Imagínense la escena: el equipo de toda una estrella como Alfred Hitchcock leyendo y releyendo de modo incansable prensa, revistas, libros… todo encaminado a buscar una noticia, una chispa que encendiese el genio de este peculiar director inglés que estaba llamado a cambiar para siempre la historia del Cine. En un momento determinado, cae en manos de su equipo una novela publicada en 1959 por el escritor de cuentos de terror Robert Bloch. En ella se narran los terribles crímenes cometidos en el Motel Bates, un pequeño hotel de carretera regentado por Norman Bates y su madre, cuya edad la obliga a estar recluida desde hace años en la casa familiar de la colina junto al motel. Una historia mediocre, del montón; demasiado efectista, narrada sin elegancia ni estilo… inspirada levemente en la morbosa historia de Ed Gein, un asesino y necrófilo ciudadano de los Estados Unidos que había impactado, y de qué manera (el morbo siempre será el morbo) a la puritana sociedad estadounidense.

Una historia que, cuando cayó en manos de Hitchcock hizo que su creatividad comenzase a bullir a borbotones. Y todo por una escena; pero qué escena… la protagonista, Marion Crane, se encuentra dándose una ducha en el motel cuando la madre de Norman, la señora Bates, la sorprende y la asesina. Una escena… ¿se puede montar toda una película en torno a una escena? Parece ser que Alfred Hitchcock ya había decidido. Puso a trabajar a su equipo de modo raudo y veloz: “compren los derechos”; “mantengan esa compra en secreto y háganse con todos los ejemplares posibles del libro…” Alfred Hitchcock acababa de decidir cambiar (otra vez) el Cine para siempre; había decidido rodar Psicosis.

Psicosis

Sigamos dejando volar la imaginación: ¿pueden poner rasgos a los rostros de los productores cuando una estrella como Hitchcock se presentó con un guion, obra de Joseph Stefano, que cambiaba sustancialmente el libro, y que estaba lleno de sexo implícito, necrofilia, violencia y asesinatos? Un guion que era un claro desafío a un código moral, el Código Hays, que todavía continuaba presente en el Hollywood de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta?

  • Hitch, piénsalo bien, hombre. ¿Qué ganas con esta película? ¿Qué necesidad tienes de meterte en problemas con la censura; de tirar parte de tu reputación a la basura? Preséntanos algo como tu último proyecto, esa con Cary Grant, ¿cómo se llamaba? Algo así como North by Northwest (Con la muerte en los talones) ¿no?; y te aseguro que repetiremos éxito… ¿Por qué cambiar la fórmula del éxito?
  • Precisamente por eso (aseveraría Hitchcock): porque es predecible; y lo predecible es aburrido. Quiero que el público vibre, quiero que se tape la cara horrorizado. Quiero que digan que jamás hubieran imaginado que Alfred Hitchcock rodaría una película así; por eso quiero rodar Psicosis.

Sin el apoyo de las productoras, Hitchcock afrontaría el que fue, a posteriori, posiblemente su película más recordada. Un presupuesto de unos 800000 dólares (nada extraordinario para la época) le obligó a realizar esfuerzos que, a la postre, se convertirían en aciertos: los papeles principales fueron a recaer en actores de un caché medio, como era el caso de Anthony Perkins (Norman Bates) y Janet Leigh (Marion Crane); y decidió rodar en blanco y negro, abaratando así los costes de rodaje y evitando, de paso, que la sangre de los asesinatos fuese demasiado llamativa. Para todo el rodaje utilizó al equipo que junto con él, colaboraba en la realización de su programa televisivo Alfred Hitchcock presenta y obligó a todos los involucrados a guardar un absoluto silencio respecto a todo lo que se refiriese al nuevo proyecto.

Psicosis se convertiría para Hitchcock en una cuestión personal, más allá de una simple película, en la que invirtió incluso su propio capital; necesitaba demostrar al mundo lo que era capaz de hacer teniendo libertad creativa.

El estreno, en 1960, fue un auténtico y rotundo éxito de público, llegando a recaudar más de treinta millones de dólares. La mejor publicidad fue, precisamente, el terror y el boca a boca, además de ese juego de marketing con el espectador que instaba a las personas sensibles a no entrar en las salas de cine; todo ello espoleado por una crítica  que no perdonaba a Hitchcock el hecho de no haber permitido pases de prensa (buscando que nadie conociese el final y lo pudiera desvelar). Afirmaciones tan duras como “una mancha en una trayectoria honorable” o “claramente una película efectista” tuvo que soportar el director los días posteriores al estreno.

Pero la obra estaba ya realizada, y había comenzado a tomar, como el Arte, vida propia. Con un cuarteto de cuerda capaz de crear un ambiente espeluznante gracias al genio de Bernar Herrman y unos títulos de créditos diseñados, cómo no, por Saul Bass; Psicosis se convirtió desde el principio en una película de culto. Una obra de culto porque está rodada con una maestría que deja boquiabierto a cualquiera que la vea una y mil veces: los planos son maravillosos; en ellos Hitchcock otorga todo un despliegue de ángulos, para mostrarnos lo que quiere que veamos y jugar con nuestra percepción, que es digna de estudio. Una obra de culto porque podríamos considerar a Psicosis, junto con la británica El fotógrafo del pánico (Michael Powell, 1960) como el auténtico génesis de las películas de asesinos en serie con unas características muy concretas. Lo que más tarde llamaríamos slasher (películas de asesinatos con arma blanca a adolescentes que se cruzan en el camino del perturbado); y a las que tanto John Carpenter en La noche de Halloween (1978) como Tobe Hooper con La matanza de Texas varios años antes (1974) otorgaron un lugar de honor en el mundo de Séptimo Arte.

Hitchcock conseguía ahondar en una trama demasiado moderna para la sociedad estadounidense que no se imaginaba que se pudiera hablar de incesto, sexo y perturbados antes de vivir el movimiento hippie y antes del horror de Vietnam. Él inauguraba una sociedad en la que los asesinatos ya no eran de salón, sino crueles y brutales; y donde el horror podía asaltar a las personas en cualquier lugar y en cualquier momento. Para jugar, aún más, con el espectador, el director introduce el que posiblemente sea el mayor mcguffin (una historia con la que comienza la  película pero que no tiene importancia en su desarrollo, y simplemente sirve para despistar) de su carrera: la historia de Marion Crane y cómo roba a su jefe 40000 dólares. Una historia que nos dejará boquiabiertos cuando Marion, sorprendida por una gran tormenta en mitad de la noche, llegue al Motel Bates para nunca más salir. La lluvia, la noche que sorprende a Marion en su huida son el inicio de la pesadilla que comenzará; y da un giro completamente inesperado a una historia que cambia totalmente de desarrollo y protagonista.

Psicosis es, posiblemente, una de las películas de terror más aterradoras de todos los tiempos, si somos capaces de mirarla con los ojos de un espectador de los años sesenta. Si nos dejamos imbuir de ese espíritu de voyeur que tanto gustaba a Hitchcock y del que nos hace partícipes desde el inicio de la película (no en vano comienza con un plano que se va cerrando hacia la ventana de un hotel a través de la que vemos a la protagonista) y que nos hace sufrir en la celebérrima escena de la ducha (más de 70 ángulos diferentes para una escena de un par de largos y angustiosos minutos). Es Cine en estado puro, sin concesiones; donde se nos invita a entrar en un tour de force personal en el que cada minuto presagia una angustia posterior que va in crescendo, guiada por uno de los directores más impresionantes que nos ha regalado la historia.

Una película que no solo marcó una época o una generación. Ni tan siquiera que marcó el Cine; sino que marcó el imaginario colectivo cuando al gran Alfred Hitchcock se le ocurrió la feliz idea de que Marion Crane cerrase la cortina de la ducha… ¡esa maldita cortina! Que nos permitió ver cómo se acercaba la Muerte con un peinado de abuela y un traje negro con un gran cuchillo en la mano.

Gracias, señor Hitchcock. Gracias por hacer que todos abramos la cortina de la ducha cada vez que escuchamos el más leve sonido. Por hacernos partícipes de cómo la vida de Marion se escapa, como la sangre por el desagüe que vemos en ese prolongado plano; y que es capaz de contener más genialidad que la mayoría de las películas en todo su metraje. Gracias por hacernos dudar por un instante sobre lo imposible: que la madre de ese pobre Norman Bates se encuentre acechando, para proteger a su hijo de tantas y tantas tentaciones que le podría ofrecer el mundo. Gracias por hacernos dudar de la realidad de tal manera que la confundamos con el Cine.

Si esto no es ser un genio y Psicosis no es una de las imprescindibles del cine de terror, ¿qué lo puede ser?

Háganse un favor: vean al menos una vez en su vida Psicosis; y disfruten posteriormente de una ducha. Si se atreven…

Carlos Corredera (@carloscr82)