De camino al Palacio de Congresos y Exposiciones, conjurado también bajo otro de esos acrónimos (FIBES) que se colocan a los recintos o los eventos en esta ciudad y que nunca sé descifrar, me arranco un trozo de piel con la uña. Y sangro, claro. De un tiempo a esta parte voy sembrando la tierra del Creador a base de pequeñas cutículas arrancadas con la uña del dedo meñique. El médico no tiene un diagnóstico claro ni yo tampoco le quito el sueño obligando a que me facilite uno. Puedo vivir con ello, con las marcas de sangre reseca del tamaño del ojo de un Playmobil. Desde luego, hay casos y casos. Los autobuses de línea interurbanos son a lo grotesco lo que el MoMA al siglo XX: uno ve epidermis machacadas sin piedad por el clima y sustancias pecaminosas, retorcidos azares genéticos en forma de caras que se pliegan hacia dentro, piernas demasiado cortas para torsos demasiado anchos, piel lisa y pulida donde deberían haber dedos, orografías craneales que solo pueden identificarse como cordilleras de grasa inestable y puede que hasta radiactiva, cuerpos que se sujetan sobre muletas, sillas de rueda que transportan cuerpos que ni por asomo se atreverían a probar suerte con unas muletas, olores extraños e infernales emergiendo de no se sabe qué inquilino provisional del autobús o, incluso, del propio vehículo.

Total, que la gente se descompone y la gente implica su memoria, su cerebro, su bulbo raquídeo, sus extremidades y hasta el color de sus encías. Este suele ser el súcubo nocturno que aterroriza al hombre occidental llegada cierta edad, normalmente con un cuatro en el lugar de las decenas y pocos ceros en el lugar de la nómina.

Por eso, desde que se inventó el rasurado craneal (allá por el 6.000 a.C., mucho antes que la escritura, lo que debería dar que pensar a esos que tanto se quejan de que se abran más peluquerías y centros de bronceado que librerías) y la especie se dividió entre bellos y vellos, al hombre le ha preocupado sobremanera intentar controlar el aspecto de la descomposición invisible de sí mismo. Invisible a uno, claro, no al resto. Porque aunque Instagram y Twitter y las lunas opacas de los coches digan lo contrario, uno no puede pasarse el día controlando el estado general del peinado, el maquillaje o el prurito a punto de emular al Vesubio.

Como el Santo Consejo Editorial de esta revista ha evaluado a una serie de candidatos y ha concluido que soy la persona menos idónea para acudir a Expobelleza 2014, me encuentro abonando los cinco euros que cuesta la entrada, un precio irrisorio para lo que (lo ignoraba antes de entrar, claro) le espera a uno ahí dentro.

Según el sub-eslogan de este año (quiero decir, el eslogan o letimotiv verbal que aparece en los carteles y los folletos dice “QUIÉRETE!” (sic), un imperativo que, curiosamente, no es la primera vez que me gritan) Expobelleza 2014 es la mayor feria de este tipo de toda Andalucía y eso a pesar de ocupar tan solo uno de los tres pabellones más quiste extensivo con el que cuenta el Palacio de Congresos, un recinto tan desproporcionado que tiene la cualidad de convertir en ridículamente pequeño todo aquello que acoge. Por algún motivo, las grandes obras de arquitectura sevillana del último cuarto de siglo derivan en este muy cristiano-católico efecto. Y si están pensando en el Estado Olímpico, yo también.

Catedralicio.

El eslogan me pide que me quiera y, aunque lo haga con un solo signo de exclamación, uno no puede evitar preguntarle al narrador que suelta semejante exhortación que cómo debo hacerlo.

“Bueno, entra y lo verás, ¿no?”

Es lo suyo.

Sin embargo, de camino al FIBES van apareciendo personas con la cara pintada, con extrañas estructuras en el pelo al estilo de las antenas del Canal Satélite Digital. Temo haberme equivocado. No sería la primera vez que intento acudir a un concierto y resulta que el edificio está cerrado, porque resulta que el concierto de esos señores es la semana que viene, chico, ay dónde tienes la cabeza. Y esas cosas.

Pero no, no se me fue la cabeza una vez más. El grupo de chicas con la cara a lo indio navajo volvía de Expobelleza. Caminaban satisfechas, sin rubor ninguno, con dos de ellas blandiendo un cono capilar clavado en el hemisferio izquierdo del cráneo. Rezo porque lo que lo ha provocado siga dentro de la feria.

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Los azafatos de Expobelleza 2014 son becarios de azafatos, chavales de veintipocos contratados a través de alguna oferta en Infojobs a los que ni les han proporcionado un uniforme común. La chica que supervisa el torno mortal de la entrada intenta distraerse mirando de un lado a otro, la jefa me señala para indicarle que debe permitirme pasar y luego sigue igual de hastiada. Como los desconocidos me ponen nervioso, saludo al primer chico que se me queda mirando nada más pasar y que resulta que también es azafato y también tiene veintipocos pero este ni siquiera se ha puesto ropa oscura, el color oficial de la Atención Con Sonrisa Profesional, sino que lleva un jersey de esos que se ven en Doctor en Alaska y un pantalón vaquero gris que sueña con ser blanco. Le digo hola y no sabe si devolverme el saludo, así que una vez más no sé si he saludado a alguien porque sí o porque por fin he alcanzado la madurez en esa zona del cerebro destinada a reconocer a los miembros del Sector Servicios. Para mi alivio, más tarde descubrí que la tarea de este chico consiste en explicar a los visitantes VIP qué pueden encontrar en cada puesto. Como se notaba a la legua que yo de VIP no tenía nada, su misión para conmigo se redujo a la mínima expresión.

Hola.

Hola.

Expobelleza 2014 ocupa todo el recinto del Pabellón 2 del Palacio de Congresos, que no es poco. También se imparten cursos y conferencias en un entorno misterioso llamado Sala Itálica, que no logro encontrar por mi cuenta y que el azafato del jersey no me va a indicar porque me da reparo recurrir a él tras el intercambio profesional de saludos en la entrada. Otra cosa que se extiende por todo el Pabellón 2 es un olor muy fuerte, casi arquetípico, como si hubieran conectado el sistema de ventilación a una piscina olímpica repleta de todas las cremas, bálsamos, líquidos y productos de toda forma y textura que se exponen aquí. Realmente el aroma no es desagradable, pero tampoco me atrevería a asegurar que podría pasar más de dos horas respirándolo sin caer en un coma irreversible. En mi defensa (y antes de que se me acuse de quisquilloso) debo decir que ya en la puerta de entrada escuché un par de testimonios de visitantes recibiendo la bofetada del fuerte olor a embalsamamiento egipcio.

Cuando uno pasa de largo los primeros puestos impersonales para mayoristas de marcas que no pueden sonarte de nada a no ser que seas cliente activo de este tipo de negocios, la primera muestra gratuita consiste en una mascarilla facial de arcilla, aunque lo más interesante es la tienda de lona blanca junto a la señora a la que le están cubriendo la cara de barro, donde cuelga una cartulina informativa sobre los servicios que le esperan a uno dentro:

MASAJES

CRANEALES

DE CUELLO

Un tipo gordo con camiseta negra custodia la entrada y me acuerdo de las carpas de las eucaristías evangélicas ambulantes. Trato de asomarme al interior pero apenas puede verse nada, lo que resulta inquietante ya que absolutamente todos los expositores, escenarios y demostraciones gratuitas de la feria se realizan de cara al público. Como soy un cobarde, prefiero no aventurarme y sigo adelante, con mis costras sangrantes en el brazo a la vista de todos estos profesionales del quererse a uno mismo. Un poco más adelante aparecen los primeros de muchos jardines de camillas de masaje con visitantes semidesnudos tumbadas sobre ellas, recibiendo por el módico precio de Gratis un tratamiento profesional de las contracturas y los dolores lumbares que uno desconocía que tenía. Hay tal cantidad de stands dedicados a toquetear cuerpos inmóviles que uno tiene la sensación de haber caído en mitad de M.A.S.H., en alguna de esas escenas en que decenas de sufridos extras tenían que hacer de pacientes mientras Donald Sutherland se lo pasaba en grande soltando ingenios a cien por hora.

De repente cabe la posibilidad de que muchos de estos clientes sean extras o familiares de los quiromasajeadores, cebos para atraer clientes reales.  Luego, junto al primer parterre de camillas, se alza el puesto descomunal de una empresa llamada HEDONAI, lo suficientemente conocida como para patrocinar los premios Expobelleza 2014 y tener un galardón homónimo, el de Premio a la Más Guapa, que se lo dan a Arancha del Sol, famosa por haber presentado varios programas de Telecinco, haberse casado con Finito de Córdoba y tener como nombre de pila María Arántzazu Maciñeiras De Lucas, lo cual es importante porque si se hubiera dedicado a cualquier otra cosa que no fuese el mundo de aparecer en sitios le hubiera ido mejor con el Maciñeiras De Lucas.

Pero antes que el premio a la señorita del Sol, se concede el Premio al Mejor Cuerpo, que se lo lleva una mujer que no es famosa, que por lo visto trabaja como secretaria administrativa de una de las empresas que presentan sus productos en Expobelleza y que asegura estar completamente perpleja por el reconocimiento ya que ella no es modelo y que, además, tiene sentimientos encontrados, porque las proporciones exactas de su cuerpo no es algo que haya decidido ella, sino un regalo de la naturaleza y que tengamos muy presente que “un cuerpo sin alma está muerto”.

A continuación Gregorio Serrano, delegado de Empleo, Economía, Fiestas Mayores y Turismo del ayuntamiento de Sevilla, sube a entregar un ramo de flores a la siguiente premiada. Se le ve exultante.

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Sin embargo, la ganadora en la categoría Mejor Cuerpo ha dejado caer un par de detalles que, de haber habido más público en la pasarela junto al bar donde se están entregando los reconocimientos en forma de Giraldillo, hubieran estirado aun más el rictus de los profesionales aquí reunidos. Porque el Mejor Cuerpo ha afirmado que no se puede establecer una escala de puntuación a algo tan azaroso como son las proporciones y los rasgos concedidos por la genética a un individuo, que no hay mérito ninguno en desarrollarse físicamente y acabar convirtiéndose en el sueño húmedo de Vogue y la espoleta de las tumefacciones de los caballeros, que, en definitiva, uno puede recibir indistintamente una pierna más corta que la otra o una configuración facial propia de Botticelli, pero que sin un interior sano nada de eso vale un pimiento. Todos hemos oído lo mismo una y mil veces. Lo mejor de haberlo oído justo en este momento tiene que ver con los dependientes y las azafatas de cada puesto y los clientes promedios de la feria: el Mejor Cuerpo acaba de asegurar, entre otras cosas, que la belleza nace, no se hace. Y precisamente eso es de lo que uno se percata cuando echa un vistazo a su alrededor. La proporción de mujeres y hombres genuinamente bellos, profesionales o visitantes, es radicalmente mucho menor que la de mujeres y hombres forzadamente atractivos. O dicho de otra forma: es muy diferente poseer el don de atraer miradas embelesadas que la habilidad para despertar simple y llano deseo sexual a través de la manipulación de la epidermis. Lo segundo generalmente es la opción resignada ante la carencia de lo primero, al menos para quienes no superan el trauma de no pertenecer al selecto club de los genéticamente superiores, donde entran desde los genios del tenis a los rostros imposiblemente hipnóticos.

Así que, para empezar, tenemos un problema nominal de tres pares. Porque el concepto de belleza con el que la feria se ha bautizado acaba de saltar por los aires con la intervención de esta buena señora. De todas formas, tampoco es que le importe a nadie. Los pelos alisados, las glándulas mamarias del tamaño de balones medicinales y los frutos de gimnasio a 50 euros la mensualidad continúan cada uno a lo suyo.

Y aun así, de nuevo la proporción se descompensa cuando uno se fija en los peluqueros, esteticistas y masajistas de los puestos: muchos de ellos tienen sobrepeso, otros directamente deciden no usar la crema facial que venden en el stand de al lado, pero todos, sin excepción, dedican todos sus esfuerzos a cuidarse el pelo. Debe haber una plantilla o algo, porque el corte es prácticamente el mismo en todos, al estilo boina militar, con la masa capilar extendida hacia un lado de la cabeza bordeada por un paupérrimo flequillo. Debido a las malas experiencias personales con mis peluqueros, me incomoda ser testigo de la cruel hegemonía del pelo corto al estilo boina militar. Lo peor llega cuando comienzan los ofrecimientos sensuales, al estilo de las señoras que fichan en las aceras de los polígonos por las noches.

-Eh, chico. Eh. ¿Quieres un cortecito?

-Eh, chico. ¿Quieres probar el Dermosoft?

Poco a poco, voy perdiendo margen de maniobra. Resulta tan evidente que mi cuerpo necesita atención estética que los tipos encargados de ofrecer demostraciones públicas de cortes de pelo gratuitos y tratamientos para caras acribilladas no dejan de salirme al paso. Mientras tanto, descubro que el mango con chocolate no solo sirve para meter helado del Mercadona en la carta de los restaurantes caros, sino también para untárselo por la cara.

Es posible que en alguno de esos restaurantes también cubran la cara de los clientes con mango con chocolate.

De vez en cuando aparecen los resultados andantes de las demostraciones gratuitas de filigrana capilar, chicas a las que les han trasplantado un Calatrava en medio de la cabeza y, de regalo, un Miró en toda la cara.

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Se supone que este es el estilo de las modelos de alta costura, las que de vez en cuando salen maquilladas con cierta mesura y otras veces con los estragos de un esteticista adepto al uso de las pistolas de paintball. Pues las demostraciones gratuitas de Expobelleza van más bien por la segunda tendencia o, quizá, solo se deba a la descontrolada yuxtaposición de ofertas. Si una chica decide lanzarse a la aventura con todos esos alambres y andamios, luego puede acercarse a uno de los expositores de las empresas dedicadas al body-painting y que le coloreen algo bonito en el rostro. El problema, creo, es que tanto los Calatrava de la peluquería como los pintores de lienzos de carne se imaginan el resultado de unir su oferta con la del negocio de al lado.

Axioma post-industrial: la saturación de oferta sobre la demanda engendra criaturas indefinibles pero, casi siempre, enternecedoras.

Porque si todo el rollo semi-inconsciente y traumático de las proporciones apolíneas frente a la compensación dionisíaca y ese gran BLABLABLA maravillosamente insinuado por el Premio al Mejor Cuerpo en su discurso de aceptación llega siquiera a agobiarles, es un alivio saber que estas chicas se lo pasan bien aceptando echarse encima todo lo que les ofrecen gratis. Uno puede notar que se están divirtiendo y eso sí que es una novedad, sobre todo cuando tres cuartas partes del público masculino lo componen novios y maridos con la mirada perdida entre artilugios para colocar extensiones de plumas y cremas anti-edad (sic, de nuevo, porque un mejunje anti-temporal solo es posible dentro de un Supercolisionador de Hadrones o algo así), visitantes inclinados en sillas de dentista con el gesto cada vez más torvo conforme el especialista les va enumerando las virtudes de lo que quiera que le estén aplicando y se han perdido hasta ese momento y, por tanto, han descuidado; modelos sacados de favores a algún familiar cercano para subirse a una silla y lanzarse sin red a la inspiración que le venga al esteticista de turno, con un aspecto tan aburrido o directamente desesperado que están pidiendo en su particular drama de cine mudo que, por el amor de Cristo, alguien les libere de la encerrona en que se han metido.

Según el programa, esta misma tarde se entrega el premio del Campeonato de Manicura. Me gustaría saber en qué momento tiene lugar la competición, si consiste en una especie de contrarreloj o, por el contrario, gana la uña más bonita o más barroca. Teniendo en cuenta los veredictos que pueden escucharse en programas como Top Chef, estoy más que seguro que cualquier experto que lea esto estará poniendo los ojos en blanco ante tamaña simpleza. Pero me resulta complicado encontrarle más matices a una uña.

Basta pasarse por las dieciséis mesitas de manicura del fondo del pabellón para descubrir que, en efecto, existe toda una cátedra de la manicura. Es, con diferencia, el servicio gratuito con más éxito de todos los que se ofrecen durante la feria. Dieciséis señoras inclinadas sobre los dedos de otras tantas mujeres, tan pegadas a las falanges con sus limas que da la impresión de que estén cumpliendo algún fetiche relacionado con oler manos.

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Junto a la maratón de manicura usted puede sentarse frente a un espejo para colocarse sobre el hombro trozos de tela del tamaño de un pañuelo. Este segmento de suelo no tiene expositor propiamente dicho. Hay un perchero con ruedas y ropa de alta costura para que, quien lo desee, pueda experimentar por primera (y puede que última) vez en su vida cómo es forrarse con moda diseñada por algún Gran Nombre del Mundillo. Sin embargo, nadie se atreve a colocarse ni uno solo de los vestidos. Como mucho se encasquetan una pamela o, sobre todo, se sientan en la silla frente al espejo para que la encargada del segmento de suelo les vaya cubriendo el pecho con el muestrario de tejidos y colores mientras les dice (juro que lo oí) que “el rojo acompasa perfectamente con la luminosidad del rostro”. La idea de una cara que irradia luz da un poco de grima, así que escapo al bar, donde los camareros deben lucir por obligación un uniforme sacado del personal de servicio del Titanic. Intento descubrir qué empresa de catering ha decidido que vestir a sus empleados con chaquetas blancas, cuello negro y botones dorados equivale a elegancia, o, al menos, a elegancia después de la era colonial, pero no hay resultado. Por cierto que la oferta gastronómica de la feria del cuidado del cuerpo y el quererse a uno mismo se basa en los montaditos de lomo al whisky, patatas Lays y bollos de chocolate recubiertos con cobertura de crema. No hay noticias de ninguna lechuga o pariente en la carta del bar, lo que confirma mis sospechas sobre a qué se refiere concretamente la belleza de esta expo.

Pero antes:

OTRAS COSAS QUE QUIEN LES ESCRIBE HA VISTO Y QUE NO TIENE NADA CLARO CÓMO COLOCAR

· Artefactos que obedecen al nombre de “Densificadores Capilares”.

· Tijeras de peluquero con tantos motivos, colores y dibujos estampados como la tienda más psicodélica imaginable de carcasas para móvil.

· Un cartel que anunciaba la venta de CELULOSA AL POR MAYOR

· Visitantes con camisas vaqueras abotonadas hasta el cuello.

· Un aumento progresivo y constante durante mi visita de público joven masculino con el pelo tan rubio como un saco lleno de pollitos.

· Técnicos de televisión a los que han enviado a cubrir los Premios Expobelleza 2014 y que acaban chorreando sudor a mares mientras graban la impoluta figura de Arancha del Sol.

· La incursión del mercado chino en el sector de las maquinillas para cortar el pelo.

· El maquiavélico recurso de una empresa llamada Softsanz colocando dos boles de cristal repletos de Chupa-Chups y caramelos Sugus, para que temerosos e ingenuos visitantes como un servidor merodeen furtivamente alrededor de los dos representantes a la espera del momento oportuno para aprovisionarme de caramelos y huir antes de que intenten venderme su sofisticado sistema.

· El invento más revolucionario, asombroso y sobrecogedor de la expo: una estantería con baldas que bailan al ritmo del giro a lo Olivia Newton John de los soportes.

Como casi siempre, las ausencias trazan el contorno de un contenido que se resiste a definirse por voluntad propia entre tanto ruido y sobreabundancia de oferta. Y no hay mayor ausencia en Expobelleza 2014 que la de negocios dedicados al ejercicio físico, el deporte o la dietética. Es decir, a los métodos basados en cierto esfuerzo y cierta responsabilidad diaria por parte de quien se empeña en quererse un poco más a través de la manipulación de su masa de órganos, vísceras y músculos deseando cobrar forma. Si uno echa un vistazo rápido a la oferta de la feria se da cuenta de que la mayoría de productos están relacionados de un modo u otro con efectos rápidos, inmediatos: un nuevo tinte de pelo, uñas fluorescentes, un corte de pelo inesperado y arriesgado, crema nocturna para derrotar y sodomizar sin piedad los efectos del envejecimiento… En definitiva, nada muy diferente de lo que cualquiera de nosotros encuentra en, seamos justos, mucha de esa cultura a la que nos lanzamos desnudos y con la lengua fuera, como perros desquiciados por una rabia que solo se cura yendo al cine a ver películas anticipadas por premios que se anuncian en los avances rodeados de siluetas de laureles o leyendo magnificas obras de literatura editadas por editoriales independientes que ojeamos porque estamos plenamente convencidos de que debemos leer. O viceversa. Disfrutando entre excusa indulgente y excusa indulgente con la enésima adaptación en 3D de una banda de camorristas de Marvel o activando el modo privado para regalarse la perversión de Lana del Rey. Sea como sea, confiando en que nos hará mejores ciudadanos, individuos, parejas o siervos del Señor, uno lo que primero busca en la alta-baja-mediana-elitista-cochambrosa cultura es consuelo, el alivio de quien supo dar con las palabras exactas o quien nos desconecta un rato el cerebro y la obligación de sentir que debemos clamar por esa sabiduría que nos ayude a no ser unos amargados enclaustrados y ensimismados. Y, no sé ustedes, pero en lo que a mí respecta, soy consciente de lo incómodo que resulta verme asintiendo a tantas reflexiones lúcidas de tantos autores inteligentísimos y brillantes, convenciéndome de haber alcanzado un nuevo y fascinante nivel de compresión humana para, quizá una semana después, acabar cayendo en los mismos errores y prejuicios y, en fin, en toda esa mierda mental capaz de infectar cualquier relación con tus semejantes. Por supuesto, hay consuelos y consuelos y este en particular, el que flota en el ambiente de Expobelleza 2014, no estoy seguro de si es de los que ayuda a sobrellevar el hastío o de los que sirven a largo plazo para algo más.

¿Puede alguien ser más humilde, más sincero y honesto si logra sortear de vez en cuando la idea que lo atormenta antes de intentar conciliar el sueño cada noche, ideas del tipo “Jamás voy a ser nada en la vida / Jamás voy a tener a nadie que me quiera (y otras aprensiones existenciales por el estilo)? ¿Y si ese terror soterrado, en lugar de con asuntos divinos, abstractos o de consulta de psicoanalista tuvieran que ver con simular que se puede rozar la hermosura innata de ciertos individuos? ¿Tendría mayor o menor validez que nuestros inconfesables sobrecogimientos en soledad? En fin, para no agobiarles, ¿es posible que alguien pueda mejorar a niveles ciertamente profundos mediante preocupaciones que, para ustedes y para mí y para el público que entre en Expobelleza con una ceja levantada y media sonrisa en la cara, quedan apartadas al nivel más bajo de la trivialidad?

A la salida veo cómo un par de chicas se alejan calle abajo con la cara pintada de verde y una espiral de color fucsia enroscada a sendos conos de pelo teñido de rubio. Y me alegra saber que mi opinión al respecto les importaría bien poco.

Isaac Reyes