Alfonso X ‘El Sabio’ es uno de los reyes de Castilla a los que se le reconoce más su labor como gestor cultural que como monarca. ¿Tan mal soberano fue? ¿Fue en realidad el impulsor de una convivencia pacífica? En su legado, aparte de las Siete Partidas, figuran otras obras de su puño y letra en las que se dedica a trivialidades como el ajedrez
A la virtud de esperar
Mucho se ha escrito ya sobre la figura del rey Alfonso X ‘El Sabio’, aunque es de justicia traerlo a estas líneas después de que se acaba de conmemorar una fecha histórica en su reinado, en concreto, el 750 aniversario de la conquista de Jerez, efeméride a la que se han dedicado multitud de actos en esta ciudad en los últimos doce meses. Fue el 9 de octubre de 1264, día de San Dionisio, la jornada en la que se cambió el sino de la historia jerezana. Lo musulmán quedó atrás y ello trajo consigo innovaciones en lo urbanístico con la desaparición de mezquitas y la destrucción de determinadas zonas de barrios de lo que hoy es el centro histórico para, poco a poco, conformar el Jerez castellano del Renacimiento y el Barroco del que informamos allá por mayo en otros artículos.
Pero pese a las conquistas que hizo el rey alfonsí, siguiendo la estela de su padre, Fernando III ‘El Santo’, siempre se le ha puesto trabas a su gestión como gobernante, una carrera que fue en franco retroceso a la par que iba ‘in crescendo’ la de Alfonso como gestor cultural e impulsor de grandes empresas en las que el saber estaba por encima de todo, sin importar el coste y el esfuerzo que ello conllevaba. No en vano, tanto él como su sobrino Don Juan Manuel, del que mi compañero Ricardo Rodríguez ya les habló en otra ocasión, son los pilares de la prosa medieval castellana. Les recomiendo que le echen de nuevo un vistazo, pero no lo comparen con este artículo porque las comparaciones, ya se sabe, son odiosas.
Lo cierto es que los dos, tío y sobrino, comparten las mismas inquietudes culturales, ya que son considerados por los expertos en Literatura como los dos principales bastiones de la prosa medieval, contando siempre con el permiso del Canciller de Ayala, eso sí. Les diré una cosa de Don Juan Manuel que no apuntó Ricardo en esta entrega de ‘Grandes conspiradores’. No es que sea un secreto a voces, pero evidencia el carácter maniático que tenía el noble: era sumamente perfeccionista. Eso no estaba mal para la época, pero ralentizaba su ritmo de producción porque incluso llegaba a pedir a los lectores de su obra, les recuerdo que se dedicaba a compilar exemplos[1] (anécdotas o relatos que traían parejos una enseñanza), que le indicaran fallos o asuntos que no quedasen claros en sus historias para poder volver a reescribirlos. Eso es lo que se llama tener espíritu crítico.
Esa obsesión por las letras era la misma que tenía su tío. Leyendo algunos escritos sobre él se destaca de él una cualidad: su obstinación. Como todo exceso, eso también trae parejo cosas negativas. Sus obsesiones eran la literatura y las artes, algo que heredó de su madre, Beatriz de Suabia, cuyo origen centroeuropeo la delataba en ese sentido. Alfonso fue educado lejos de sus padres, Fernando y Beatriz, con una familia noble en la zona de León, donde pudo aprender de niño incluso el gallego. Conocía distintos idiomas, otras culturas por vía materna, no era un monarca para Castilla y sólo por Castilla, de ahí que en su inquietud conquistadora se escondiese un deseo que iba más allá de la Península Ibérica. Alfonso no quería ser sólo rey, quería ser emperador, pero la conquista de la Vieja Europa tenía que esperar unos años más y alguna generación que otra también.
No es de extrañar que se considerase a este monarca un soberano avanzado a su tiempo, a la par que pendiente de otros asuntos menos mundanos. Me refiero con esto a su afición a la Astronomía[2], de la que realizó distintos estudios que incluso vieron la luz. Tampoco se quedan atrás otras obras dedicadas expresamente a aficiones de la época como el ya citado ajedrez, las tablas o los dados. Era cuestión de probar suerte, digo yo, pero también es cierto que la Edad Media es una etapa histórica con claroscuros y con aficiones de ‘dudoso’ calado. No me refiero precisamente a éstas o a la cetrería (caza con aves rapaces) de la que también hablaba el rey sabio en algunos escritos, sino también a la nigromancia[3] que practicaba en el siglo XV otro noble, Enrique de Villena, también muy aficionado a la cocina y del que constan distintas recetas de aquellas fechas.
La época histórica que le toca vivir a Alfonso es más tranquila que la de su padre. El primogénito de Fernando III llega al trono con 31 años. Un hombre maduro, culto y con Sevilla ya conquistada. Un peso menos, ahora había que afianzar la posición y seguir con la conquista sur de la Península (Jerez y el reino de Niebla, figuran entre las ciudades que sucumben ante sus tropas). También hay que decir que sus hermanos no se lo pusieron nada fácil, en especial Enrique, que estaba metido en las máximas conspiraciones posibles. Luego estarían la revuelta mudéjar y una situación de convivencia con los musulmanes que va en deterioro. Los problemas no vienen solos y pese al intento de legislación que hace para todo su reino con sus Siete Partidas (un código en el que se habla desde Derecho hasta lo meramente administrativo y al que se opone claramente la nobleza por no querer parte de sus privilegios), éstas no se llegan a aplicar en su totalidad. Otra obra que no se puede terminar o cumplir, no fue la única, sino que sus obras sobre Historia, en especial, Grande e General Estoria[4], se convierte en otro proyecto inabarcable por su complejidad y minucioso detalle.
¿Un rey incomprendido?
Alfonso X también tuvo sus luces en su reinado. No todo fueron sombras, aunque es cierto que algunos de los éxitos del Rey Sabio también fueron mirados con recelo por los más puristas. Me refiero con ello a las Escuelas de Traductores que con tanto tino puso en marcha no solo en Toledo, sino también en otras ciudades como Sevilla o Murcia. También hay que tener en cuenta que supo delegar alguna de estas funciones en personas de gran valía de la época como El Ricotí, el musulmán más culto de la generación alfonsí, quien se encarga de Murcia. En Toledo se sigue la línea marcada de antiguo por Raimundo de Sauvetat, Domingo de Gundisalvo o el judío Juan Hispano, seguidor de Avicena. Gundisalvo es, asimismo, el primer pensador occidental que incorpora el influjo árabe al mundo latino, dando a las tesis del cordobés Avicena un sentido más cristiano.
Aunque el monarca delegaba, no quitaba ojo a lo que se estaba haciendo en las Escuelas de Traductores, que no era otra cosa que compilar el saber de distintas culturas, uniendo Oriente con Occidente, lo latino con lo musulmán y con lo hebreo. ¿Demasiado para una época en la que las guerras entre vecinos con distinto credo se sucedían día sí y día también? No es de extrañar que se le tildara de visionario, de ido, de inconsciente por trabajar codo con codo con profesionales de diferentes pensamientos, creencias y costumbres. Algo que se debe elogiar de la labor alfonsí es precisamente la manera de organizar el trabajo en esas Escuelas de las que financiaba las empresas o campañas, como los mecenas renacentistas; se interesaba por la labor y podía participar en ella directamente, ya que se ocupaba por el contenido; corregía y supervisaba las obras (recuerden que lo mismo hacía su sobrino el príncipe Don Juan Manuel). Gracias a la labor enciclopédica y divulgadora de estos años se aumenta el número de obras en las bibliotecas del reino, se conocen nuevas teorías y aportaciones y lo que es más importante para la Lengua y Literatura, se empieza a fijar el castellano, que sirve de lazo de unión entre las tres culturas que conviven en la Península. El latín se relega en buena parte de estos escritos y el castellano se convierte en idioma oficial en los documentos reales. La prosa castellana podía empezar a cobrar esplendor y a brillar con luz propia.
Castellano para los documentos oficiales y gallego para honrar a María. No podemos olvidar que Alfonso se crió en León, muy cerca de las tierras gallegas y que aprendió pronto ese idioma. En sus Cantigas a Santa María dedica tiernos versos a Nuestra Señora, a la que se encomienda en la batalla y para la que pide amor, ternura y respeto. He tenido la oportunidad de escuchar en vivo algunas de ellas con sones de instrumentos medievales y son capaces de emocionar; claro que el entorno, un claustro gótico (posterior a la época alfonsí, la verdad) acompañaba y mucho. La suerte es que se siguen conservando esas cantigas con la música original. Todo un lujo, sin duda.
Las Cantigas, para las que confió también en el poeta Arias Nunes, se han convertido en una de sus obras más sonadas. Sus Partidas también, aunque luego fueran uno de los focos principales del malestar que acompañó al rey hasta el final de sus días. Como hemos comentado anteriormente las Partidas (un total de siete de las que cada una comenzaba con una de las letras del nombre de Alfonso) tenían como principal objetivo legislar. Expreso deseo de Fernando III, Alfonso se pone a la cabeza de esa empresa para dar a sus súbditos los principios para conocer el derecho y la razón. Son las Partidas segunda y sexta las que provocarán más de un quebradero de cabeza al monarca. En ellas se habla de la relación de un soberano y los grandes señores, de la guerra y de las relaciones con el pueblo y de los testamentos y las herencias, respectivamente. He ahí el problema, una vez regulada la sucesión del monarca no hay vuelta atrás, por más rebeliones, rencillas familiares y conspiraciones que valgan. Pero que hasta tu propia mujer, la reina Violante, se vaya de casa, te deje en la estacada y te eche en cara que no se puede estar jugando a espadas y a bastos ya es mucho.
El problema de la sucesión fue lo que marcó los últimos años de Alfonso X. Era su primer hijo varón, Fernando, el que iba a heredar el trono, pero murió antes que su padre. Tenía ya hijos, los infantes de la Cerda, a los que les correspondía heredar el reino de manera legítima. Pero, ¿y si otro hijo de Alfonso es perfectamente válido para ocupar el trono? Sancho, a la postre Sancho IV[5], ya estaba demostrando sus dotes para el mando. Conquistas como Vejer y otras plazas de la sierra Norte de Huelva avalaban su buena gestión. ¿Por qué confiar en unos niños que iban a dividir el reino y de los que se ignoraba cómo se iban a desenvolver en el poder? Difícil cuestión para un rey que prefería refugiarse en los libros, pensar en el movimiento de los planetas y componer poemas. La guerra civil en Castilla estaba más que garantizada, con más intrigas palaciegas en casa de Alfonso. Un hijo que no apoya tus decisiones y que se alza para conseguir el poder; una mujer que te tilda de cobarde, mal rey, mal padre y mal abuelo (no me quiero imaginar lo que tenía que ser aquello) y varios hermanos que no dudan en ‘hacer la cama’, valga la expresión, al Rey Sabio, como el propio Don Manuel, el padre de su sobrino el literato. La excusa no era otra que haber ajusticiado a otro de los hermanos de Alfonso, don Fadrique, quien estaba acusado de conspirar constantemente en contra de El Sabio. Por cierto, que don Fadrique fue otro de los que se lanzó a la aventura de escribir, en concreto El Sendebar[6], un libro con tintes misóginos en el que se deja en mal lugar a las mujeres, a las que se las acusa de incitadoras del pecado y maestras del engaño. (Teniendo en cuenta estas rencillas, no sé por qué se critica tanto la violencia de la serie Juego de tronos, no es otra cosa que la vida misma).
En definitiva, que estas circunstancias mermaron aún más la salud del Rey Sabio, que se vio solo y abandonado por los suyos, cuestionado por buena parte de sus súbditos que apoyaban a Sancho y su gestión de gobierno y no a los infantes De la Cerda, a quienes terminó por defender Alfonso X. El monarca se va a apagando poco a poco, deshereda a Sancho en dos ocasiones pero sufre por la postura que éste mantiene en todo momento. La hidropresía[7] (enfermedad que también sufrió el Rey Santo) lo tiene en Sevilla los últimos años de su vida. Es allí donde fallece en el año 1284.
Una final de vida triste para un rey que iba más allá de lo real, de lo cotidiano y que supo encarnar lo que más adelante sería el ideal de caballero de armas y de letras. Un incomprendido si se le juzga en lo terrenal y un visionario en todo lo que respecta a las artes. No cabe duda de que la prosa castellana y el reconocimiento de esta lengua en los fueros oficiales deben mucho al Rey Sabio.
Noemí González
*Bibliografía
Alborg, J.L. (2001): Historia de la Literatura española. Madrid: Editorial Gredos.
Bosque, Martínez, Muñoz y otros autores (2011): Lengua Castellana y Literatura. Madrid. Ediciones Akal.
De Miguel, J.C.; Muñoz, A; Segura, C. y otros autores (1989): Alfonso X el Sabio, vida, obra y época: actas del Congreso Internacional. Sevilla: Sociedad Española de Estudios Medievales.
Cómez, R.; Fernández-Ordóñez, I.; García, J.A. y otros autores (2003): Alcanate. Revista de estudios alfonsíes. III. Sevilla: Cátedra Alfonso X ‘El Sabio’.
De Ayala, C; García, F; González, M. y otros autores (2005): Alcanate. Revista de estudios alfonsíes. IV. Sevilla: Cátedra Alfonso X ‘El Sabio’.
[1] Las colecciones de exemplos (exempla) o ejemplos se sucedían a lo largo de toda Europa a lo largo de los siglos XIII y XIV. Su finalidad no era otra que la didáctica. A su vez recogen una larga tradición milenaria de relatos orientales.
[2] Una de las obras de Alfonso X recibe el nombre de Libro del saber de Astronomía, aunque también tiene en su haber a este respecto las famosas Tablas alfonsíes.
[3] Nigromancia: como señala el DRAE, se trata de una “técnica de adivinación en la que se invoca a los muertos”. No la practiquen que luego nos llevamos más de un susto. Acuérdense de la película de La momia.
[4] Con esta obra el rey Alfonso pretendía hacer una especie de enciclopedia histórica de carácter general desde los orígenes de la humanidad, con Adán y Eva, hasta la actualidad de entonces.
[5] Sancho IV es el segundo de los hijos varones de Alfonso X. Son conocidas sus hazañas de conquista en la provincia de Cádiz, en la zona de Vejer y Tarifa y en localidades cercanas a Aracena (Huelva), como Cortegana. El castillo que levantó en la loma de ese pueblo onubense servía para controlar a los musulmanes en esa época y a los portugueses en años venideros, muy dados a robar ganado en aquella zona. Era apodado ‘El Bravo’.
[6] El Sendebar, es un libro de cuentos o exempla castellano de mediados del siglo XIII, que recoge una colección de cuentos árabes que a su vez proceden de la tradición cuentística persa o hindú.
[7] La hidropresía es un mal que consiste en “la retención de líquido en los tejidos. No constituye una enfermedad independiente, es decir que se trata de un síntoma o signo clínico que acompaña a diversas enfermedades del corazón, riñones y aparato digestivo. Estas enfermedades poseen una íntima relación causa-efecto con la hidropesía. La hidropesía es la acumulación de líquido en el peritoneo, o sea en el vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, en los brazos y en el cuello. Este síntoma es consecuencia de un mal funcionamiento de las funciones digestivas y eliminadoras de los riñones y piel de la persona que la padece. Si la cantidad de líquido retenido es mucha, se producen trastornos en el funcionamiento del corazón y de los pulmones debido a la presión que actúa sobre estos órganos”. La definición ha sido tomada de Wikipedia.
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