El Hombre que Susurraba a las Integrales (I)

El Hombre que Susurraba a las Integrales (II)

El Hombre que Susurrba a las Integrales (III)

Él III

  

– ¿Qué os parece la nueva?- dijo Lalo sin ningún tipo de disimulo y de manera demasiado amanerada, incluso para él- Ha empezado muy callada y casi no habla con nadie en la academia pero se la ve buena muchacha.

– No creo que dure demasiado. Sustituir a Beatriz no es fácil. – Añadió Brígida. Alberto tenía claro que no se habían caído demasiado bien ambas y, conociéndola, también tenía claro que empezaría a soltar mierda de ella en cuanto pudiera. Esta vez se había superado. En menos de una hora ya la estaba criticando. Ese fue el motivo más claro del por qué Alberto ya no aguantaba a Brígida.

Cuando la conoció pensaba que se trataba de una persona mucho más interesante. La veía tímida, reservada, inteligente y capaz de adaptarse a cualquier situación. Además parecía que no le importaban las ideas pre establecidas sobre nada y que le gustaba escuchar a los demás. Cuando vio que la chica le hacía ojitos, Alberto no lo dudó y la invitó a comer a casa. Previo visionado de una película infumable se le tiro al cuello en el sofá. Creyó haber pegado un pelotazo. El problema es que no era consciente que se lo estaba pegando en la cara.

En cuanto quedaron tres o cuatro veces las cosas cambiaron. Lo que antes parecía modernidad y adaptación se convirtió en tradicionalismo y obligaciones. Lo que antes era escuchar, se convirtió en imponer, ya no solo de sus ideas cocinadas y achicharradas previamente sino de las de sus padres, como si se tratara de una constitución a la cual acogerse en todo tipo de situaciones.

Poco a poco se fue desgastando y desapareciendo el encanto inicial como el que bebe del brik de zumo cada vez que abre la nevera. Llega un momento que abre el tapón, se echa el brik a la boca y no cae nada salvo pequeñas gotitas.

Y lo más gracioso es que ella fue la que rompió. Después de tragar un par de meses la zozobra a la que se veía abocada la relación, Alberto no tuvo narices de cortar la breve experiencia antes que ella. Y, como suele pasar en estos casos, se resistió a la ruptura. Eso sí, lo justo y necesario para entrar dentro de la normalidad, porque en cuestión de días sentía que había adelgazado 30 kilos y rejuvenecido 10 años.

A los meses, como ya le había pasado en otras ocasiones con otras chicas, ella volvió a rondarle. Y mucho. Otra vez poniendo caritas dulces, pero esta vez estaba ya muy calada y Alberto no sintió ni el más mínimo interés en retomar una relación tan vacía como incómoda.

Evadió como pudo una conversación en la que tuviera que contarle lo desilusionado que se había sentido al conocerla de verdad, porque eso de ser sincero está muy bien. Pero cargarse a una persona a la que se le tiene un mínimo de cariño es otra cosa. Y desde entonces, dos años en los que ella periódicamente volvía a la carga y él la evitaba lo máximo posible con otro pase por chicuelinas.

Su salida de la empresa varios meses antes facilitó la vida a Alberto convirtiéndola en un simple recuerdo.

Al verla en el local no pudo más que pensar que esa noche le tocaría sacar el capote y hacer frente a este pequeño temporal para lo cual, afortunadamente, contaba con la ayuda de Juan. Su amigo nunca llegó a tener claro esa relación ya que pensaba que se  trataba de una mujer tremendamente insípida. Punto para Juan.

– Se está adaptando bien. Estoy seguro que dentro de nada tiene ganados a los niños- dijo Alberto defendiendo a la ausente- también tiene que hacerse a tanto viaje, que vive a tomar viento.

– Pues ya debería estar acostumbrada porque el novio es de aquí.

Al escuchar esa maldita palabra saliendo de la boca de Lalo, Alberto se sintió primero hundido para terminar sintiéndose gilipollas. La ausencia de conversaciones acerca de su novio y la inexistencia de un anillo en su mano (cosa que verificaba puntualmente todos los dias) le habían hecho pensar que no tenía pareja.

– Ah, ¿pero tiene novio?- reaccionó Juan rápidamente para evitar a su amigo la papeleta de encima se ser gilipollas aparentarlo a los demás.

– Si, a mi me lo ha dicho de camino. – Añadió Laura- como me ha recogido de camino hemos tenido tiempo de hablar.

– Yo los he visto juntos.- dijo Salva –era la primera vez que Alberto escuchaba la voz tan apagada del profesor de francés en toda la noche.- El fin de semana pasado yo estaba con mi… un amigo esperando en la puerta del cine y me los encontré. Iban a otra película así que no hablamos mucho. Es guapo el chico. Se ve algo más mayor que ella. Un poco más alto y está delgado aunque se le ve fuerte…

– “Dios, que pare que se le cae la baba” pensó Alberto.

– ¿Tiene el pelo canoso y lleva gafas? – añadió Helena a la conversación.

– Si, ¿a que le dan un aire interesante? Aunque creo que tiene los ojos claros, le pegarían mas unas lentillas- confirmó y añadió  Lalo.

– ¿Tú también lo has visto?- preguntó Alberto mientras toda la mesa menos Salva dirigió la mirada para Lalo.

– Bueno… yo…. Es que Salva me lo contó tomando un café antes de entrar a clase el otro día.

– Estos dos están liados- dijo susurrando Juan a su amigo. Juan se estaba riendo por dentro a carcajada limpia. No era por hacer leña, pero estas cosas solo le pasan a Alberto. Se empieza a enamorar de una muchacha que pintaba bien y resulta que es el único de todo el círculo que no sabía que tenía novio. La noche empezaba divertida. Una muchacha guapa tonteando con él, dos maricones que cuando se miran parece que van a saltar por encima de la mesa para echarse uno al cuello del otro, una miniex resentida y de postre lo de Alberto. Esto solo podía mejorar.

– Soy un desgraciao– fue lo único que supo contestarle Alberto, también en voz baja. A lo que siguió un breve y disimulado asentimiento por parte de Juan.

De repente se hizo el silencio. Prueba inequívoca que María José volvía a la mesa. Que todos eran muy sinceros pero no era cuestión de ir demostrándolo en momentos mundanos.

La muchacha traía una cara un tanto sombría. Parecía disgustada y nadie quiso dirigirse a ella directamente. Las conversaciones se sucedieron durante el resto de la comida sin mayor importancia. Alberto estaba un poco descolocado aún y tuvo varios momentos de ausencia mental en los que no echó la menor cuenta de lo que hablaban los demás. Solo podía darle vueltas a la cabeza que otra vez, estaba quedándose colgado de una chica con novio.

Tampoco María José hablaba demasiado pese a que todas las chicas, excepto Brígida, intentaron meterla en la conversación una y otra vez. Era patente que algo la preocupaba.

Llegaron y se fueron los postres con la misma actitud y llegó el momento de abandonar el local, previo chupito de hierbas de despedida, buscando la primera copa de la noche.

Excepto María José que se había mantenido a raya con el alcohol, los demás ya empezaban a estar felices y contentos, incluido Alberto, que una cosa era estar de media bajona y otra era que encima no probara la cerveza y el vino.

La decisión fue casi unánime de ir al sitio más cercano. Una licorería (antro) llamada El Pelícano feliz, en el que Lalo conocía a un camarero. Al salir del restaurante, se empezaron a ver los primeros movimientos tácticos de la noche. Iban a empezar con la distensión y no había que aparentar nada más.

Lalo y Salva se adelantaron al grupo. Todos veían mucho roce entre ambos e incluso había apuestas sobre cuantas copas necesitarían para enrollarse delante de todos. De momento Helena ya había perdido ya que dijo que se enrollarían en alguna parada para fumar.

Detrás se situaban Lucía, Laura, Helena y María José hablando claramente de ropa y sitios donde habían adquirido los modelitos de la noche. Es decir, lo comúnmente conocido como conversaciones de mujeres prescindibles para los hombres.

En un tercer plano, Juan y Alberto intentaron empezar una conversación acerca de lo descubierto en la cena hasta que se dieron cuenta que Brígida se ponía a caminar con ellos. Primero sin decir nada, con la antena puesta, para evidentemente captar, sin éxito,  lo que estaban hablando. Luego ya decidió iniciar una conversación ante la apatía de los dos chicos de hacer lo propio con ella.

– Cuéntame Alberto. ¿Qué tal estas?

– Bien, ya te lo dije antes. Trabajando mucho – respuesta estándar y relativamente cierta- ¿y tú qué tal?

– Pues parada aún. A ver si hago algún curso para desempleados mientras y aprovecho los 6 meses que aún me quedan de paro.

– ¿Estás echando currículums?

– Empecé a hacerlo, pero mi madre me ha pedido que esté un tiempo en casa ayudándola con las niñas. Mis hermanos le dejan a sus hijas y claro, necesita que me encargue de llevarlas y recogerlas de la guardería.

“Ostia que ya empezamos con su familia”, pensó Alberto. Era consciente que esto era el comienzo de una conversación eterna sobre las sobrinas de Brígida, su madre, sus hermanos, sus cuñadas, su padre, etc… es decir, una cantidad ingente de personas a las cuales no le dio tiempo a conocer pero sobre las que se sabía hasta la marca de dentífrico que utilizaban.

Cuando miró a los lados buscando a Juan se dio cuenta que éste se había adelantado y estaba riendo y haciendo reír a las muchachas que iban en el grupo de delante.” Qué cabrón como se ha quitado de en medio”. Envidia pura.

-… si, mi hermano es que está echando más horas en el trabajo y….-seguía relatando mientras Alberto asentía muy cortésmente. Pero una cosa eran los gestos que mostraba y otra era su mente. No podía parar de pensar en el tiempo que estuvo con Brígida.

Esos cuatro meses los tenía en la mente. Rememoró las cosas buenas. Como comenzó a fijarse en ella un día de junio mientras ella llevaba un vestido ceñido que estilizaba su figura. Como se besaron por primera vez mientras veían una película en su casa. Como se bañaron semidesnudos en un riachuelo cuando se acercaron a pasar el día en el campo.

Pero al cabo de un par de minutos también pudo pensar en las partes negativas. Como se sintió cuando ella le dijo que aun quería a su ex novio. Como se sintió cuando menospreciaba todo lo que decía cuando no coincidía con lo que le dictaba su madre. Como se sintió cuando le echaba en cara que saliera por ahí con Juan en vez de estar con ella y sus amigas bailando salsa. Como se sintió cuando ella le dijo que no quería seguir.

Y ahora, después de otras ocasiones similares, estaba allí tanteándolo para ver si aun tenía alguna oportunidad de volver con él.

Alberto pensó en todo lo que había sucedido en los dos años y pico que hacían desde que terminaron y en las múltiples ocasiones en las que Brígida intentó que volvieran y rememoró como, cuando ella terminó con él, se sintió liberado. Ella no era la mujer de su vida. Eso lo tenía tremendamente claro. Y, partiendo de ese punto, cualquier intento sería perder y hacer perder el tiempo, algo en lo que Briyit evitaba pensar.

– …total. Qué a ver que cursos ofertan cerca de mi casa y si lo puedo compatibilizar. Mi madre dice…

Alberto observaba a María José. La veía reir mientras Juan y Helena comentaban algo gracioso. Su sonrisa iluminaba la noche. No podía dejar de pensar en el hecho de que ella tuviera novio. Desde que la vio por primera vez tenía la sensación que ella era la definitiva. Ella era la mujer por la que había esperado todo este tiempo. Una mujer que le hiciera sentirse mejor persona y, sobre todo, que le hiciera luchar por alguien y por algo.

María José no solo despertaba un sentimiento que no conocía desde hace bastantes años. Sino que representaba la esperanza y la redención. Era la oportunidad de tener algo en su vida realmente importante. Él quería ser el caballero, de no tan triste figura, que luchara por su amada. Pero claro, la aparición de otra persona era tremendamente desalentadora.

Sumido en sus pensamientos llegó todo el grupo a la puerta del local y un portero, de metro noventa, con el pelo rapado y manifiestamente gay les mantuvo la puerta abierta mientras pasaban. Alberto pudo observar como dicho personaje cambiaba la mirada mientras pasaba Juan. Ya se lo comentaría más adelante para reírse un poco de él.

Al entrar, era inevitable fijarse en el techo del local. A menos de dos metros del suelo. Se podía contar con los dedos las protecciones acústicas de las que disponía la sala. Parecían hueveras en toda regla. A la derecha se extendía una barra largar detrás de la cual se situaba una pareja de camareros. La muchacha se acercó al grupo.

Todos comenzaron a pedir, mayoritariamente botellines, no era plan de empezar con cubatas a las 12 de la noche, teniendo en cuenta que el plan era de terminar tarde o temprano, según se mire.

Eran prácticamente los primeros en llegar asi que pasaron sin problemas al fondo del local. Allí se abría una pequeña pista de baile cuyo techo se alzaba un metro mas, del cual colgaba la inconfundible bola de cristales y un par de cañones de haces de luz que apuntaban hacía ella. En una esquina había un pequeño promontorio en el que se alzaba una mesa de mezclas, aun vacía.

La música comercial de fondo invitaba al baile y el esparcimiento. Las chicas pasaron al baño quedando solos Lalo, Salva,  Juan y Alberto. El primero aprovechó para salir a fumar cosa que imitó el segundo, quedándose los dos amigos solos.

– Se ve que se ha quedado buena noche…

– Anda Juan. Renueva tus frases que llevas años diciendo las mismas.

– Y tú renueva tus pretendientes, que llevas años rondando a las mismas. Aunque más bien son ellas la que te rondan.

– Anda mamoncete, que te has quitado rápido de en medio en cuanto la viste pegarse.

– ¡Hombre! Te diré. A quien se quiere follar es a ti. Recuerda que yo le caigo mal.

– Eso es porque tú siempre fuiste imposible para ella. Si le llegas a dejar esa puerta abierta…

-… Me tiro por la ventana…Hay puertas que están muy bien cerradas. Pero no hablemos sobre mí, querido amigo. ¿Te sigue tirando el cebo?

– El cebo, la caña y todo lo que tú quieras. Me da mucha cosa. Es muy buena chiquilla pero no ha digerido que yo no quiera nada más con ella.

– Cosa ni cosa. Tú no eres una ONG. Que se joda tío. ¿O ya no te acuerdas la vez que se fue corriendo en mitad de la cena cuando os pusisteis a hablar de su exnovio peruano? Esa muchacha tiene muchos traumas y tú no eres psicólogo, al menos que yo sepa. Se le está pasando la vida y no se está dando cuenta.

– Por eso. Pero vamos, que yo lo tengo clarísimo que conmigo no va a hacer nada. Me da cosa que no se abra a más gente y conozca a alguien que la quiera y la valore  de verdad. Y a la cual ella le dé también lo que la otra persona necesite.

– ¿Y a ti qué?

– Simplemente buena fe. Aun confió en la gente.

– Y de tanto confiar resulta que esta muchacha que te gusta tiene novio y tú sin enterarte.

– Ya ves. Cosas que pasan…-dijo mirando al horizonte-.

– Que pasan no. Cosas que te pasan a ti. Y cosas que no te dicen, más bien…

– Si es que conociendo mis antecedentes… era cuestión de tiempo que saliera a la luz algo así.

– Lo que pasa es que ella…

– Viene por el pasillo… así que ya seguiremos más adelante.

Luís Díez