“Buenos días. Mi nombre es Nikolai, bueno, era, ahora soy nº 5678-44. Antes me dedicaba a cultivar la tierra en una pequeña propiedad al sur de Rusia. Entonces el Zar se enfadó con su primo, el Emperador de Alemania y hubo una guerra. Los soldados se lo llevaron todo. Luego vinieron los Rojos, los Blancos, los Verdes y los Negros y dijeron que ya no habría más hambre ni miseria, y se llevaron todo. Después los comunistas hicieron lo mismo y nos quitaron la granja, porque la propiedad era un crimen o no sé qué. Ellos formaron grandes cooperativas y granjas del gobierno. Nos dieron tractores y herramientas y nos decían cuánto debíamos producir de cada cosa. Un día se estropeó un tractor, y tuve que rellenar un formulario para que nos enviasen uno nuevo. Mientras tanto, aramos la tierra con un arado de mulos. El tractor nuevo tardó seis meses en llegar, cuando ya no nos hacía falta. Un comisario político preguntó por qué no teníamos la cuota de producción de patatas. Le dijimos lo del tractor. Nos acusó de saboteadores y de contrarrevolucionarios. La mayor parte acabamos en un gulag de Siberia. Ya sólo quedamos siete”.
Algo parecido podría haber escrito cualquier campesino de la URSS entre 1920 y 1953, o incluso 1991, omitiendo lo del gulag (o no). Y es que, aunque a algunos les parezca extraño, el comunismo también tuvo y tiene sus cíclicas crisis económicas, vinculadas a crisis de subsistencia, merced a la peculiar doctrina político-económica del marxismo ortodoxo.
Empecemos por el principio: Marx era un pensador que nunca había visto una fábrica ni había trabajado jamás. Vivía pensionado por Engels, que era un empresario industrial.
Dentro de la doctrina marxista, la clase que iba a resultar decisiva como motor de la Revolución y futuros príncipes de la sociedad comunista sin clases era la formada por los obreros industriales. Los campesinos eran considerados como obreros de segunda, en especial los pequeños y medianos propietarios, apegados a la propiedad y a las tradiciones de sus pueblos y aldeas. Unos reaccionarios vamos.
Con el trauma de la Guerra Civil Rusa (1918-1920) y la implantación del “Comunismo de Guerra” por Lenin, la situación llegó a tal punto que el hambre parecía convertirse en un mal endémico, tanto que incluso provocó una sublevación militar[1].
Lenin, que no era tonto, tomó nota e impulsó la NEP, una suerte de capitalismo restringido, que permitió elevar el nivel de vida e incluso crear una clase acomodada de nuevos ricos agradecidos al régimen bolchevique[2] que dieron estabilidad al país.
Con la muerte de Lenin y la llegada al poder de Stalin, todo se fue a hacer puñetas. Los nepmen acabaron en una fosa o en Siberia y la economía se planificó merced a los planes quinquenales, que establecían las cotas de producción cada cinco años. Sobre el papel, magnífico.
En el campo se prohibió la propiedad privada y surgieron nuevas formas de explotar la tierra, de forma colectiva, como el sovjós[3] y el koljós[4], que pretendían gestionar la producción de alimento como si se tratase de una fábrica de hacer tornillos (de ahí su fracaso).
Esto se unía a un tipo de producción centralizada y redistributiva propia de los Estados primigenios, como el Egipto faraónico, donde toda la producción era centralizada en un punto y desde allí se remitía al resto de la población.
En un Estado contemporáneo, tan complejo como era la URSS, esto provocaba terribles faltas de suministros en unas zonas y tremendos stocks en otras, dependiendo del producto en cuestión. Las regiones industriales se morían de hambre y las agrícolas vivían casi en los tiempos de Iván el Terrible[5]. Las quejas y resistencias a este sistema fueron aplastadas con el máximo rigor. Entre las deportaciones y hambrunas, decenas de millones de personas murieron en menos de una década[6], reduciéndose la producción agrícola casi un 30%, mientras que la producción industrial crecía exponencialmente. Si los tornillos, el arrabio y los sacos de hormigón fuesen comestibles, el paraíso en la tierra.
Las cosas no hicieron sino empeorar durante los años de la II Guerra Mundial (1939-45), ya que las destrucciones de la guerra dejaron las zonas más fértiles de la URSS (Ucrania y las llanuras del sur de Rusia) prácticamente desiertas, habida cuenta de las deportaciones masivas de sus habitantes, muchos de los cuales habían colaborado con los invasores alemanes.
Normalizada la vida tras el conflicto, la situación de los abastos apenas mejoró: se mantenían los repartos y los suministros llegaban a los supermercados estatales por semanas (una semana, todo patatas, otra semana, lechugas por ejemplo). Salvo que se recurriese al mercado negro, podemos colegir que el abastecimiento de los hogares soviéticos era casi una odisea, panorama que se mantuvo hasta 1991, cuando la URSS desapareció y que hoy día sigue atormentando esporádicamente a ciertas regiones de la nueva Rusia. Mandamos a Gagarin al espacio, pero no veas para comerte una ensalada.
El otro reverso de la moneda está en el comunismo asiático, que siempre fue un poco por libre y se saltó toda la teoría de Marx sobre el privilegio de los obreros industriales, debido a que en el Asia oriental el medio agrícola es aún en algunos países el hábitat mayoritario.
Existen algunos casos que pueden ilustrar bien cómo el comunismo tiene sus particulares crisis económicas y de subsistencia. Empezaremos por el más extremo, el de los Jemeres Rojos de Pol Pot.
Aupados al poder en Camboya, los Jemeres Rojos establecieron un régimen bastante peculiar dentro del mundo comunista. Contrario a las ciudades, a la industria y a todo lo que representaban, Pol Pot obligó a la población a vivir en comunas agrícolas, encarcelando, torturando y ejecutando a los disidentes.
El resultado fue de un 30% de la población muerta (2 millones sobre 6) entre las ejecuciones y las hambrunas provocadas por la inadaptación de las personas de la ciudad al mundo agrícola: muchos de ellos, funcionarios, abogados, profesores, tenderos etc. no tenían ni la más pajolera idea de cómo tenían que llevar a cabo las faenas del campo, ni sabían cuáles eran los momentos más adecuados para sembrar según qué cosas. El experimento acabó cuando Vietnam invadió Camboya para derrocar a sus correligionarios de los Jemeres Rojos y sustituirlos por un gobierno más moderado.
Tampoco el gigante chino escapa de estos problemas, como veremos a continuación.
Con la victoria del Ejército Rojo chino en la II Guerra Civil (1945-49) y la instauración de la República Popular de China, se acometió la reorganización del país, que estaría basada en una red de comunas agrícolas. Para modernizar a China, Mao impulsó el llamado “Gran Salto Adelante”, que preveía la mecanización de la agricultura y la industrialización del país mediante el trabajo en masa de las comunas, para evitar tener que comprar maquinaria extranjera. Resultado: entre 18 y 30 millones de muertos en un lapso de 4 años (1958-62). Mao no tuvo más remedio que cambiar de estrategia y propuso otra política, “El Camino sobre dos Piernas”, con la que corregir los desequilibrios creados.
Ante las críticas de miembros del PCCh[7], Mao reaccionó de forma típicamente comunista: lanzó a la calle a miles de jóvenes, los “Guardias Rojos”, a la caza del disidente, el burgués y el reaccionario (es decir, todo el que le llevase la contraria) bajo el lema de la “Revolución Cultural”, hasta que intervino el Ejército y los devolvió a las escuelas.
Como queda demostrado, el comunismo también tuvo sus problemas económicos y estructurales, derivados de una interpretación literal de la teoría económica de un filósofo que nunca pisó una fábrica, pese a quien pese.
Es cierto que es necesario un cambio paradigma económico, social o lo que quiera Dios que sea, pero hemos de reflexionar y no dejarnos llevar por la pulsión de pasar de un extremo al otro: los comunistas tampoco tienen la solución, habida cuenta de que hoy día, los países comunistas se cuentan con los dedos de las manos y aún sobran dedos.
No hago una crítica feroz, simplemente constato hechos históricos de probada veracidad, aun admitiendo que el comunismo tiene ciertos aspectos positivos, por difíciles que sean de encontrar.
Lo triste de esta historia es que a finales de los 80, el mundo capitalista, dirigido por los “yuppies”, se frotó las manos y se meó de risa cuando colapsaron las economías y los Estados comunistas. Hoy, los “neocon”, herederos de esos “yuppies” permanecen como Sardanápalo[8], en medio de una orgía mientras esperan que los invasores (sean quienes sean) les corten el cuello.
Ricardo Rodríguez
[1] La de los “Marinos de Kronstadt”, héroes de la Revolución de 1917, estaban descontentos con la continuidad del racionamiento y con el control de los soviets por los bolcheviques. Fueron derrotados y su memoria olvidada en la URSS.
[2] Los “nepmen”, pequeños y medianos comerciantes, hoteleros, campesinos acomodados etc.
[3] Granja estatal, sus trabajadores eran como los obreros industriales y tenían la misma paga y jornada laboral.
[4] Granja cooperativa, los cooperativistas recibían su sueldo en dinero y especies, así como el usufructo de una pequeña parcela.
[5] Aún más siendo Stalin quien ocupaba el poder.
[6] Especialmente duro fue el “Holodomor” o “Hambruna ucraniana”: entre 1932 y 1933 murieron entre 3 y 10 millones de personas en Ucrania. Cuando se presentaron los alemanes en 1941, muchos ucranianos colaboraron con ellos para librarse de la URSS.
[7] Partido Comunista Chino
[8] Nombre latinizado de un rey asirio, Assurbanipal, que mandó matar todo aquello que le produjo placer en vida ante el peligro de un asedio a su ciudad, en el que encontró la muerte.
Coincido totalmente