me ha pillado mirando fijamente a María y ya me preguntó.

– Lucía – dicha profesora de química- es muy inteligente, esa pilla todo al vuelo. Una pena que ni yo ni ella podamos que si no…

– No seas fantasmón que está casada y muy bien casada, además su marido es muy buena gente.

– ¿Hoy viene el marido?

– No.

– Interesante- dijo Juan mientras guiñaba el ojo descaradamente para remarcar la gracia…

Alberto, bebió otro poco terminando el vaso, se rió y continuó.

– ¡Fantasma!… ejem…El caso es que estoy en ese plan, buscando coincidencias de donde no las hay. Ya más o menos tengo claro su horario. Ya sé que los jueves se queda una hora y media en la sala de profesores y además desayuna allí 3 veces en semana. A partir de ahora paso de ir al bar a desayunar, abusaré todos los días desayunando con ella – rió débilmente dándose cuenta que podía sonar un tanto patético.

– Joder chaval, pareces un sapo mientras sigue a su mosca con la mirada, en cualquier momento sueltas la lengua y le pegas un chupetón. – dio fe Juan  mediante una metáfora de lo patético que era.

– Más quisiera yo…- “un poco de lengua nunca es mala”, más patético aun.

– Mejor no, que no ibas a dar muy buena impresión. Imagínate la pobre.  Adaptándose al trabajo nuevo y de repente uno de su compañeros le  suelta un lengüetazo en mitad del pasillo. Como sea de armas tomar te mete una hostia delante de los niños que lo flipas, chaval.

– Tú me conoces, yo no pego lengüetazos…

– No, tú babeas por las mujeres- dicho lo cual ambos callaron, Juan porque terminó su cerveza y Alberto porque estaba aceptando, de manera diplomática, la hostia (con la mano abierta) que le acababa de dar su amigo. Éste, viéndose ganador de la contienda y a modo de condescendencia con el vencido decidió cambiar de tema, algo que agradeció su interlocutor- ¿Quién viene? Aparte de Lucía y María José.

– Pues, que yo sepa  Lucía, María José, Helena ….Paco, Laura y …. Salva… no sé si se apuntará alguien porque, creo recordar, que alguno dijo en el grupo de Whatsapp que llamaría a alguien más. Aquí hemos quedado con todos ellos menos con Salva que iba directamente al restaurante, al igual que Lalo.

– Vale, contándote a ti solo conozco a tres.

– Es normal, hace unos años que te fuiste de la academia pero  vamos, ya te hablé de casi todos. Paco es el de Economía, lleva poco, no sé si dos o tres meses. Laura da Lengua, es la que le gusta la fotografía, como a ti, ¿te acuerdas que casi vamos a una exposición suya hace 2 meses?

– Casi…

– Bueno, recuerda que te lo comenté, había que ser cortés y decirle que si podíamos, íbamos.

– Eso tu, que te gusta quedar bien con la gente.

– Hombre, un mínimo…Da igual, tampoco tengo tanta confianza con ella.

– Pues entonces para que le dices que a lo mejor íbamos. Parece mentira que yo que estoy semi casado tenga que decirte como ligar. Si yo estuviera soltero…

– ¡Venga ya! Si tú estuvieras soltero te comías los mocos como yo. Que estoy hasta los huevos de gente con novia, de cierto tiempo, diciéndome “pues si yo fuera tu”… ¡Un carajo!

Juan rió tranquilamente sabiendo que había tocado donde le duele a su amigo. Gozó su victoria y otorgó un cambio de tema, nuevamente – ¿y los otros quiénes son?

– Salva es el de Francés y Lalo el de Latín y Griego… yo creo que Salva estuvo contigo.

– ¡Eh! Fue compañero de trabajo. Que como tú lo has dicho parece que nos hubiéramos enrollado. Creo recordar que, cuando yo entré en la academia, daba Francés un muchacho nativo, Gerard creo que era, que aguantó varios meses. Al irse contrataron a Salva… ¿ya te has enterado si es pasivo o activo?

– Al igual que pasa con Lalo, prefiero no saberlo. Es más, parece ser que ellos si lo quieren averiguar. Llevan tiempo mandándose miradas de soslayo e indirectas bastante directas. Helena dice que está noche se comen la boca

– ¡Señor! Un espectáculo digno para que me traigas a presenciarlo. Si lo llego a saber me quedo en mi casa.

– ¿Cuántas veces habrás visto tu algo así?

 – Sean cuales sean espero que no varíe esta noche…

En ese momento llegó Laura. Ninguno de los dos muchachos se dieron cuenta de que había entrado al bar hasta que tocó el hombro de Alberto que el daba la espalda. Ambos cambiaron su pose relajada por otra un tanto más erguida. Otro acto reflejo.

-¡Hola Alberto!

Juan pegó un repaso rápido a la muchacha mientras entraban en las presentaciones pertinentes. No le llamó especialmente la atención ningún rasgo físico. Que fuera tan alta como él y de cuerpo delgado, exceptuando en las caderas donde ensanchaba notablemente, le restó el atractivo necesario como para destacar. Una cara alargada caracterizada por unos ojos grandes y una nariz pequeña, coronada por un pelo largo y moreno, sumaba algún punto a su favor pero sin destacar.

– Oye, ¿todavía estáis solos? Ya nos hemos pasado de la hora en la que quedamos, creo.

– Crees bien. Aquí nosotros que somos unos señores. Llegando puntuales  a los sitios y con una cerveza en la mano, como debe ser. Por cierto, ¿quieres una? – añadió en tono señorial Juan, que, pese a no pretender absolutamente nada, iba subiéndose poco a poco.

– No, gracias. Supongo que estarán a punto de llegar los demás. ¿A qué hora era la reserva?- preguntó la muchacha mirando a Alberto directamente, ignorando a Juan de manera evidente.

– Teóricamente dentro de 20 minutos, pero el restaurante está aquí al lado. Podemos esperar 10 minutos o incluso un poco más – contestó Alberto que tenía claro que “sin María José no me voy de aquí ni aunque vengan los Geos a desalojarme”.

Acto seguido una nueva muchacha se acercó al grupo.

– ¡Hola chicos!… ¡hombre!… ¡Juan! Que me alegro de verte.- Helena llegó al lugar como siempre, adueñándose de la situación como si fuera inevitable que hubiera ninguna reunión sin ella. Su mirada de ojos azules como el agua podía dejar sin respiración a varias generaciones de descendientes de cualquiera que tuviera la suerte de contemplarla. – Hace mucho que no te pasas por la academia. Hay que ver que rápido te has olvidado de todos. Si no fuera por Alberto no nos enteramos de nada de lo que pasa en tu vida.

– Ni falta que hace… – a Juan le encantaba ese juego de tira y afloja con Helena. Pese a que él estaba con novia e incluso con fecha de boda elegida, era algo a lo que nunca se podía resistir desde los tiempos en los que estuvo trabajando con ella. – Sí, bueno, tú sabes, viviendo fuera es complicado pasar por aquí cada vez que me apetece. Cuando me enteré que habíais quedado pensé que sería un buen momento para veros.

– Muy bonito, con todo el cariño con el que te trataba allí. Que me pedías fotocopias y al momento te las tenía, que te llevaba las tizas a la clase, que te cambiaba la temperatura del aire acondicionado cada vez que pasabas frio o calor,  entre otras cosas…- dijo mientras apoyaba la mano izquierda en el brazo flexionado de Juan. Tocó suficiente para descubrir el paso acelerado del corazón del muchacho.

– Calor tengo cada vez que te veo – replicó con una sonrisa en la boca.

– Pues aquí no tengo el mando del aire acondicionado. Tendremos que buscar alguna otra manera de que se te pase el sofoco…- mucha Helena- como pedirte otra cerveza y de paso a mi otra.

– Mejor ya en el restaurante, que nos vamos a ir en nada.

– Que poco piensas en mí, con lo detallista que era contigo…

– Detalles que nunca olvidaré y por los cuales te tengo en un pedestal.

– Un pedestal que contemplas poco.

– Esta noche puedo contemplarlo el tiempo que quieras…

– ¡Demos gracias a los dioses! Pero quizás al pedestal no le vale solamente hoy…

Tanto Laura como Alberto (un poco más Laura) estaban asombrados por el intercambio de palabras entre ambos sin venir demasiado a cuento…

– Bueno, ya me contarás más tranquilamente según pase la noche cómo te va en el trabajo.- añadió Helena clavando sus garras en forma de mirada, una vez más. Quiso cortar momentáneamente la conversación al darse cuenta de que Laura estaba empezando a estar bastante incómoda

– Descuida, que yo a ti Helena… te cuento lo que tú quieras- Juan empezaba a transpirar más de la cuenta así que agradeció la tregua dándose cuenta también la extrañeza que podía levantar ese pequeño diálogo. Aún quedaba mucha noche por delante y podría hablar con ella a solas

– Así me gusta- finiquitó la chica.

En ese momento Alberto obvió todo ruido de fondo en el que se había convertido la conversación que nacía en ese momento entre los demás. Realmente es como si todo el mundo se hubiera esfumado del bar. Su cerebro solo tuvo capacidad y atención para seguir con la mirada a María José mientras se acercaba, junto con Lucía, a la puerta del bar- “joder, que guapa está”. El descubrimiento de las largas piernas de la joven gracias al pantalón marrón corto que vestía, dejó completamente helado a Alberto cuyo cerebro volvía a cortocircuitarse ante semejante visión. Poco a poco fue subiendo y percatándose de la blusa ligera, demasiado para ese tiempo, y del pelo recogido que remataba su rostro convenientemente maquillado para la ocasión. No era un hombre que se fijara en tantos detalles cuando le gustaba una chica pero, en esta ocasión, cada vez que la miraba descubría algo nuevo y las ganas de besarla crecían exponencialmente. Tanto, como su miedo a volver a cagarla.

 Las chicas entraron en el local con gesto dubitativo, como si no tuvieran seguro que estuvieran en el sitio correcto. Al darse cuenta, Alberto empezó a mover la mano hasta que lo vieron y entraron. No  pudo de dejar de mirar a María José en esos metros que las separaban del grupo como tampoco pudo hacerlo mientras saludaban a todos ni durante la leve conversación en la que describieron sus peripecias hasta dar con la cervecería.

– Tú, el que está en las nubes. ¿Nos vamos ya?- intentó cortar Lucía sus pensamientos mientras lo miraba de tal forma que le estaba indicando que sabía muy bien en que  estaba pensando.

– Sí, sí, pagamos las cervezas y nos vamos.- No pudo salir de otra forma.

Las cuatro mujeres se adelantaron mientras Juan y Alberto se quedaron solos en la barra.

– Buen gusto Albertito- dijo Juan mientras le daba un toquecito en el hombro a modo de aprobación.

– ¿Ves como no estoy loco?

– No si eso lo tengo claro, lo que me temía era que te conformaras con un orco recién fugado de Moria. Ya veo que te tengo bien educado.  De momento vas bien, eso es lo importante, aunque ya puedes hablar un poquito más, que ha sido llegar ella y no existir.

– Si tío, me hipnotiza, ya te lo dije. Es incontrolable.

– Señor…

Una vez saldada la deuda, salieron al encuentro de las muchachas y tomaron camino del (denominado muy pomposamente) restaurante en el que cenarían. Alberto era el que mejor se sabía guiar por el callejeo por lo que se puso instintivamente a caminar el primero, absorto en sus pensamientos. Desarrollando un monólogo interno lleno de ideas sueltas a modo de brainstorming” Por qué cojones no has dicho nada ingenioso…. Esta no es como la otra…. María Joisé merece la pena…. Espero que al mirarla no la haya incomodado…. Como tenga opción esta noche me lanzo… etc…”

 Después de un par de minutos, Lucía llegó a su altura, se veía que la chica estaba intentando llegar a tener una pequeña conversación algo más seria pero terminaron hablaron de cosas del trabajo. Alumnos y alumnas que estudian poco y trabajan menos. Conversaciones anodinas para momentos anodinos.

Alberto pensó que al ir solo delante, la chica se acercó por hacerle compañía.

El restaurante, como lo había denominado Lalo, no era más que un bar cutre, con manteles de papel en todas las mesas y con el suelo plagado de servilletas retorcidas acompañadas con sus inseparables huesos de aceitunas superpuestos en un entorno de serrín. “Básicamente la definición de TASCA”.

Pasado el salón principal, en el que se observaba dicho espectáculo sobre el que se distinguían a 2 o 3 parroquianos recibiendo el pan y el vino en la barra,  y flanqueando  una puerta de cristales (en el que faltaban algunos), pasaron a un saloncito, en el que se notaba una ligera mejoría” al menos aquí los manteles son de plástico”.

En una mesa alargada distinguieron a Lalo acompañado por una chica. Al verla, Alberto se quedó petrificado y Juan se acercó a él sin que nadie más lo notara para susurrarle.- ¿Y esta que hace aquí?

– Ya la hemos jodido- susurró Alberto a modo de respuesta.

Luis Díaz