Cataluña es el fracaso de Europa. Como antes lo fueron Kosovo, la crisis de los refugiados, la diferenciación entre Zona Euro y el resto, las ayudas repartidas en función de las presiones políticas y no de una lógica económica, etc.
De un extremo a otro, la UE se encuentra amenazada por cuestiones diversas que parten de una misma raíz: la inexistencia de una verdadera vocación de unión política entre los países que la integran. Desde el Tratado de Niza en 2001 y aun desde el de Maastrich, el núcleo central de la unión ha girado en torno a tratados comerciales y a la armonización del espacio económico velando por los intereses comerciales como si con ello fuera posible limar las diferencias de cultura política entre los diferentes miembros, diferencias que son, sin duda, las mayores que existen en el territorio.
La crisis de los refugiados ya está siendo una muestra del sinsentido de una expansión hacia países que carecían de unos mínimos democráticos cuando la UE se fijó en ellos. Pensemos en términos de nuestro propio país: ¿qué sucedería si una Comunidad Autónoma tuviera como gobierno a un partido de extrema derecha como algo excepcional en el conjunto del territorio? Saltarían las alarmas. Y, ¿qué pasaría si vulnerase las leyes del territorio español? Se suspendería su gobierno.
Al permitir la adhesión de países como Hungría, por cierto, con menos tradición democrática que Turquía que incluso es oficialmente laico, la UE ejecutó el error que viene repitiendo desde que permitió a Grecia falsear sus cuentas para entrar en el Euro. Flexibilizar el modelo para que todos entren lo que hace es, en realidad, fragmentarlo repartiendo café para todos. Pero, en Europa, unos lo toman solo, otros con leche, y otros prefieren el té.
El abandono de cualquier idea de crear una identidad europea llevó a la implantación de una Europa burocrática, organizada al margen de los ciudadanos porque, de hecho, se abandonó la idea de una ciudadanía europea. Muchos pensaron que la solución vendría de alimentar las relaciones entre los jóvenes europeos de clase media con cierto nivel cultural adscritos al programa Erasmus. Sin embargo, estos sólo representan, por ejemplo en Cataluña, apenas el 9% de la comunidad universitaria. Si trasladamos esto al conjunto de la población, la cantidad es risible.
La otra opción para crear una ciudadanía europea pasaba por un mismo trato a todos sus habitantes. Lo primero que los dividió fue la creación del Euro. Hay tres cosas que identifican a un individuo con una cultura: la religión, la religión del dinero y la religión de la política. La primera era difícil ya de por sí teniendo en cuenta que dentro de la UE impera desde hace siglos un falso laicismo que trasladó la dualidad catolicismo / protestantismo a la religión del dinero.
Parecía lógico, pues, que siendo el misal de la UE el proceso de convergencia monetaria, ésta hubiera sido hecha como un credo para todos. En la práctica, ha terminado por crear dos UE: la de la Zona Euro, y la que no lo es. Las instituciones europeas funcionan, y sin mecanismos democráticos plenos, para los 28, pero no para los 17. Es decir, para flexibilizar la toma de medidas políticas y económicas de forma general, se hacen más inflexibles para los que sí adoptaron la moneda única. Los 17 países Euro no son más que un grupo dentro de la UE, sin instituciones formales más allá del BCE a pesar de que son quienes crean y controlan la competencia soberana más importante: la moneda, que además es la seña de identidad de 330 millones de ciudadanos y es la segunda moneda de reserva internacional.
En vez de priorizar la Zona Euro, otorgándoles competencias fiscales y económicas exclusivas, se generalizan e impiden que exista coherencia en la toma de decisiones. La crisis vino a acentuar el efecto desestructurante que esto provocaba. En ese ambiente, los estados deudores como España temblaron porque el mismo modelo de la Unión era el que se había aplicado a los países receptores de Fondos de Cohesión. Mientras hubo dinero, no hubo problemas de identidad.
El argumentario básico del independentismo se basa en la idea de que España es un estado fallido. El proyecto que realmente ha fallado es la UE, incapaz de generar un proceso de convergencia de identidades que eliminara los referentes patrióticos o nacionales de los diferentes países y territorios. Se ha impuesto la “Europa de las Patrias” como solución prácticamente espiritual a la realidad burocrática de unas instituciones con las que nadie se siente representado.
Porque otra forma de identidad es la religión política con sus rituales y sus vacas sagradas. Una de esas vacas es el derecho. La jurisprudencia europea se armoniza pero no se iguala, lo que lleva a que las directivas europeas solo tienen que ser adaptadas al derecho nacional teniendo en ocasiones demoras de décadas antes de aplicarse sin sanción alguna. Piensen, por ejemplo, que una de las excusas del independentismo es que si fueran un país diferente harían sus propias leyes y les iría mejor. Ese argumento se diluiría en una UE donde todos compartimos el mismo derecho.
Searle-White identifica el nacionalismo como un problema de autoestima. En situaciones de zozobra los individuos necesitan referentes, líderes. Los totalitarismos se amparan en fuertes nacionalismos porque ambos son excluyentes y resaltan la idea de comunidad. Esto les permite tener una masa indulgente ante la corrupción, la xenofobia o cualquier otro tipo de comportamiento que no sería tolerado en una situación normal. Un partido como Podemos creó a su enemigo nacional, la UE, del mismo modo que los independentistas crearon una España invasora e imperialista como causa de sus males.
Otro sello de identidad es la ausencia de coherencia: Cataluña no son sus oligarquías, pero se amparan en ellas porque son buenas para la idea de fundar un “buen país”; España sí son sus oligarquías, pero no les sirve cambiarlas, simplemente es mala porque sí.
¿Todo lo han hecho mal al Este del Ebro? No, lo cierto es que hay un problema de fondo heredado de la Transición. En su momento, el pacto clientelar entre facciones políticas y económicas que permitió pasar sin muchas tensiones de una Dictadura a una fórmula más democrática entregó un pastel envenenado a los españoles de las futuras generaciones: el Estado Asimétrico.
En el momento en el que se rescatan derechos históricos para unos (por ejemplo la existencia de espacios territoriales forales como la propia Navarra), se establecen beneficios fiscales exclusivos (para el País Vasco) y el resto quedan exentos de todo reconocimiento, se están creando escalas de ciudadanía jerarquizadas. Hay que asumirlo, un catalán, que representa el 26,5% del PIB, no es lo mismo que un vasco que apenas llega a la mitad. Mientras que un catalán tiene que trabajar el doble que un vasco para vivir en peores condiciones, un vasco vive en un territorio subsidiado fiscalmente. Cabe dentro de toda lógica, pues, que partidos que defienden a los ciudadanos de un territorio aspiren a condiciones tan favorables para ellos.
Otra cosa es que quienes se pongan al frente de esas reclamaciones hagan aguas en las mismas por diferentes motivos, lo cuales, por cierto, acabarán por enfrentarles en el resultado electoral posterior. Artur Mas se lanzó a la aventura secesionista como un medio de evitar la corrupción que ha destruido a Convergencia. Es imposible salvar a un partido que está podrido desde antes de la democracia al poner al frente a Pujol. La única posibilidad que le quedaba era diluirlo en una plataforma política, copiando por cierto el ejemplo de otras iniciativas como Ahora en Común.
A Mas le mueven los motivos espurios propios del demagogo corrupto. A Romeva, el madrileño que encabeza la lista y cuyo gran hito político fue elevar al Parlamento Europeo una patada de Pepe a Messi, le mueve como a Junqueras un zeitgeist mesiánico. Creen poder convertirse en nuevos Companys y liderar al pueblo hacia un nuevo destino. No manejan datos, ni cifras, a ellos no van a convencerlos como a Mas con prebendas fiscales.
La caja de Pandora la han ido rellenado entre todos y a ver ahora quién la revienta sin que estalle todo. Las encuestas no dicen muy bien qué va a pasar porque hay una gran cantidad de voto fluctuante. El gran problema de Junts pel Sí es que una gran parte de su electorado procede de la parte más a la izquierda de ERC, una parte que apuesta por traicionar a Mas si sale mayoría absoluta y no elegirlo como presidente. Tanto es así que Podemos, a través de Catalunya sí que es Pot, quiere pactar con ERC un gobierno tripartito de izquierdas sacando a Mas de la ecuación y dejando la independencia para otro tipo de ajustes dentro del territorio nacional.
Porque el drama catalán que nos lleva a la solución secesionista comienza en el mismo instante que Mas introduce la idea de que “Espanya ens roba” para ocultar que fueron desde CiU los que pactaron ese robo durante décadas. Pujol aceptó un trato diferente al vasco no para sacar la Constitución adelante sino para ocultar las estructuras de poder oligárquico que permitieron desde el expolio de Banca Catalana hasta los escándalos que han llevado al partido a tener imputados por doquier y sus sedes embargadas.
CiU siempre pensó en términos económicos hasta que el partido llegó a manos Mas que no tenía nada que reclamar. En cambio, Durán i Lleida siempre tuvo claro dónde estaba el balón de juego. Se quejaba, no sin razón, de que las inmensas cantidades de dinero de los Fondos de Cohesión de la UE sirvieran para mantener votantes clientelares en Andalucía, haciendo que un campesino andaluz recibiera más fondos que uno catalanes sin que Europa valorase la inversión en términos de productividad. Esos fondos, irónicamente llamados de Cohesión, servían precisamente para lo contrario, para crear desafección.
Ningún partido ni gobierno catalán, soberanista o independentista, se quejó nunca formalmente de la forma en la cual la UE repartía los fondos. Nunca CiU había tenido que recurrir a los esencialismos del mismo modo que ERC nunca había tenido que recurrir a la izquierda o a las políticas sociales. Ahora ambos se encuentran en un punto común, la independencia, pero tras haberse cruzado a los lados contrarios de lo que representaban.
El único resultado que esperan todos, incluyendo al propio Mas, es echar a Mas. Pero ésa no es la solución.
La solución al entuerto pasa por redefinir el modelo fiscal del Estado más allá de denominaciones territoriales, identidades y derechos históricos. Algo que no puede ser solamente una iniciativa española sino también europea. La UE no puede seguir mirando hacia otro lado: permitió la corrupción política y fiscal de los griegos, tolera que las inversiones territoriales no tengan seguimiento alguno y hayan servido, y sigan sirviendo, para el despilfarro particular de las elites políticas lo que, a la larga, genera mastodontes clientelares en una parte y reclamaciones legítimas de trato desigual en otras.
¿Quién gana con las elecciones catalanas? El lehendakari Urkullu, que seguirá gobernando un territorio subsidiado fiscalmente, y Susana Díaz, que seguirá pudiendo mantener una comunidad clientelar con el dinero europeo. Los únicos que pierden son los catalanes, a los que nadie les ha dicho que su enemigo es el mismo que el del resto.
Fernando de Arenas
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