Cenzontle: Danzar dentro de una pajarera

Hay palabras llenas de significado y otras que mienten. Como los nombres de Abril y Dick. Su  dormitorio no sabe a primavera, sino a invierno. Y tampoco a alcohol: sabe a tamoxifeno. En esa habitación en la que una vez fueron felices juntos, Abril escribe una palabra en la pared: palíndromo. La misma que unió sus vidas diez años atrás, en el comienzo de su historia. O en el final, dependiendo del orden en el que leamos Cenzontle. Porque esta novela (une nouvelle, como diría Cortázar) es precisamente eso: un palíndromo, un texto que puede leerse igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Incluso podrían leerse cada una de las diez escenas sin orden alguno, acercándonos a ellas como si nos hubiéramos colado en la cabeza de la protagonista y evocáramos esos recuerdos. Ya que, como explica el autor, José Iglesias Blandón, “la memoria es residual, tiene el colon irritable permanentemente. Juega al despiste”.

PALABRAS EN LA PARED

Cuando Dick le propuso utilizar la pared para tomar notas para la gran obra literaria que algún día conseguiría escribir, a Abril le pareció una locura. A él no le gustó esa palabra. Tiempo después, es ella la que escribe en la pared y observa esa mancha formada por palabras, dígitos y caracteres intentado encontrarle algún significado que le acerque al mundo de Dick. Pero para ella es una inaccesible pareidola, porque su realidad y la de él hace mucho que dejaron de ser la misma. Dick no está loco, tiene esquizofrenia, y tuvo que cambiar aquel dormitorio por la habitación de 173 de un centro de salud mental. A Abril su ausencia le duele tanto como la de su pecho izquierdo, mientras que él se enfrenta a la suya contando los lunares a una amiga imaginaria a la que explica su proceso de creación artística.

El escritor sevillano José Iglesias Blandón, defiende que la función de la literatura no es “decir” sino “mostrar”. “La buena literatura debe buscar preguntas, no respuestas”, afirma a través de la amiga imaginaria de Dick. Da libertad así al lector para interpretar el texto, para construir su propia historia. Porque las palabras pueden interpretarse de forma diferente según quien se enfrente a ellas. Como la realidad. Él atrapa instantes con palabras, igual que Abril los capta con su cámara de fotos, aunque en el trabajo le llamen la atención por apuntar a las nubes en vez de a los clientes. Porque a ella le importan “esos instantes en que aparentemente no pasa nada pero en realidad está ocurriendo todo”.

SURREALISMO Y REALIDAD

Las 125 páginas de esta novela nos trasladan al mundo de dos seres humanos atormentados por la soledad y la enfermedad. Nos introduce en su alma y en sus pensamientos más íntimos, evocando imágenes surrealistas, como la de un reloj de cuco derritiéndose (¿cómo no acordarse de Dalí?) pero enfrentándonos al mismo tiempo a la más cruda realidad: esa Realidad con mayúsculas en la que vive Abril, que desde su cordura es consciente de su cáncer y de lo que le está ocurriendo a Dick. “Qué complicado es vivir con los ojos abiertos”, afirma uno de los personajes.

Dick supo que quería ser escritor cuando sintió la necesidad de escribir sobre un pájaro muerto. A él le gustan los pájaros y su preferido es el cenzontle. Por eso tiene uno, al que cuida y que da título a la novela. Es el ave de las 400 voces, pero el que aparece en estas páginas no utiliza ninguna. Cuando le preguntan a Abril si canta, responde que “es impredecible. Depende de su percepción del ambiente”. Porque, como los humanos, él también interpreta la realidad y actúa en consecuencia.

Abril era una promesa del ballet. Llegó a Des Moines, Iowa, con una beca para triunfar como bailarina. Pero los avatares de la vida la convirtieron en el juguete de Morgan, que pronunciaba su nombre “como un pez que boquea”: Aaaaab; en cobaya de los oncólogos; en la femme andalouse  de Jean-Loup, que también pronuncia mal su nombre: Afffril, “como si tiritara”; en la señorita danzarina, en la “abandonada chucha come cacas de los callejones”, y en Lilith, la “chica entre aguas” del chat, de la que ella misma duda de si no es más que el producto virtual de un virus informático.

CINTAS EN LOS BARROTES

Las cintas color salmón de sus zapatillas de ballet ya no rodean sus tobillos, sino los barrotes de la pajarera vacía. El cenzontle no quiere volver, como su sueño de ser bailarina, y ni siquiera el viento se esfuerza por entrar en esa jaula y mover el molinillo que ella misma fabricó con una fotografía.

“Pensar cómo algo nace fuera, libre, para crecer dentro, en pajareras, me da miedo. ¿No debería ser al revés?”, se pregunta la confidente de Dick. O más bien el propio Dick, cuya realidad inventada parece tener más sentido y hacerle más feliz que la que perciben los demás.

La vida de Abril es como una pajarera en la que ya no hay sitio para la danza ni para la felicidad. Pero en ella puede disfrutar de su aislamiento. Ha intentado salir de él, pero en el exterior hay personas como Helena, incapaz de pensar en nadie más que en sí misma, o Jean-Loup, más preocupado por los derechos de los animales que por la felicidad de las personas. Ya se lo advirtió su madre, “la peor forma de soledad se da siempre en compañía”.

Abril una vez sintió la necesidad de perderse para encontrarse, y encontró a Dick. “Palíndromo” dijo ella. “Me llamo Dick, como el güisqui”, dijo él.

Y a partir de ahí sus vidas volaron juntas, en libertad, aunque al final acabaran llevándoles a mundo diferentes.

María José Vidal Castillo (@mjvidalc)