Mucho se habla hoy de las responsabilidades de los políticos en la actual coyuntura  de crisis que vivimos. Se habla mucho y, como es normal, se actúa poco (algunos dirán que nada), perpetuando una costumbre tan española como la siesta, cual es la crítica en el mentidero, acodados en la barra de un bar y dejando para mañana lo que podemos hacer hoy.

Esta pequeña digresión  me da pie para presentar dos episodios marcados por la dejadez y la ineptitud que acarrearon graves consecuencias y que estuvieron protagonizadas por el mismo hombre, don Santiago Casares Quiroga.

El primero de estos episodios tiene lugar a fines de  1930. En España hacía un par de meses que la Dictadura del general Primo de Rivera había dado paso a la “Dictablanda” del general Berenguer y el país se encontraba en un momento de agitación política, social y económica, mientras Alfonso XIII apuraba sus últimos meses en el trono.

En ese caldo de cultivo un grupo variopinto de políticos, desde ex monárquicos hasta republicanos radicales firmó el “Pacto de San Sebastián”, para dar una respuesta republicana a los problemas del país, creando un Comité Revolucionario compuesto por un Comité Político, con ínfulas de Gobierno Provisional, en el que participaba Casares y un Comité Militar, presto al Golpe de Estado y compuesto por militares de conocido republicanismo, entre los que destacaba Gonzalo Queipo de Llano[1].

En el mes de diciembre dicho comité tiene previsto un alzamiento militar generalizado que complemente a la agitación política y traiga la tan anhelada República, pero disensiones internas, recelos y una certeza casi segura de fracaso dan al traste con el proyecto y se envía contraorden a los escasos contactos militares que participaban en la trama. Sin embargo, en la aislada guarnición de Jaca nada saben y el golpe sigue su curso.

Es entonces cuando don Santiago Casares hace su entrada en escena, capitaneando a un grupo de miembros del Comité Revolucionario que  se pone en camino la víspera desde Madrid con el fin de disuadir a los militares de llevar a cabo la intentona.

Como ponen de manifiesto autores tan dispares como Beevor o La Cierva, la actuación de nuestro protagonista fue poco menos que desgraciada. Llegados a Jaca a medianoche, en vez de personarse ante sus contactos militares y abortar el golpe, decidieron buscar hotel e irse a la cama.

Mientras Casares y sus políticos dormían plácidamente, el inquieto capitán Fermín Galán y su compañero,  capitán Ángel García Hernández[2], se hicieron con el control del cuartel y sacaron las tropas a la calle, proclamando la República. En plena confusión, los políticos escaparon y la algarada fracasó en menos de doce horas.

El resultado fue la detención o exilio del “Comité Revolucionario” y el consiguiente consejo de guerra a los oficiales rebeldes, que murieron fusilados. Esta fue la primera vez que don Santiago se puso el pijama en vez de actuar.

La segunda se produjo seis años después, una vez convertido, por los azares de la política, en una importante figura del progresismo republicano.

Tras las elecciones de febrero de 1936, con victoria del Frente Popular, la situación social y política en España se deterioraba a ojos vista y  los sucesivos gobiernos se mostraban inoperantes ante la realidad de la calle, donde un batiburrillo de siglas, camisas de colores[3] y pistoleros hacían su voluntad, en parte por las peculiares condiciones  del pacto del Frente Popular.

Los rumores sobre un posible golpe militar eran constantes, actuando de catalizador la crispación social ante una serie de asesinatos cometidos en Madrid, unos en represalia de otro en los que fueron asesinados el alférez Reyes, de la Guardia Civil, el teniente José Castillo, de la Guardia de Asalto y finalmente el diputado del Bloque Nacional, Calvo Sotelo.

Una vez puesto en marcha el golpe por una parte del Ejército entre el 17-18 de julio, un grupo de periodistas preguntó a Casares, a la sazón presidente del gobierno, sobre los rumores del  levantamiento de parte del Ejército. Casares, divertido (o inoportuno, dirán algunos) se tomó la cosa a broma y contestó – “Que se levanten, yo me voy a acostar”- y eso fue lo que hizo.

A la mañana siguiente se producían los primeros movimientos de un conflicto que desgarró al país y que trajo una serie de consecuencias que todos conocemos y que no voy a enumerar aquí.

Casares no tardó en ser sustituido por José Giral al frente de un gobierno al que ni siquiera sus aliados electorales hacían el menor caso. Como correspondía a alguien comprometido con la causa de la democracia, prefirió exiliarse en Francia, abandonando a sus partidarios a su suerte. Murió en París en 1950, en plena euforia del Gaullismo (paradojas de la vida).

Podría parecer que don Santiago Casares es el epítome del político irresponsable o del arribista inútil. Nada más lejos de la intención de éste inocente artículo, que sólo lo usa como ejemplo de una clase política que más que clase, es, hoy por hoy, una casta que habla para sí misma y vive a espaldas de y la gente. Cuando toca fajarse y ponerse el mono de faena, hacen lo mismo que Casares, ponerse el pijama e irse a dormir.

Pero tampoco la gente de la calle queda exenta de ser tachada de “pijamista”, por decirlo de algún modo. Durante treinta años, muchos hemos transigido, votado a ciegas, devorado consignas y buscado nuestro lugar en un sistema que dista mucho de ser siquiera vagamente consecuente con lo que predica. Todos hemos sido un poco Casares a la sombra de los Madrid-Barcelona, edición moderna del pan y circo.

Hagamos un poco de autocrítica y, antes de quejarnos amargamente por las esquinas de la situación actual, seamos conscientes de que mientras duró la fiesta, nos pusimos el pijama y nos fuimos a dormir.

Ricardo Rodríguez

 


[1] Republicano convencido, participó en el fallido golpe de Cuatro Vientos, planeado para bombardear con aviones el Palacio Real de Madrid con Alfonso XIII dentro. Tras ser una eminente figura militar de la República, fue postergado y colaboró en el golpe del 18 de julio. Postergado de nuevo por Franco, murió casi olvidado en su feudo de Sevilla.

[2] Considerados mártires de la República, fueron muy populares en el periodo 1931-36. Su memoria se diluyó al estallar la guerra, posiblemente por tratarse de militares golpistas. Galán había sido teniente en la Legión y había participado en la Sanjuanada de 1926. Era un anarquista autodidacta. García Hernández era un católico practicante bastante conservador.

[3] Todos los partidos políticos poseían milicias armadas y entrenadas por militares o policías afectos a las mismas. Se dedicaban a proteger los mítines propios, reventar los ajenos y hacer propaganda. Muchas iban uniformadas con camisas de diferentes colores: las de Falange y el PCE, de azul, las del PSOE, de rojo, ciertas agrupaciones anarquistas, de negro, las de la CEDA, de blanco.