ALEMANIA, AÑO CERO
La posguerra fue especialmente dura en Alemania por las tremendas exigencias que se le hicieron en Versalles y sobre las que no vamos a volver. Las consecuencias de estas desorbitadas sanciones fueron la crisis crónica y una inestabilidad política tal que los gobiernos socialdemócratas y el presidente Ebert no pudieron hacer otra cosa que echarse en manos de aventureros y reaccionarios.
Aislada internacionalmente y recién salida de una breve pero salvaje guerra civil (1918-19), el mundo se quedó pasmado cuando Alemania y la recién nacida URSS firmaron el Pacto de Rapallo (1922). Por este pacto, se establecía la cooperación comercial y financiera entre ambos países, verdaderos parias de la escena internacional. Una serie de cláusulas secretas preveían intercambios y cooperación en asuntos militares: los soviéticos, con un ejército fogueado pero carente de tecnología moderna iban a cooperar con los alemanes, que, rearmados y entrenados en la URSS iban a reconstruir su ejército violando el Tratado de Versalles.
En 1923, al no poder hacer frente a los pagos de la deuda de guerra, Alemania vio comoFrancia invadía el Ruhr y se incautaba sus minas de carbón a modo de pago en especie. El gobierno alemán protestó y declaró una huelga general, financiando los sueldos de los huelguistas. Esto provocó tal inflación que se llegó a cambiar un dólar por cuatro billones de marcos, acarreando así la casi total destrucción de la ya depauperada clase media alemana.
Soldados franceses ocupan una población de la cuenca del Ruhr
EL ESPÍRITU DE LOCARNO
Las potencias reaccionaron: si Alemania se hundía, iba a ser imposible que pagase las reparaciones de guerra. Peor aún, Francia y Reino Unido no iban a poder pagar los préstamos contraídos con EE. UU. a lo largo de toda la Gran Guerra. Se hizo necesario pues, reflotar a Alemania política y económicamente.
Así pues se acometió el Plan Dawes, por el que EE. UU. prestaba dinero a Alemania, que pagaba a su vez a Francia y Reino Unido, que acababan por devolver el dinero a EE. UU., articulando lo que se llamó el “Triángulo Financiero de la Paz”, apoyado por una coyuntura especulativa y alcista.
El espaldarazo político a la llamada “República de Weimar” vino dado en 1925, cuando se llevó a cabo la firma del llamado “Pacto de Locarno” o “Pacto Occidental”, por el que Alemania reconocía la estabilidad e inviolabilidad de sus fronteras occidentales (no así las orientales), para tranquilidad de Francia, Bélgica, Países Bajos, Reino Unido, Luxemburgo e Italia. Como premio, los alemanes eran incluidos en el selecto club de la SDN, la inoperante abuela de la ONU.
En años siguientes, como los alemanitos mostraron buen comportamiento y progresaron adecuadamente, fueron premiados con condonaciones parciales de deuda (podrían aprender), y la evacuación anticipada de las zonas ocupadas. Ya se sabe, cuando hay pasta, todos somos mejores personas.
EL CRACK, HITLER Y LA MADRE QUE LOS PARIÓ
Como todas las burbujas especulativas (salvo la del fútbol) acaban por explotar, la crisis de 1929 y la Gran Depresión arruinaron el sistema montado durante los “Felices 20”. EE. UU. repatrió sus créditos y el paro inundó Europa.
Especialmente duras fueron las condiciones en Alemania y Austria. La oportunidad perfecta para Hitler y su pequeño partido, que crecieron como la espuma, nutriéndose de las clases medias arruinadas y temerosas del bolchevismo, cuyos efectos conocían a través de los emigrados.
Hitler dijo a los alemanes lo que querían oír. Parte de su mensaje lo constituía el hecho de acaparar todos los territorios poblados por alemanes que se encontraban fuera de Alemania, como Austria y las regiones perdidas en 1918, amén de un programa exhaustivo de colonización del Este de Europa con colonos alemanes.
En Polonia comenzaron a ponerse nerviosos, máxime cuando Hitler llegó al poder en 1933 dispuesto a cumplir su programa de gobierno. No tardaron en establecer relaciones diplomáticas amistosas, que cristalizaron en la visita que el anciano mariscal Pilsudski, a la sazón dictador de Polonia, hizo a la Alemania hitleriana y en el Tratado de No-Agresión Germano- Polaco de 1934.
En la mente de los polacos el peligro soviético era aún mayor que el que constituía Alemania y querían asegurarse de no tener una guerra en dos frentes, cosa que, como se verá, acabó produciéndose de todos modos. Asimismo, convencidos de que su aliada Francia no iba a ayudarles en caso de ataque alemán, los polacos decidieron jugar la baza de la amistad con Alemania.
Pilsudski y Goebbels en 1934
A la muerte de Pilsudski, al que Hitler calificaba de “bárbaro asiático”, Polonia quedó privada de un líder fuerte y se vio de nuevo sumida en debilidades partidistas.
Alemania, impulsada por la pasividad de las potencias occidentales, entregadas a la política del apaciguamiento, comenzó a poner en práctica el programa electoral nazi. Así en 1935, tras un plebiscito, la región del Sarre volvió a formar parte de Alemania, quien no contenta con ello, volvió a instalar guarniciones militares en la Renania al año siguiente, violando lo pactado en Versalles. 1936 verá también la inauguración del Pacto del Eje Roma-Berlín. La febril actividad de Alemania iba a conducir a la firma del Pacto Antikomintern con Japón en 1937, con el fin de contener a la URSS.
La cosa se complicó cuando Hitler demandó la inclusión de Austria en Alemania, violando lo establecido en el Frente de Stressa en 1935 (garantizaba la independencia de Austria). Tras una maniobra que incluyó el asesinato del canciller austriaco Engelbert Dollfuss, la anexión o Anschluss se llevó a cabo finalmente en 1938.
El próximo paso fue reclamar la anexión de los Sudetes, una zona checoslovaca poblada por alemanes y que poseía numerosas industrias y fortalezas del Ejército local. Las grandes potencias, asustadas, se plegaron a las exigencias del pequeño camorrista, al que advirtieron que no pidiese más territorios. Por el pacto de Múnich (1938), Francia y Reino Unido permitieron la desmembración de Checoslovaquia, uno de los pocos países verdaderamente democráticos del continente. Hitler prometió no pedir más. Mentía. A los pocos meses ocupó lo que quedaba de Checoslovaquia, se apoderó de sus industrias y la desmembró en el Protectorado de Bohemia-Moravia y un Estado Eslovaco aliado de los nazis.
Los austriacos celebran su anexión a Alemania
EL PACTO MOLOTOV-RIBBENTROPP
Alentado por estos éxitos, Hitler se decidió a pegar el bombazo. En un doble movimiento dirigió sus miras hacia Polonia. Era la hora de recuperar Silesia, Pomerania, Prusia Occidental y Danzig, ciudad que compartían con los polacos. Exigió por tanto comunicación a través del corredor polaco entre Prusia Oriental y el resto de Alemania. Los polacos protestaron. Francia y Reino Unido dieron garantías a Polonia. Lo que vino fue un bombazo que hizo temblar las cancillerías: Alemania y la URSS firmaron un pacto de no agresión en 1939.
Molotov firma el pacto ante la mirada de Ribbentropp y la sonrisa de Stalin
Este pacto preveía cooperación económica y una cláusula secreta que establecía un reparto de Polonia tras una doble invasión que tendría lugar próximamente. Los dos tercios occidentales del país quedarían para Alemania y el tercio oriental para la URSS. Se reeditaba por tanto un reparto de Polonia similar al de 1794.
Ricardo Rodríguez
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