Curiosamente, Baztán es una palabra no recogida en el diccionario de la RAE, obedeciendo su no inclusión a criterios tan simplistas como el ser una palabra de un idioma distinto al castellano (euskera para más señas). Sin embargo, en el mundo literario, y no digamos en el contexto geográfico que le da sentido, esta palabra se ha convertido en una suerte de icono que viene a adquirir un nuevo significado, todo ello a causa de la trilogía que Dolores Redondo ha regalado a los amantes de la novela negra. Sus novelas El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta se han ganado por méritos propios pasar a la posteridad como La Trilogía del Baztán, en letras mayúsculas, y es que en las orillas de este río, que no es más que la cuenca alta del Bidasoa, transcurre la trama (una o tres según se mire) en la que la inspectora Amaia Salazar nos será presentada de un modo tal, que tendremos la certeza de conocerla muy bien al expirar la grafía. Recibe el nombre de Baztán la comarca localizada al norte de Navarra, a los pies de los Pirineos, la más amplia de cuantas componen la Comunidad foral que le da cobijo, constituida por una serie de municipios y caseríos que se agrupan o distancian  con cautela para delimitar uno de lo parajes más bellos de la península ibérica. La riqueza de bosques, el clima que nace de la confluencia de sus accidentes orográficos, la arraigada arquitectura heredada de ancestros y la magia que sobrevuela los parajes  hacen del Baztán un lugar único en el que no es difícil confundir ficción y realidad, fórmula magistral de la que se vale la autora para contarnos cómo una serie de crímenes transforman la vida despreocupada de los habitantes de Elizondo, localidad que, además de constituir la capital de la comarca, es en esta ocasión condecorada con los galones de escenario de una aventura que atrapa al lector de un modo un tanto especial; quizás tengan culpa de ello las sorgiñas que pueblan los decorados de los luctuosos acontecimientos que nos tienen en vilo mientras en nuestro subconsciente cobra vida propia Elizondo y sus alrededores; el río sigue su curso y permanece impertérrito a la sangre que se derrama en sus orillas, quizás empeñado en desteñir el color púrpura que lo tiñe, o acaso sea sólo simple postureo para ocultar el dolor que arrastran sus aguas…

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Amaia trabaja en Pamplona pero sus orígenes parecen ejercer una misteriosa fuerza a la que termina cediendo volviendo a encontrarse con un Elizondo que, aún cambiado con el paso de los años, permanece retratado con fuego en sus recuerdos haciendo que el regreso se traduzca paralelamente en regreso a una infancia que la dejó marcada para siempre. La tierra, la familia, los recuerdos, el amor, el dolor… todo contribuye a construir una historia en la que el paisaje sirve de hilo conductor.

Es imposible que la figura del basajaun pase desapercibida al lector. Este mitológico guardián del bosque, encargado de proporcionar equilibrio y armonía a la naturaleza, remeda a otros homínidos legendarios que adquieren una u otra denominación según las tradiciones locales. Aquí, en los bosques de la Navarra más profunda, su misteriosa presencia llega a dar miedo y su sola mención despertará miedos ancestrales no justificables por la lógica. Allí donde la dulzura muere, donde la candidez sirve de pretexto para una mal interpretada guarda y custodia de las costumbres y de la virginidad, el basajaun llega a ser el objeto de sospechas carentes de lógica, pero es precisamente lo ilógico del planteamiento lo que termina definiendo el o los casos de asesinato que con tanta delicadeza (o no) se exponen.

La Trilogía del Baztán es una original incursión en el mundo de lo ficticio desde un planteamiento racional inicial dando como resultado tres volúmenes, una sola obra, que encandila al lector desde el principio al fin. Tal es la repercusión que ha tenido la historia, que en el mismo Elizondo se han organizado rutas turísticas que recorren la población de cabeza a pies, haciendo hincapié en los lugares más emblemáticos que tanto los lectores como la misma autora han querido destacar de modo que la lectura se convierte en el sencillo prólogo de una aventura que se materializa a ambas orillas de este prolijo río que se precipita en forma de escalón en medio de la idílica y casi desconocida silueta de un núcleo urbano que esconde más de lo que enseña.

Pasar las páginas de cualquiera de los tres volúmenes es embriagarse con los aromas de Mantequerías Salazar, la empresa familiar que con tan rígida mano dirige Flora. Quizás sea buena idea preparar un delicioso pastel para deleitarse al término de cada capítulo o, quién sabe, quizás el secreto esté en quedarse con las ganas para sólo saciarse al final.

Elizondo, la bella. Para quien no la conozca, es justo presentarla aunque sea de manera somera. Dividida en dos orillas por el Baztán, su caserío luce orgulloso dando una lección de historia, historia que dejó estragos en el entorno desde bien temprano y prueba de ello son las grutas de Alkurdi y Berroberría así como los dólmenes que atestiguan el importante papel que la comarca jugó en nuestra colectiva historia. Su situación geográfica permitió la población por numerosos pueblos que vieron en los verdes valles un lugar idílico en el que vivir. La otra cara de la moneda se encuentra representada por los múltiples conflictos que asediaron estos parajes, testigos mudos de muerte y desolación. Quién sabe si esas mismas voces ahogadas sirvieron a Dolores Redondo para disponer de los arcaicos misterios en su misión de enhebrar sombras y llantos.

Pero la inspectora Salazar no camina sola. Junta a ella, el peculiar detective Jonan Etxaide aporta su instinto y sus conocimientos de antropología y psicología para ayudar a encaminar un caso complicado desde el principio. La Guardia Civil no queda al margen de la trama y al final resulta muy pinturero observar cómo en la imaginación colectiva el verde del bosque se mezcla con sigilo con el de los uniformes de los esforzados policías, a los que se les ha puesto a prueba una y otra vez. El basajaun se convierte en el enemigo a batir pero tras su sombra se esconde Tarttalo, otro personaje mitológico, sanguinario, que por ascendencia sobre aquellos que carecen de su maldad toma el protagonismo que se merece para que resucite el hilo conductual que tras realizar flexiones gimnásticas se tensa de un modo inesperado para que Legado en los huesos sea aun más intensa que su antecesora.

Ahora es Ros, la hermana Salazar de en medio, la que dirige los designios de la empresa familiar, empresa que a pesar de haber perdido protagonismo en el guión sigue prestando aromas a un Elizondo negro pues la lluvia, las nubes y la niebla toman sus calles para recrear el escenario perfecto donde tendrán por fuerza que ocurrir atrocidades que no por nuevas dejan de tener relación con aquellas que ponían a prueba al equipo de investigadores en la primera entrega. Dolores Redondo consigue crear un clímax que se mantiene hasta el final, evitando despejar incógnitas que nos acompañan hasta Ofrenda a la tormenta. Entre las incógnitas a despejar se encuentra la propia figura materna representada en Rosario, un dibujo existencial que, lejos de dejarnos indiferentes, nos causa repulsión e interés al mismo tiempo. A los secretos que ha guardado podríamos añadir al mismísimo Aloisius Dupree, un agente americano experto en análisis de conducta que en todo momento parece querer cobrar protagonismo y no conseguimos que abandone ese segundo plano que la autora le ha concedido. Quizás al final termine por centrar nuestra atención e incluso puede que se convierta en el objeto de nuestros anhelos e incluso de nuestro último aliento.

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El río corre en la oscuridad y hasta se desborda, opción plausible justificada por la curva que realiza en el corazón de la población, curva sin la que no se podría comprender Elizondo. Poco a poco el lector se ubica. Las calles Jaime Urrutia o Txocoto forman parte del vocabulario obligado, también forman parte de él los términos relacionados con el mundo mitológico, uno de los objetivos que probablemente se marcara Dolores Redondo a la hora de abordar la trilogía.

Es original la aportación que la peculiar psicología del asesino juega en cada uno de los crímenes. El hecho de que cada uno de ellos se relacione con el siguiente con hilos invisibles crea una expectación que obliga a la lectura compulsiva, mérito de la autora con sus dotes de redacción e inventiva.

Rápidamente se nos ofrece en su hermosura y grueso calibre la tercera entrega, Ofrenda a la tormenta, nombre que mucho tiene que ver con hechos acaecidos en sus precuelas. Justamente es esa ofrenda la que da un toque mágico al argumento. La diosa Mari observa desde arriba, a ella debe rendirse pleitesía. Pero no nos podemos dejar llevar exclusivamente por la magia derrochada pues el desenlace se va acercando sin que nos demos cuenta y en él desembocan infinitos ríos de realidad que removerán las consciencias y enunciarán que no todo estaba dicho. Tan antiguo como el ser humano es el acto de la ofrenda. A cambio de la ofrenda, el individuo o el grupo reciben aquello que desean pero el precio a pagar es a veces demasiado alto para ser asumido y la naturaleza se transforma e incluso se reinventa ayudando a pagar la deuda contraída. Finalizará la trilogía, no podía ser de otra forma, de un modo crudo y quizás hasta previsible si se ha estado atento a cómo evolucionan los requiebros, a cómo se esconden o aparecen los detalles, a cómo el camino se va estrechando hasta desaparecer… en el desasosiego.

Me atrevo a decir, y no me equivoco, que la trilogía del Baztán está llamada a convertirse en todo un clásico, si no lo es ya en el momento en que leemos estas páginas.

Surge tras la lectura el gusanillo de visitar los lugares en los que se ambientan las novelas y así se cierra el círculo, círculo que se completa recorriendo calles anejas llenas de historia y secretos. Recorrer las calles de Elizondo vuelve a convertirse en el aliciente principal de la aventura iniciada con el concurso de las letras. Tras cruzar el puente podremos pararnos a observar cómo se elabora un queso artesano, y no podremos resistirnos a degustarlo en el mismo establecimiento, acompañado de mermelada de cerezas. Tampoco podremos despedirnos de su caserío sin preguntar por el famoso txantxigorri y cualquier paisano nos dará las señas de la pastelería Malkorra, en la calle Santiago, aquella que visitaba la autora y que transformó de un estilo muy peculiar una receta casi olvidada para convertirse en el alter ego de las propias Mantequerías Salazar. Pero no deberemos ser injustos y valoraremos la pastelería Arkupe tal como se merece, disfrutando de un delicioso café acompañado de cualquiera de sus especialidades. Seguiremos caminando y nos toparemos con la iglesia de Santiago y quizás tengamos suerte y nos realicen una somera visita a su interior en la que se escuchará el nombre de Luis Ciga, llamarán nuestra tención los vivos colores de su decoración o pediremos explicaciones acerca del majestuoso órgano de estilo español. En nuestro despiste nos daremos de bruces con el palacio barroco de Arizkunenea o con la fachada del ayuntamiento, o quizás lo que nos llame verdaderamente la atención sea aquello que se nos esconde a la vista y en donde lograremos recrear cualquiera de los pasajes de la trilogía que por entonces consideraremos ya nuestra. Será entonces el turno para visitar las villas cercanas y terminar satisfechos la jornada quien sabe si esperando el consuelo de los pintxos que degustaremos en Estafeta o Mercaderes.

En el momento de esta reseña, Dolores Redondo está inmersa en la confección de un nuevo manuscrito y en su nombre nos han prometido que la autora se someterá a nuestro tercer grado en cuanto termine su reclusión. Es por ello que esperamos que os sirva la presente como aperitivo y que nos hagáis llegar las preguntas que os gustaría realizar a Dolores, preguntas de las que no se librará y que publicaremos en cuanto nos sea posible.

Francisco Javier Torres Gómez