“¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra)

Hay películas que, de vez en cuando (y perdonen la expresión), “te las pide el cuerpo”. Hoy vamos a hablar de una de estas películas.

En 1946, Estados Unidos acababa de realizar un enorme esfuerzo humano, militar y económico (que le reportó también pingües beneficios) en terminar algo que no había comenzado allí, pero de lo que supo aprovecharse muy, pero que muy bien: la Segunda Guerra Mundial. Además, había conseguido la rendición de Japón a costa de uno de los episodios moralmente más deleznables y aterradores del siglo XX, como fueron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. El mundo, y los estadounidenses como testigos, habían asistido a una más de las muestras de hasta qué punto puede ser cruel el ser humano: seis años de guerra, campos de exterminio, potencia nuclear… Así pues, el espectador de clase media americana de los década de los cuarenta no estaba para mucho sufrimiento en pantalla, ni para películas con grandes problemas éticos y morales. Simplemente quería sentir (o creer) que el mundo en el que le había tocado vivir, podía ser mejor de lo que era.

Y en estas circunstancias, el 20 de diciembre de 1946, Frank Capra estrenó una película que cumplía con todas las exigencias de ese espectador medio norteamericano; se estrenó ¡Qué bello es vivir!

¡Qué bello es vivir! tiene un título que, sin adelantar acontecimientos, no deja lugar a error tanto en su desarrollo como en su final: un tipo sin suerte en la vida, George Bailey, magistralmente interpretado por un actor que no sabía hacer una mala interpretación, James Stewart, decide en Nochebuena arrojarse por un puente y acabar así con una vida que parece ser menos valiosa que su muerte. Bailey ha sido durante toda su vida un buen hombre: ha cuidado de su familia, se ha sacrificado por los otros (incluso perdió la audición en uno de sus oídos por salvar a su hermano), posee una pequeña empresa de préstamo de dinero para la gente que no consigue crédito en los bancos… Pero un problema con Hacienda por causa ajena lo va a llevar a prisión injustamente. En el momento de suicidarse, ve cómo un anciano se está ahogando en el río, y decide realizar una última buena acción. El anciano resultará ser Clarence, su ángel de la guarda, enviado desde el Cielo para ayudarle y poder conseguir, de una vez por todas, sus alas.

capra que bello es vivir

George Bailey le confiesa que, ante tales circunstancias, desearía no haber nacido; y, acompañado por Clarence, podrá visitar cómo sería la vida de su pequeña localidad (Bedford Falls) si, efectivamente, esto hubiese ocurrido…

¡Qué bello es vivir! es toda una oda a la bondad humana, a un mundo mejor, y a la victoria de unos valores que, aunque olvidados por muchos, son parte fundamental de la moralidad del ser humano.

La película fue todo un éxito de crítica y público, ya que respondía a todo lo que necesitaba una población con las circunstancias que hemos descrito en párrafos anteriores. Y, tal vez, porque fue estrenada en esa época.

Cuando uno piensa qué pasaría si un film de esas características se estrenase en nuestro tiempo, solo cabe plantearse la opción de que, posiblemente, fuese un rotundo fracaso. Nos hemos dejado llevar en nuestra época por un pensamiento que, empujado por las noticias que día a día contemplamos, hace imposible creer que un proyecto como el de Capra pudiese llevarse a buen término.

Es una película que ha soportado, como pocas en mi opinión, el paso de los años; y sigue siendo una hermosa forma de pasar el frío de este invierno moral y ético que estamos viviendo.

¡Qué bello es vivir! es una película de familia, de “mesa camilla” y mantecados; y que exige un tremendo acto de fe en la bondad humana. Aunque, llámenme iluso si quieren, pero, desde mi humilde punto de vista, las mejores cosas de la vida se sustentan en la fe; quizá por eso me gusta tanto esta película, y la tengo entre “mis imprescindibles”.

Carlos Corredera