Hace unos años, durante una visita a Ávila con motivo del Quinto Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, pluma excelsa de la literatura universal, en uno de mis habituales vagabundeos sin rumbo por los barrios intramuros de la ciudad tropecé al final de un callejón húmedo, retorcido y estrecho  con una capilla, para mí desconocida, que lindaba la muralla. La plaza en que desembocaba el callejón estaba solitaria y era ya noche cerrada, de manera que la luz vaporosa y azulada que irradiaban los faroles le confería a las trazas góticas y renacentistas del edificio un halo enigmático. Movido por la curiosidad me acerqué a la verja que cerraba el atrio del templo. “Capilla y plaza de Mosén Rubí”. Apenas un nombre, un instante y las sombras recortadas en azul sobre el lienzo de muralla desataron mi imaginación, de manera que, sin dudarlo, decidí modificar el plan del día siguiente y regresar.

De nuevo en la plaza de Mosén Rubí y, tras leer acerca de la historia y leyendas que rodean a la capilla que tanto llamó mi atención, tuve la suerte de encontrar la verja abierta y poder buscar y encontrar en el crucero del atrio ajardinado, las vidrieras y la fachada del edificio algunos de los símbolos, supuestamente masónicos, que se le atribuyen. Compases y escuadras, mazos, triángulos enmarcando al Arquitecto Universal… Mi búsqueda, febril y concentrada, llamó la atención de una anciana monja del Convento de Dominicas adyacente, que me invitó a pasar, me abrió la capilla y me contó algo de su devenir, sus fundadores y la mucha literatura vertida acerca de su presunto origen masónico.

En el interior, la bóveda nervada en piedra caleña de la Capilla Mayor, parecía el dosel recogido del cenotafio de los fundadores, que preside el centro de la cruz griega del plano. Cuando entramos, el silencio apenas era alterado por nuestros pasos leves y el susurro ingrávido del oscilante hábito de la monja. Apenas unos rayos de sol atravesaban las altas y coloridas vidrieras acariciando el frío alabastro de las efigies de Don Andrés Vázquez Dávila y Doña María Herrera. El lugar destilaba un aura singular. Y lo que algunos han venido interpretando como símbolos relacionados con la masonería no me fueron difíciles de encontrar. La planta pentagonal, como la de las logias del rito escocés, la escuadra y el compás en las vidrieras, las columnas Jakin y Boaz del Templo de Salomón. Mucho se ha escrito sobre ello, y mucho me ocupé de indagar sobre las suposiciones.

La capilla de Mosén Rubí fue fundada a principios del siglo XVI por doña María de Herrera, hija de los señores de Velada, que estableció en su testamento el carácter laico de dicha fundación para albergar a su marido y su linaje. Iniciadas las obras por el maestro cantero Pedro Campero, a finales de la centuria para encontrarse ya bajo patronazgo de los Bracamonte, señores de Fuente el Sol, pues en 1592 fue velado en la misma don Diego de Bracamonte tras morir ejecutado en la Plaza del Mercado Chico por encabezar un alzamiento contra Felipe II. Hasta hace unos años, antes de ser trasladada al Claustro de la Catedral junto a su marido, Amparo Illana, esposa del expresidente Adolfo Suárez, estuvo enterrada junto al altar. Ambos fueron grandes benefactores de las Dominicas y la capilla de Mosén Rubí.

No obstante lo anterior, y lo mucho escrito acerca de la supuesta relación de la capilla con la masonería, lo cierto es que algunos historiadores han trabajado la cuestión con minuciosidad descartando esa relación por completo. Y lo que para algunos son compases y escuadras, para otros es el escudo de armas de los Bracamonte, llegados a Castilla desde Francia en el siglo XIV; la planta concentrada pentagonal del edificio no es habitual en la ciudad, pero sí hay otros ejemplos en algún templo de la provincia; y, por encima de todo, si la masonería especulativa nace en 1717 en Inglaterra, ¿cómo es posible toda esta simbología casi doscientos años antes?

Cada cual puede seguir la línea de pensamiento que quiera, pero lo cierto es que la capilla de Mosén Rubí es paradigma de todo lo relacionado y atribuido a la masonería, con o sin fundamento histórico. ¿Cuánto no habremos discutido acerca de la masonería sin conocer en profundidad el objeto de nuestra discusión? Porque, ¿qué es la masonería? Para el gran público, quizás, lo que ha leído u oído acerca de las adulteradas y horrendas novelas de Dan Brown, o bien la idea del “contubernio judeo-masónico” construida con minuciosidad por la dictadura franquista, o toda la simbología utilizada por las publicaciones pseudocientíficas para perorar acerca de la Gran Conspiración. Es por ello que para aclarar cuestiones, aplicar el conocimiento histórico y reconocer la memoria de los masones represaliados, el Departamento de Historia Contemporánea y el Vicerrectorado de Relaciones Institucionales de la Universidad de Sevilla han organizado unas Jornadas aprovechando que durante este 2017 se cumplen tres siglos del nacimiento de la masonería especulativa en Inglaterra. Centradas fundamentalmente en el devenir histórico de la Orden en nuestro país, eminencias como los profesores Ferrer Benimeli, Leandro Álvarez Rey y José Leonardo Ruíz Sánchez, o la Ex Gran Maestre del Gran Oriente Español Unido, Ascensión Tejerina, han iluminado, desde el rigor histórico y simbólico, la evolución y el presente de los masones y sus circunstancias.

La Orden del Gran Arquitecto del Universo

El nacimiento de la masonería especulativa o filosófica se establece en 1717, cuando durante la Fiesta de San Juan cuatro logias masónicas londinenses deciden fusionarse y revitalizar la vieja Orden en la denominada Gran Logia de Londres y Westminster, encargando posteriormente a James Anderson y Jean Théofile Désaguliers la redacción de unas constituciones que serán aprobadas en 1723.

A partir de aquí hay que prestar atención a un argumento, y es el de si existían logias y masones antes de las denominadas Constituciones de Anderson.

Las nebulosas circunstancias en que se desarrollaron estos acontecimientos han llevado a los historiadores a establecer diversas teorías sustentadas, a su vez, en diferentes líneas de investigación que han intentado establecer cuáles fueron realmente los hechos y fundamentos que dieron origen a la masonería moderna. Y entre estas teorías es hoy la más aceptada la denominada “teoría de la transición”, que el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Académico, sacerdote jesuita y uno de los mayores expertos en masonería, José Antonio Ferrer Benimeli defiende y razona. Según esta “teoría de la transición”, la masonería especulativa moderna no supone más que la continuidad en el tiempo de la antigua masonería operativa de los maestros canteros medievales que había entrado en crisis cuando finalizó el periodo de construcción de las grandes Catedrales góticas y el Renacimiento volvió la mirada hacia el antropocentrismo y la medida humana. Las logias decayeron y durante el siglo XVII empezaron a admitir entre sus miembros a cofrades no relacionados con la construcción. Además, durante este siglo se darán dos acontecimientos que serán determinantes para la Orden. Por un lado el Gran Incendio de Londres de 1666, que hará que muchos masones de las islas británicas se desplacen hacia allí para participar en la reconstrucción de la ciudad, y, por otro, las interminables Guerras de religión que asolaban Europa desde la Reforma luterana y que enfrentaban a los cristianos por todo el continente y las islas. Consecuencia de ello fue que las logias, integradas ya mayormente por “masones aceptados” no constructores, empezaron a discutir en sus “tenidas” o reuniones acerca de cuestiones no necesariamente relacionadas con el viejo arte de la cantería, sino más bien filosóficas y orientadas a la reflexión sobre los problemas morales y sociales de la nueva Europa. Pero hay que resaltar que todo este proceso se produjo sin ruptura.

En este sentido, las mismas Constituciones de Anderson establecen su herencia operativa haciendo suyo el término maçon (del francés, albañil) de los canteros iniciados medievales y apelando a Escocia como custodia del Antiguo Arte en los años difíciles (“El cuidado que los escoceses tuvieron con la verdadera Masonería fue después muy útil en Inglaterra”[1]), así como designando a Adán primer Maestre de la Orden (“Adán, nuestro primer Padre, creado a imagen de Dios, el Gran Arquitecto del Universo, debió de tener escritas en su corazón las Ciencias Liberales, particularmente la Geometría (…).Indudablemente Adán enseñó Geometría a sus hijos y el uso de ella en las varias Artes y Oficios convenientes al menos en aquellos primitivos tiempos…”[2]) y a Hiram Abhif hito fundamental de su Historia (“Así es que después de la construcción del Templo de Jerusalén, progresó la Masonería en las naciones vecinas, pues los numerosos artífices que a las órdenes de Hiram Abif habían tomado parte en la obra, una vez terminada se dispersaron por Siria, Mesopotamia, Asiría, Caldea, Babilonia, Media, Persia, Arabia, África, Asia Menor, Grecia y otras partes de Europa, donde enseñaron esta liberal arte a los hijos de varones eminentes cuya destreza sirvió a los reyes, príncipes y magnates para construir grandiosos edificios, y llegaron a ser Grandes Maestros, cada uno en su propio territorio, y porfiaron entre sí en el cultivo del Arte Real”[3]). Finalmente, también remarcan las Constituciones la importancia de la antigua simbología constructiva y esotérica (“el Gran Maestre, con significativas ceremonias y tradicionales usos instalará al candidato entregándole un ejemplar de la Constitución, el Libro de la Logia y los instrumentos de su cargo, no todos de una vez, sino uno después de otro; y después de cada entrega, el Gran Maestre o su Diputado leerá el deber u obligación pertinente a cada cosa”[4]).

Por tanto, aquella masonería operativa del medievo, simbólica y secreta para reservar los misterios del oficio a los iniciados, en la que las logias se constituían donde se erigía la Catedral, donde estaba la piedra, que trataba de expresar con su ritual y sus obra cuanto de trascendente hay en el Universo, y de la que conservamos cerca de doscientos estatutos, renacía, o se refundaba, en una nueva masonería especulativa erigida sobre los pilares de aquélla y sobre la necesaria fraternidad universal. Con vocación universalista e inspirada de principios cristianos, la masonería especulativa establecía la obligación de cumplir la Ley moral y creer en Dios como Gran Arquitecto del Universo, si bien respetando “cualquier credo o denominación que los distinga” (Punto capital I de los deberes de un francmasón en las Constituciones de Anderson), y entendiendo a La Orden como “centro de Unión y medio de conciliar la verdadera Fraternidad entre personas que hubieran permanecido perpetuamente distanciadas” (Punto capital I de los deberes de un francmasón en las Constituciones de Anderson). Esa Fraternidad era ideal indispensable para, a la luz de la Razón y superadas las diferencias religiosas, extender principios universales que hicieran progresar al género humano. La nueva masonería, por tanto, busca una nueva construcción, pero no ya la de las antiguas catedrales de sillares y argamasa, sino la de una catedral espiritual y universal en la que cada masón sea una piedra de la misma, la gran catedral de la fraternidad humana.

Establecidos los fundamentos, la Gran Logia de Londres y Westminster fijó la obediencia de todas las logias que se constituyeran con posterioridad para poder ser consideradas regulares. Se iniciaba un nuevo camino.

Pero este camino no iba a ser fácil. La obediencia exigida por la Gran Logia de Londres y Westminster convertía en irregulares a todas las antiguas logias establecidas en Escocia e Irlanda. Éstas no aceptaron la eliminación de buena parte del componente tradicional místico de la antigua masonería por parte de esta nueva masonería especulativa que, pese a la asunción de muchos elementos simbólicos de los masones operativos, proyectaba su ideal a la luz de la Razón y había suprimido oraciones del viejo rito, como el Poema Regius (1390). Surge así en 1751 la Gran Logia de Masones Libres y Aceptados de Inglaterra. Ello derivó en una división a lo largo de todo el siglo XVIII entre Modernos y Antiguos Masones. Fueron años de trabajo febril y gran actividad, rivalidades e irradiación de los principios por todos los sustratos sociales. Finalmente, en 1813 los Grandes Maestres de las dos Grandes Logias Madres, ambos hijos del rey Jorge III, deciden unirse para constituir la Gran Logia Unida de Inglaterra que ha llegado a nuestros días. Apenas veinte años antes, en Francia, los principios de Igualdad, Libertad y Fraternidad se habían convertido en la bandera revolucionaria que cambió el  mundo para siempre.

Condena y persecución. El discurso antimasónico

Apenas establecida la nueva vida de la Orden a través de la masonería especulativa con la constitución de la Gran Logia de Londres y Westminster en 1717, los recelos no tardaron en aparecer en algunos sectores sociales. Se suele citar la Bula In Eminenti (1738) del papa Clemente XII como la primera condena a la masonería (no se puede obviar que su vocación universalista suponía una competencia para Roma, competencia que históricamente ya tuvo consecuencias bastante negativas para órdenes militares como la del Temple o la de los caballeros teutónicos), pero lo cierto es que no fue la Iglesia Católica la primera en hacerlo. Ya unos años antes, sectores protestantes de algunas ciudades como Ámsterdam condenaron públicamente a los masones. En cualquier caso, lo cierto es que las tensiones Iglesia Católica-masonería son un hecho, y estas tensiones han pasado por periodos realmente intensos. Aquella primera Bula condenatoria apenas establecía razones, más allá del secretismo que rodeaba a la institución, que sustentaran el discurso (“(…) se ligan el uno con el otro con un pacto tan estrecho como impenetrable según las leyes y los estatutos que ellos mismos han formado y se obligan por medio de juramento prestado sobre la Biblia y bajo graves penas a ocultar con un silencio inviolable, todo lo que hacen en la oscuridad del secreto”[5]). Más explícita es la encíclica Humanum Genus (1884), de León XIII, que establecía que la masonería en realidad busca destruir todo el orden cristiano, e iba enumerando una serie de peligros derivados de sus principios (educación laica, no obediencia a ningún poder que no sea el de la propia masonería, aceptación de no creyentes, igualdad de los hombres, aconfesionalidad del Estado, distribución equitativa de la riqueza y supresión de la diferencia de clases sociales…). Otros papas, como Pío IX o Pío XI también la condenaron enérgicamente, dejando una estela de demonización y rechazo que se instaló en muchas capas sociales y ha llegado hasta nuestros días.

Evidentemente, también los sectores más conservadores y cercanos al Antiguo Régimen se enfrentaron a los masones, a los que, por razones diáfanas, vinculaban al liberalismo y las revoluciones. Y posteriormente, todos los regímenes totalitarios de izquierdas y derechas los persiguieron dada su vocación universalista y su defensa de los valores democráticos y por la libertad (Lenin y Trotsky declararon a los masones proscritos e incompatibles con la revolución en la III Internacional, como también los persiguieron Petain o Franco). Es, pues, comprensible que cambios sociales, políticos y en la manera de entender la convivencia religiosa, tan profundos, desencadenaran tensiones, enfrentamientos y condenas enérgicas. Aunque al calado del discurso antimasón en la sociedad, más en unos países que en otros, todo hay que decirlo, quizás también haya contribuido ese carácter secreto o discreto de la Orden que la sigue velando en demasía.

En relación al virulento enfrentamiento con la Iglesia Católica, el profesor Ferrer Benimeli, con tono conciliador, concluye que, “pese a que son abundantes los sacerdotes católicos antimasones y los masones anticlericales, quizás ello sea consecuencia de un desconocimiento mutuo”. Y es que la francmasonería fue erigida sobre principios cristianos, fundada por dos clérigos (uno anglicano y el otro presbiteriano) y nunca tuvo entre sus objetivos fundacionales combatir a la Iglesia. Masones ha habido y hay entre los obispos ortodoxos o los pastores anglicanos. Y con las logias colaboran, incluso, algunos sacerdotes católicos en sus parroquias para desarrollar obras sociales. Por tanto, concluye Benimeli y apostillan profesores como Ruíz Sánchez, “el enfrentamiento obedece más a razones ideológicas que religiosas”.

Pese a todo, el discurso antimasónico está muy arraigado en la sociedad (más en unos países que otros, repetimos) y éste vincula a la Orden con todo aquello políticamente incorrecto o rechazado por sospechoso y siniestro (ocultismo, espiritualismo, magia negra, judaísmo, anarquismo, satanismo…). María del Carmen Fernández Albéndiz, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y experta en periodo isabelino, expone el caso del escritor Leo Taxil, pseudónimo de Gabriel Jogand-Pagés, como paradigma del enrarecimiento en la mirada de la sociedad hacia la masonería. Éste, antiguo masón expulsado de la Orden, pasó de combatir al papado a construir todo un discurso que vinculaba a los masones con el satanismo. Basta exponer un fragmento de lo mucho que difamó para comprender cómo podía recibir la sociedad de finales del XIX los escritos de Taxil: “Lucifer posee en el templo de Charleston un santuario con un verdadero altar, en el cual figura su dolo bajo forma humana. Este altar es de una riqueza inaudita. Lucifer, con las alas desplegadas, está representado de pie y completamente desnudo. Parece descender del cielo y en la mano derecha levanta una antorcha, mientras con la izquierda derrama frutas que salen de un cuerno de la abundancia. La estatua es de oro macizo y descansa únicamente en el pie derecho, hollando un monstruo de tres cabezas; una con diadema real, otra con una tiara pontificia y la tercera tiene en la boca una espada y simboliza el ejército y el poder militar. Lucifer lleva por todo vestido un cordón masónico negro, formando triángulo, al cuello y con el escudo paládico, negro también y en forma triangular, con la letra L en el centro y la palabra Eva, palabra simbólica cuya significación es obscena”[6]. Antes de morir, el propio autor reconoció que todo era falso y respondía a un montaje difamatorio, pero durante años había recorrido Europa y sus ciudades, las cortes reales y las instituciones públicas o privadas, así como engañado al mismo León XIII, extendiendo un discurso siniestro del que la masonería todavía no ha podido desprenderse por completo.

La masonería española. Diego Martínez Barrios y el eje sevillano

La Historia de la masonería en España es peculiar y está marcada por la desconfianza y la tensión. Igualmente, la ponderación de la Orden en la sociedad española nada tiene que ver con el prestigio que tiene, por ejemplo, en el mundo anglosajón. Todo obedece, evidentemente, a las circunstancias históricas que han caracterizado a nuestro país en los últimos doscientos años.

La masonería especulativa llega a la Península Ibérica superado el primer cuarto del siglo XVIII. En 1728 operan regularmente, es decir, aceptadas por la Gran Logia de Londres y Westminster, la logia “Las Tres Flores de Lis”, fundada en Madrid e integrada por ciudadanos británicos, y la logia “San Juan de Jerusalén” fundada en Gibraltar. El enclave gibraltareño resultará, a la postre, fundamental en la extensión de la Orden por Andalucía y todo el territorio peninsular. El siglo XVIII, sin embargo, se caracterizará por una masonería poco organizada y fundamentalmente integrada por comerciantes y militares extranjeros. A decir del profesor José Leonardo Ruíz Sánchez, “durante este siglo no hubo mucha proyección de la masonería en España, salvedad hecha de unos pocos talleres aislados”.

Con la invasión francesa, ya en siglo XIX, se estableció en la Península una cierta masonería de corte bonapartista que no tuvo mucha relevancia, y cuyo objetivo fue el de atraer afrancesados a la causa de Napoleón. Ello, unido a los sucesos revolucionarios que habían precipitado la caída del Antiguo Régimen en Francia a finales de la centuria anterior, llevó a Fernando VII y los sectores absolutistas a perseguir sin distinción a liberales y masones durante el Sexenio Absolutista (1814-1820) y la Década Ominosa (1823-1833). No obstante, y pese a la intensa actividad de masones como Alcalá Galiano y Javier de Istúriz, y la proliferación de movimientos por la libertad que convergieron en el Pronunciamiento de Riego y dieron paso el Trienio Liberal (1820-1823), según el profesor Ruíz Sánchez, “no se puede afirmar que todo ello sea consecuencia directa de la masonería, pues aunque ésta existía y actuaba, el fenómeno puede explicarse perfectamente sin recurrir a ella”. Así, el control posterior de los masones, una vez restaurado nuevamente el absolutismo, es similar al que se lleva a cabo sobre carbonarios o comuneros, y tampoco puede afirmarse que sus circunstancias sean especiales. De hecho, durante el periodo isabelino y con los liberales en el poder, ya sean doctrinarios o progresistas, operan algunos talleres dispersos por el país, dependientes de la Gran Logia Madre de estos años, el Gran Oriente Lusitano.

Llegamos así al primer gran hito de la masonería española, la Revolución Gloriosa de 1868. Será a partir de este momento, desalojada Isabel II del trono y promulgada la muy progresista Constitución de 1869, cuando la Orden masónica adquiera una gran dimensión en territorio español; dimensión que ni siquiera fue paralizada con la Restauración borbónica y el restrictivo sistema canovista. Así, sólo en territorio andaluz, encontramos hasta 425 logias a finales del siglo XIX, destacando especialmente la provincia de Cádiz, con más de 2500 masones, debido a esa gran influencia gibraltareña y británica mencionada arriba. La dimensión de la masonería española en este momento puede ilustrarse bien si se la compara con las organizaciones socialistas, por ejemplo (apenas 20 en Andalucía). Aparecen también logias femeninas y se intensifica la actividad en los talleres, debatiéndose de manera especial acerca de la necesidad del sufragio universal, lo que lleva a muchos masones españoles a vincularse con partidos demócratas y republicanos.

Sin embargo, un hecho largamente deseado y que se hace realidad en 1890, se convirtiere en causa de decaimiento y crisis de la Orden. El establecimiento del sufragio universal durante el Gobierno largo de Sagasta.

Lo que se celebró como un triunfo, llevó a abatir columnas y cerrar gran número de talleres y triángulos. Ésto se explica por el hecho de que con el sufragio universal, el control establecido por el sistema canovista por parte de los partidos dinásticos, a través del encasillado y la actuación de los caciques, se hizo aún más férreo, lo que llevó al estancamiento de los partidos republicanos en que se integraban fundamentalmente los masones españoles. A ello hay que unir el desastre del 98 con la pérdida de las últimas colonias, suceso del que se acusó a la masonería, pues muchos líderes independentistas latinoamericanos (caso de Martí, por ejemplo, o anteriormente Bolívar) eran o habían sido masones. De manera que los masones peninsulares tuvieron que cargar con la acusación de colaboracionistas con sus hermanos de América, iniciándose la denominada “crisis finisecular del 98” que llevaría a la masonería española, casi, a la extinción.

Hasta 1914 apenas sobreviven unas cuantas logias dispersas, pero a partir de esa fecha hay una reactivación del movimiento masónico español. Éste encuentra un nuevo epicentro hasta la proscripción de 1937, la ciudad de Sevilla con la figura de Diego Martínez Barrios.

Iniciado en la logia Fe, con templo en la calle Feria número 85, y Venerable de la logia Isis y Osiris, Martínez Barrios, brazo derecho de Alejandro Lerróux y líder del Partido Republicano Radical en Andalucía, se va a convertir en gurú e impulsor de la Orden hasta su exilio parisino. Ésta, tras la reactivación de la segunda década del siglo XX, vive su mayor periodo de esplendor con la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Fueron años de cierta tolerancia, en los que el general dejó en manos de los gobernadores civiles la relación con las logias, lo que llevo a muchos republicanos, socialistas y activistas del movimiento obrero a integrarse en talleres masónicos para trabajar por las libertades. En este contexto, el Gran Oriente Español, logia madre que desde Madrid regulaba a la Orden desde el último cuarto del siglo XIX, establece la federalización debido a sus problemas con el gobierno civil madrileño. Consecuencia de ello fue que la masonería fue dirigida desde Sevilla, sede de la Gran Logia Simbólica Regional del Mediodía, que regulaba los talleres y triángulos andaluces y que estaba dirigida por hermanos de la logia Isis y Osiris, con la poderosa personalidad de Diego Martínez Barrios a la cabeza. En palabras del profesor Leandro Álvarez Rey, “hablar de masonería en España durante estos años, es hablar de masonería andaluza”.

El templo masónico de la sevillana calle Lirio, la casa de Martínez Barrios, se convierte así en eje de la masonería española, y su taller de impresión, Minerva, en centro difusor de las ideas y principios de la Orden. La instauración de la Segunda República en 1931, lleva finalmente a numerosos masones a cargos de responsabilidad pública, y la promesa largamente acariciada parece haberse hecho realidad. Numerosos alcaldes, casi 400 concejales, un nutrido grupo de miembros del PSOE, la gran mayoría del Partido Radical y hasta 150 diputados serán masones durante estos años. Pero una vez más, lo que parecía que iniciaba un periodo esplendoroso como ese sol al que aludía la logia regional Mediodía, se convierte en frustración y puerta abierta a los años oscuros de la proscripción, represión y exilio.

Con la instauración de las libertades republicanas, los masones se vuelcan en la política y el trabajo en sus partidos, y dejan en segundo plano su actividad en los talleres. La vida política española se fragmentó, y con ella la masonería. De nada sirvieron las advertencias de Martínez Barrios y los llamamientos en que se recordaba que uno de los principios de la Orden es la independencia política en las logias. Fragmentación y rivalidad. El Partido Radical se escoró a la derecha. Martínez Barrios fundó la Unión Republicana. La izquierda se radicalizó. Los hermanos se dividieron. El resto es Historia. Tras el golpe del 36 y la Guerra Civil, el nacional-catolicismo declaró a los masones como traidores a la patria, y con la Ley de Responsabilidades Políticas y la Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo el general Franco, hijo y hermano de masones, inició una depuración que se extendió hasta la llegada de la democracia. Depuración que fue acompañada de la minuciosa construcción propagandística de la idea del “contubernio judeo-masónico”, que recogía la herencia de 1898 extendida por la prensa más fundamentalista.

Hoy, el artículo 5.2h de la Ley para la Memoria Histórica Andaluza reconoce como víctimas a todas las logias masónicas.

Pero, ¿qué es la masonería?

Pese a la ingente producción literaria y científica, a los 27 tomos y 18000 páginas producidas por los distintos Congresos universitarios en los últimos 40 años, pese al perfecto conocimiento del devenir de la masonería española gracias a la documentación conservada en el Archivo de la Memoria Histórica de Salamanca, y pese a todo lo expuesto anteriormente, la pregunta sigue en el aire, ¿qué es la masonería?

A resolver la cuestión no han ayudado ni el discurso antimasónico ni los propios masones con su natural discreción, de manera que el historiador queda en medio de “un fuego cruzado en el que es complicado desenvolverse”, como afirma Iván Pozuelo, director de la revista de Estudios Históricos de la Masonería en Latinoamérica y el Caribe”.

En cualquier caso, nuestra vocación de historiadores nos impide cejar en el empeño de investigar y alcanzar el fondo de la cuestión para aclarar las tinieblas que rodean a la Orden. Para ello, regresamos al profesor Ferrer Benimeli a la hora de establecer lo que no es la masonería: “La masonería no es una religión pero exige la creencia en Dios, Gran Arquitecto del Universo (pese a que el rito francés ha eliminado esta figura). Además, su simbología está repleta de elementos espirituales. Tampoco es un partido político, pues sus principios institucionales no lo admiten. Pero defiende la libertad y el progreso, de ahí que sólo haya prosperado abiertamente en democracia. Tampoco es un sindicato, pese a que defiende la Fraternidad universal. Ni institución educativa, aunque incide en la educación como base del progreso social”.

En Sevilla, aquél eje de la masonería española en los tiempos de Diego Martínez Barrios, hay actualmente cinco logias masónicas establecidas. Se mueven con discreción, natural en la Orden, y porque pesan todavía los 40 años de persecución durante la dictadura franquista. En una de ellas, la logia “Obreros de Hiram”, que cuenta con unos 50 miembros, tiene grado de Venerable Ascensión Tejerina, Ex Gran Maestre del Gran Oriente Español Unido. De su discurso podemos extraer algunas certezas para entender a los masones de hoy.

¿Cuál es, pues, la función del masón? Una vez iniciado sobre el tablero de ajedrez, luces y sombras de la existencia, que flanquean las tres columnas que simbolizan la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, las tres potencias necesarias a la hora de acometer cualquier empresa, la Orden encomienda tres tareas al aprendiz.

Pensar es la primera, para “a través del pensamiento desvelar lo que de sagrado y de verdad hay en nosotros, los demás y los entes que nos rodean”.

La segunda es la máxima délfica “conócete a ti mismo”, de ahí que la masonería sea iniciática y utilice un lenguaje simbólico ancestral, aunque interpretado conforme al mundo que en cada momento se habita. Esos símbolos serán guía del viaje interior, y los progresos en el mundo interior se proyectarán hacia el exterior, pues sólo si me conozco a mí mismo conoceré mejor al otro.

La tercera tarea que se encomienda al masón es la de construirse a sí mismo (“pule tu piedra pues eres piedra bruta”), tomar posesión de sí y construir su visión del mundo para no tener que asumir la que otros le impongan.

A partir de aquí, la masonería tiene tres finalidades. Una finalidad constructiva, la de alcanzar la Fraternidad universal, una finalidad educativa, ofreciendo a las personas herramientas que desarrollen su capacidad crítica partiendo del conocimiento, y una finalidad ética.

En definitiva, y culminando con una reflexión de Leandro Álvarez Rey, “la masonería es escuela de formación del hombre y del ciudadano”.

José Manuel Moreno Campos

           

[1] “Constituciones de Anderson. La Constitución”, James Anderson y Jean Théofile Désaguliers, 1723.

[2] “Constituciones de Anderson. La Constitución”, James Anderson y Jean Théofile Désaguliers, 1723.

[3] “Constituciones de Anderson. La Constitución”, James Anderson y Jean Théofile Désaguliers, 1723.

[4] “Constituciones de Anderson. Reglas generales”, James Anderson y Jean Théofile Désaguliers, 1723.

[5] “Bula In Eminenti”, Clemente XII, 1738

[6] Los Hermanos Tres Puntos, Leo Taxil, 1894.