Ana María Matute, la académiKa por excelencia falleció a los 88 años. Entre sus obras más destacadas figuran Los Abel, Olvidado Rey Gudú y sus maravillosos cuentos infantiles

La palabra cuentista tiene distintas connotaciones, pero en esta ocasión la voy a tomar por el lado positivo. Un cuentista es un contador de historias y eso es lo que fue Ana María Matute, una gran contadora de historias. En su mente estaba previsto conquistar a los niños, los futuros lectores y la garantía de que el sistema, en cuanto a Literatura se refiere, funcione.

Aún recuerdo cuando con apenas siete años un libro de Matute cayó en mis manos. Se trataba de uno de los libros de esa minibiblioteca que había en la clase. Era un libro con grandes números en las que ellos, precisamente las cifras eran los protagonistas de sus páginas. Fue el primer paso en la conquista de una afición, porque a mí en vez de regalarme muñecas cuando estaba enferma, mi madre me regalaba un libro. No tendré tiempo de agradecérselo nunca porque los libros suponen un pasaporte para conocer distintos mundos. Mundos tan reales como uno mismo o como lo que se pueda imaginar. Algo parecido le pareció a Matute en su infancia. No es que le regalaran libros, es que ella misma se encargaba de dar vida a personajes en historias en las convalecencias de las muchas complicaciones de salud que tuvo en la niñez. Esta dama de la Literatura ha fallecido tras padecer durante años varios achaques que incluso la obligaron a usar silla de ruedas. Eso sí, su cabeza seguía siendo de las mejores amuebladas del panorama literario español.

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Matute ha pasado a ser conocida principalmente por obras como Los Abel, en la que reflejó la atmósfera española inmediatamente posterior a la guerra civil desde los ojos de un niño. Duro, ¿verdad? La escritora no pasó por alto una de las épocas históricas más fascinantes para los creadores, la Edad Media, una etapa con sus claroscuros y misterios muy digna de ser contada. A esta etapa corresponde, por ejemplo, La torre vigía, donde narra la historia de un adolescente que debe iniciarse en las artes de la caballería. Terminamos el repaso por sus obras con tres de las más conocidas y también de las más esperadas tras un largo silencio creativo por parte de la autora barcelonesa, su Olvidado Rey Gudú (1997) y Aranmanoth. Tampoco podemos pasar por alto una de sus obras más galardonadas, publicada en la década de los 50, Los hijos muertos, premiada con el Premio de la Crítica en 1958 y el Nacional de Literatura en 1959.

Pero sigo diciendo que el gran secreto de la Matute reside en contar historias para niños y adolescentes, de ahí que muchas de las editoriales con las que trabajó se dispusieran a reeditar sus cuentos. Estos relatos son bastante numerosos y entre ellos figuran El país de la pizarra; Tres y un sueño; El río; El polizón del Ulises; Cuaderno para cuentas o El árbol de oro y otros relatos, por ejemplo. Realidad y sueños, una dicotomía que siempre ha estado presente en la obra de Matute y en su vida, de ahí que en más de una ocasión se la calificara como “la maga cuentacuentos”.

Matute ha tenido una personalidad propia, incluso en la escritura. Ha roto moldes en muchos sentidos, incluso en la Real Academia de la Lengua. Fue la tercera mujer en ingresar en esta institución que fue creada en el XVIII para “limpiar, fijar y dar esplendor”. El año de ingreso fue en 1996 y en enero de 1998 leyó su discurso. Su asiento no fue otro que la letra K mayúscula, ocupado anteriormente por otra mujer, Carmen Conde. La académiKa supo ganarse ese lugar a pulso, no en vano desde que tenía cinco años todo papel que caía en sus manos era embadurnado con renglones, letras, líneas y pensamientos que luego tomarían forma de relato, cuento, novela… Historias en las que también cabía su lado divertido, pero también el dolor, el sufrimiento y la desesperanza de una de las generaciones que vivió una guerra entre hermanos con una década de vida y todo lo que vino después. Una época dura de hambre, penuria y rencor que se pueden combatir con un papel y un lápiz como mejores aliados para evadirse de la realidad cotidiana. La académiKa, con su K mayúscula, deja su sillón y un legado que sirve de referencia para generaciones futuras. Hasta siempre, maga de los cuentos.

Noemí González