“Frente a nosotros aparecen cuatro chimeneas y dos mástiles. Sigue curso vertical al nuestro virando desde Galley Head. El Barco parece ser un buque de pasajeros de grandes dimensiones».

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Esta anotación hecha por el oficial al mando del submarino alemán U-20, Walther Schwieger, el 7 de mayo de 1915 fue el preludio a la tragedia. Unos diez minutos después, el U-20 lanzaba el último torpedo que le quedaba, impactando en la banda de estribor del Lusitania, que registró un par de explosiones (achacadas por el oficial alemán al impacto del torpedo y a la posible explosión de una de las calderas), deteniéndose en seco y escorando.

Pese a las maniobras ordenadas por William T. Turner, capitán del transatlántico, que intentó embarrancarlo lo más cerca posible de las costas de Irlanda, murieron 1198 personas entre pasaje y tripulación. Una gran desgracia que iba a tener repercusiones en el desarrollo ulterior de la Gran Guerra a efectos propagandísticos y tácticos. Un siglo después, el caso del desgraciado transatlántico sigue apasionando a propios y extraños

LA GUERRA EN EL MAR

La Gran Guerra iba a ser un enfrentamiento, eminentemente terrestre. A simple vista puede resultar lógico, ya que los principales contendientes tenían fronteras comunes y ejércitos grandes y más o menos poderosos.

Sin embargo, también poseían, en algunos casos, imponentes flotas, construidas durante el periodo de la Paz Armada (1871-1914). Destacaban sobremanera las flotas de Reino Unido y Alemania (una en cada bando), compuestas por barcos modernos y con tripulaciones entrenadas. A más distancia se encontraban las armadas del resto de países, incluyendo la austro-húngara, que, a pesar de tener algunos buques muy poderosos (como el Szent Istvan), apenas salió de sus bases en Croacia, amenazada por los submarinos y torpederos italianos.

Este miedo a perder los barcos que tanto había costado construir (como el que tiene un niño de romper sus juguetes más caros) era una enfermedad común a todos los almirantes, que eran reacios a sacar las flotas del puerto.

Por eso las grandes batallas de barcos fueron raras (siendo la mayor la de Jutlandia, que acabó en tablas, aunque la flota alemana no volvió a intentar desafiar a la inglesa), prefiriendo la práctica del corso[1] y el uso de submarinos para interrumpir las rutas comerciales del enemigo.

Esto último fue la estrategia “marca de la casa” de la armada alemana, que tras los encuentros de Malvinas y Jutlandia, prefirió emboscarse e intentar acogotar al Reino Unido que arriesgar sus barcos en un encuentro “a cara perro” como vulgarmente se dice.

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CAÑONES EN LOS TRANSATLÁNTICOS

Pocos años antes de la Gran Guerra, las compañías navieras dedicadas a unir Europa con EE. UU.  vivían su edad de oro, transportando ricos burgueses, emigrantes y mercancías entre ambas partes del “charco”.

Nombres como la White Star, Cunard Line o Norddeutscher rivalizaban en lujo, diversiones y en la posesión del gallardete azul[2] (en propiedad del Mauretania desde 1907 hasta 1929).

Sin embargo, los gobiernos veían aquellas moles flotantes con otros ojos. No  dudaron en ofrecer un jugoso caramelo a las navieras: subvenciones para construir barcos cada vez más lujosos y grandes. El alma de las navieras se vendió. La contrapartida era que en caso de guerra, las flotas se iban a incautar los transatlánticos para usarlos en su provecho, bien como barcos de transporte, como buques hospital o directamente como corsarios, siendo armados y camuflados convenientemente.

Fueron los británicos los que emplearon al principio de la guerra al mayor número de barcos incautados a las líneas privadas: la Cunard aportó al Mauretania, que funcionó como corsario armado, al igual que el Lusitania, por breve tiempo. La White Star contribuyó con dos de sus barcos más señeros, el Olympic, como transporte de tropas y el Britannic[3], como buque hospital. Estos dos últimos eran los gemelos del malogrado Titanic.

El problema que se planteaba con el uso de estos buques fue en primer lugar, el gasto enorme de carbón en comparación con los de guerra para sus operaciones y la carencia de blindaje (amén del coste de los seguros) por lo que fueron pronto devueltos a sus propietarios, dedicándose desde entonces al transporte de suministros entre los puertos de Europa, principalmente británicos, y EE. UU., el principal abastecedor de la Entente.

LA GUERRA ECONÓMICA

En esta situación, hasta el más lerdo sabe que los factores económicos son capitales a la hora de manejar una guerra, más siendo de dimensiones planetarias.

Los ingleses, que eran en este asunto perros viejos, lo vieron claro: parapetados en su isla y abasteciendo desde las colonias de su imperio a sus ejércitos y a los de Francia, se trataba de desestabilizar económicamente a Alemania.

Además EE UU estaba abasteciendo a los miembros de la Triple Entente, que compraban productos alimentarios, repuestos, armas y munición a crédito, junto a empréstitos que el propio gobierno les había facilitado. No podían permitirse el lujo de que la Triple Entente perdiese y no les pagase la “roncha”.

Ésta, cuyas colonias eran escasas y estaban a estas alturas de la guerra en manos de sus enemigos (salvo Tanganika, el Reino Unido y Japón se habían apropiado del resto) estaba en una situación difícil. Las materias primas no llegaban a sus puertos por el embargo decretado por la Triple Entente, y por ende, su ejército sufría un desgaste mayor. Se estaban asfixiando lentamente.

La respuesta alemana al bloqueo fue el empleo masivo del submarino y el decreto de zona de guerra a las aguas cercanas a Gran Bretaña, donde cualquier barco que transportase “contrabando” (es decir, material de guerra) era susceptible de ser atacado. Pretendían de este modo equilibrar la balanza y ahogar a su vez a los británicos.

EL SUBMARINO: EL ASESINO SILENCIOSO

El submarino era un arma relativamente reciente. A pesar de prototipos procedentes del Renacimiento, uno de los primeros en ser operativos fue el CSS Hunley, usado por los confederados durante la Guerra de Secesión (1861-65) en Estados Unidos.

Sin embargo, el primer prototipo verdaderamente exitoso fue el Peral, del marino español homónimo: un aparato de motores eléctricos bastante avanzado para su época,  al que la desidia y los rencores típicos de España impidieron su adopción en primicia por la Armada española.

Para el inicio de las hostilidades en la Gran Guerra el submarino había sido bastante mejorado: navegaba en superficie con un motor convencional de gasolina o diésel y sumergido con un motor eléctrico de baterías recargables con una dinamo. Su armamento consistía en un cañón en el exterior (que sólo se usaba con el submarino en superficie) y en una serie de torpedos, disparados por un ingenioso sistema de aire comprimido.

Sus contras eran que navegaban a ciegas cuando iban sumergidos y cuando estaban en superficie eran presa fácil. Asimismo cuando hundían un barco, debido a su falta de espacio, no podían evacuar a la tripulación enemiga, que era abandonada a su suerte.

Contrariamente a lo que nos ha enseñado el cine, el ataque con torpedos era poco común (llevaban una cantidad que oscilaba entre los 4-8, amén de la falta de precisión). La táctica usual era emerger cerca de un objetivo previamente detectado mediante el periscopio, detener al barco, hacer bajar a la tripulación a los botes y hundirlo con su carga usando el cañón de cubierta, para luego sumergirse y seguir rumbo.

La presa tipo eran mercantes desarmados más que buques de guerra (realidad 2 cine 0), como puede atestiguar la hoja de servicio del más exitoso oficial de submarinos de todos los tiempos, Lothar von Arnauld de la Perière: del total de buques hundidos, 193 eran mercantes y sólo 2 barcos de guerra (y éstos de pequeño porte). Su submarino disparó algo más de 70 torpedos, de los que sólo 39 hicieron blanco.

Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, el submarino fue la gran baza de Alemania y un verdadero sinvivir para los británicos, que necesitaban los suministros, estando a punto de ser superados por los “asesinos silenciosos” ocultos en las cercanías de sus costas.

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EL ÚLTIMO VIAJE DEL LUSITANIA

A finales de abril de 1915 el Lusitania se hallaba en el puerto de Nueva York, embarcando pasajeros con destino a las Islas Británicas (y una ingente cantidad de munición y armamento con destino al Reino Unido). Las razones por las que la Cunard siguió manteniendo sus líneas en tiempo de guerra eran muy simples: seguía habiendo un flujo constante de reservas de billetes, por lo que resultaba rentable mantenerlas. Esto se debía, en parte, al infantil pensamiento de los estadounidenses: creían poder viajar seguros en tiempo de guerra en un barco con bandera de un país beligerante. Estaban confiados en la neutralidad de su propio país.

Para evitar esto, la embajada alemana en Nueva York advirtió las semanas previas que ningún estadounidense  embarcase en el buque, que iba a cruzar aguas declaradas por Alemania como zona de guerra. La advertencia, que buscaba eludir responsabilidades, cayó en saco roto y algo más de una centena de estadounidenses embarcó.

Partió el 1 de mayo de 1915. Su némesis, el U-20 ya llevaba un día en el mar. Zarpó de la isla de Borkum (Alemania) el 30 de abril. Llevaba como misión patrullar las costas de Inglaterra dentro de la zona de guerra y hundir todos aquellos mercantes que pudiese antes de regresar a puerto. Hizo tres presas. Gastó tres de los cuatro torpedos que cargaba.

Y como tantas otras veces en la Historia, la decisión de una persona aislada iba a influir en el destino de una colectividad.

El comandante del U-20, en lugar de regresar a la base, decidió esperar un día más, con el torpedo que le quedaba.

El 7 de mayo divisó al Lusitania y sin previo aviso, le disparó un torpedo a unos 700 metros de distancia. 1198 personas murieron en los 18 minutos que tardó en hundirse un buque calificado de “más bello que el Templo de Salomón” por los medios de la época.

La segunda explosión, que Walther Schwieger achacó al estallido de una de las calderas, bien se pudo deber a la explosión de las cajas de munición estibadas en la bodega.

Mientras el gran transatlántico se posaba sólo a 90 metros de profundidad, el submarino alemán se escabulló y volvió a casa con la satisfacción del deber cumplido.

REMEMBER THE LUSITANIA

El clamor en el Reino Unido y EE UU fue tremendo. Se pidió al presidente de éstos últimos una declaración formal de guerra, por la muerte de un centenar de compatriotas y la desaparición de varias decenas de niños y bebés que viajaban con sus padres.

Fue todo un acontecimiento propagandístico, que preparó a los estadounidenses para su entrada en la guerra. Pero Wilson impidió la entrada de su país en la guerra.

Curiosamente, aunque se sabía de las patrullas de U-20 y otros submarinos, el Almirantazgo inglés no informó al capitán Turner. Fue uno de los oficiales del organismo inglés el que, por su cuenta y riesgo decidió advertirles. Quizá los ingleses preveían arrastrar a los norteamericanos sacrificando al transatlántico y sus pasajeros de forma consciente. Por desgracia es una teoría que nunca podrá ser demostrada.

Por su parte, la tripulación de U-20 fue felicitada al llegar a puerto y su comandante, condecorado, aunque se sorprendió del revuelo causado por su acción y por la acusación de criminal de guerra que los británicos pedían contra él.

No fue necesario juzgarle. Walther Schwieger, tras haber embarrancado el U-20 un año después, destruyendo el submarino preventivamente, encontró la muerte comandando el U-88, cuando, huyendo de un falso mercante artillado, chocó con una mina submarina y se fue al limbo con toda su tripulación. Era el 5 de septiembre de 1917.

EE UU entraría en la guerra ese mismo año, esgrimiendo el ya lejano nombre del Lusitania y el escándalo del Telegrama Zimermann[4] y otros hundimientos ulteriores.

La verdadera razón de su entrada era más prosaica: después de tres años dando créditos a la Triple Entente y facilitándole todo tipo de suministros no podían permitirse el lujo de que la Triple Entente perdiese. Si eso sucedía no cobrarían los créditos, los suministros y los intereses y las grandes empresas e incluso el gobierno, se verían en apuros financieros.

Así que se envió al impulsivo general John J. “Black Jack” Pershing al mando de una fuerza expedicionaria. Europa comenzaba a perder así su hegemonía en el mundo.

Remember the Lusitania.

Ricardo Rodríguez

[1] Los buques corsarios, especialmente alemanes, se dedicaron a navegar aislados en el océano y a hundir mercantes enemigos o neutrales con destino a puertos enemigos, como el célebre “Endem” dirigido por el capitán von Müller.

[2] Premiaba al barco más rápido en cruzar el Atlántico en su viaje inaugural. El Mauretania era el barco gemelo del Lusitania, ambos de la Cunard. Una de las claves del hundimiento del Titanic (de la White Star) fue el intento de batir el record del Mauretania en 1912.

[3] Empleado como buque hospital, se dedicó a evacuar a los heridos de la Batalla de Galípoli. Fue hundido cerca de la isla de Kea (Grecia) bien por una mina o por un torpedo alemán.

[4] Documento secreto en el que Alemania alentaba a México a invadir EE UU para evitar los suministros que éstos enviaban a la Triple Entente. Se filtró a la prensa convenientemente manipulado y fue esgrimido como casus belli