La più consistente scoperta che ho fatto pochi giorni dopo aver compiuto sessantacinque anni è che non posso più perdere tempo a fare cose che non mi va di fare.

Jep Gambardella (Toni Servillo). La Grande Bellezza.

Viendo sus obras, resulta fácil imaginar a Carmen Laffón (Sevilla, 1934) de paseo por Bajo Guía en una mañana de verano, con el sol inundando la arena, el mar y el cielo. O sentada bajo la parra de su casa sanluqueña en un atardecer corto y naranja, cuando el otoño recorta las horas al día. Como un personaje escapado de una película de Sorrentino, paciente y elegante, Carmen parece ser esa dama de pasos cortos y sabiduría infinita que ha encontrado un sentido a su existencia: la belleza. Una belleza a la que accede desde la libertad y la sabiduría.

Es en la serenidad de sus pinceladas donde se refleja este genio. Carmen odia los micrófonos y no cree necesario hablar de sus obras. No le gusta el ruido del verbo vacío. Su lenguaje es el arte, su vehículo de expresión las obras[1]. Con ochenta años y un currículum de vértigo, Laffón se ha ganado el derecho a no dar explicaciones de nada, a no hacer cosas que no quiere hacer. Su obsesión, lejos de oropeles, es removerse el interior para ensayar con sus mundos, mostrar su intimidad como una expresión de la individualidad. Ante la sinceridad no caben argumentaciones.

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Esta definitiva liberación del alma no ha llevado a Laffón a renunciar a su naturaleza. Artista figurativa, seguidora de Chagall y admiradora de Rothko, Carmen Laffón sigue apareciendo como una contemporánea clásica que busca cosas nuevas. Trabajadora, tímida, perfeccionista y exigente, frente al individualismo experimental y al código onanista de muchos de sus contemporáneos[2], los cuadros y esculturas de Laffón proponen una amabilidad agradable a los ojos del público no especializado. El espectador, pese a la experimentación, no sufre y consigue reconocer lo representado, dándose una identificación entre el propio espectador y la obra.

Esta claridad de base neurológica guarda mucha relación con su método: ver, asimilar y pintar. No existe espontaneidad pero tampoco planificación. En ocasiones del natural, otras veces por apuntes, Laffón pinta y esculpe su visión de la realidad y de la naturaleza como el chamán que dibuja bisontes en las paredes de la cueva. Se hace visible en el arte lo que queda invisible en lo cotidiano[3]. Es la sustancia de las cosas explicada desde la belleza. Porque el ser humano, frecuentemente, no tiene suficiente con la realidad, entrando con ella en conflicto desde la incomprensión. Laffón diviniza la realidad para aclararla y marca un diálogo con el mundo que ayuda a encontrar definiciones, desnudando el espíritu de las cosas. Su obra, como la de los grandes artistas, es una guía para descifrar el universo tangible.

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Quizás para profundizar en la materia sensible de las cosas, Laffón ha empezado a trabajar en series, organización que se respeta en la exposición El Paisaje y el Lugar. Con el río Guadalquivir como metáfora de un tiempo espiral que avanza en círculos y hacia el frente, Carmen Laffón (que ha colaborado muy activamente en el montaje) y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo han planteado una exposición donde se proyecta el ánimo y la voluntad intelectual y emocional de la artista. Los trabajos, realizados en su mayoría de 2005 en adelante, son el fruto de la manipulación de su entorno para presentarlo como obras de arte. Ensayos, cuadros de gran formato, estudios, bronces, carboncillos, montajes… todo discurre hacia el mismo lugar común, la belleza. 

-Sa perché mangio sempre radici?
-No. Perché?
-Perché le radici sono importanti.

Santa (Giusi Merli) e Jep Gambardella (Toni Servillo). La Grande Bellezza. 

¿Dónde halla Laffón la belleza? El Paisaje y el Lugar no es sencillamente un título. Es la raíz de la producción artística de Carmen, la fuente de su inspiración. Después de haberse imbuido de París, Roma y Madrid, después de descubrir Nueva York, Laffón se ha asentado entre Sevilla y Sanlúcar, a orillas del Guadalquivir. Allí se ha acomodado a su paisaje y ha encontrado su lugar[4]. Allí crea y ejerce su oficio. En la casa familiar de su infancia, en la ciudad donde nació, en sus raíces. Unas raíces con las que entronca a través de la tradición y la historia. Pero no desde el inmovilismo, sino desde la superación de las mismas, recogiendo la herencia cultural con sabiduría.

Mientras media ciudad discute sobre la autoría de La educación de la Virgen buscando al mito donde no existe, Laffón ha tomado el testigo de Velázquez en la tarea de dignificar el oficio del artista. El pintor por excelencia del Siglo de Oro se esmeró por ennoblecerse desde la pintura, inmortalizándose por encima de las personas a las que retrataba. Inocencio X es, sencillamente, el Papa al que retrató Velázquez y Felipe IV se llama en Nueva York Philiph “The Silver”[5]. La trascendencia del arte. Carmen Laffón, desde su humildad, entronca con esta línea casi cuatrocientos años después, transformando en arte elementos de su oficio. De tal forma, la cuba que utilizó para montar su famosa parra de San Telmo es ahora la obra que, junto a su musealizada mesa de trabajo, abre la exposición. Otras esculturas se intercalan por las salas con el mismo fin, reflexionar sobre el proceso de creación artística, interrogando sobre los conceptos de la obra de arte y de los objetos cotidianos.

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También de sus raíces mana su interés por los oficios tradicionales, esos que en el Valle del Guadalquivir siguen perviviendo de manera silenciosa, como un rito litúrgico y casi místico. El primoroso trabajo del bronce en las espuertas es la glorificación del trabajo tradicional del campo. Faena dura e ingrata, el metal perpetúa su valor igual que hace el óleo con la tarea de encalar, convertida por la mirada de Carmen en una labor para los dioses. Porque en los paisajes y lugares de Laffón, en sus raíces, lo mundano es desgarradoramente bello.

No obstante, la cepa básica de Laffón es la parra bajo la que divisa el río. La parra es la naturaleza que llena su casa y la exposición, es un entorno de perfección donde se unen el exterior y el interior, es el punto donde se enfrenta a la inmensidad y al vacío. El aleph de la artista. Allí ensayó con los colores del cielo, emulando a Monet en el jardín de Giverny. Más de 70 metros cuadrados (¡qué importa el tamaño!) de azules y nubes que flotan igual que nenúfares en un estanque y componen un espacio de tranquilidad, de encuentro, de pensamiento profundo. Sacrificados en su día por el conjunto, resurgen ahora para reconstruir el lugar vivido y modificado de la artista, un sitio de paz donde el cielo y la viña son inmortales. A la paz a través de la pintura. Y los relojes detenidos. Mientras, el río fluye a sus espaldas.

Finisce sempre così. Con la morte. Prima, però, c’è stata la vita. Nascosta sotto il bla bla bla. E’ tutto sedimentato sotto il chiacchiericcio e il rumore.

Il silenzio e il sentimento. L’emozione e la paura. Gli sparuti, incostanti sprazzi di belleza. E poi lo squallore disgraziato e l’uomo miserabile.

Tutto sepolto dalla coperta dell’imbarazzo dello stare al mondo.

Bla. Bla. Bla.

Jep Gambardella (Toni Servillo). La Grande Bellezza.

El Guadalquivir tiene el tiempo dentro. Como la vida. Pero de eso uno se da cuenta tarde, cuando ya no tiene remedio. Para vengarse, Carmen Laffón ha detenido el pasar del agua y le ha robado el tiempo. En su percepción, el tiempo no está en el río sino en la luz, su religión. Una luz que dibuja la fisonomía del Coto[6] y divide en espacios la tierra, el mar y el cielo. El paisaje de presenta entonces como una arquitectura permanente, siendo la luz la que le dota de un valor imperceptiblemente cambiante.

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Con líneas simples, infinitas y puras, la desembocadura del Guadalquivir se transfigura entonces en el paisaje donde Laffón expresa de forma más nítida su gran belleza. Doñana es el perfil donde la figuración y la abstracción devienen en un realismo mágico. Bajo el principio de indeterminación de la percepción, el espacio es modificado por la visión de la artista. La bajamar, la atmósfera y el color son captados de una forma radical y con un enfoque personal. Sin embargo, pese a la subjetividad, las pinturas son capaces de transportarte al lugar concreto, evocando las sensaciones del mismo y reviviendo la realidad interior. El efecto se amplía al haberse reunido un conjunto de obras donde se perfila la misma vista a diferentes horas del día y en diferentes épocas. Entonces se echa de menos el poyete de Bajo de Guía donde se sienta la nostalgia a contemplar la caída del sol[7]. Tan real, tan subjetivo.

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Y cuando todo parece descansar en un punto de quietud, surge la sensación de callada mutación de las cosas. El paisaje, el lugar, es inequívocamente cambiante[8]. Heráclito manda, Laffón lo defiende. El río desemboca en el mar porque jamás se llegó a detener. La naturaleza que por un momento parecía eterna se vuelve temporal. El mensaje estaba oculto. Aunque no lo percibamos, Cronos nunca se detiene. Las sombras de lo que no vemos nos poseen para recordarnos lo que sabemos: Todo pasa. La eternidad es solo un truco. Únicamente la belleza (el arte) puede salvarnos del abismo del olvido y consolarnos. Esa es la certeza de Laffón y, por supuesto, de su exposición. Imprescindibles.

 Francisco Huesa (@currohuesa)

[1] García, Ángeles (9/10/2014): El viaje artístico de Carmen Laffón por la rivera del Guadalquivir. El País. http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/08/actualidad/1412785678_831184.html

[2] Probablemente exista una falta de educación general a la hora de interpretar el Arte Contemporáneo, más allá incluso del individualismo expresivo propio de nuestra sociedad hedonista y mercantilizada. Duchamp lo puso difícil con su váter y todavía seguimos dándole vuelta a obras con más de cincuenta años. Muy recomendable es el análisis realizado por Foster Wallace sobre los artistas contemporáneos (en este caso el cineasta Divid Lynch) y la comprensión de su obra por el gran público en FOSTER WALLACE, Foster: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Madrid, 2014.

[3] DÍAZ-URMENETA MUÑOZ, Juan Bosco: Carmen Laffon: Apuntes para una biografía artística. Sevilla, 2009.

[4] Así lo plantea, acertadamente, Ángeles García en su artículo de El País (9/10/2014) El viaje artístico de Carmen Laffón por la ribera del Guadalquivir.

[5] Esta idea la presenta muy bien, de manera novelada, Francisco Robles en una lectura muy recomendable. ROBLES, Francisco: El aguador de Sevilla. Sevilla, 2012.

[6] En su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando de Madrid, Carmen Laffón leyó: “La luz dibuja la fisonomía del Coto, de la luz uniforme y clara del amanecer al crepúsculo eterno del verano”. LAFFÓN, Carmen: Discurso de Ingreso de la Real Academia de San Fernando. Madrid, 2000.

[7] Uno los pocos defectos que tiene la exposición planteada por el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de la Cartuja es la excesiva potencia a la que está puesto el aire acondicionado. Tal vez tenga una explicación técnica pero la realidad es que se hace difícil estar a gusto en las salas durante mucho tiempo, no recreándose las sensaciones que pretende la artista.

[8] POWER, Kevin: “Carmen Laffón: ordenando lo trémulo, constatando lo vulnerable” en VV.AA.: Carmen Laffón, pinturas y dibujos. Sevilla 1995.