La película Ocho apellidos vascos explota en poco más de una hora y media los estereotipos vinculados a las nacionalidades. Un sevillano de pro se lanza a la conquista de una chica “de las Vascongadas”. En esa aventura todo puede ocurrir
Ocho apellidos vascos se ha convertido en la película que está de moda. Cada día y sobre todo cada fin de semana el filme de Emilio Martínez- Lázaro consigue llenar las salas y convertirse en una de las películas españolas más taquilleras de los últimos años. También es cierto que este director tiene numerosos éxitos en su haber en otras comedias como El otro lado de la cama o Los dos lados de la cama. Luego probó suerte con un episodio de la historia española, Las trece rosas, a quien también amparó la crítica y el público.
Lo cierto es que, en Ocho apellidos vascos, Martínez-Lázaro parece echar el resto. El argumento es el propio de una comedia romántica: chica conoce a chico en su despedida de soltera y éste decide ir en su busca para tener algo más con ella. Pero en medio de esos mimbres hay que contar con algo más, los estereotipos que están vinculados a las nacionalidades y por tanto a la idiosincrasia del pueblo vasco y el andaluz. Pero no un andaluz cualquiera, sino que hablamos del sevillano por excelencia, esto es, cofrade, amante de su tierra, de la Macarena y … bético, casi ná. Que sepan ustedes que me estoy jugando el tipo al escribir este artículo, puesto que, dado el origen de mis compañeros en la aventura de Distopía, me encuentro ‘entre dos aguas’, como aquella canción de Paco de Lucía. Entre los miarmas y la que vive en Euskadi.
No cabe duda de que el sentido del humor de unos y de otros es distinto y la forma de vivir también. Esas situaciones límites a la hora de tratar de encajar o buscar encajar, y que cada uno lo entienda como quiera, es lo que se explota en esta película en la que los guionistas Borja Cobeaga y Diego San José han hecho un gran trabajo.
El reparto hace el resto. Clara Lago está que se sale como vasca aguerrida a la que cualquiera baja del burro y a la que en un primer encuentro en un tablao flamenco de Sevilla se la manda a levantar piedras para que se tranquilice. Zas. La primera en la frente y sin anestesia ni nada. Luego vienen otras más y otras y otras… y así hasta el final. Supongo que la película puede cambiar en función de en qué parte de España se vea, pero lo que sí es cierto es que quien tenga sentido del humor, sea del Gran Poder, del Celta de Vigo o de la misma ría de Bilbao y desayune pintxos no podrá evitar soltar carcajada tras carcajada. Hagan la prueba.
Si Lago (Amaia) está estupenda en su papel de chicarrona del norte, ¡ahí va la ostia!, Dani Rovira (Rafa) encarna a la perfección a los miarma. Sí, su jerseicito por los hombros, perdón, ellos lo llaman chaleco, su gomina y ese acento sevillano dulce y meloso que trata de conquistar con desparpajo y por la técnica del martillo pilón a todo lo que se ponga por delante. El problema viene cuando delante se tiene un muro de piedra y al mar Cantábrico con forma de suegro (Karra Elejalde) que tras un tiempo sin ver a su hija quiere dar el visto bueno a su chico (un novio que en realidad no es Rovira, sino otro que ha dado plantón a la chica, Antxón), viene y exige hasta ocho apellidos vascos. No hay de qué extrañarse, lo mismo haría Sabino Arana, ¿o no? Él, como buen caballero hispalense y andaluz, hará todo lo que pueda para conquistar a una dama a la que no le hace falta nadie para defenderse, pero sí para salir de un embrollo. Dejará la gomina a un lado y se disfrazará de ‘aberchándal’. Además, se convertirá en el puto amo entre los incondicionales de la Herriko tabernas, “con muchas k”.
Los diálogos son la clave de este filme en el que hay que estar atento para no perderse ni una de las palabras de esos actores que están tan metidos en su papel. En el elenco, la cuarta en discordia es Carmen Machi, que sin duda, ha sabido ganarse un sitio en el panorama del cine español y con numerosos registros, tanto en lo cómico como en el drama. Aquí vuelve a estar en su salsa, una cacereña en las Vascongadas, aunque tampoco se puede pasar por alto el papel que hacen los actores que encarnan ‘El Cabesa’ y ‘El Culebra’, quienes saben poner con sus apariciones los prejuicios típicos que se tienen sobre nuestros vecinos del Norte (con su bonito, su chapela y sus piedras). Si quieren pasar un buen rato, ahora que llegan días de asueto, vayan a verla. Merece la pena.
Noemí González
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