Los que conocieron a Nantan Lupan sabían que era un hombre poco común. Cabalgaba en una mula y llevaba un extraño gorro de corcho parecido a un salacot. Vestía una chaqueta de color claro y llevaba consigo una escopeta. Así iba a la guerra Nantan Lupan, acompañado de una no menos peculiar barba. Nantan Lupan pensaba que los indios eran seres humanos dignos de respeto.

Nantan Lupan, el “Lobo Gris” como lo llamaban los apaches, era el general George Crook, que pasó gran parte de su vida combatiendo a las tribus nativas del Oeste, en particular a los míticos apaches, a los cuales apreciaba y respetaba, como veremos, a lo largo de este artículo.

LOS APACHES Y SUS ORÍGENES

Como suele pasar casi siempre, los nombres que los pueblos se dan a sí mismos difieren mucho del que les da la historia y por el que son conocidos. Siguiendo la tradición de las sociedades primitivas de considerarse los únicos hombres del mundo, los apaches se llamaban a sí mismos “la gente” (indé). El apelativo por el que se hicieron célebres es una castellanización de un vocablo procedente de otra tribu (apachu) que vendría a significar “el enemigo”.

Oriundos del actual Canadá, los apaches y sus parientes eran unos recién llegados a la zona del suroeste de América del Norte cuando los colonizadores españoles contactaron con ellos a mediados del siglo XVI en los territorios de los actuales Arizona y norte de México.

El registro que quedó de estos encuentros mostraba a los apaches como gentes amables que proveían a las expediciones que iban hacia el interior, buscando las maravillosas Siete Ciudades de Cibola.

Pronto tardarían los españoles en cambiar de opinión: cuando fue evidente que los extranjeros de paso pretendían asentarse en sus tierras, los apaches y otras tribus afines se dedicaron a asaltar los asentamientos y las fortalezas o “presidios” en los que se basaba la presencia española en la zona. Mucho habían batallado para ganar esas tierras como para dejar que otros las usurparan.

Entonces las relaciones derivaron hacia un intercambio de golpes en el que los apaches se dedicaban a robar ganado y saquear cosechas y pueblos y los españoles a capturar a los nativos con la sana intención de venderlos como esclavos para los hacendados de Nueva España.

La Reconstrucción Imperial acometida por la dinastía Borbón en América llevó al virreinato de Nueva España al capaz Bernardo de Gálvez[1], que llevó a cabo la tradicional política de “divide y vencerás”: contactó con ciertas tribus más influenciadas por los españoles a las que proporcionó armas y bebidas alcohólicas, azuzándolas para que estuviesen en guerra contra las otras tribus.

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Así, ocupadas en sus conflictos locales, no molestaban a las guarniciones y a los pocos colonos lo suficientemente locos como para asentarse en las llamadas “Provincias Interiores”.

TRIBUS, SOCIEDAD Y ECONOMÍA

En primer lugar hemos de aclarar que, como en otros casos, el nombre “apache” sirve para simplificar una realidad bastante compleja. Bajo este apelativo se englobaban hasta siete tribus esparcidas por el suroeste de los actuales EE.UU. y el norte de México, divididas en multitud de clanes y familias. Desde los mescaleros hasta los míticos chiricahuas y navajos, los entornos, los medios de vida y la cultura material diferían tanto como los dialectos que hablaban y que los identificaban como miembros de la etnia.

Como muchas sociedades primitivas y salvando diferencias entre tribus, su organización social se basaba en una familia extensa (incluyendo a todos los descendientes de un mismo antepasado, real o mítico) por línea materna.

Esto no quiere decir que los apaches tuviesen un matriarcado, sino que la línea de parentesco la marcaba el linaje de la madre; por lo tanto la autoridad recaía en el hombre, que debía acumular un gran prestigio para mantenerla.

A la cabeza de cada tribu encontraríamos a un jefe aupado sobre los pilares fundamentales del pensamiento apache: el valor personal, la ecuanimidad, la elocuencia y la capacidad de contactar con el mundo de los dioses y espíritus.

Junto a él se hallaban los jefes de los distintos clanes y familias, que junto a una serie de ancianos y chamanes asesoraban al jefe en una especie de “consejo”. Y por debajo, la masa de los guerreros, muchos de los cuales estaban agrupados en cofradías más o menos prestigiosas.

Contrariamente a lo que el cine nos muestra casi siempre, el poder del jefe no era omnímodo sino que su posición estaba concebida para mantener el consenso entre clanes y tribus y declarar la guerra o negociar la paz. Poco más podían hacer en medio de un ecosistema casi desértico y con las tribus desparramadas en miles de kilómetros cuadrados.

Por lo que se refiere a las bases económicas, los apaches se sustentaban en un sistema muy simple, equiparable, con salvedades, a las poblaciones neolíticas: practicaban la recolección y la caza como actividades principales, aunque las tribus de las zonas más fértiles e influenciadas por los colonos españoles y posteriormente mexicanos o estadounidenses practicaban la agricultura.

Su dieta, muy pobre, abarcaba piezas de caza como conejos, antílopes, ganado robado a los colonos (caballos, bóvidos y burros) y excepcionalmente, búfalos. Animales como osos, lobos, peces y serpientes eran objeto de tabú alimentario por cuestiones religiosas. Las bayas y el mescal, extraído del agave, completaban el condumio, así como las tortas de los pocos cereales que pudiesen conseguir.

El contrabando mejoró su equipamiento, con el acceso al alcohol y a nuevos productos y utillajes.

Unas pocas tribus eran sedentarias, mientras que las otras practicaban un nomadismo estacional que las llevaba de las montañas a los llanos y praderas en función de la época del año. Desde sus bases podían llegar hasta las Grandes Llanuras por el norte y al interior de México por el sur, aunque su territorio, conocido como “Apachería” por los españoles se circunscribía a los actuales Nuevo México, Arizona, norte de México y zonas de Texas.

Para cazar, defenderse y atacar, los apaches usaban útiles muy similares a los del resto de tribus del suroeste: lanzas, cuchillos, arcos, flechas y escudos de cuero, junto a mazas con cabeza de piedra y mango de madera. Desde el siglo XVIII obtuvieron armas de fuego, primero de los españoles y luego por robo o mediante turbios personajes como los “comancheros[2]”. Cuando dejaron de comerse a los caballos y los usaron para montar, los guerreros apaches se convirtieron en un verdadero peligro.

Su atuendo se completaba con simples taparrabos o en los casos de las tribus más influenciadas por los colonos, una mezcla de prendas europeas con nativas, sin olvidar unos mocasines en forma de bota que llegaban hasta las rodillas. Por su parte las mujeres llevaban faldas y camisas influenciadas por los vestidos españoles y mexicanos.

Para el varón apache la guerra y su ética eran parte importante de su mundo: al llegar a la pubertad debían participar, como rito de paso, en al menos cuatro expediciones de saqueo/guerra antes de ser considerados guerreros. Durante el periodo de aprendizaje debían procurar agua y víveres para el grupo y cuidar de los caballos.

La valentía personal y fidelidad al jefe y el respeto por el enemigo valiente eran pilares imprescindibles.

A pesar de su vitola de ferocidad salvaje y desterrando el mito cinematográfico, los apaches no arrancaban cabelleras, salvo que se tratase de mexicanos o de los cazadores de cabelleras que trataban con ellos: el gobierno mexicano ofrecía cantidades de dinero por cada cabellera apache que se le entregase, para así exterminar convenientemente a una etnia que le creaba multitud de problemas. En represalia, los apaches comenzaron a cortar cabelleras, pero sólo contra aquellos que los “ofendían” con tal práctica.

Apaches

Por el contrario, la educación que los apaches daban a sus hijos, en consonancia con lo que hacían otras tribus, era bastante estricta, aunque raras veces pegaban a los niños. Se les inculcaba el respeto a los mayores y el cumplimiento de la palabra dada, elocuencia y las habilidades propias del cazador y el guerrero. Las niñas eran orientadas hacia el cuidado del hogar y la familia, extensa, como ya dijimos, agrupada en un número variable de chozas elaboradas con ramas y con forma de cúpula.

LA GUERRA DEL HOMBRE BLANCO Y LA LLEGADA DE NANTAN LUPAN

Tras varios siglos de guerra intermitente con los españoles y los mexicanos, los apaches iban a verse sorprendidos por nuevos recién llegados a sus tierras, como eran los colonos estadounidenses, hez de Europa en busca de nuevas oportunidades.

Hacia la década de 1850 el gobierno estadounidense ya envió destacamentos militares para ir “barriendo” poblaciones nativas y asegurando la presencia de los colonos, mediante pactos incumplidos y masacres de uno y otro lado. La Guerra de Secesión (1861-65) llegó incluso a solaparse con estos conflictos, colectivamente conocidos como “Guerras Indias”, que se dilatarían treinta años (1860-90).

Hasta el remoto suroeste el gobierno envió al peculiar George Crook, un general veterano de la Guerra de Secesión y que ya había combatido a los nativos antes de ella: sabía hablar algunos dialectos indios y consideraba que las poblaciones nativas debían ser tratadas con cierto respeto, aunque, como hombre de su época, su objetivo era el de llevar a dichas poblaciones a las “reservas indias” establecidas por el gobierno y asegurar a los colonos.

En el caso de los apaches, los problemas empezaron hacia 1861, cuando, tras una serie de abusos y malentendidos, dos jefes, Mangas Coloradas[3] y el mítico Cochise, levantaron a dos tribus apaches en armas contra el ocupante.

La insurrección duró hasta 1872, con los apaches refugiados en las montañas de Arizona y el ejército estadounidense incapaz de derrotarlos, a pesar de contar con la colaboración de otras tribus de apaches como exploradores y auxiliares.

Finalmente Cochise aceptó entrar en una reserva, donde murió en 1874, con algo más de 60 años.

GERÓNIMO Y LOS CHIRICAHUAS

A la muerte de Cochise y siguiendo la costumbre apache, el liderazgo de los chiricahuas pasó al más “prestigioso” y elocuente líder, Gerónimo, nacido en territorio mexicano y bautizado, como muchos otros apaches, en la fe católica.

Gerónimo se convertiría en el apache por antonomasia, rebelde a cualquier poder, luchador incansable tras el asesinato de su familia a manos de los mexicanos y líder de unas gentes duras que no supieron adaptarse a un mundo cambiante.

En 1876 escapó de la reserva en que se hallaba, secundado por los hijos de los dos anteriores grandes jefes, Chihuahua Mangas y Naché. Por su parte, otros jefes apaches, emulando su ejemplo se lanzaron a la guerra, caso de Victorio o de Chato[4].

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Tras una serie de huidas, escaramuzas, capturas y enfrentamientos armados, finalmente el general Crook, el Nantan Lupan de los apaches, logró la rendición del carismático líder apache y de su grupo de chiricahuas.

Ante las protestas de Crook, tanto Gerónimo y sus rebeldes, al igual que los exploradores apaches del ejército, fueron internados en Florida y posteriormente en otras reservas en Oklahoma y en Arizona (la terrible reserva de San Carlos, motivo de fugas y continuas revueltas).

Exhibido por el gobierno estadounidense tal y como la prensa franquista exhibía a “el Lute”, es decir, como el delincuente rehabilitado, falleció en 1909 en una reserva india fuertemente custodiado aún por el ejército norteamericano, casi veinte años después del último levantamiento indio, reprimido en sangre en Wounded Knee (1890).

Nantan Lupan protestó toda su vida ante las autoridades por lo que consideraba un atropello contra los indios y sus derechos: muchos de ellos eran soldados del ejército y tras toda una vida combatiendo y conviviendo con ellos, llegó a la conclusión de que sus derechos humanos debían ser salvaguardados. Murió el mismo año del levantamiento de Wounded Knee.

EPÍLOGO: LOS APACHES DE PARÍS

Al mismo tiempo que los indómitos chiricahuas mantenían en jaque a los “casacas azules”, al otro lado del charco, en la cosmopolita París de los 1900, también había apaches.

Con este nombre la prensa, principalmente Le Petit Journal, bautizó a una serie de delincuentes juveniles y proxenetas que, contrariamente a la costumbre de los bajos fondos de pasar inadvertido, hacían ostentación de su presencia y se pavoneaban impunemente ante la policía.

Uniformados con chaquetas, camisas a rayas y fajines de colores vivos, completados con una gorra y el pelo engominado y armados con navajas, porras, puños americanos y la famosa “pistola apache”, cometían todo tipo de tropelías y crímenes tanto contra los ciudadanos comunes como contra otras bandas de “apaches”.

Inicialmente protegidos por la población de los bajos fondos, fueron proscritos por esta a partir del fin de la Gran Guerra, cuando las bandas se debilitaron debido a las escabechinas del frente (sus miembros estaban en edad militar).

Dueños de una moda y un argot propio, la figura del apache parisino pasó al imaginario popular de la Belle Époque de una forma similar a la de otros malhechores a través del tiempo (recuerden el popular “cine quinqui” de fines de los 70 y la década  de los 80 en España).

Asociados a la ferocidad de los guerreros apaches, ensuciaban la reputación de éstos, que siempre estuvieron sujetos a un rígido código ético y de honor.

Ricardo Rodríguez.

[1] Con un pequeño ejército logró expulsar a los ingleses de Florida, aliado a los revolucionarios norteamericanos. La ciudad estadounidense de Galveston lleva este nombre en su honor.

[2] Contrabandistas que comerciaban ilegalmente con los indios, mediante el tráfico de armas, alcohol y ganado robado.

[3] Llamado así por los mexicanos al vestir una camisa roja.

[4] Inmortalizado en la gran pantalla nada menos que por Charles Bronson.