La escopeta nacional. En una finca cercana a Madrid, en la que se está celebrando una montería, se encuentran de manera poco fortuita, los representantes más sobresalientes de lo que fue el régimen franquista en España; a saber: un ministro de “la vieja guardia” falangista, un sacerdote preconciliar, varios miembros emergentes del Opus Dei, antiguos dictadores sudamericanos, lo más rancio y decadente de una rancia nobleza y empresarios ávidos de conseguir contratos a cualquier precio.

Si a esto le unimos situaciones esperpénticas, algún que otro episodio con el sexo como protagonista y mucha chispa en los diálogos y, además, añadimos que la película está dirigida y escrita por españoles, no cabe duda razonable alguna: los autores no pueden ser otros que Luis García Berlanga y Rafael Azcona. Y la película, por si quedaba duda alguna es, por supuesto, La escopeta nacional.

La escopeta nacional se trata de una de las obras más celebradas y taquilleras de su director y del cine español de finales de la década de los setenta (se estrenó en 1977), además de dar paso a dos películas más (Patrimonio Nacional, 1981 y Nacional 3, 1982) para conformar una de las trilogías más celebérrimas de nuestro cine patrio. A pesar de eso, no podemos afirmar que sea “lo mejor” de Berlanga. Pero no nos equivoquemos, en una carrera que incluye obras como Plácido (1961) o El verdugo (1963) siempre no se puede andar en el mismo nivel artístico. Y eso Berlanga lo acusa en esta película.

la escopeta nacional

No obstante, y a pesar de ciertas críticas en contra, por considerar La escopeta nacional un film “un tanto cobarde” en el sentido de que atacó al franquismo una vez muerto el dictador; lejos de obras mucho más sutiles y comprometidas políticamente como las que mencionábamos en el párrafo anterior, la película tiene ciertas notas sobresalientes que merece la pena destacar en un breve (pero intenso) comentario como el que proponemos a continuación.

La escopeta nacional es la mejor definición del régimen vivido: algunos consideran esta película como una especie de “pataleta” de Berlanga y Azcona frente a un régimen que no les permitió trabajar con libertad, y donde la censura y su pobreza de mente cortó y paralizó proyectos de ambos genios. No estoy de acuerdo con dicha afirmación; considerar a esta película como una “vendetta” personal me parece de cierta estrechez de miras. Berlanga nos presenta la realidad (en forma de parodia y esperpento) de un país en el que los negocios se abrían y cerraban en fincas, entre perdigonazos y platos de migas por la afición de un dictador a la caza, a la cual acudían todos los que “eran alguien” o querían serlo… Para ello, un reparto coral donde aparecen nombres fundamentales del Cine Español, tanto en los personajes principales como en los secundarios: Agustín González, Chus Lampreave, Luis Ciges, Mónica Randall, Antonio Ferrandis… Y dentro de todos ellos, y a pesar de la dificultad por la importancia que adquieren todos en esta farsa tragicómica y esperpéntica como la vida misma, los auténticos “protagonistas”, a los que situaremos a continuación.

Resulta tremendamente complicado elegir, en una película como esta, a unos personajes en torno a los cuales realmente gire la acción, ya que son muchas las pequeñas historias que se entrecruzan con una gran diversidad de personajes. Pero, si tenemos que realizar el esfuerzo, un servidor se queda con tres: Jaume Canivell (José Sazatornil “Saza”) fabricante de porteros automáticos que, merced a un “contacto” paga una montería para coincidir con un ministro franquista e intentar un trato favorable para “pegar el pelotazo”. Este personaje, que a priori posee un rol desagradable (no deja de ser un futuro instrumento de corrupción) se verá superado por los acontecimientos para convertirse en un mero pelele en manos de un poder político que no controla y que juega a otro nivel. Canivell se tornará, muy a su pesar en algunos casos, de modo buscado en otro, en una especie de epicentro de la vorágine que se cuece en torno al fin de semana de montería que él mismo ha costeado de su bolsillo. Aunque será un foco extraño, ya que en más de una ocasión encontraremos al personaje desplazado, perdido en un mundo en el cual no sabe moverse y que lo convierte, en muchas ocasiones, en un pobre diablo digno de lástima.la escopeta nacional

El segundo personaje fundamental es Luis José Leguineche, interpretado por un actor tremendo: José Luis López Vázquez. El inefable dúo que conforma con el gran Luis Ciges (en la película su fiel criado Segundo) es impagable: el único heredero de la ¿fortuna? paterna, casado con una mujer que le desprecia y a la que causó la pérdida de un ojo por un perdigonazo fortuito, y eternamente frustrado en materia sexual, dando rienda a sus pasiones con el onanismo, ya sea solo o acompañado por su fiel Segundo. Un personaje acobardado e inadaptado que será engañado por una aspirante a actriz interpretada por Mónica Randall. Es curioso observar que, frente a las películas de ese españolito medio loco por las suecas al que dio vida el “landismo”, (donde a veces el “macho ibérico” conseguía su objetivo) Berlanga nos presente a otro tipo de latin lover tan alejado de las películas citadas, pero tan cercano en cuanto a la obsesión sexual a los protagonistas de las delirantes películas de serie S que proliferaron en la Transición. En cuanto a José Luis López Vázquez, lo de este actor es para escribir varias páginas sin escatimar elogios. Con una carrera donde ya nos había fascinado en películas como El bosque del lobo (Pedro Olea, 1971) o La cabina (Antonio Mercero, 1972), sacó el tarro de las esencias otra vez para interpretar un personaje imperecedero en cuanto a comedia se refiere. Muy pocos podían hacer un papel como éste sin caer en el ridículo. Uno de ellos era el gran López Vázquez.

El tercero de la terna es un actor sin el cual esta película no podría existir; nos referimos, por supuesto, a Luis Escobar, el inolvidable Marqués de Leguineche. Un aristócrata monárquico venido a menos que ha prometido no salir de su finca hasta que la monarquía haya sido restablecida. Luis Escobar, que tuvo un papel destacado en el teatro de época franquista y que era, verdaderamente un aristócrata (ostentaba el título de Marqués de las Marismas del Guadalquivir, ahí es nada…) interpreta de modo inigualable al personaje que más brilla con luz propia dentro de esta auténtica constelación conformada por la flor y nata del panorama actoral de la época. Resulta curioso que con este papel (el primero de cine en su vida) conformase un papel tan extraordinario que la mayoría de los que interpretó después no fueron más que una copia más o menos lograda del mismo. Sus ademanes, sus diálogos, su extravagante y erotómana colección… conforman un puzzle maravilloso que lleva a la comedia a cotas muy altas en su personaje.

La escopeta nacional no es la mejor película de Berlanga, como mencionábamos anteriormente. No es ni, tal vez, una de las mejores comedias desde el punto de vista formal del Cine español (aunque para un servidor es fundamental y una obra maestra). Pero no cabe duda alguna de que Berlanga, con un toque de humor más grueso de lo habitual consiguió con creces el que parece que podría ser su objetivo prioritario: señalar, una vez muerto el dictador, a los principales apoyos con los que contó el régimen de Franco. Unos apoyos dentro de los que el espectador se encuentra señalado desde el inicio de la película, ya que durante los primeros minutos el director nos regala un plano secuencia del monte donde solo se escuchan, de modo cada vez más claro, muchos cencerros y balidos de ovejas que se hacen, al final de los títulos de crédito, insoportables. Muchos han querido ver en ello la primera crítica del director; tal vez a una España que convivió durante cuarenta años con un régimen dictatorial que tuvo la inteligencia de ir mudándose de piel a medida que las circunstancias lo exigían, al igual que el señor Canivell tendrá que ir arrimándose “al Sol que más calienta” durante los diferentes momentos de la película.

La escopeta nacional fue tal parodia de todo lo vivido en España durante demasiado tiempo que incluso para poder rodarse en la finca que se convierte en el único escenario de la historia, un familiar del mismísimo Franco intervino y medió para que ello fuese posible. Si esta no es la mejor broma de Berlanga, ustedes mismos me dirán cuál podría ser… Es la fábula de unos personajes que constantemente viven en un eterno “quiero y no puedo” demasiado habitual en la historia de nuestro país.

Un país que, desgraciadamente, se parece hoy día, cuarenta años después, más a este escenario que a una democracia plena y madura en algunos episodios (supuestos affaires con maletines de por medio, supuestos sobresueldos y favores personales, subidas de sueldo estratosféricas, asesores de asesores de los asesores, representantes políticos en realities…). Puestos a lamentarse por estas situaciones y no morir en el intento, bendito sea Berlanga, que al menos fue capaz de reducir tanto la realidad al absurdo que nos la hizo digerible y cómica. ¿Les parece poco?

Carlos Corredera (@carloscr82)