“El bueno, el feo y el malo” (Sergio Leone)
No estoy seguro de si lo saben, supongo que sí, pero el hecho es que ha muerto Eli Wallach. Atendiendo a su edad, no es noticia. Wallach nació un 7 de diciembre allá por el año de 1915; así que podemos decir que este señor no puede quejarse de haber vivido poco.
Atendiendo a sus premios, tampoco es que brillase mucho: nominado al Globo de Oro a mejor Actor de reparto por Baby Doll (Elia Kazan, 1956) y ganador del Oscar honorífico a toda una carrera dedicada al cine en 2010; amén de otros reconocimientos menos conocidos.
Entonces, ¿por qué se lo recuerdo? Creo que lo han adivinado: no ha muerto Eli Wallach, sino que ha muerto el actor que dio vida a “Tuco”, o lo que es lo mismo, al “Feo” de esa monumental película que dirigió Sergio Leone en 1966: El bueno, el feo y el malo. Y si esto no es noticia, ya me dirán qué puede serlo.
En 1966, Sergio Leone estrenó la última de las películas que componen la llamada “Trilogía del dólar” o “Trilogía del hombre sin hombre” (esto último en atención a que no conocemos la identidad del personaje interpretado por Clint Eastwood en ninguno de los tres films). Tras rodar Por un puñado de dólares (1964) y La muerte tenía un precio (1965), se estrenaba la mejor, sin duda, de las tres: El bueno, el feo y el malo.
Hemos de tener en cuenta que esta “Trilogía del dólar” no tiene una línea argumental seguida como solemos entender ahora; más si cabe con la cantidad de películas que se estrenan en partes, hasta el punto de que uno tiene la sensación de que está viendo una historia por fascículos; intentando la productora estirar del mayor modo posible guiones que, en muchos casos, no dan para más.
Integramos a estas tres películas en una trilogía puesto que en ellas Leone utiliza un mismo lugar y una misma temática común para contar historias, en la superficie, diferentes. Y, precisamente aquí es donde estas películas (sobre todo la que nos ocupa) brilla sobremanera: la magistral capacidad de un director de elevar una categoría menor del género cinematográfico (yo me atrevería a decir que incluso despectiva, puesto que en los inicios, el término “spaghetti western” fue acuñado y utilizado por un periodista japonés como crítica a la versión de Leone de la obra de Kurosawa Yojimbo (1961) y que él había titulado Por un puñado de dólares) hasta el Olimpo de la cinematografía actual. Hasta convertir la película en lo que es a día de hoy: un mito.
Con un presupuesto de algo más de un millón de dólares y rodada a caballo entre Almería (cuánto le debe el Cine al desierto de Tabernas y qué hermoso homenaje le hizo Alex de la Iglesia, que para un servidor es el director con más talento del cine español, en 800 balas, 2002) y Burgos, con unos 1500 extras españoles, Sergio Leone consiguió elevar a la categoría de mito una historia con un guion cuanto menos, ramplón: dos buscavidas timadores y pendencieros: El Rubio y Tuco (Eastwood y Wallach) se enteran de la existencia de un botín de 200000 dólares enterrado en un cementerio y compiten por encontrarlo; pero su auténtico problema vendrá cuando otro pistolero, llamado Sentencia (extraordinario y malévolo Lee Van Cleef) lo quiera también para sí. La carrera comienza y el duelo, por supuesto, está servido.
El film, que podía haber quedado en las antípodas de una película digna de ser recordada, por obra y gracia de Sergio Leone, que le imprimió un sello muy particular que la distingue de toda una amalgama de películas bastante malas con temática parecida que se realizaron en esa época, se convirtió (a pesar de fallos evidentes como es su metraje, que a veces resulta excesivo) en una película de culto.
Ver El bueno, el feo y el malo es viajar a un lejano oeste de frontera, donde los buenos no son tan buenos y los malos son… malos. Es la antítesis de la típica película del oeste americano en la que los maravillosos fundadores y colonos tienen el sueño de construir un gran país con unos grandes valores. En esta película no hay grandes hombres con una escala de valores a prueba de balas como en las películas del gran John Ford. No hay héroes incorruptos interpretados por ningún John Wayne ni indios crueles que maten a diestro y siniestro a inocentes estadounidenses…
En esta película hay suciedad, una intensa neblina como la que levanta el aire cálido del desierto, y sudor… mucho sudor en los perlados rostros de los protagonistas, en la ropa de los personajes que van desfilando durante las dos horas y media que, aproximadamente, dura el film. Es decir, que en esta película lo que consigue Leone es mostrarnos el oeste auténtico, que debía ser mucho más sucio de lo que estamos acostumbrados a ver.
Las anécdotas, como el hecho de que Eli Wallach no llevaba cartuchera en la película porque no sabía desenfundar; que Leone prefería a Gean María Volanté para interpretar al “Feo”; o que Clint Eastwood odiaba fumar los puritos que tan famoso lo hicieron y no lavó el poncho (según las malas lenguas) durante el rodaje de las tres películas, quedan en un segundo plano al referirnos a una obra maestra del cine como esta.
Un último servicio le debemos a Sergio Leone y a esta trilogía, y es el hecho de que Clint Eastwood haya confesado en varias ocasiones que este director, junto con Don Siegel (creador de Harry el Sucio, 1971) hayan sido las grandes influencias en su cine. (Un visionado de Sin perdón le hará disipar todas sus dudas al respecto) Quién iba a decir que de la mezcla de “El rubio” y Harry Callahan iba a surgir un director con una sensibilidad tan especial como Eastwood.
¡Ah! Y cómo no… ese duelo a tres bandas; y la música de Morricone; y esos silencios que dicen más que algunos diálogos; y esas miradas con los primeros planos de los ojos…
Un tipo genial este Sergio Leone, que fue criticado y menospreciado en su época, y ahora lo hemos situado, por méritos propios, por encima del bien y del mal. Leone hizo lo que quiso porque precisamente fue Leone, que no es ser poco en el mundo del cine. Más de uno y más de dos lo firmarían. Y la mayoría desearía filmar alguna vez en su vida algo la mitad de bueno que esta película. Eso ni lo duden.
Carlos Corredera (@carloscr82)
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