Me he pasado toda una semana, iluso de mí, buscando datos económicos del Carnaval de Cádiz. En contra de lo que ocurre con otras fiestas como la Feria de Sevilla, las Fallas o San Fermín, para las cuales se pueden encontrar con facilidad cifras sobre impacto económico, inversión pública y ocupación hotelera, el carnaval gaditano arroja un oscurantismo curioso. No digo que dichos números no existan. Probablemente yo no haya pulsado las teclas adecuadas. Mirar en el Patronato del Carnaval de Cádiz, en la página del ayuntamiento, en la Cámara de Comercio, en los principales diarios de la tacita de plata y en algunos blog locales tampoco es lo que se llama una investigación rigurosa.

Después de mucho vagar por internet, sonsacando de aquí y allá, vislumbré al fin un rayo de luz y empecé a montar el artículo. El Carnaval de Cádiz, tanto en su faceta de concurso y como en vertiente callejera, está gestionado por un patronato. Del mismo participan, además del ayuntamiento, entes con peso en la fiesta, a saber: peñas, asociaciones de autores, coristas, artesanos y otras figuras que escapan de mi modesto conocimiento del tema. La finalidad del patronato es, tal como presume el Partido Popular de Cádiz, convertir al carnaval en una industria que se autofinancie. Lo ha conseguido. Otra cuestión es evaluar a qué precio.

El pastel del Patronato del Carnaval de Cádiz (así se llama la criaturita) no es moco de pavo. En 2012 Canal Sur aportó 240.000 euros por la retransmisión de los cuartos de final, semifinales y final del Concurso Oficial de Agrupaciones de Carnaval del Falla, IVA al margen. Por su parte, Onda Cádiz, televisión municipal acusada frecuentemente de partidista, abonó en 2013 la no desestimable cifra de 80.000 euros más IVA, añadiendo además la cesión de explotación del espacio escénico, que en 2012 significó 50.000 euros de la fundación Cajasol[1]. Otras entidades colaboran en el patrocinio y promoción del carnaval. Es el caso de la fundación Cruzcampo, que otorga el premio “Baluarte del Carnaval” y contribuye con otras actividades. Su apellido, 6.000 euros.

Los beneficios se reparten, de forma general, entre las agrupaciones participantes. Así, los derechos televisivos se distribuyen de manera equitativa, recibiendo más quien más lejos llega. Luego están los premios del concurso del Falla[2], que en 2010 eran 5.470 euros para el ganador de coros, 3.066 para los vencedores de comparsas y chirigotas y 1.864 para los cuartetos. Los finalistas, además, actúan en los tablaos el primer sábado de carnaval, embolsándose 3.000 euros los coros, 2.500 las comparsas y chirigotas y 1.200 los cuartetos. Añadan trofeos como “La Aguja de Oro” (6.000 euros) y la mejor copla cantada a Andalucía (otros 6.000 euros) o el abono de los carruseles del llamado domingo de coros (131.490 euros) y les sale Vicente Sánchez, concejal de Fiestas, con el CIF y el 21 % IRPF[3], que esto es Cádiz y aquí hay que tributar. “O no”, decía el Selu. Y es que Falciani tendría trabajo para tres vidas investigando la economía sumergida de la Bahía de Cadiz.

Las críticas por la mercantilización del carnaval de Cádiz no tardaron en saltar. Los foros se atestaron de nostálgicos que clamaban al cielo el típico “esto ya no es lo que era” y los eliminados comenzaron a echar la culpa de su derrota al capital, algo que por tradicional no deja de ser socorrido. Algunos, más avispados, intentaron sacar tajada subiéndose al carro mientras unos pocos se retiraron para tomar distancia. La conversión del carnaval en una industria turística (bonita contradicción) era, de cualquier modo, imparable.

El carnaval vende. Eso es incuestionable. Las retransmisiones del concurso tienen unas audiencias muy respetables, los videos de YouTube de las chirigotas punteras reciben miles de visitas y la gente acude a Cádiz buscando esa gracia que se derrocha en los carnavales. Las actividades celebradas son de lo más variopintas e inimaginables y la demanda es fuerte. En 2014, por ejemplo, el consistorio ha celebrado en diciembre el VIII Congreso Gaditano de Carnaval. Más curioso aún resulta que en 2010, de manera espontánea, se realizara un Carnaval de verano, que se ha trasladado a Puerto Real por los disturbios acaecidos en 2012. El éxito no se limita, ni mucho menos, a Cádiz y su provincia. En Sevilla es ya una tradición la actuación de agrupaciones ganadoras poco después de cerrar el concurso del Falla y los ayuntamientos de toda España firman contratos con las grandes figuras carnavalescas para sus fiestas patronales. Incluso algunos de los autores más afamados se han abierto hueco, gracias a su arte, en el mundo de la comunicación.

Resulta legítimo querer rentabilizar cuantitativamente este patrimonio inmaterial tan importante. La economía de mercado y la de prestigio se solapan sin solución de continuidad y no voy a ser yo quien salga con moralismos en una provincia con el 40,63% de paro[4]. La solución para salir de la ruina que tienen (tenemos) encima probablemente sea asumir sin complejos nuestra manera católica y romana de entender el mundo, sacando provecho de ella. Sin embargo, tanta comercialización puede que haya coartado, en cierta medida, el libre albedrío y el espíritu desobediente de esta fiesta.

El carnaval es la fiesta transgresora por antonomasia. Permite quebrantar las normas y librarse de las estructuras cotidianas. Siempre dentro de un orden, tampoco sacralicemos la libertad. En todas las sociedades existen tabúes. No obstante, el moralismo imperante e incoherente de una sociedad cada vez con menos cultura pero a la vez más puritana ha puesto sobre el tapete dos polémicas de gran calado. La primera, ya barruntada en ediciones anteriores, estalla con la publicidad de una empresa de viajes granadina que ofrece, además del traslado en autobús a Cádiz, alcohol y sexo. Muchas voces han puesto el grito en el cielo frente a este anuncio, entre ellas la Diputación de Cádiz. Sostienen que la campaña no respeta “la esencia” del verdadero carnaval de Cádiz y que pervierte el espíritu de cordialidad de la tierra. En palabras de un residente a Europa Press, “el Carnaval no es sexo y alcohol, son chirigotas y buen ambiente. No hace falta beber para divertirse”[5]. Y en los bares en lugar de cerveza venden menta-poleo, claro está.

Al margen de lo más o menos engañosa que pueda ser la campaña (el sexo lo tendrá quien pueda y le dejen… o pague al contado), el carnaval es, por definición, exceso y lujuria, la opulencia opuesta a la austera cuaresma. Don Carnal es el nuevo Baco, por unos días rey frente a la abstinente Doña Cuaresma. Inventar una fiesta timorata, recatada e idealizada es, sencillamente, robarle su significado. Como también es empobrecerse quedarse en el alcohol y la desenfrenada noche del pregón (quizás sobre gamberrismo; es la sociedad que tenemos). Carnaval son la orgía urbana y las geniales letras, los rincones oscuros y las luces del escenario.

Precisamente en las tablas del teatro, en la ronda preliminar, explota la segunda pelotera. La comparsa “Los que barren pa casita” representa un repertorio dedicado única y exclusivamente a Sevilla. Los abucheos afloran después de un par de cuplés donde, para colmo, le dan un par de palitos al público. El famoso “esto es Cádiz y aquí hay que mamar” del patio de butacas y el gallinero trata de silenciar el popurrí y la comparsa, entre silbidos, se despide con un irónico “Cádiz, cuna de la libertad”. Los componentes de la comparsa están felices y Javier Cuevas, autor de la misma, también. A partir de este punto todo se desata: los muchos “catedráticos” del carnaval postulan por las redes sociales poniendo a caldo a la agrupación mientras el “miarmismo” más rancio y militante habla de censura. En medio, la comparsa, cuyo video en internet cuenta en un día con más visitas que todas las “grandes” juntas. “Cada uno que diga lo que quiera. Nosotros con la libertad de cantar y el público con la libertad de abuchear», dijo Cuevas en una entrevista a Diario de Sevilla para añadir después: «yo me he hartado de cantarle a Cádiz, en 19 años concursando, y queríamos probar esto. Y llevo 30 años haciendo carnaval, por lo que una mentira no se puede mantener tanto tiempo”[6].

Lo ocurrido con la comparsa sevillana no es una novedad. Los abucheos en la ronda preliminar del COAC son frecuentes. Agrupaciones de escasa calidad sufren la ironía hiriente de los espectadores, que en ocasiones aguantan tostones indecentes para ver a sus grandes ídolos. Para evitar que la sangre llegue al río, el telón cae anticipadamente si la situación se hace insostenible. La variante con “Los que barren pa casita” estriba en que raramente se abuchea por el contenido de una letra.

Lejos de fanatismos, el choque debe entenderse desde la reafirmación de la identidad de un pueblo a través de sus fiestas. La chispa era inevitable, el carnaval es de Cádiz y no se puede cantar (al menos más de la cuenta) al otro. Etnocentrismo de libro. No es censura, es antropología.

Hay, empero, una censura muda en las tablas del Falla. Verdaderamente, solo en contadas ocasiones de ha llevado a cabo una represión directa de los intérpretes. El conato vivido por la chirigota de Kike Remolino hace dos años quedó en una mera anécdota y no hay pruebas del veto de Canal Sur a la chirigota “Las cortesanas”. Se han interiorizado, eso sí, una serie de temas prohibidos que deben evitarse si se quiere progresar en el concurso. Es la articulación de una serie de esquemas centralizadores capaces de silenciar las externalidades. Simplificando, consiste convencer para mantener, conducir y ordenar el concurso.

cádiz carnaval

En las ronda finales del COAC las críticas a la Junta de Andalucía brillan por su ausencia, el mangazo de los ERE se menciona poquísimas veces y las puñaladas recibidas por Susana Díaz son pocas y superficiales. El perfil ideológico medio (presuponiendo ideología y no política de  etiqueta) del autor carnavalesco es de centro-izquierda y, aprovechando que el Atlántico orilla en la Caleta, nadie va a morder la mano que le alimenta. Es un círculo cerrado. Si no sales en la televisión, te conocen menos, con lo cual hay menos contratos, menos dinero y menos negocio. Son muchas actuaciones por firmar. Llevarse bien con la Junta resulta más rentable que cantarle las cuarenta. Y si incluyes un bonito canto a Andalucía, exacerbando el sentimiento autonómico, puedes llevarte hasta un premio en metálico.

Las críticas y burlas a otras provincias y ciudades también han desaparecido. Las típicas coplas contra Sevilla se han perdido y la rivalidad con Jerez se silencia. Lógico. A ver como tiene uno cara de llamar a los sevillanos carajotes (hagan memoria, que se hizo literalmente) y querer cobrar después por actuar en Fibes. Máxime cuando en la red de redes todo se sabe y divulga al instante. Aquí como en Holanda, el que paga es el que manda. Son muchos contratos los que se pueden perder con un repertorio desafortunado. Y eso que todavía no se penalizan las bromas con la homosexualidad, la suegra o la sexualidad. Esperemos que no ocurra esto nunca, que la mercantilización pasa factura y el sistema actual se basa en la deuda.

Frente a esta mordaza, la gran baza de Cádiz es la gracia y el talento. Gargantas extraordinarias que cantan en riguroso directo, sin play-back (muchos cantantes actuales no pueden decir esto), letras mordaces, ingeniosas, tan pegadizas como punzantes. Y la calle. Cádiz es un paraíso donde el reloj parece haberse detenido en la Roma Antigua. La mentalidad de prestigio y la ausencia de complejos hacen del Carnaval de Cádiz una fiesta inigualable. La centralidad, el poder, llámenlo como quieran, ha podido cortar las alas de determinados sectores, pero la externalidad, los excéntrico, lo que se sale de la norma, sigue campando en cualquier esquina de la Viña o el Mentidero. Tal vez Cádiz haya renunciado a un trocito de su libertad por el capital. Pero no ha vendido su alma.

 Francisco Huesa (@currohuesa)

[1] ESPINOSA, P. M.: “Un Carnaval autosuficiente” en Diario de Cádiz (8/01/2013).
http://www.diariodecadiz.es/article/cadiz/1433214/carnaval/autosuficiente.html

[2] “El Ayuntamiento repartirá 106.436,94 euros en premios en el Concurso del Falla” en Diario de Cádiz (19/01/2010).
http://www.diariodecadiz.es/article/carnaval2010/609774/ayuntamiento/repartira/euros/premios/concurso/falla.html

[3] En 2014 el Ayuntamiento de Cádiz requirió un CIF a todas las agrupaciones que quisieran inscribirse en el COAC. Surgió entonces un enorme debate donde, entre otras cosas, “se reconocieron” faltas fiscales y problemas derivados de la personalidad jurídica de las propias agrupaciones y sus componentes. El siguiente enlace aclara ligeramente la cuestión:

http://www.cadizdirecto.com/ezequiel-arauz-coac-2014.html

[4] Datos del INEM de enero de 2015.

[5] Noticia aparecida en Europa Press el 15 de enero. Puede leerla pinchando en el enlace siguiente:

http://www.europapress.es/andalucia/cadiz-00351/noticia-ayuntamiento-rechaza-ofertas-sexo-alcohol-reclamo-aprovecharse-economicamente-carnaval-20150115153826.html

[6] SÁNCHEZ REYES, J. M.: «Nadie me puede decir que no quiero a Cádiz con el alma” en Diario de Sevilla (24/01/2015).

http://www.diariodesevilla.es/article/sevilla/1946912/nadie/me/puede/decir/no/quiero/cadiz/con/alma.html