Merodean por el casco histórico, se extravían en centros comerciales colocados a medio camino de las barriadas que apilan a los empleados que les venderán los helados y los hoteles con vistas panorámicas a un río o a una plaza con mucha piedra y mármol y fuentes. Son la clase social del futuro: los turistas. No los que salen despavoridos en julio desde la capital del reino al refugio atómico de aristócratas y nuevos ricos de Mallorca. Tampoco los que veranean con nieve y pasan las navidades enfriándose las tersas carnes con un pai-pai. Me refiero al Turista, raza mutante a la que de una u otra forma muchos de ustedes, lectores, han pertenecido. Cuando por fin su ubicuidad y su presencia se vuelvan permanentes (y falta poco), el proceso habrá alcanzado su culminación. Cuidado, porque estamos asistiendo a un momento his-tó-ri-co. ¿Lo primero que se les viene a la cabeza cuando piensan en el hormiguero que ha asaltado el centro de su ciudad son términos relacionados con la ganadería intensiva? No se preocupen, porque aquí les presento mis motivos para tener esperanzas, para sacarse un pecho y agarrar una bandera, para creer firmemente en que

EL TURISTA COMÚN ES LA NUEVA GRAN REVOLUCIÓN PUNK

1)      No se quejan: he visto manojitos de franceses del color del marisco hervido padeciendo los horarios de intervalo cuántico de la línea de autobuses sevillana sin que profiriesen un comprensible y armónico “pute merde” o algo así. No, los tíos se quedan ahí, estoicos, con media sonrisilla en la parada de Santa Justa, resistiendo la cabalgata de coches que atraviesan el puente como si huyeran de una horda de seres descerebrados con los ojos en blanco y cataratas de baba reptil que hubiera invadido Nervión.

O como un sábado por la tarde.

Y ahí siguen, rebozándose a la sombra del verano sevillano de seis meses, sin tener muy claro si el autobús en que van a montarse tras esta tortura china es el correcto o, como suele predestinar el cubilete con dados del universo, se ciscarán en todo cuando por fin sepan que la línea correcta es la que pasa justo por enfrente, si, la de esos cuatro autobuses que han pasado todos seguidos y luego no volverán a aparecer hasta la próxima parusía. Si eso les ocurre, tengan claro que cruzarán el puente de Santa Justa sin dejar testamento escrito ni nada y volverán a colocarse allá enfrente con una decorosa sonrisa con la forma del logo de Nike surcándoles la parte baja del rostro.

2)      Todo es fascinante: nosotros, ciudadanos enquistados en la urbe, no solo somos peores que los turistas: somos despreciables, que es el escalón previo de decadencia para una novia antes de la indiferencia pero la antesala de un ascenso en la Administración Pública. Somos ponzoña humana porque, al contrario que el marisco europeo, nos hemos acostumbrado a la magnificencia, la hermosura y la disposición única de la belleza particular que nos rodea. La ciudad natal es el Pepa y Avelino de las experiencias estéticas: si no es usted un cenutrio redomado y tiene la suerte de no llenar las calles de una anodina urbe excretada entre Escocia y Gales, seguramente de vez en cuando los pulmones se les intenten salir del pecho por vía nasal como consecuencia de una inesperada reacción en cadena de emociones traicioneramente rescatadas tomando una cerveza, tirados en los adoquines del paseo del río o escondiéndose de sus semejantes en alguna calle del centro. Pero eso solo ocurre de vez en cuando, normalmente cuando uno está solo y cansado (o borracho y con un nivel de chovinismo en sangre del 70%). El resto del tiempo, cuando se disfruta de suficientes energías mentales, los nativos se pasan el día despotricando de todo lo que está magistralmente jodido en la ciudad, incluido otros grupos y subgrupos y neo-logias de ciudadanos. Sin embargo, usted, turista, pulula con la pura y dulce inocencia del niño de ojos como platos, tan impolutamente fascinado por todo. He visto manojitos de austriacos boquiabiertos ante la epidermis magenta del Edificio Viapol, idénticos a como un servidor, mocoso de extrarradio, me quedaba cuando veía, imposible, no puede ser, el asfalto…¡rojo! que parte por la mitad los Jardines de la Buhaira. Así que no es de extrañar que los ceñudos sufridores diarios de la urbe tuerzan el gesto ante la nada cínica admiración del euromarisco ante cada ínfimo detalle. Nosotros también queremos de eso y probablemente por eso, quien más, quien menos, dedique buena parte del año a fantasear y planificar y quemarse las pestañas comparando vuelos en Ryanair. Queremos nuestra porción de asombro no intoxicado de cinismo PERO…

3)      La estocada: ay, el sablazo, el abuso, el pene en oreja. Estamos avisados por experiencia propia, hemos sido testigos de antológicos facturones a risueñas y rubicundas normandas de camiseta de tirantes y gafas de sol Top Gun. De ahí el andar medio jorobados de precaución las primeras horas desde que ponemos la primera pata en el aeropuerto foráneo. Luego eso se pasa y el quedo monumental con el dinero de uno se acepta suave, semi-inconsciente, con breves reacciones contra la estafa pero no demasiadas, siempre dentro del margen de lo aceptable. Puede que sortear a los negros que dominan a las mil maravillas la caza con pulsera del turista a los pies del Sacre Coeur de París nos haga sentir rebosantes de confianza y seguridad, a mi no me la dan, avispao, que eres un avispao. Pero haga recuento. ¿De verdad ese refresco vale 3 euracos como 3 soles? ¿De verdad es la inflación comparada o es el flamígero cartel de neón que lleva sobre la chepa donde dice TURISTA? No se amargue por el uso y abuso al euromarisco, a usted también le tocará, es una injusticia consensuada, el precio de ser un inocente entusiasta despanzurrado por ver primera en las Tullerías o en Plaza Navona. O dicho de otro modo: a los turistas, como a los jóvenes manirrotos a los que acumular dinero les puede causa un choque anafiláctico, llega un punto de comunión cósmica en que aceptan, entienden e interiorizan que los papelitos azules, naranjas, verdes y hasta violetas con serigrafía del continente europeo existen con el principal propósito de quitárselos uno de encima, con alegría, con mayor o menor sentido de la supervivencia, pero siempre, siempre, para alejarlos de uno mismo. Ahí lo tienen, nativos: adolescentes de carnes flácidas y jubilación anticipada en pleno gozo y disfrute de la ociosidad mientras a ustedes les aguarda levantarse el lunes para meterse en un transporte público que lleva pintado en el costado BIRKENAU con letras capitales, blancas.

4)      Los consistorios locales: si viaja debe saber que va a ser amado, con cariño y ternura por toda la pléyade de diletantes políticos democráticamente seleccionados por el pueblo, lo cual va a despertar las iras socio-homicidas de este porque, a ver, los votantes también quieren su pedazo de amor. Lo han oído una y mil veces: no nos queráis solo durante la campaña, prestadnos atención el resto del año, no le hagas un nudito al condón y te olvides de mí. De ahí el desprecio cerval y natural del nativo, amante despechado sin remedio ni capacidad para aprender. Usted, a este lado del turisteo, con el sudor solidificándose en un segundo estrato geológico sobre su piel mientras guarda cola para subir a Notre Dame, usted es la furcia miserable del espíritu cívico de esa ciudad. Va a ser amado por su dinero, por el hable bien de nosotros cuando regrese a su estado de nativo, por su potencial de groupie dispuesta a vender su flor, sus labios y su maquillaje anti-humedad al bajista de esa noche.

Visto así, quizá el problema sea más del nativo que del euromarisco. Es normal que no le importemos demasiado al aparato que nos va a chupar los recursos a base de apoteosis cultural y hostelera, pero lo realmente sórdido es haber asentido indignados (si es que lo han hecho y no han murmurado antes algo como “idiota”) a la afirmación de que la esencia de la democracia es ser queridos y arrullados por nuestros representantes políticos. Porque-no-es-así-como-va-a-mejorar-o-eso-me-parece. De todas formas, a la mierda la democracia, ¿quién la necesita siendo un rollizo querubín tostado por el sol mediterráneo o cebado por unas frites belgas? ¿Lo ven? ¿Es o no es para desear ataviarse de por vida con unas bermudas con cien bolsillos, chanclos y camiseta desteñida? ¡Son inmunes hasta a los gañanes parlamentarios!

5)      Muerte a todo: esta, por encima de todas las anteriores, es la principal cualidad del turista, la más punk, la que deja los rictus más rígidos, despierta los volcanes de asco más viscerales y, mucho más importante, neutraliza al turista que ocupa el mismo espacio que el resto de turistas, engulle la misma typical local fast food, airea sus efluvios corporales por los mismos parques pero se permite el lujo de despreciarlos. ¿Ven cómo se agolpan delante de los cuadros de Van Gogh? ¿Cómo levantan las cámaras de objetivo de tumescencia retráctil por encima de las cabezas de sus semejantes para poder inmortalizar un monumento al que ya le echarán un ojo en casa? ¿Pueden apreciar la cara de mortal aburrimiento de familiares, amigos y conocidos arrastrados a todos esos lugares emblemáticos, epicentros palpitantes de Lo Más Grande Que Ha Producido Occidente y que bien podrían reventar en una ola de fuego y ácido que a la mitad de los homo sapiens reunidos en esa sala de museo, frente a esa catedral o en esa rue tan abrumadoramente trascendente les traería infinitamente al pairo? Eso, señores, es auténtica y genuina rebelión juvenil. No se crean, turistas autoconvencidos de ser una raza superior por re-bautizarse como viajeros, que toda esa melé es a la sazón inútil, insensible y mero despiece lechal colocado sin pena ni gloria en el mundo. Al contrario. Cantos rodaos con patas florecen en todas partes, no es necesario siquiera que adopten la forma de un turista, pero lo cierto es que los protagonistas de esta preciosa indiferencia le están plantando un contundente corte de mangas a los sibaritas capaces de expulsar líquido apolíneo por su orificio rectal con cada lienzo pintarrajeado del Louvre, a los custodios oficiosos de Lo Bello Y Lo Más Bello Todavía que desearían rajarte en dirección norte-sur con un estilete oxidado porque a ti, turista punk, la Victoria de Samotracia te causa estrabismo, tan altamente colocada, tan decapitada y marmóreamente destetada. ¿Cómo? ¿Qué es la expresión cumbre de las formas y la armonía? Pues muy bien. Pero a ti el pellizco, el chispazo te sobreviene dos, tres veces a lo sumo. Quizá solo una. Este es el cementerio de cierta parte del talento artístico humano, esta es toda su historia y tú, como en cualquier historia general, solo puedes encontrarte en él en un trozo ridículamente pequeño, tal vez escondido en un rincón mugriento de la Sala Egipcia, tal vez en un cuadrito microscópico representando un cordero desnucado. La soberbia de quienes piensan que todo el arte parido a lo largo de los siglos puede hablarles y conectar con ellos no tiene nada que ver con el turista de foto-y-a-otra-cosa. En algún momento bajarán la cámara, saltará el fusible, se olvidarán de la rutina y lo que les sacuda por dentro eclipsará todo lo demás, a todos los demás. Y si no, pues bueno, a lo mejor no deberían estar aquí.Tampoco pasa nada.

 Isaac Reyes