Si hay una serie icónica (cómo odio los dichosos neologismos), esta es sin duda, los Simpson, que esta semana celebran sus 25 años en antena, y los que quedan gracias a las reposiciones de Antena 3. Entre las muchas virtudes del ácido serial se encuentra la de hacer alusiones a diversos temas de forma continuada, introduciéndose algunas de ellas en cada capítulo.

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Homer como Enrique VIII, otro aficionado a las calorías

La historia no ha podido escapar a la mirada de ojos saltones de estos personajes de cuatro dedos y piel color “enfermo de ictericia”, siendo muchas las entregas del show en las que la historia ha aparecido, al menos, en forma de guiño reconocible.

Podemos encontrar numerosos ejemplos simplemente con mirar, pero la gracia del asunto es intentar mirar un poco más allá y encontrar las motivaciones que están detrás de la inclusión de tal o cual episodio histórico en tal o cual momento de la serie. Además es interesante comprobar el tratamiento que los guionistas hacen de los diferentes periodos, especialmente de los concernientes a la corta historia de los EE. UU., a veces incluso leitmotiv de algunos capítulos. Así pues, entramos en harina.

LA HISTORIA DE AMÉRICA A TRAVÉS DE “LOS SIMPSON”: PURITANOS, CHIFLADOS, GRANUJAS Y LOS PADRES FUNDADORES

Los Simpson nos presentan una historia de EE UU desde un punto de vista satírico muy interesante para el espectador dotado de cierto humor negro y grandes dosis de ironía, aunque hay que reconocer que la visión que se ofrece está cargada de tópicos muy recurrentes y hasta cierto punto, manidos.

Por ejemplo, la primera época de los colonos procedentes de Inglaterra, presente en varios episodios memorables, carga las tintas en el fanatismo religioso y la “caza de brujas” (que se reproducirá, como veremos), temas que han sido recurrentes antes y después de la serie en las recreaciones del periodo. Lo cierto es que las colonias de Nueva Inglaterra del XVII, pobladas por calvinistas y puritanos eran un caldo de cultivo propicio para el clima de histeria colectiva que aparecía cuando se enfrentaban a elementos que no podían explicar. La solución estaba en quemar a cuanto pobre desgraciado o vieja loca estaba a mano para, en palabras del reverendo Lovejoy “demostrarle a Dios de parte de quien estamos”, si bien, el serial, como es normal, exagera, buscando el efecto cómico.

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La bruja Marge pone en fuga a la caterva de puritanos

Si la época colonial recibe estopa y críticas a través de manidos estereotipos, todo lo contrario ocurre con los padres de la patria y la época de la Guerra de la Independencia, aunque es cierto que se usa una fina ironía al acercarse al tema. El ácido nítrico vuelve a destilarse en gran cantidad de aquí en adelante, sin ambages. La gran figura de George Washington sale prácticamente impoluta, siendo el entrañable Ralph Wiggum el vehículo por el cual se nos muestra a un gran líder, paradigma de honradez y que todo el mundo en EE UU admira de un modo u otro. No ocurre lo mismo con el general BenedictArnold, paradigma de la traición por pasarse a los británicos, cuya actuación le merece ser parte del jurado de los condenados, junto a otras figuras de la cultura popular americana, como Dillinger, Barbanegra, la  presunta asesina Lizzie Borden o el magnicida Wilkes Booth.

La conquista del oeste cobra protagonismo propio en la persona de JebediahObediah Springfield, el más grande estereotipo histórico de toda la producción: trasnochado nombre bíblico, puritanismo moral que oculta un turbio pasado, fundador de un villorrio perdido de la mano de Dios al que le pone su propio nombre, malinterpretador de la Biblia, constituye un potable alter ego de los pioneros que dirigieron la llamada “Conquista del Oeste” inspirada por el destino manifiesto, aderezada con una apariencia propia del personaje real Daniel Boone, trampero, explorador y fundador de pueblos que o bien engañaba a los indios o los despanzurraba con certeros mosquetazos, todo por el bien de la Humanidad (blanca claro, faltaría plus).

El otro aspecto satírico de la conquista del Oeste es la exageración de dos aspectos que una serie profundamente puritana como Los Simpsons, que busca la crítica de una sociedad hipócrita, es su ataque nada velado al uso y abuso de la prostitución en los pueblos de frontera como Barranco Sanguinario, una ciudad fantasma que fue fundada por prostitutas y único sector económico era la propia prostitución, ejercida en la casa de citas, el lupanar, el burdel, el prostíbulo e incluso la Vieja Misión, que estaba “llena de prostitutas” para abastecer de “prostitutas frescas” mediante un servicio parecido al Pony Express a las nuevas poblaciones surgidas durante la fiebre del oro o la ocupación de las tierras vírgenes disponibles una vez los molestos inquilinos nativos habían sido convenientemente desalojados.

Sin embargo, hay una base real. Las comunidades que, como setas, iban surgiendo cada vez más al Oeste, tenían una población joven y masculina en su casi totalidad, compuesta por lo mejorcito de cada casa: aventureros, tratantes de pieles, cazadores, tahúres, vagos, matones…No tardó en surgir la necesidad de desfogar las frustraciones y ahí, los chulos y proxenetas hicieron su agosto, organizando verdaderas “caravanas” de mujeres de dudosa reputación que emprendían nuevas vidas en un lugar en el que pasaban de putillas de Saloon a mujeres respetables, siempre que la sífilis se lo permitiese.

El otro aspecto es el de la violencia extrema y el tomarse la justicia por su mano, algo tan liberal y estadounidense como la tarta de manzana o la segunda enmienda (la que permite el uso casi libre de armas de autodefensa). Esto es palpable en los Simpson en un episodio en el cual Lisa se las arregla para eliminar las armas y Billy el Niño y sus secuaces vuelven de la tumba e implantan un régimen de terror con la surrealista ayuda del káiser Guillermo II. De paso, se critica a aquellas posturas partidarias del control de armas, ya que la solución al problema pasa, como no, por volarle la tapa de los sesos a los zombis.

Por el siguiente episodio reseñable de la historia estadounidense, la Guerra de Secesión, se pasa casi de puntillas. Sólo algunos personajes, como el millonario tejano o el senador sureño hacen menciones puntuales a ella, aunque de gran calado simbólico.

En el caso del primero, cuando Bart “hace un calvo” a la bandera americana, el impulsivo tejano (otro de los grandes estereotipos) acusa irónicamente al niño de humillar la bandera contra la que se “rebelaron mis antepasados” que, por supuesto, se merece un respeto.

En el caso del senador sureño, este manifiesta su deseo de “no tener ganas de seguir luchando contra la Unión” en un guiño a las heridas supuestamente cerradas tras la guerra y que en determinadas zonas del país siguen estando de rabiosa actualidad, convirtiéndose incluso en rasgos típicos de la idiosincrasia de determinados lugares.

Asimismo se usa la ironía sobre la Guerra Civil para criticar de cierto modo a las asociaciones de reconstrucción histórica que recrean hechos de este tipo de conflictos, actividad que en EE. UU. goza de amplia tradición: se incluye a un ficticio “Ejército del Este”, ataviado con prendas de tweed a cuadros, que luchó contra el norte y el sur en la Batalla de Springfield para mantener a la ciudad dentro, fuera o junto a la Unión.

LA HISTORIA RECIENTE A TRAVÉS DE TRES PERSONAJES: EL ABUELO, EL SEÑOR BURNS Y EL DIRECTOR SKINNER

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Monty Burns y su abuelo dialogan con un sindicalista

Sin embargo es la historia reciente de los Estados Unidos la que, por razones de guión ocupa un lugar mayor en los capítulos de la serie, retratados por tres generaciones (más bien dos y media) que vivieron diferentes periodos significativos.

El primero de ellos, y el de más dilatada experiencia, es sin duda, Montgomery Burns, ya analizado como personaje en artículos precedentes y cuya particular concepción del tiempo y el progreso constituyen su principal aportación como personaje cómico. Personifica a la América corporativa de los grandes capitalistas y hombres de negocios; grandes magnates de principios del siglo XX que amasaban grandes fortunas al calor del liberalismo más puro y que constituían una aristocracia en un país sin monarquía ni nobles. Nostálgico de la época en que se podía mutilar y emparedar a obreros díscolos, sobrevive hoy día como un déspota heredero de millones sin más moral que la de un buen contrato y sus pingües beneficios. No obstante, la deficiente línea temporal de la serie hace que su vida se solape muchas veces con la de personas presumiblemente más jóvenes, como el abuelo, junto al que participa en la II Guerra Mundial.

El abuelo Simpson y su compañero Jasper, amén de otros personajes como ArnieGumble, padre de Barney, representan al americano que podemos llamar “clásico”: un pobre diablo anglosajón, que  vivió la Depresión, participó en la II Guerra Mundial, y se tragó el macartismo y la época hippie para llegar ya hecho cisco a la psicodelia de los 70 y la crisis del comunismo a fines de los 80. Hoy malviven como desechos de asilo.

Sin embargo se arrogan el distintivo de ser la “generación que salvó a América”, tanto de los nazis como del comunismo, como el propio abuelo Simpson recuerda, “con los anticuados principios del trabajo duro” y una buena dosis de violencia, mano dura y anticomunismo en sentido amplio (es decir, cualquiera puede ser comunista). Constituyen, por tanto, una especie de reserva espiritual de la llamada “Edad Dorada” americana, echada a perder por los hippies como la abuela Simpson y sus compañeros de comuna y los comunistas, como Fred Wilson, su propio hermano, Bill, el chico de los periódicos, el Pato Lucas y el mismísimo Joseph Stalin, a los que delata delante del Comité de Actividades Antiamericanas, como en la siguiente ilustración:

El último representante del trío es Seymour Skinner, prototipo de la generación perdida que salió escaldada de la Guerra de Vietnam y aún se siente culpable por no haber dado la talla frente a una panda de comunistas amarillos.

Esto se refleja en su propio carácter, acomplejado, fácil de dominar, triste, anodino funcionario de un colegio público de tercera categoría. Todo lo contrario que el exitoso empresario o que el audaz sargento que reventaba nazis en las Ardenas, se deja dominar, como le dice Bart “por su madre, y por el inspector Chalmers”, quizá porque cree que su vida no está a la altura y que a lo máximo que aspira es a aferrarse al amor que le da otra fracasada como la profesora Krabapple.

A ello hay que añadir sus ensoñaciones recurrentes a sus tiempos en la guerra, que van de lo sobrecogedor a lo cómico y que son una parodia algo cruel de los afectados por el síndrome de estrés postraumático que tuvieron la buena (o mala) suerte de no volver de la jungla vietnamita en una bolsa de plástico negra con un número pegado encima.

 A través de él, retrata MattGroening una de sus críticas más logradas en el tema histórico: la rotura espiritual de toda una generación de hombres y mujeres que sacrificaron su juventud y su salud por algo en lo que creían y a los que luego se les dio la espalda.

Sin embargo, a pesar de este repaso, el tema Simpson en relación con la historia no estaría completo sin las continuas alusiones a acontecimientos históricos con los que se salpican sus capítulos.

Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)