Viernes, 20 de junio de 1975. La Universal decide estrenar en 409 salas de Estados Unidos un film dirigido por un casi desconocido director que cambiaría la historia del cine por varios motivos; ese día se estrenó Tiburón. Una de las pocas películas que hasta la fecha se estrenaron de un modo simultáneo en EE.UU. y la primera película que sumó merchandising previo a su estreno.
Tiburón es la suma perfecta de la casualidad y un puñado de buenas decisiones que merece la pena comentar, cuanto menos de un modo rápido, para entender todo lo que rodeó a esta maravillosa película.
En 1974 llegó a manos de los productores Richard D. Zanuck y David Brown una novela no publicada todavía escrita por un autor novel, Peter Benchley, titulada Jaws (Mandíbulas) y que los dejó tan impresionados que leyeron en una sola noche y al día siguiente compraron sus derechos para realizar la película homónima. (Primera casualidad y primer acierto).
El segundo y fundamental fue poner a un director que solamente había rodado dos películas al frente del proyecto; ese director era Spielberg. La aportación de Steven Spielberg a la película se antojó, a la postre, esencial. En Tiburón podemos descubrir todo lo bueno que aporta el cine de Spielberg: ritmo, aventuras, sentido del espectáculo… y ciertas dosis de violencia que aportan el toque justo a esta obra para convertirla en una obra maestra del séptimo arte.
La historia es bien conocida por todos: una bestia irracional que azota la costa de la isla de Amity y, tras las dudas iniciales, el héroe que se sacrifica en busca del gran tiburón blanco con el objetivo de salvar la situación. Si nos quedásemos con esto, Tiburón no sería nada más que una película de serie B con una buena factura. Pero Tiburón es mucho más que esto.
Tiburón es un homenaje a clásicos de la literatura como El viejo y el mar (Hemingway) y, sobre todo, a esa colosal novela de aventuras y filosófica que es Moby Dick (Herman Melville). Spielberg enfrenta a la Naturaleza (personificada en el tiburón blanco, posiblemente el más soberbio de todos los escualos) frente a la racionalidad, a la indefensión del ser humano. Pero, además, consigue ir mucho más allá; la película se articula en dos partes bien diferenciadas: la primera, en la que el protagonista, el Jefe de Policía Brody (bien solventado por Roy Scheider) debe hacer frente a los intereses político-económicos de unos aldeanos que necesitan a los turistas y sus dólares para superar los duros meses de invierno que se avecinan, y que entienden la temporada veraniega como su único salvavidas económico; de modo que se niegan a cerrar las playas por una incierta muerte a manos de un tiburón (he aquí los primeros “tiburones” a los que debe hacer frente Brody). Y una segunda parte en la que ya han ocurrido varias muertes, y Brody (curioso héroe con hidrofobia) debe hacerse a la mar en busca de la bestia marina, con dos escuderos antagonistas; de un lado el científico del Instituto Oceanográfico Hooper (interpretado por Richard Dreyfuss) y por otro, con la indiscutible estrella de la película en cuanto a interpretaciones se refiere, el gran Robert Shaw, habitual del cine de los 70 y que nos regaló un papel inolvidable: esa suerte de Capitán Ahab mugriento llamado Quint.
La película tiene la gran virtud de ir aumentando el ritmo narrativo. Spielberg nos va preparando para el duelo que tendrá lugar en el último tercio del film, cuando el cuarteto protagonista: Brody, Hooper, Quint y el tiburón se vean las caras y no exista marcha atrás en los acontecimientos. Pero no solo eso: los cambios de plano, jugando con los puntos de vista de diferentes personajes; la elección de colores en pantalla, donde no aparecen prendas de color rojo para que los ataques se vean más brutales; el complejo entramado de personajes, ya que nos muestra una pequeña comunidad entera, con sus glorias y, sobre todo, miserias…
Para mí, todo lo narrado anteriormente, y muchas cosas más que dejo en el tintero hacen de Tiburón una de mis obras de cabecera. Es una estupenda película de aventuras, y es una película de terror magnífica. La terrorífica música de John Williams que sustituye la mayor parte de la película a la visión del animal (porque hubo numerosos problemas con los tres tiburones mecánicos realizados, y que acabó siendo un golpe de suerte), los largos planos-secuencia de la costa desde el punto de vista del Jefe Brody, la cámara subacuática que nos muestra el punto de vista del tiburón… y esos pequeños ojos negros, sin vida, del escualo… me resultaron escalofriantes cuando, siendo un niño, me acerqué por primera vez a esta película; y todavía hoy me siguen poniendo la piel de gallina.
Tiburón, desde el mismo momento de su estreno, traspasó las pantallas cinematográficas para formar parte del imaginario y del terror colectivo de todos. Quizá sea por eso por lo que, todavía hoy, sigue pareciéndome una de las mejores películas de terror de todos los tiempos. Spielberg supo jugar extraordinariamente bien con el miedo al mar, que es lo mismo que decir que es el miedo a lo desconocido; y supo buscar un protagonista que inspira auténtico pavor, porque no es un ser humano que pueda explicar sus motivaciones o al que el espectador pueda poner sentimientos. El protagonista es una fuerza de la Naturaleza con la que no se puede dialogar. Eso es lo terrible, y eso es lo más terrorífico.
Aunque, ¿quién da más miedo bajo su punto de vista: el tiburón que no puede razonar, o los políticos de Amity que prefieren la bonanza económica a las vidas humanas…?
Cuando este verano esté usted en la playa, no lo olvide: haya visto Tiburón o no, en el mismo instante en el que algo le roce el pie, recordará esta magnífica película.
Carlos Corredera (@carloscr82)
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