-Vendrás a la comida de Navidad, ¿verdad?-, me pregunta mientras muerde, mimosa, su bolígrafo.

La persuasión en femenino funciona así. Ella nunca va a decirte “me gustaría que vinieses”. Tampoco utilizará el imperativo categórico. El lenguaje de la mujer es profuso, insinuante, afilado, incluso simple, pero no directo. Así garantiza su estabilidad, su conservación social, la posibilidad de mantener el afecto. Remediar el conflicto potencia el contacto social. La guerra y la aniquilación no son las únicas formas de imposición. Ni siquiera las más efectivas. A través de la comunicación y de la interacción se obliga al otro a un esfuerzo continuo, a demostrar el valor infinitamente, a merecer la recompensa. Por eso es tan sangrante su chantaje, porque sabes que la batalla es eterna, porque el premio (dichosa obsesión masculina) es exiguo.

-Un segundo-, dices especificando un resoplido sofocado.

Al sentirte vacilar ha modificado la estrategia. Inclinando la cadera ligeramente hacia el abismo, coloca los brazos en jarras para escenificar el cambio de la dulzura a la impaciencia, también fingida.

-Dime algo que no tengo todo el día y debo confirmar los comensales al restaurante antes de las dos.

Entonces es tu momento. Anhela un oyente atento y siente amenazada su autoestima. Necesita un chute de oxitocina, un rato de charla que active los centros del placer de su cerebro. Por un instante puedo tomar la iniciativa, puedo sentir su duda, su incertidumbre, su flaqueza. Por una respuesta puedo cobrarle minutos haciéndola esperar, consultándole absurdos, mareándola con detalles minios sobre la hora, el menú, el precio, los asistentes, la barra libre o las líneas de autobuses con parada cercana. Ser fuerte y aprovecharlo. Estás preparado, sabes la forma hacerlo y, sin embargo… Es estúpido como conociendo el juego vuelves a tropezar. Ella te quiere en el almuerzo para flirtear un poco, captar tu atención, sentirse perseguida y apartarse para presumir con las compañeras. El éxito medido desde la aceptación y la envidia de las demás. Eres sólo un peón, una marioneta con hilos cortos bailando al son de su comedia. Caes de nuevo. El ritmo de llenado de tus vesículas seminales te lo impone. El anhelo de sexo es suficiente para nublar tu lógica. Vives preso de tu naturaleza. De tu naturaleza y del miedo.

-Perdona guapísima, pero debía terminar el balance. El cierre del año me trae loco. Yo voy, por supuesto-.

Encima le regalas un piropo. ¿Por qué tienes tanto pavor a perder aquello que no es tuyo? ¿Por qué no logras llevar a la práctica la teoría? ¿Por qué no te atreves a apostar fuerte? ¿Por qué no eres capaz de aprovechar la debilidad ajena en beneficio propio? ¿Por qué sigues siendo esclavo de tu propia abnegación? ¿Por qué no le muestras la versión locuaz, desenfadada e irónica de tus años de adolescente? La edad, a punta de seriedad, te ha acobardado estúpidamente. Desde un punto de vista racional únicamente puedes perder la ilusión de alcanzarla algún día. Pero, ¿cuánto vale la ilusión? ¿Para qué sirve la prudencia? ¿Por qué tanto temor? ¿Dónde nacen mis complejos? Ella sale con un chaval tres años más joven que tú. Intelectualmente no te llega a las suelas de los zapatos. Él es un repetidor fracasado de la ESO y yo un titulado universitario que lee a Nietzsche. No hay color. En el plano económico salgo algo más perjudicado ya que su nómina de empresario de discotecas le da para comprar tres meses de mi trabajo. Las perspectivas de futuro son ya harina de otro costal: la noche desgasta a punta de infidelidad. No obstante, anclado a un escritorio, tu porvenir tampoco va mucho más lejos. Como compañía, por otra parte, el muchacho tiene poca conversación si lo sacas del fútbol, los coches y las mujeres. Y físicamente tampoco es un Adonis, aunque tú no eres Alain Delon precisamente. Pero tienes más pelo y no fumas, algo importante porque el tabaco tiene muy mala prensa hoy en día. A lo mejor es una bestia sexual aunque quizás eso prefieras no averiguarlo. En conclusión y sumando, eres darwinianamente superior. Entonces, ¿por qué no asumes el rol dominante? ¿Por qué no tirarse a la piscina?

-¿Quieres carne o pescado?

-¿Perdona? Estaba en mi mundo y no te he escuchado-, respondí haciéndome el indiferente.

-Estamos hoy espesitos-, me reprimió, suspirando, algo molesta-. Te he dicho que si prefieres carne o pescado de segundo.

-Yo siempre carne-, sonreí esperando encontrar eco en el típico chiste de macho psedo-homófobo-. Por cierto, ¿quiénes se han apuntado hasta ahora?-.

Si la observas usando criterios meramente cuantitativos, ella no es para tanto. Sus ojos son grandes y vulgares, su nariz es convexa y tiene un enorme lunar en la frente que trata de esconder ladeando torpemente el flequillo. Probablemente compre sujetadores con relleno y el resto de su ropa interior, que saca a pasear ocasionalmente por encima de sus horrorosos pantalones de talle bajo, es terriblemente ordinaria y escueta. Aunque perennemente responsable (en el acepción más esclavizante del término), se comporta de manera aniñada y parece no tener vida interior más allá de las borracheras ingentes, los reservados de las discotecas de moda y la moda misma. En paquete estándar contiene: Chaqueta marinera de lino de H&M, blusa de blanca de lunares de Cortefiel, ron Cacique con Coca-Cola Light, pendientes de aro de Stradivarius, nivel de formación profesional grado medio marca LOGSE, un best-seller de vampiros decorando la mesilla de noche, series de producción nacional en cadenas generalistas, botines de cuña crepe de Nicolás y pulseras con símbolos y advocaciones sin contenido. Hoguera de vanidades. Masa. Como ella hay multitud de chicas embutidas en un uniforme de dependienta y doblando camisetas de saldo en Zara. O sirviendo copas detrás de la barra de un pub pretencioso y pretendidamente moderno. O atendiendo incidencias (los problemas no existen para las compañías de telefonía móvil) de cincuentones desquiciados que contrataron un pack de Vodafone con teléfono, televisión e Internet y que no comprende porque les atiende una compañía subcontratada cuyo personal es mayoritariamente ecuatoriano, borde o ambas cosas. Definitivamente, un sueño de princesa hecho polvo y carne.

-Voy yo, no te es suficiente-, aprieta ella para sacudir tus adentros.

Es precisamente su inocente perversión, su cercanía equidistante, lo que la convierte en objeto de deseo. Quizás sea la escasez de mujeres en la oficina (las empresas siguen siendo un mundo de hombres), o el rumor colectivo convertido en mito, o simplemente ese punto de Lolita. Su mal gusto adolescente, su anodina normalidad, la etiqueta de arquetipo… No sé, pero hay algo intangible en ella que te hace temblar. Probablemente tu cabeza la sublime y poetice por encima de su vulgaridad. Pero, ¿qué es el amor si no idealización?

-Soy cotilla por deformación profesional, Bea. No es porque no me baste tu compañía, sino porque necesito conocer.

Escurrido el bulto has conseguido rebajar la tensión. Aunque te favorece la situación, eres siempre quien decide no seguir estirando la cuerda. En el fondo esta actitud, tu forma de afrontar los problemas, es aprendida y heredada. He han educado para dar las gracias por ser torturado, por ser innecesariamente eficiente, por cumplir las órdenes tajantemente, por hacer las cosas con precisión. Igualmente, has asimilado que debía pedir perdón por tu talento, por ser más original, por arrojarme a emprender tus propios proyectos, por tratar de robar un beso, por creer en ti. Has interiorizado que todo lo que he logrado responde a un golpe de fortuna, a una conjunción interplanetaria, a unas copas de más, a una escueta recomendación de un jefe para quien trabajabas de becario y que te regaló, tras horas de trabajo no remunerado, una escueta nota de recomendación. Tienes una vivienda de 53 m2 en la periferia (sin posibilidad de venta en 25 años) gracias a un deficiente y desaparecido programa del ayuntamiento de viviendas de protección oficial. Gracias a ello puedes vivir atado a un crédito leonino con una antigua caja de ahorros local reabsorbida, fusionada, convertida en banco y rescatada por el Estado que se niega a bajar los intereses, sorbiendo dos tercios de tu nómina. Gracias a dicha entidad bancaria, y a la llamada de un tío abuelo de mi primo, tienes un empleo de mileurista con una categoría profesional varios números inferior a la que te corresponde por tu formación. Y gracias a la nómina que te proporciona ese empleo tienes una responsabilidad ciega y una madurez insobornable. Porque el más mínimo descuido arruinaría el mundo que con tanto esfuerzo, y gracias siempre a los demás, has construido. La ironía es tan ciega que, pese a la opresión en el pecho, a los atascos in itinere y a la pila de informes sobre tu escritorio ergonómico de aglomerado, tienes miedo a escapar. Te sientes en deuda con el sistema, con el mundo, con la casualidad que se ha tejido en torno a ti para, en cierta manera, pegarte a ella. Estas atrapado en la jaula porque la jaula te sostiene y te retiene hasta que pagues tus atrasos. Y después tal vez también.

-Bueno, en ese caso te perdono y te cuento después, que ahí viene Rodríguez con cara de pocos amigos-.

Es verdad, podrías escapar de este mundo. Y podría ser junto a Bea. Sólo tendrías que tomar la determinación de hacerlo, de asumir tus capacidades y tener fuerzas para romper con todo. Pero de tanto repetirte el rosario de tus cadenas te has cortado las alas y no sabes combatir, ni siquiera huir. Eres la primera línea del frente, un parapeto amortiguando las hostias de enemigos imaginarios a quienes, sin darte cuenta, estás defendiendo al día siguiente. Eres resignación. Resignación y mano izquierda para no desmoronar los barrotes de tu jaula. Asúmelo, el coqueteo con ella es la utopía que te mantiene respirando y no sabes si seguirías con fuerzas si  pierdes la quimera de su voz. Con el flirteo de hoy ya tienes comidilla hasta el día del almuerzo de Navidad. Lo sabes, postergas una agonía manteniendo espejismos, negando una realidad peleada con la verdad, injusta, desequilibrada pero, al fin y al cabo, real. No estás en su mapa, eres un entretenimiento laboral, complaciente y consentidor. En el engaño, te llegas a convencer de que tal vez ese sí sea tu día, como lo podría haber sido hoy. Como lo podrían haber sido tantas otras hojas del calendario.

Francisco Huesa (@currohuesa)