La guerra de Vietnam, en la que se vio involucrado Estados Unidos fue, para el pueblo norteamericano un jarro de agua fría en toda regla. ¿La razón? Simple y llanamente los estadounidenses se dieron cuenta de que podían sufrir y perder una guerra, plato de mal gusto para cualquiera. Esa tremenda y dolorosísima dosis de realidad y crueldad vivida a caballo entre la década de los sesenta y los setenta del pasado siglo XX fue inmortalizada por el cine; de modo que pasó a formar parte del imaginario colectivo, puesto que las películas tienen el don y la responsabilidad de “congelar”, a modo de instantánea, el sentir y el modo de expresarse de una sociedad que da forma, a través de su cultura, a pensamientos y sentimientos.

Ahora, que se cumplen cuarenta años del abandono definitivo por parte de Estados Unidos de Vietnam, es un momento idóneo para reflexionar acerca de qué fue la Guerra de Vietnam y cuáles fueron los costes morales reales de dicho conflicto. Es tiempo propicio para ver la que es, posiblemente, la mejor película que ha habido y habrá jamás sobre Vietnam. Es tiempo de Apocalipse Now.

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En 1968, tres jóvenes amigos del mundo del cine tenían un buen proyecto entre manos: adaptar la magnífica novela de Joseph Conrad titulada El corazón de las tinieblas al celuloide. La historia sufriría algunos cambios, y para hacerla más actual se trasladaría al escenario que Estados Unidos estaba viviendo día tras día desde hacía varios años: la guerra que libraba contra Vietnam del Norte por el control de dicho país asiático.

El argumento, en lo esencial, sí era muy parecido al de la novela. Básicamente se narraría la historia del capitán Willard, militar destrozado física y moralmente por la guerra de Vietnam, al que se le requiere para una operación secreta: remontar Vietnam río arriba hasta llegar a la selva de Camboya, donde se encuentra el coronel Kurtz, héroe de guerra al que se le acusa de haberse vuelto loco, de hacer la guerra por su cuenta con un grupo de indígenas y establecer una somera justicia a su antojo; faltas todas abominables a ojos del ejército estadounidense. Una vez localizado, debe ser asesinado para restablecer el orden en aquel lugar.

Los tres jóvenes se llamaban Francis Ford Coppola, John Milius y George Lucas, y no eran nadie lo suficientemente importantes en el mundo del cine como para que algún estudio de Hollywood se hiciese el “hara kiri” financiando tan polémico proyecto. Pero varios años más tarde las cosas iban a cambiar, ya que uno de esos jóvenes, Coppola, se había convertido en uno de los directores más reputados del siglo XX tras filmar dos obras maestras basadas en el mundo de la mafia: El padrino (1972) y El padrino II (1974). Ahora nadie le podía negar nada a este tipo, instalado en el Olimpo de Hollywood, así que se dispuso, junto con John Milius en el guion, a preparar su película sobre Vietnam. Solo Lucas, embarcado por aquellos entonces en la preparación y rodaje de una historia sobre naves espaciales y la sempiterna lucha entre el Bien y el Mal (algo así como Star Wars acabaría llamándose) rechazó trabajar en la película.

Con Francis Ford Coppola en la dirección y John Milius en el guion acababa de gestarse el inicio de un mito del cine; acababa de nacer Apocalipse Now.

“En este film decidimos exponer lo que los norteamericanos hicieron realmente en Vietnam. Y creo que en esa descripción llegamos demasiado lejos. En el corazón de la jungla, rodeados de técnicos, de equipo y de dinero, nos volvimos locos y, sin embargo, el film continuó realizándose a pesar de nosotros, incluso sin nosotros.” (F. F. Coppola)

Recordar que el rodaje de Apocalipse Now (título tomado de una chapa pacifista de la época) fue un infierno sería no hacer honor a la verdad. Proyectada en principio para cuatro meses de rodaje en Filipinas, los problemas técnicos y derivados de las condiciones climatológicas lo convirtieron en más de un año y tres meses. Los problemas con los actores no fueron menos sonados: para  el papel del Capitán Willard se pensó en un principio en Clint Eastwood, Gene Hackman o Al Pacino… tras la negativa de todos ellos (y algunos más) se recurrió a un semidesconocido Martin Sheen, que se destapó como un bebedor empedernido (miren la biografía de su hijo Charlie y comparen); tanto es así que algunas escenas (como la del inicio) las rodó borracho, saltándose el guion y rompiendo un espejo que aparece en la habitación, causándose una herida real que aparece en la película. Otros actores participantes fueron unos jóvenes Harrison Ford y Laurence Fishbourne; un Dennis Hopper que interpreta a un alucinado fotógrafo para el que no tuvo que fingir mucho; y un monstruo desatado de la interpretación, una fuerza interpretativa indómita como pocas hemos visto, un mito como es Marlon Brando. Hablar de Brando es hablar de un artista como pocos; y como tal, indisciplinado, con ínfulas de grandeza e insoportable. Con sobrepeso, sin saberse el guion e improvisando la mayor parte de sus monólogos, y con la condición de que en cuatro semanas se iría de allí, la sombra del Coronel Kurtz al que interpreta se va agigantando mientras Willard remonta el río, para presentarse, en forma de figura imprescindible en una parte final de la película tremenda.

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El resultado del choque de todos estos factores puede traducirse en un ataque al corazón sufrido por Martin Sheen, la calvicie de Coppola y la pérdida de cuarenta y cinco kilos por el estrés, un aumento del presupuesto de doce hasta más de treinta millones de dólares (lo que suponía la bancarrota para Coppola, ya que tuvo que abonar de su bolsillo la diferencia) y unas trescientas sesenta horas de celuloide grabado (o lo que es lo mismo, más de dos años de montaje y posproducción para dar la forma definitiva a la película).

Aunque el resultado también tuvo su lado positivo: tras su estreno en 1979 (unos cuatro años después del inicio del rodaje) obtuvo una pingüe recaudación de unos cien millones de dólares,  la Palma de Oro en Cannes ese mismo año (premio que se le otorgó ex aequo junto con El tambor de hojalata, de Volker Schlondorff) y ocho nominaciones a los Oscars, de las que finalmente se llevó dos: mejor sonido para Walter Munch y mejor fotografía para un genial Vittorio Storaro, que consiguió con su juego de luces y sombras, maquillar el evidente sobrepeso con el que Marlon Brando se presentó en el rodaje, además de dotar a toda la película de una interesantísima atmósfera. Ese mismo año se permitió su estreno en Estados Unidos, permiso que el gobierno de Jimmy Carter tuvo que conceder tras el éxito en Cannes.

Nosotros luchamos para conservar lo que nos pertenece, vosotros los americanos lucháis por la nada más grande de la historia” (Hubbert de Marais, que interpreta a un terrateniente francés en Vietnam, al Capitán Willard).

La película, rodada íntegramente sin efectos especiales, es una crítica de principio a fin no simplemente a la Guerra de Vietnam, sino a la guerra en sí misma. La frase que el terrateniente francés le dirige al protagonista, y que reproducimos arriba resume perfectamente la idea que Coppola quiso denunciar a sus contemporáneos: la de una  guerra en un país demasiado alejado de casa, en el que a Estados Unidos no se le había perdido nada en absoluto y que se cobraba cientos de víctimas cada día. Demasiado precio para un lugar al que los hijos del Tío Sam ni tan siquiera sabían situar en el mapa. De ahí que el film nos muestre a unos soldados que muchas veces parecen simples chicos descerebrados con ganas de aventuras; jóvenes sin una consciencia real de dónde están; chicos que no saben que en la guerra todo va en serio. Demasiado en serio, porque esa es la diferencia entre la vida y la muerte.

La tremenda falta de escrúpulos que muestra el Coronel Kilgore (regalo al Cine que concedió la interpretación del más que solvente Robert Duvall), capaz de bombardear una población entera porque hay buenas olas para practicar surf se convierte en el ejemplo perfecto del abismo entre la realidad y la ficción que muchos de los soldados tenían respecto al conflicto vietnamita. El episodio de jóvenes alentados por chicas Playboy es otra muestra más de todo esto de lo que estamos hablando.  Jóvenes que se consideran estrellas en un país de paletos; o desheredados que creen que empuñar un arma es un medio tan bueno como cualquier otro para medrar en la sociedad norteamericana, siendo considerados héroes de guerra y volviendo a casa, donde una chica rubia le estará esperando en el porche de una casa en un barrio residencial de las  afueras, donde ondea la bandera que resume los ideales por los que han matado vietnamitas a diestro y siniestro.

“El horror tiene rostro y debes hacerte amigo de él. El horror y el terror moral son amigos, porque si no lo son, son enemigos terribles” (Kurtz al Capitán Willard).

¿Qué es el horror? ¿Cómo afecta a un ser humano el haber mirado a los ojos del Abismo, a los ojos del horror? Esta es la base de la película que durante más de tres horas (si ven la versión extendida, que yo, bajo mi punto de vista, les recomiendo) nos presenta Coppola. El viaje de Willard, movido por la misión encomendada, pero atraído cada vez más por la personalidad de Kurtz, ese personaje que solo participa de modo directo en el último tercio de la película pero que es el verdadero imán que atrae y envuelve a Willard, se torna en un viaje hacia el fondo del horror; hacia el fondo de la locura y de la mente humana que tiene su meta al llegar al campamento de Kurtz, lleno de cuerpos desmembrados y en el que se le adora como a un dios en la tierra. Un hombre despiadado que lee poesía y filosofa acerca del Bien y del Mal, con una personalidad tan atrayente como aterradora.

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Kurtz ha mirado al hombre hasta el fondo del alma, y se ha sentido tan asqueado del espectáculo que ha quedado completamente destrozado. Ha perdido el alma porque se le ha roto, fruto del dolor y la locura de la que ha sido testigo.

“Ese hombre tiene la mente lúcida, pero el alma rota” llega a decir el fotógrafo interpretado por Dennis Hopper al dar una definición de Kurtz. Quizá porque él ha descubierto que el hombre puede ser un monstruo para el hombre. Ha mirado al horror a los ojos, y no ha podido  soportar su mirada sin quedar desgarrado por esa visión.

He ahí que Willard tendrá un papel fundamental que desempeñar aquí, puesto que Kurtz desea que alguien lo “libere” de su terrible dolor moral. El hombre que ha sido enviado para ser su verdugo puede ser, a la vez, su libertador…  Pero antes, Willard deberá presenciar por sí mismo el horror, para ser “liberado” de sus cadenas y elegir su propio destino: ¿quedarse en el lugar de Kurtz? ¿volver a la civilización y denunciar todo lo que ha visto? ¿buscar al hijo de Kurtz y contarle lo que ha hecho su padre y sus motivos? Willard se enfrentará al horror para “resucitar” como hombre nuevo (magistral la escena en la que se abren las puertas de su celda y camina hacia la luz del exterior) y cumplir su cometido: sacrificar a Kurtz.

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Y aquí, otra vez la maestría de Coppola para rodar escenas de violencia, para rodar el horror del que hablamos; recurriendo a un estilo que ya había utilizado en El padrino, se contraponen la muerte del Coronel y el sacrificio de un animal, como tremenda metáfora de lo que acaba de suceder.

Ver Apocalipse Now es asistir a una película de guerra donde lo más importante no son los hombres que hacen la guerra ni las escenas de violencia, sino que se convierte en una película intimista donde el alma humana y su sufrimiento se tornan en los auténticos protagonistas, porque el alma no es capaz de asumir y asimilar la maldad y la bajeza de la que somos capaces los seres humanos cuando perdemos la condición de tales humanos.

Apocalipse Now es la explicación de la Guerra de Vietnam y de lo que sufrieron los jóvenes de aquella generación sin hablar de Vietnam. Una película que habla de la hipocresía de un gobierno que quiere que los hombres maten, pero solo cuando y como el gobierno ordene. Un estudio de cómo afecta la crueldad humana a nuestra alma, que es la base de cualquier guerra. Por eso es una auténtica obra maestra. Por eso merece la pena verla y pararse a reflexionar acerca de lo que somos, de lo que podemos hacer y de lo que deberíamos.

Ninguna película ha sido capaz, como esta, de filmar el horror verdadero y la locura de la guerra, por eso no hay películas tan tremendas como Apocalipse Now. Por eso todos deberíamos verla.

Carlos Corredera (@carloscr82)