Julio Muñoz Gijón (Sevilla, 1981) es el autor de moda estas navidades en Sevilla. Sus obras El asesino de la regañá y El crimen del palodú (ambas de la editorial Almuzara) encabezan la lista de libros vendidos y el perfil en Twitter de su alter ego, @Ranciosevillano, tiene más de 30.000 seguidores. Un éxito de público que va más allá del mundo editorial.
-Explíquenos, ¿qué es ser un rancio?
-Muchas veces los detalles estilísticos son importantes. Un rancio es alguien con el pelo engominado, rizos y patillas de hacha. Suele vestir con prendas que llevan un caballo bordado y se define como un apasionado de la Semana Santa y la Feria de Sevilla. Pero más allá de cuestiones estéticas, rancios son también aquellos que admiran la ciudad y sus costumbres, que la sienten propia y la viven como una necesidad.
-Y si me permite la pregunta, ¿sus novelas son rancias?
-Sí, claro. Pero no ha sido algo programado. Se han ido posicionando solas. Tanto El asesino de la regañá como El crimen del palidú son novelas donde disfrutan los rancios. Y también quienes se oponen a lo rancio. Sevilla es una ciudad polarizada donde ser de algo implica negar lo opuesto: o se es de la Macarena o la Esperanza de Triana, ser bético significa ser antisevillista… Los dos libros van más allá de este perjuicio para resaltar los nexos comunes de los sevillanos. Se va a las cosas que los sevillanos comparten y disfrutan de manera colectiva.
–¿Sevilla tiene sentido del humor?
–Sevilla tiene tanto sentido del humor que en ocasiones hasta deja de serlo. El humor en Sevilla se convierte en algo cotidiano, en una herramienta de expresión. El sevillano hace del humor una cosa tan habitual que ni siquiera se da cuenta de que lo utiliza. Por eso es un elemento que lo define. Además, el humor es un deporte muy sano que esconde una profunda autocrítica.
-Nos dice que el humor es una forma de hacer crítica. ¿Qué hay de crítica en sus novelas?
-Crítica hay, evidentemente. Porque hay cosas que me duelen de Sevilla. Una de ellas, por ejemplo, es el inmovilismo. Es difícil que en Sevilla surjan iniciativas, no solo a nivel de creación, sino también a la hora de consentir cosas nuevas. Me gustaría que hubiese mayor lugar para la creación. Hoy no se admitiría algo como la Giralda, los sectores tradicionales se opondrían a ella.
-Más allá de la crítica, su novela tiene gran variedad de personajes que encarnan diferentes estereotipos. ¿Cree que la gente se siente identificada con ellos?
-Los lectores empatizan con los personajes, con lo que hacen, con su manera de actuar… En una firma de libros me vino un joven contándome que su padre, tras el asesinato de un personaje, se puso a gritar “demasiado poco le ha hecho para la que ha montado”. Igual ocurre con los lugares o los rituales que aparecen en los libros y que no se recogen en las guías al uso. Nadie había escrito hasta ahora de la taberna de Pepe Yebra o del adobo de Blanco Cerrillo. Son cosas que forman parte de la vida de todos los sevillanos y que hacen que estos se vean reflejados en el libro.
-Tanto estos personajes como la trama dibujan escenas hilarantes y de gran surrealismo. ¿Es usted una persona muy creativa o alguien muy observador?
-No lo sé. Pero Sevilla es una ciudad tan rica que te va dando historias poco a poco. En esto, los libros le deben mucho a mi padre. Él vive en el centro y conoce a un montón de personas con montones de historias verídicas a las espaldas. El otro día me llevó a una tienda de jamones donde el dependiente fumaba porros y tenía de secretaria a un maniquí. Si escribo esta historia la gente no me cree.
-Usted ha dicho alguna vez que le gustaría que sus novelas, que han tenido gran acogida, fuesen libros sociales de los cuales todos se sientan parte. Pero, ¿qué es un libro social?
-Un libro social es un libro que sale de las librerías y va a los sitios donde se desarrolla la trama. Por ejemplo, el libro se vende en Casa Maquedano, una conocida tienda de sombreros que aparece en la novela. Aparte, los libros están hechos para ser comentados, para generar encuentros entre botellines de cerveza y para hacer reír. Me gustaría que ambas obras fuesen un acto social, una forma de encuentro. Y si encima acerca la lectura a gente que no lee, mucho mejor.
-La campaña de marketing que tanto usted como su alter ego @Ranciosevillano han hecho con el libro ha sido todo un éxito. De hecho, sus dos libros encabezan la lista de ventas en Sevilla ¿De dónde saca las ideas?
-Aunque me dedico al mundo de la comunicación, @Ranciosevillano fue mi primer contacto con Twitter. Mi intención, al igual que con otras cosas que hago, era pasarlo bien. Este espíritu lo he trasladado a la promoción del libro. Siempre partiendo de otra máxima: no se puede vender un libro sin dar nada a cambio. Asimismo, he tratado que cada uno pudiera tomarse el libro como quisiera. Y la gente ha respondido. Me han propuesto incluso hacer una obra de teatro. Un lector le ha hecho hasta una banda sonora. Servir de estímulo cultural y encontrar personas que sumen es el mejor indicio de que el libro funciona. Y también la mayor recompensa.
-Como consecuencia de todo lo anterior, usted ha terminado por convertirse en un fenómeno social. ¿Cómo se lleva eso? ¿Le paran mucho por la calle?
-Disfruto mucho. Es cierto que lleva mucho tiempo contestar los tweets, pero cuando alguien se toma la molestia en mencionarte o en mandarte un mensaje diciendo que ha leído tu libro y se ha reído mucho, la satisfacción es enorme. Intento devolver todo el cariño y el tiempo que le dedican a mis libros. Es un privilegio y un placer.
Francisco Huesa
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