En el imponente castillo de Escalona, actual provincia de Toledo, vino al mundo, posiblemente berreando, calvo y cubierto de inmundicias, el protagonista de nuestra historia un 5 de mayo de 1282.

Don Juan Manuel no era un cualquiera en aquel mundo subdesarrollado en todos los sentidos conocido como Edad Media. Había tenido la inmensa suerte de nacer dentro del 1% de la población que componía el grupo de los “privilegiados”.

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Supuesto retrato de don Juan Manuel. Catedral de Murcia.

Era hijo de don Manuel de Castilla, hijo de Fernando III el Santo, rey de Castilla y León y hermano de Alfonso X el Sabio. Por tanto nieto de rey y sobrino de otro rey. Esta circunstancia, que lo acercaba, pero al mismo tiempo, lo alejaba del trono y por ende del poder, será un factor importante en su posterior vida política.

Huérfano total antes de cumplir los 10 años (cosa común en aquellos años), fue educado por tutores privados como correspondía a su condición, dominando el latín y el italiano, además de estar versado en las obras de Tomás de Aquino, Ramón Lull, su tío Alfonso X (Partidas, General Estoria, Cantigas de Santa María) y libros orientales de cuentos y proverbios, traducidos del árabe y el griego y que él mismo pondría de moda a través de sus propios libros, como el celebérrimo “Libro de Patronio”.

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Lobera, espada de don Juan Manuel

No obstante, no sólo se basó su formación en el estudio de las letras. También aprendió a machacar cabezas y cortar extremidades como correspondía a alguien de su posición. Se sabe que heredó las tierras paternas (el importante señorío de Villena, en la zona de Murcia) a los 8 años y a los 12 ya participaba en correrías contra los musulmanes del Reino de Granada y sus aliados, los benimerines norteafricanos. Siempre que iba a la guerra llevaba consigo la famosa espada “Lobera”[1], que perteneció a su abuelo Fernando III y que él había heredado de su padre.

 SU VIDA POLÍTICA: EL PLEITO SUCESORIO Y LA MINORÍA DE FERNANDO IV

Si algo marcó la juventud de don Juan Manuel fue el drama del pleito sucesorio motivado por la muerte del primogénito de Alfonso X, don Fernando de La Cerda[2] en lucha contra los benimerines. El rey quiso que la sucesión recayese en sus nietos, los conocidos “infantes de La Cerda”, hijos del fallecido. Sin embargo, el segundo hijo del rey sabio, Sancho, reclamó la sucesión para sí. A ello había que sumar que la gestión política de Alfonso X fue un completo desastre.

Esto motivó una guerra civil en Castilla entre los partidarios de los infantes y Alfonso X de un lado y los partidarios de don Sancho, de otro.

Don Manuel, padre del protagonista de nuestra historia, no dudó en apoyar a su sobrino, entre otras cosas porque se la tenía jurada a Alfonso X desde que éste condenase a muerte al legendario don Fadrique, hermano de ambos.

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Armas de don Juan Manuel

Don Manuel entregó a su hijo a la protección de Sancho, que acogió a su primo y lo protegió frente a su padre y sus seguidores hasta la muerte de Alfonso X en 1284, cuando Juan Manuel tenía 2 años.

Éste, agradecido y apostando a caballo ganador, se mantuvo siempre fiel a Sancho IV el Bravo, acompañándole en diversos hechos de armas y oponiéndose a los designios de los de La Cerda, que exigían el cumplimiento del testamento del Rey Sabio que les garantizaba un reino separado en territorio peninsular, cosa que el nuevo monarca no estaba dispuesto a permitir.

La temprana muerte (relativamente) de Sancho IV a los 38 años de edad iba a suponer para don Juan Manuel una tremenda oportunidad para todo aquel que se quisiera acercar a un poder que siempre deseó: Fernando IV, el nuevo rey, era aún un niño, por lo que fue necesario establecer una tutoría a modo de regencia.

La reina viuda, María de Molina (que los tenía bien puestos) se hizo cargo de la regencia y tutoría de su hijo, mientras nuestro protagonista, de 13 años, callaba y aprendía las intrigas cortesanas que le iban a caracterizar durante su vida adulta y que estaban protagonizadas por don Juan el de Tarifa, que se rebeló contra su sobrino Fernando IV, acusándolo de ilegítimo, para heredar los reinos separados de Sevilla y Badajoz como rezaba el testamento de Alfonso X.

En medio de esas refriegas civiles, hubo de enfrentarse con 18 años al asedio que Jaime II de Aragón realizó a su localidad de Lorca.

Pocos años más tarde, su deserción ante los muros de Algeciras porque se le adeudaba su soldada (1309) imposibilitó que Fernando IV tomase la ciudad. No obstante, aprovechó las intrigas cortesanas para que el monarca le nombrase mayordomo mayor, traicionando así a don Juan el de Tarifa.

Sin embargo, un golpe palaciego puso a Fernando IV entre la espada y la pared. Los grandes magnates exigieron que el Consejo Real estuviese formado por un grupo determinado de ellos: Juan el de Tarifa, don Juan Manuel, María de Molina, Pedro de Castilla y una serie de obispos.

Don Juan Manuel, jugando a dos barajas, apoyó el golpe en principio, pero luego, tras recibir un importante soborno (una serie de impuestos públicos que él iba a administrar) cambió de bando y se pasó a Fernando IV.

LA MINORÍA DE ALFONSO XI

Su gran oportunidad le iba a llegar con la prematura muerte de Fernando IV[3] a los 26 años, dejando como heredero a Alfonso XI, un niño de un año de edad.

Don Juan Manuel vio el cielo abierto y se postuló como candidato dada su importancia: ocupaba entre otros, el cargo de Adelantado del Reino de Murcia (protector de la frontera de dicho reino) y sus propias tierras eran zona de paso entre Aragón, Castilla y Granada, pudiendo armar a su propia costa un ejército de 1000 hombres.

Sin embargo, María de Molina, en plan superabuela, se opuso porque no se fiaba de él. Finalmente se otorgó la regencia a un hermano de Sancho IV, don Juan el de Tarifa[4] y a otro pariente cercano, el infante Pedro, hermano del fallecido Fernando IV, junto a la propia María de Molina.

Esto debió dejar a don Juan Manuel bastante quemado y al parecer fue el hecho que motivó toda su actuación posterior y su ambición desmedida por alcanzar el poder.

Los hados del destino iban a sonreírle en el verano de 1319: don Juan y don Pedro fallecieron en el llamado Desastre de la Vega de Granada, en el que el general granadino Utmán ben Abi-l-Ula destruyó al ejército castellano cerca de Pinos Puente (Granada).

A María de Molina no le quedó más remedio que llamar a su lado a nuevos tutores, siendo uno de ellos don Juan Manuel, que ahora sí, venía dispuesto a obtener el poder a cualquier coste.

Esto contravenía lo acordado en la Concordia de Palazuelos, que establecía que si los tutores morían el que quedase vivo seguiría en el cargo en solitario.

Finalmente acompañaron a Juan Manuel don Felipe de Castilla, hijo de María de Molina, y un oscuro personaje, don Juan el Tuerto[5], hijo del fallecido don Juan el de Tarifa y que en ambición y malas artes no iba a la zaga de nuestro protagonista.

Ahora puso en liza don Juan Manuel todo lo aprendido de sus maestros durante el reinado de Fernando IV (en especial, don Juan el de Tarifa) a la hora de intrigar, conspirar y salirse con la suya en su propio beneficio.

Como ya ocurriera en tiempos de Fernando IV, sabiéndose casi imprescindible para el bienestar de la corona castellana, no dejó de agobiar al joven Alfonso XI y a su abuela, María de Molina, con continuas exigencias, especialmente económicas, secuestrando impuestos públicos en su propio beneficio.

Si ya era rico de por sí, esto le catapultó a la condición de “rico podrido”, llegando incluso a acuñar moneda propia en sus dominios. Aunque parezca una tontería, esto era muy peligroso para la corona, cuyo poder siempre era precario frente a los magnates: don Juan Manuel proclamaba así su intención de acumular poder y ser árbitro de la política castellana.

LAS MUJERES ENTRAN EN JUEGO

Alfonso XI, rey autoritario y consciente de que sólo él personificaba la autoridad y el poder en Castilla, no tardó en obligarle a dejar el cargo de tutor.

Don Juan Manuel, a pesar del contratiempo, no cejó en su empeño y pergeñó un nuevo plan para controlar los hilos del trono: usaría el miedo que el rey le tenía por su poder y lo obligaría a casarse con su hija, doña Constanza, fruto de su segundo matrimonio, para así, gobernar en la sombra.[6]

Alfonso aceptó el compromiso porque quería impulsar la Reconquista y necesitaba de los grandes recursos y la experiencia de nuestro protagonista y durante un tiempo, Juan Manuel colaboró con él de grado. Obtuvo del monarca un nuevo cargo, el de Adelantado de Andalucía. Así se produjo la gran victoria de la Batalla del Guadalhorce, cerca de Antequera, en 1326. En ella don Juan Manuel logró derrotar a los granadinos, vengando así la muerte de sus parientes en 1319.

Sin embargo Alfonso no tenía la más mínima intención de casarse con la pobre Constanza y simplemente la usó (como hacía su propio padre) como arma política: rehuyó el compromiso y encerró a Constanza en el Castillo de Toro para chantajear a don Juan Manuel.

Éste no se achantó y recurriendo a un expediente común en la época, abandonó la obediencia del rey y se pasó con sus hombres al servicio del sultán de Granada como jefe mercenario. Allí participó en varias campañas contra los castellanos. De resultas de esto, la corona incautó sus tierras y rentas (Alfonso XI fue el primer rey castellano verdaderamente “autoritario”).

Vuelto a la obediencia del rey, no tardó en volver a conspirar y aduciendo que Alfonso XI no permitía la boda de su hija con el infante y heredero portugués don Pedro[7] (prevenía así que Juan Manuel, apoyado por la corona portuguesa interfiriese en asuntos castellanos), no acudió con sus vasallos al cerco de Gibraltar, retrasando así el proceso de Reconquista y dando la posibilidad a granadinos y benimerines de controlar el Estrecho.

Sin embargo el rey, que le necesitaba, se reconcilió con él, acompañando a Alfonso XI durante las Batallas del Salado y del Palmones, que posibilitaron la posterior conquista de Gibraltar.

Retirado de la vida política ya sesentón, dedicó sus últimos años a la producción literaria refugiado en sus posesiones personales.

Como epílogo cabe destacar que, andando el tiempo, una de sus hijas, Juana Manuel, llegaría a ser reina de Castilla por su matrimonio con Enrique de Trastámara, a quien apoyó en sus maquinaciones contra su hermanastro, Pedro I (hijo de Alfonso XI). El hijo de éstos, llamado Juan en honor de nuestro protagonista, llegaría a ceñir la corona con el nombre de Juan I, cumpliendo póstumamente el sueño del gran manipulador que fue don Juan Manuel, príncipe de Castilla y señor de Villena.

 Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)

[1] La espada aún existe hoy. Se custodia en el Tesoro de la Catedral de Sevilla y se usa en los actos que conmemoran cada año la toma de la ciudad por Fernando III el Santo.

[2] Se le llamaba así por tener el pelo basto y de punta, como las cerdas de un cepillo.

[3] Llamado el Emplazado. Mandó ejecutar a dos nobles, los hermanos Carvajal, arrojándolos dentro de una jaula de hierro por los barrancos de la Peña de Martos (Jaén). Antes de morir, éstos le maldijeron y le señalaron un plazo de un mes (de ahí lo de Emplazado), para presentarse él mismo ante el Juicio de Dios (es decir, morirse). Murió en Jaén en 1312.

[4] Personaje de azarosa vida, fue hijo de Alfonso X y por tanto hermano de Sancho IV. Se enfrentó a él en numerosas ocasiones, colaborando temporalmente. Participó en la toma de Tarifa, de ahí su apodo. Posteriormente huyó a Portugal y a Marruecos, combatiendo contra los castellanos como jefe mercenario a sueldo de los benimerines, con los que sitió Tarifa. Allí fue cuando se produjo el famoso hecho de Guzmán el Bueno, que prefirió la muerte del hijo antes que rendir el castillo. Al final, la cabeza cortada del pequeño fue catapultada dentro de las murallas. Durante el reinado de Fernando IV conspiró en varias ocasiones. Finalmente murió en el Cerro de los Infantes durante el Desastre de la Vega de Granada en 1319.

[5] Fue asesinado en Toro por orden de Alfonso XI una vez éste alcanzó la mayoría de edad.

[6] Juan Manuel se casó tres veces: la primera con la infanta del Reino de Mallorca, doña Isabel, la segunda, con la infanta de Aragón, doña Constanza (que era una niña de 12 años), la tercera con doña Blanca de Lara, hija de uno de los más importantes señores castellanos.

[7] Finalmente el matrimonio se produjo. Pedro ignoró a su mujer y se dedicó intensamente a su amante, Inés de Castro. Ésta fue asesinada. Una vez viudo, exhumó el cadáver de Inés, la proclamó reina y obligó a los nobles portugueses a besar la mano de la dama muerta.