Con esta castiza frase madrileña, el gentío concentrado en las principales avenidas de la capital de España saludaba la primaveral promesa de una vida mejor y republicana la tarde de un 14 de abril de 1931. Ese mismo día, en Cartagena, tras firmar un manifiesto de renuncia al trono, Alfonso de Borbón y Habsburgo Lorena, Alfonso XIII, embarcaba en el crucero “Príncipe Alfonso”, de la Marina de Guerra, en dirección a su exilio italiano. Nada más volver a puerto de su periplo, el navío sería rebautizado como “Libertad”.

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Cómo un rey populachero, castizo y con los modos propios de un chulapo había dilapidado el crédito y el cariño de un país, sumiso al cacique y al banquero que sostenían el trono, es uno de los grandes temas de la historia contemporánea española, que hoy viene a colación con la abdicación de su nieto, Juan Carlos I.

LA INFANCIA DE DON ALFONSO

Alfonso XIII había nacido ya rey, en 1886, ya que era hijo póstumo de Alfonso XII, fallecido meses antes, y de doña María Cristina de Habsburgo, una sobrina del emperador Francisco José de Austria (el marido de Sissi).

Para evitar males mayores y agitación política, los grandes partidos del turnismo habían firmado a la muerte de su padre los Pactos de El Pardo, para asegurar el respaldo a Alfonso XIII y que el sistema de democracia aparente siguiese funcionando.

Pieza clave iba a ser la reina regente, María Cristina, devota autoritaria que sin embargo se mantuvo correctamente en su papel constitucional, ganándose el mote de “doña Virtudes” por su actuación, que hemos de reconocer, no fue asunto fácil: las Guerras de Cuba, el Desastre de 1898 y los conflictos internos fueron socavando los cimientos de la sociedad española de la época, y con ella las bases de la popularidad de la corona.

Sin embargo, el sentido del deber tanto de Alfonso XII como de su segunda esposa no pasaron a su hijo, que, aislado en palacio y con una educación típicamente decimonónica, no pudo, o no supo, estar a la altura de las circunstancias.

ALFONSITO ENTRA EN SOCIEDAD

En 1902, al cumplir los 16, Alfonso XIII es declarado mayor de edad y nombrado rey oficialmente. En su primer consejo de ministros ya demostró sus habilidades al dejar claro ante los prohombres encopetados de chaqué e impertinentes en la punta de la nariz, que él se reservaba los nombramientos militares y toda la política relacionada con el ámbito castrense. Y punto. ¿Caprichos de adolescente? Posiblemente. Sin embargo hemos de aclarar que Alfonso perteneció a una generación de príncipes muy dados a intervenir en política y con unas ideas verdaderamente fantasiosas de lo que era el juego diplomático y el papel que sus respectivos países tenían en el mundo. Entre ellos el káiser Guillermo II y el zar Nicolás II (ambos curiosamente, primos). Todos ellos acabaron perdiendo sus coronas.

El tiempo y los sucesivos gobiernos fueron pasando, con la alternancia típica del sistema canovista. Se concertó el matrimonio de Alfonso con una princesa británica, habituada al constitucionalismo desde pequeña, Victoria Eugenia de Battemberg (a la que Alfonso “coronó” varias veces y a la que llamaba “la pava real”), que hiciese de contrapeso de la influencia materna hacia el autoritarismo. Así, durante la Gran Guerra, España se mantuvo neutral, en parte por expreso deseo del monarca, aunque varios militares, amigos suyos, se prestaron para entrar en guerra a favor de la Triple Entente.

No sería la Gran Guerra el bautismo de fuego español. Avergonzado por no poseer un imperio propio, Alfonso soñaba con un territorio que conquistar y recuperar el prestigio perdido. El juego diplomático iba a permitir acaparar las migajas que las grandes potencias se dejaban en sus repartos: la Guinea Ecuatorial y sobre todo, Marruecos.

Tras la Conferencia de Algeciras (1906), el rocoso norte de Marruecos, rico en minas y en tribus rebeldes es entregado como Protectorado a España. Alfonso ya tenía su trozo de pastel, sus indígenas que civilizar y las concesiones de minas que repartir a sus amigotes.

En 1909 se produjo el Desastre del Barranco del Lobo, en el que los rifeños estuvieron a punto de ocupar Melilla y que desencadenó la Semana Trágica de Barcelona. No obstante, la Guerra de Marruecos iba a ser un sumidero constante de vidas y dinero a la mayor gloria de España.

Alfonso necesitaba su guerra, quería el prestigio e intervenir en política todo lo que fuese necesario para conseguirlo. Como es natural, estas medidas no sentaron bien entre las clases humildes, que enviaban a sus hijos a una guerra de la que sólo salían beneficiados los capitostes del partido conservador y del partido liberal.

Andando el tiempo, un nuevo desastre militar iba a poner en peligro todo el edificio de la monarquía de la Restauración: el Desastre de Annual de 1921, saldado con varios miles de muertos, heridos y desaparecidos, frente a los andrajosos rifeños de Abd-el-Krim.

El Desastre fue de tal magnitud que se encargó desde el gobierno una auditoría a cargo del general Picasso (tío del famoso pintor) que pretendió depurar responsabilidades de lo ocurrido.

Esta cristalizó en el Expediente Picasso, que apuntaba a la responsabilidad personal del general Fernández Silvestre y sus superiores, entre los que, posiblemente, se encontraba el propio rey.

Sin embargo, el Expediente nunca llegó a concluirse, debido a que, en 1923 y ante la grave situación social, política y económica, el Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dio un Golpe de Estado incruento, posiblemente, con el propósito soterrado de salvar la imagen real.

ALFONSO Y MIGUEL

El rey, veraneando en Vascongadas (quién lo diría hoy) ni se pronunció a favor ni en contra del golpe cuando tuvo noticia de él. Posteriormente, ya en Madrid, encargó al general golpista formar gobierno.

Éste formó un Directorio Militar (1923-25) con espíritu provisional y se dedicó a ejercer un control autoritario de economía y seguridad interna, lidiando con problemas realmente graves, como el “pistolerismo”, la inflación y la Guerra de Marruecos, a la que dio fin tras el desembarco de Alhucemas.

1923, Alfonso XIII con el Directorio Militar

Alfonso XIII y el Directorio Militar

Animado por los éxitos y una creciente popularidad, formó en 1925 un Directorio Civil, ganándose de paso la colaboración del PSOE y otros grupos políticos, que, no obstante, tenían sus actividades restringidas.

Entre 1925 y 30 se dedicó el dictador, con la aparente colaboración del rey, a una modernización “desde arriba”, creando un partido-movimiento sincrético, la Unión Patriótica y redactando un proyecto de Constitución.

Sin embargo, la burguesía, que había apoyado el golpe, en plena bonanza económica, estaba harta del dictador, al que Alfonso XIII calificaba como “mi Mussolini”.

El rey, viendo que si seguía vinculado a él, podía salir perjudicado, decidió prescindir de sus servicios. Ante el fracaso de su proyecto constitucional, don Miguel Primo, el dictador simpático que piropeaba a las jóvenes modistas por la calle, se exilió en París en 1930, muriendo a los pocos meses.

El rey lo sustituyó por un militar de biografía similar, Dámaso Berenguer, que puso en marcha un programa para volver a la situación de 1923 como si nada hubiese cambiado en España en 7 años de efervescencia social y económica. Jocosamente la gente se refería a su gobierno como la “Dictablanda”.

Frente a los patéticos estertores monárquicos, la oposición se organizó convenientemente en el Pacto de San Sebastián (1930) en el que una serie de personalidades abogaban por una salida democrática y republicana a la situación nacional. Formaban este grupo desde ex monárquicos (Alcalá Zamora, Miguel Maura) hasta socialistas (Prieto) pasando por los radicales de Lerroux, un partido que a pesar de su nombre, encarnaba las inquietudes de una clase media baja anticlerical, republicana y conservadora.

Estos republicanos organizaron un Golpe de Estado para fines de 1930, que fracasó, produciéndose sólo la sublevación del cuartel de Jaca, protagonizada por los capitanes Galán y García Hernández. Su fusilamiento iba a dar a los republicanos sus primeros y más famosos mártires.

AZNAR Y LAS ELECCIONES

Desbordado, el rey sustituyó a Berenguer por el almirante Aznar (antepasado del presidente) al frente del gobierno. Éste convocó elecciones municipales para el 12 de abril de 1931.

El clima era tenso y la gente en la calle se las tomó como lo que no eran, un plebiscito sobre la forma de Estado.

Lentamente el escrutinio dejó unos resultados ambivalentes: las candidaturas republicanas se habían adjudicado los ayuntamientos de las principales capitales provinciales y de Madrid, salvo contadas excepciones. Los monárquicos, movilizando la máquina caciquil en las zonas rurales mantenían la España de los pueblos, agrícola y atrasada. Como señalan expertos como Ben Ami, la mayor parte de la población española residía en el campo, pero la vida ciudadana había experimentado un tremendo auge desde 1900.El rey, que podría haber tolerado a los ayuntamientos elegidos democráticamente y haber mantenido la corona hizo lo que no debía: asustado por las manifestaciones de júbilo popular por el triunfo de los republicanos y las noticias que llegaban de otras capitales, sondeó a los militares sobre el empleo de la fuerza pública y el Ejército para acabar con ellas y, posiblemente, impedir la toma de posesión de los nuevos ediles. En la mañana del 14 de abril, desde el balcón del Ayuntamiento guipuzcoano de Éibar se llevó a cabo la proclamación de la II República española.

eibar

Éibar proclama la República

El director de la Guardia Civil, general Sanjurjo, cambió de bando oportunamente, se puso al servicio del Comité Revolucionario formado por los republicanos y no garantizó su apoyo al rey.

Éste, agotado el recurso a la fuerza, negoció. Su representante, el cacique de caciques, Conde de Romanones, se entrevistó con los miembros del Comité. Estos exigieron la salida del rey antes del crepúsculo del 14 de abril.

Tras redactar un sentimental manifiesto en el que aseguraba haber perdido el amor de su pueblo y no tener intención de provocar una guerra civil, abdicaba y marchaba al exilio. Por las calles, militares, paisanos y policías, mezclados codo con codo en fraternal anarquía (cuántos hijos no trajo aquel feliz día para algunos) entonaban la Marsellesa. El aire de primavera perfumaba un esperanzador comienzo que trajo un terrible final. El aire de primavera vuelve a olerse. ¿Tendremos que temblar de nuevo?

EPÍLOGO: ALFONSO XIII, SEMBLANZA DE UN MONARCA

¿Cómo era Alfonso XIII? Para empezar, alto y no exento del gracejo de un chulapo madrileño, lo que le granjeó el afecto popular durante sus años de juventud. Fumador empedernido desde la adolescencia, su dentadura podía dar buena cuenta de este exceso, como se puede observar en las fotos conservadas de la época. Buen bebedor, los placeres, incluidas mujeres de diversa condición, no le fueron ajenos.

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Aficionado al deporte…
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Y también al cine porno. En la imagen, un fotograma de la película «El Confesor» de 1920, producida por los hermanos Baños (Royal Films) y parte de la enorme colección privada de don Alfonso

En sus memorias, su mujer, de la que se separó y a la que no vio desde 1931 hasta su muerte, lo calificaba de “enfermo de sexo”. Algo de verdad habría en ello, merced a sus numerosas aventuras y su afición al cine porno, que le suministraba una productora barcelonesa llamada “Royal Films” (con todo el descaro). Él le echaba en cara a la reina su avaricia manifestando que “la pava real sólo quiere parné, parné”. Andaba con los pies hacia fuera, como manifiestan las filmaciones hechas durante actos protocolarios. Interesado en la política y en la guerra, vio en la expansión militar un buen método de enjugar la postración de España. Orador campanudo y barroco (“de nada valdrá la dádiva material del aguinaldo del soldado…”), era un idealista convencido, partidario del espíritu y poco dado a concesiones materialistas (aunque vivía rodeado de lujo). Amaba la velocidad, los deportes y las máquinas. Fue el principal impulsor de las Copas del Rey de los diferentes deportes y promotor de la concesión de Real a muchos clubes. Le encantaba conducir, navegar y la aviación, con la que se entusiasmaba. Una vida de excesos en todos los sentidos provocó su muerte en Roma antes de cumplir los 60 años.

 Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)