“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo, Franco. Burgos 1º de Abril de 1939, Año de la Victoria”.
Con barroca oratoria, el locutor y actor cinematográfico Fernando Fernández de Córdoba transmitió el último parte de la Guerra Civil hace 75 años. Subrayó con énfasis despreciativo la palabra “rojo”. Eran las diez y media de la noche del día 1 de Abril de 1939. Franco había corregido el borrador de uno de los documentos más importantes del siglo XX español algo griposo y pocos minutos antes de su difusión radiofónica.
Burgos, capital de la España Nacional era una fiesta. Madrid, estaba engalanada como una ramera asustada que ha cambiado de chulo.
Y la gran pregunta ¿ahora qué? Pues no precisamente el pan, el trabajo y la justicia que aparecían escritos en las bolsas con bollos, que la aviación rebelde había dejado caer sobre las ciudades de la zona republicana durante la fase final de la guerra. Todo lo contrario (como era de esperar).
ANTECEDENTES
Pero todo final tiene un principio. Y el principio del fin de la Guerra Civil Española se puede rastrear en la primavera y el verano de 1937.
En este periodo se iba a desarrollar la Campaña del Norte, en la que los mandos del Ejército Nacional pretendían capturar o destruir la industria republicana del Cantábrico, privando así de un importante sostén al enemigo.
En tres meses los rebeldes ocuparon Asturias, Santander (hoy Cantabria) y lo poco que quedaba del Euzkadi (así se escribía en los años 30) del presidente Aguirre, tras haberse sumado Álava a los rebeldes desde primera hora y Guipúzcoa haber sido ocupada durante el verano de 1936.
Ignorando la orden del gobierno de Valencia de destruir todas las industrias de la Ría del Nervión, los vascos, alegando que eran patrimonio cultural, las entregaron a Franco y las pusieron a plena producción.
Desde ese instante, la suerte de la República estuvo echada, ya que a la pérdida industrial había que sumar la de los puertos cantábricos, siendo posible el suministro sólo por la castigada y vigilada costa mediterránea.
Los sucesos de mayo del 37 en Barcelona (enfrentamientos entre los anarquistas y los disidentes comunistas del POUM, de un lado y la Generalitat y el PSUC del otro) iban a sumarse a la descomposición de una República que se supo mantener, en parte, gracias a la energía de Juan Negrín y su sector del PSOE en buena sintonía con los comunistas, que eran partidarios de ganar la guerra y dejar la Revolución para más tarde.
El tremendo esfuerzo de las tropas gubernamentales, ahogadas por la falta de suministros propiciada por los bloqueos se hizo patente en la sangría del Ebro, donde se derrocharon dignidad, valor y vidas humanas en una batalla que fue la única merecedora de tal nombre en toda la contienda.
Exhaustos, los republicanos no pudieron impedir que los nacionales avanzasen cortando el territorio bajo control del gobierno en dos mitades, alcanzando el general Camilo Alonso Vega (apodado por sus adversarios “Camulo”, por su hosquedad) el puerto castellonense de Vinaroz. Así la Cataluña de Luis Companys se vio separada del resto de la España republicana.
El gobierno leal, por aquel entonces en Barcelona, anuló a la Generalitat, cosa que agradeció la burguesía catalana, harta de Companys y de sus bandazos y partidaria de que Franco ocupase (liberase, se decía entonces) Cataluña lo antes posible.
Dirigidos por Juan Yagüe, díscolo general miembro de Falange y por el general Fernando Barrón, los nacionales, con la Legión y los Regulares marroquíes en punta de lanza (y previsible carne de cañón) ocuparon a la histórica región en mes y medio y casi sin disparar un tiro.
A fines de enero de 1939 Yagüe y sus hombres desfilaban por Barcelona en loor de multitudes. Los catalanes adinerados, haciendo gala del “seny”, habían cambiado de camisa una vez más (como hicieron en 1923).
El gobierno Negrín, refugiado en Figueras, cruzó la frontera francesa acompañado por miles de civiles y soldados (encuadrados en perfecto orden) rumbo al exilio.
CASADO, EL GOLPE DE ESTADO Y EL CONSEJO NACIONAL DE DEFENSA
Sin embargo, Negrín y su sector del PSOE, junto a los comunistas, todavía pensaban en la consigna de “resistir es vencer”, esperando que una guerra en Europa contra la Alemania hitleriana cambiase las tornas.
La flota rumbo a Bizerta
Negrín volvió a España y convocó una reunión de mandos en el aeródromo de Los Llanos, cerca de Albacete el 16 de febrero de 1939.
Se iba a decidir si continuar la lucha o abandonar y estuvieron presentes los principales jefes militares republicanos y el Dr. Negrín.
Entre los militares, el coronel Segismundo Casado era partidario de negociar con Franco, opinión que compartían otros de los asistentes , como el general Matallana, jefe del Ejército de Levante y el jefe de la Armada, Miguel Buiza.
Dos semanas más tarde, a principios de marzo, Negrín movió ficha: comunicó a Casado y Matallana su sustitución por militares comunistas procedentes de las milicias de primera hora como eran Juan Modesto y Enrique Líster.
Sin embargo, Casado y Matallana contactaron con otros descontentos como Miaja y Menéndez y se prepararon para la acción de derribar a Negrín y su gobierno y formar un Consejo Nacional de Defensa que negociase una paz más o menos digna con Franco, con el que se había contactado a través de la “quinta columna” y que, como iba ganando de forma aplastante, se había limitado a pedir una rendición incondicional.
Los hechos se precipitaron cuando el almirante Buiza comunicó, el 2 de marzo, en la Base Naval de Cartagena que se preparaba un Golpe de Estado militar contra el gobierno de Negrín. Al mismo tiempo, el militar comunista Francisco Galán, nombrado por Negrín jefe de la base para controlar la flota, se hizo cargo del mando, acompañado de una brigada del Ejército Popular como argumento para imponerse.
Sin embargo, la importante base no iba a ser dominada ni por los “negrinistas” ni por los casadistas. Un grupo de mandos y marinos partidarios de los nacionales aprovecharon la confusión para hacerse con la importante sede de la marina de guerra republicana.
Buiza se hizo a la mar con los barcos para evitar entregarlos a los rebeldes y decidió enfilar al puerto tunecino de Bizerta, bajo dominio francés. Para ello ignoró varios mensajes que los negrinistas radiaron una vez recuperaron el control de Cartagena.
Al llegar a Bizerta, los franceses comunicaron que su gobierno había reconocido a Franco y que ellos y sus barcos serían internados en el puerto hasta que los nacionales fuesen a recogerlos.
El 5 de marzo, en Madrid, los partidarios de Casado (o más bien, los contrarios a Negrín) se reunieron en el Ministerio de Hacienda, sede de los “casadistas”. Allí se encontraban militares partidarios de la negociación con Franco y miembros de los partidos republicanos anticomunistas: Izquierda Republicana (partido de Azaña), Unión Republicana (partido liberal de Diego Martínez Barrio), el sector anti negrinista del PSOE, y las poderosas centrales sindicales UGT y CNT-FAI. Unos querían ajustar cuentas con Negrín. Otros, especialmente los anarquistas (o confederales, como se llamaban a sí mismos) con los comunistas que le apoyaban.
Los partidarios de Casado contaban como medios para convencer al respetable con varias brigadas mandadas por socialistas y con el IV Cuerpo de Ejército, mandado por el teniente coronel anarquista Cipriano Mera. Asimismo algunos mandos afiliados al PCE se declararon favorables a Casado, caso del coronel Camacho Benítez, jefe de la aviación en el sector Centro –Sur, cuya colaboración iba a ser clave y el coronel Luis Barceló. El resto fueron detenidos por miembros del SIM (Servicio de Información Militar), al tiempo que las tropas se desplegaban por la capital.
Hacia medianoche, Casado y el prestigioso socialista Julián Besteiro, desde el Ministerio de Hacienda radiaron sendos mensajes anunciando la formación de un Consejo de Defensa Nacional y la ilegitimidad del gobierno de Negrín, refugiado en Elda.
El 7 de marzo, las unidades y mandos comunistas que guarnecían los alrededores de Madrid decidieron contrarrestar el golpe y, abandonando las trincheras y posiciones, avanzaron hacia la capital, sosteniendo durísimos combates con los hombres de Casado.
Besteiro lee la proclama del Consejo Nacional de Defensa ante la atenta mirada de Casado
Elemento destacado iba a ser Guillermo Ascanio, un comunista canario que era teniente coronel al mando de la 8 División, quien, según testimonios, presionó fuertemente a su correligionario, Barceló, que cambió de bando y se unió al contragolpe comunista.
Las tropas leales a Negrín lograron ocupar casi todo Madrid, pero no contaban con que un fuerte contingente anarquista, procedente de Guadalajara iba a rodearlos a ellos a su vez.
Atrapados entre dos fuegos, los “negrinistas” hubieron de rendirse y entregarse a los designios de Casado, que encarceló a los mandos comunistas después de fusilar sumariamente a Barceló por “rebelión militar”. En realidad Casado lo que hizo fue usarlo de chivo expiatorio por el fusilamiento de sus tres ayudantes de Estado Mayor efectuado por los comunistas (Otero, Pérez Gazzolo y Fernández) y tener una remesa de comunistas que entregar a los nacionales para mostrar su anticomunismo.
Durante los ocho días de enfrentamientos, las tropas nacionales asistieron a estos combates y movimientos de tropas sin moverse de sus posiciones y sin llevar a cabo ningún ataque, dejando pasar impunemente a unos y otros por delante de sus “enfiladas”, permitiendo que el enemigo se desgastase por sí sólo.
NEGRÍN SE MARCHA PARA SIEMPRE
Sorprendido por los movimientos de Casado, Negrín intentó controlar la situación, a lo que Casado se opuso. Sondeados los generales que no se habían pronunciado, sólo Escobar y Moriones, jefes de los Ejércitos de Extremadura y Andalucía (dos ejércitos secundarios, mal equipados y carentes de moral) se pusieron a su servicio. Incluso Menéndez, a cargo de la región de Levante, se puso de acuerdo con Casado y se dedicó a encarcelar comunistas secundado por el coronel Ricardo Burillo, un aristócrata que era comunista él mismo, aunque luego, ante la desbandada general, evacuó a varias personalidades muy comprometidas.
Negrín, desmoralizado, abandonó España definitivamente desde Monóvar, en un convoy aéreo. Le acompañaban el general Hidalgo de Cisneros (otro aristócrata comunista) y varios ministros.
Un día más tarde, la cúpula del PCE, emulaba su ejemplo, abandonando a su suerte a los soldados que se batían por ellos en Madrid y otros lugares.
Así el Consejo Nacional de Defensa, presidido nominalmente por el general Miaja (héroe de las batallas de Madrid de 1936), pero bajo la autoridad de Casado pudo intentar negociar con Franco. El saldo de la pequeña guerra civil de Madrid osciló según los expertos entre 2000 y 20000 muertos.
Los contactos ya se habían mantenido desde febrero de 1939, a través de la quinta columna madrileña, usando como interlocutores al coronel Centaño, que se pasó la guerra saboteando su propia fábrica de suministros militares y al médico de Casado, Diego Medina. Esto se debió a la promulgación de la Ley de Responsabilidades Políticas por parte de Franco, ley que iba a permitir fusilar a diestro y siniestro una vez acabada la guerra.
Buscando un arreglo “entre militares”, Casado envió a dos coroneles, Ortega y Garijo a entrevistarse con los nacionales en el aeródromo de Gamonal, cerca de Burgos. Allí, una delegación dirigida por José Ungría, un coronel catalán, jefe del SIPM (espionaje nacionalista) les expuso que sólo aceptarían la rendición incondicional. No iba a bastar con la supresión de la estrella roja en los uniformes y el puño cerrado sobre la sien a modo de saludo.
Era el 23 de marzo. El Reino Unido y Francia ya habían reconocido al gobierno de Franco como legítimo. Exigieron la entrega de la aviación y anunciaron un avance general ante el que las tropas republicanas deberían entregar armas y pertrechos. A cambio, una promesa verbal de Franco de comedimiento en cuanto a las represalias.
Ante el avance nacionalista de los días 27 al 31 de marzo, el Ejército Popular dejó de existir como tal, bien desertando los soldados o siendo tomados prisioneros.
Casado huyó el día 28, después de disolver el Consejo Nacional de Defensa, en medio de una riada de refugiados que se dirigía a los puertos levantinos para encontrarse con que la flota estaba internada en Bizerta y que tenían que esperar a convoyes extranjeros. Muchos, ante la llegada de los nacionales, acabaron suicidándose en los mismos muelles.
Simultáneamente, en el aeródromo de Los Llanos, el coronel Cascón Briega, nombrado jefe de la aviación republicana, preparaba los aviones para entregarlos a los representantes nacionales. Varios de los aparatos fueron usados por aviadores para huir a Francia y Argelia. Cascón se quedó. Confiaba en las promesas de Franco. Fue fusilado en Paterna el 3 de agosto.
EL ÚLTIMO PARTE
Y así llegamos al inicio de la historia, que en realidad es el final. Las tropas del general Espinosa de los Monteros ocuparon Madrid desde el 28 de marzo. Los soldados casadistas, con sus pañuelos blancos atados en el brazo, para distinguirse de los comunistas, fueron relevados por los nacionales y conducidos a su internamiento.
Los quintacolumnistas madrileños sacaron de sus armarios los sombreros y las corbatas, proscritos durante la guerra. Las señoritas se arrojaban solícitas en brazos de los aguerridos falangistas, requetés, soldados, legionarios y oficiales de regulares y mehal-la (los soldados de estos cuerpos no, que eran “moros”).
De todas las estrellas rutilantes del firmamento republicano, sólo Julián Besteiro, el digno y viejo profesor, se quedó, compartiendo la suerte del común (enfermo, murió en la prisión de Carmona), acompañado de Melchor Rodríguez, un concejal anarquista que por su actuación como Director de Prisiones (acabó con las ejecuciones ilegales), mereció de los franquistas el apelativo de “El Ángel Rojo”.
Como rezaba el sonoro “Cara al Sol”, la primavera volvía a reír. Una primavera de paz, pero también de silencio, de plomo y de tierra.
LOS PROTAGONISTAS
MANUEL MATALLANA (1894-1952). Militar africanista, se mantuvo leal al gobierno. Destacó en las batallas defensivas que salvaron Valencia en 1938, ideando el dispositivo defensivo Línea XYZ. Ascendido a General y convencido de la inutilidad de continuar la guerra, pasó abundante información al enemigo y colaboró con Casado. Juzgado tras la guerra, fue expulsado del Ejército y montó un polvero para sobrevivir. Es sin duda uno de los personajes más enigmáticos y controvertidos de la Guerra Civil Española.
MIGUEL BUIZA (1898-1963). Aristócrata sevillano, ingresó en la Marina y se mantuvo fiel al gobierno. Nombrado Jefe de la Flota, fue sustituido por González Ubieta al frente de la misma tras el fracaso de la Batalla del Cabo Cherchel. Regresó al mando en enero de 1939. Expuso la mala situación de la Flota, con unas tripulaciones desmoralizadas. Se anticipó al Golpe de Casado y abandonó Cartagena con la Armada rumbo a Bizerta (Túnez). Tras la guerra, se enroló en la Legión Extranjera y combatió en la II Guerra Mundial como capitán, ascendiendo a comandante. Posteriormente trabajó para la Histadrut, llevando exiliados judíos a Palestina. Fijó su residencia en Francia, donde falleció.
ANTONIO CAMACHO BENÍTEZ (1892-1974) Aviador malagueño, se distinguió en la Guerra del Rif, donde fue condecorado. Alfonso XIII lo nombró “Gentilhombre de Cámara”. A cargo de la importante base de Getafe, se mantuvo fiel al gobierno y ocupó a lo largo de la guerra cargos de gran responsabilidad, reorganizando lo mejor que pudo las fuerzas aéreas. Ingresó, como muchos militares, en el Partido Comunista, porque era el más disciplinado. Como jefe de la Zona Centro-Sur, se puso al servicio de Casado, apoyándole en su decisión de negociar con Franco. Una vez certificado el fracaso, huyó a Londres y luego a México, donde falleció.
SEGISMUNDO CASADO (1893-1968). Militar de Estado Mayor, participó en las campañas africanas y al llegar la República mandó la Escolta Presidencial. Durante la guerra ocupó varios puestos dentro de los Estados Mayores y también en la Jefatura del Ejército de Andalucía y del Centro. Anticomunista furibundo, buen organizador y partidario de la disciplina, vio inútil el seguir con la guerra una vez perdida Cataluña. Intentó un arreglo “entre militares” con Franco,intentando reintegrar a los oficiales y jefes profesionales al ejército de posguerra. Exiliado en Inglaterra, colaboró con la BBC y escribió un libro titulado “Así cayó Madrid”. Volvió a España donde falleció en 1968. Padre del prolífico actor Fernando Rey.
CIPRIANO MERA (1897-1975). Albañil desde los once años, fue un conocido anarcosindicalista colaborador de Durruti. Jefe de una “columna” de milicianos anarquistas, logró varios éxitos parciales, como la reducción de la Guardia Civil de Cuenca. Con la militarización pasó a ocupar el rango de mayor e intervino en la victoria republicana de Guadalajara, ascendiendo a teniente coronel. Apoyó a Casado contra los comunistas y salvó al Consejo Nacional al irrumpir en Madrid desde Guadalajara. Fugado a Argelia, fue entregado por el Gobierno de Vichy a Franco y condenado a 30 años. Más tarde regresó a Francia donde acabó sus días como albañil, profesión que nunca abandonó. Fue autor de “Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista».
LUIS BARCELÓ (1896-1939). Militar profesional, al estallar la guerra fue nombrado jefe de la Inspección de Milicias. Afiliado a la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista) desde los tiempos de la República, hizo lo propio con el Partido Comunista. Destacó en el asedio al Alcázar de Toledo y en las batallas defensivas en torno a Madrid, ascendiendo a coronel y ostentando el mando del I Cuerpo de Ejército. Dudoso frente al golpe de Casado, finalmente y supuestamente bajo presiones de otros mandos comunistas, lideró la reacción en Madrid. Capturado, fue fusilado por orden de Casado, en represalia por la muerte de tres de sus ayudantes durante la refriega.
JULIÁN BESTEIRO (1870-1940). Catedrático de Lógica, ingresó en la Unión Republicana a comienzos del siglo XX, desde donde pasó al Partido Radical de Lerroux y de ahí al PSOE, siendo miembro de la ejecutiva del partido y de su sindicato, la UGT. Cabeza visible del sector moderado o social-demócrata del Partido, fue contrario a la bolchevización de las juventudes socialistas, viendo el peligro de que los comunistas se apropiasen de ellas. Fue presidente de las Cortes Constituyentes de la República entre 1931 y 1933. En plena guerra, se negó a abandonar Madrid alegando que no podía dejar a sus electores a su suerte. Partidario de una salida negociada, intentó una mediación ante el Reino Unido que fracasó. Se opuso siempre a los comunistas y colaboró con Casado, que necesitaba a una figura civil de prestigio inmaculado para su Consejo Nacional de Defensa. En vez de abandonar Madrid, permaneció esperando a los nacionales para efectuar un traspaso de poderes. Fue capturado y condenado a muerte por promover el “socialismo moderado, mucho más pernicioso que el revolucionario”. Encarcelado en Carmona, débil de salud a sus 70 años, murió, al parecer, de una septicemia.
Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)
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