Pocos sentimientos hay en esta vida más dañinos que la culpa. Y si encima viene ligado a la sensación de haber traicionado a tu gente, se incrementa de manera exponencial convirtiéndose en una cuerda que poco a poco va cerrándose sobre la garganta.
Ese sentimiento de traición suele ser el peaje que generalmente se tiene que pagar cuando se mejora laboral, económica o sentimentalmente. Pero, si esa contrapartida se diluye como un azucarillo en el café, la culpa aflora con más fuerza que nunca y las dudas acerca de si mereció la pena inundan los pensamientos continuamente.
La noticia de la vuelta de Lebron James a Cleveland saltó a primera plana el pasado viernes 11 de junio sorprendiendo a medio mundo. La idea de romper un núcleo que ha estado en las últimas cuatro finales de la NBA, dominando a su antojo la conferencia este, puede dejar en fuera de juego a la mayoría de los aficionados al mundo de la canasta pero, la decisión de volver, puede resultar la mejor con diferencia dadas las circunstancias que le rodean.
Cuando hace cuatro veranos anunció al mundo entero su cambio de equipo varias conclusiones se pudieron sacar acerca de la persona en la que James se había convertido.
El mundo entero pudo descubrir lo ególatra que era. Retransmitir en directo “the decision”, en un programa especial por la ESPN para anunciar su llegada a Miami (concretamente dijo que llevaba sus talentos a South Beach) no antes de media hora de programa, dejaba claro que estaba por encima del resto de los mortales. Cierto es que la recaudación que se llevó por tal evento, cerca de 2.5 millones de $, fue donada a una fundación de Connecticut, pero eso no quita el choteo que se marcó hacia los aficionados de su anterior equipo, hiriendo su orgullo hasta límites insospechados.
Desde el plano deportivo, los Cavs eran un equipo creado por y para él. Y eso funcionaba en liga regular. El equipo ganaba y ganaba consiguiendo rachas bastante positivas a lo largo de la temporada, ganando en canchas complicadas. La rotación exterior del equipo tenía como principal objetivo cubrir su principal carencia en esos tiempos, el tiro exterior, nutriéndose de tiradores. La presencia de algunos veteranos daba ese aire “contender” al equipo que sobrevivía noche tras noche a base de partidos estelares de su mejor jugador.
Pero cuando llegaban los playoff otro gallo cantaba. La fortaleza se convertía en debilidad. En tiempo de playoff hay una diferencia principal respecto a la liga regular: la defensa. La intensidad aumenta durante todo el partido y los equipos necesitan la presencia de varios jugadores que puedan anotar con facilidad para abrir la lata. El banquillo debe aportar tanto anotación como defensa y, sobre todo, minutos de calidad para que los titulares puedan descansar lo máximo posible en medio de ese maratón en el que se convierte una serie al mejor de siete partidos. Cleveland fracasó constantemente año tras año, llegando a la final sólo en una ocasión, en 2007 siendo barridos por los Spurs. A esa final perdida se sucedieron dos eliminaciones en segunda ronda a manos de Boston y otro en la final de conferencia contra Orlando.
Todos los años se retocaba el equipo pero el efecto era el mismo. Esa sensación de estancamiento deportivo llevó al mejor jugador del momento a cambiar de aires a un equipo en el que se aseguraba esa alternativa ofensiva con la presencia de Dwyane Wade y Crhis Bosh.
La reunión de los tres amigos fue tremendamente criticada por la sensación de cobardía que dejaba el hecho de necesitar juntarse con dos de los diez mejores jugadores del momento, renunciando todos a ganar el máximo posible, algo incomprensible en una sociedad como la americana.
La marcha de Bosh de Toronto se veía venir desde hacía mucho tiempo. Los jugadores USA generalmente huyen a las primeras de cambio de Canadá salvo que estén muy sobrepagados, pero la marcha de James cogió a todos los aficionados de Cleveland por sorpresa. Desde que cogió un balón entre sus manos, toda su carrera deportiva había estado ligada a Ohio. Tanto sus años de High School como sus primeros años de profesional (recordemos que no pasó por la universidad).
Desde la misma noche del programa especial de la ESPN se sucedieron las muestras públicas de desprecio hacia el que había sido un símbolo deportivo para todo el estado de Ohio. Uno de los orgullos estatales prefería sol y playa junto con sus amigos antes de la responsabilidad de llevar a su tierra lo más alto posible. Tal sentimiento creó que durante los meses siguientes a “The Decision” hubiera una ola de quema de camisetas con su nombre (gente con mucha visión que seguro volverán a comprarse su camiseta ahora) e incluso el dueño de la franquicia le dedicó una carta abierta en la que le maldijo con no ganar ningún anillo en su nuevo destino (ha ganado dos, otro visionario).
Su imagen comercial sufrió un duro golpe. Nike se vio obligada a crear una campaña de ayuda a uno de sus mayores referentes, denominada “What Should I do?”, que encendió más aún a los seguidores de los Cavs provocando una nueva ola de fuegos ceremoniales en los que la camiseta con el 23 servía de único combustible.
A dicha campaña siguieron más cuando se calmaron las cosas, no estaban dispuestos a dejar caer a una estrella que le estaba costando un pastizal y que podría seguir vendiendo zapatillas como churros por 10 años más. La única lealtad que le preocupa a una marca de zapatillas es con las ventas, qué más da que sean en rojo o en amarillo.
Pero el daño estaba hecho, la mayoría del público que se había enganchado al icono James, como único heredero posible del gran Michael Jordan, lo había abandonado por completo debido a sus actos recientes. La animadversión hacia Miami creció notablemente y rodeó a toda la primera temporada de una presión indescriptible. El cambio de equipo respondía solo a una premisa: ganar muchos anillos.
La primera temporada empezó dubitativa para Miami, no fue fácil encajar a tres megaestrellas y un entrenador novato. Mientras Cleveland, con el solar descabezado que había quedado, cosechó una aceptable racha inicial que los llevó a estar solo a 3 victorias por debajo en la primera visita de Lebron al Quicken Loans Arena de Cleveland el 1 de diciembre de 2010. Para dicha cita, se llegó a contar con decenas de agentes en el hotel en el que estaba alojado el equipo visitante para evitar cualquier ánimo de venganza física. Cualquier detalle se pormenorizaba en los telediarios de los diferentes medios a nivel nacional aumentando la expectación y el morbo.
El partido llegó y el ambiente fue tremendamente hostil, pero la nueva estrella de los Heat se llevó el partido metiendo 38 puntazos y respondiendo en la cancha a tanto “amor”. A partir de ese momento Cleveland ganó solamente 12 partidos más de los 64 que quedaban hasta final de temporada mientras que Miami sólo perdió 16. Los aficionados de los Cavs se dieron cuenta realmente que habían perdido no solo al jugador más completo de la NBA sino a la posibilidad de ver ganar un anillo en los próximos años.
Ese partido sirvió de punto de inflexión, y pese a los periódicos rumores acerca de desavenencias con su entrenador, Miami elevó su nivel de juego. La carencia de juego interior quedó en un segundo plano gracias al esfuerzo de James y Wade principalmente. El equipo encontró el camino que los llevó a jugar sus segundas finales de su historia y frente al mismo rival que la vez anterior, los Dallas Maverichs de Dirk Nowitzki.
El desarrollo de las finales fue sorprendente. Después de pasearse en las tres primeras rondas de playoff cediendo únicamente 2 partidos (eliminando a los Knikcs de Anthony, Boston de Allen, Pierce y Garnett y a los Bulls de Rose) terminaron cayendo 4-2 en una serie rodeada de polémicas con continuas subidas de tono de Bosh, Wade y del propio James. Siempre se recordará como se mofaron de la gripe de Nowitzki fingiendo una tos o como en el segundo partido festejaron ostentosamente en el banquillo una ventaja de 15 puntos, faltando aún 7 minutos por jugar, para terminar cayendo con canasta ganadora del alemán a falta de 3.6 segundos.
Después de esas finales y con su imagen por los suelos, las tres estrellas de Miami decidieron buscar una línea más humilde que los llevara a limpiar definitivamente su cara pública, tan maltrecha por su actuación en las finales. Qué duda cabe que les sirvió como aprendizaje vital. Algo cambió. La química del equipo mejoró con el fichaje jugadores veteranos propiciando que la temporada siguiente principalmente se hablara exclusivamente de baloncesto y consiguieran su primer anillo (segundo para Wade) ante los impetuosos Oklahoma City Thunders de Durant.
Incluso en el momento cumbre, después de su ansiado y merecido primer anillo, las preguntas en las entrevistas siempre tocaban esa noche de Julio de 2010 en la que decidió cambiar su destino. La consecución del título le hacía comprobar que no fue una decisión errónea en cuanto a rédito deportivo, pero algo seguía ahí en su interior.
El oro de Londres de 2012 aumentó el momento dulce que llegó a su plenitud con la consecución del segundo anillo frente a San Antonio Spurs y su juego de conjunto. La sensación de imbatibilidad se extendía por la liga. Pero como siempre pasa en estas historias, cuando se está en la cima, empiezan a aparecer ciertas tendencias que llevan a la zozobra.
Durante los años de bonanza, James fue madurando como persona (paternidad incluida). Se fue implicando en labores sociales y fue dejando caer en alguna que otra entrevista que su intención era retirarse en los Cavs. La idea de volver a casa era cada vez más atractiva y se empezaban a escuchar y leer más filtraciones en la prensa.
Dan Gilbert, el dueño de los Cavs que vaticinó el fracaso de su exjugador al estilo Sandro Rey, fue, cada vez más, obviando cualquier comentario acerca de su anterior estrella.
Los aficionados de Cleveland recibían las actuaciones de su paisano noche tras noche, como el martilleo de un herrero con su yunque, mientras se contentaban con el esperanzador futuro que dejaban entrever Irving y Waiters, estrellas en pañales.
El tiempo todo lo cura y la animadversión a su antiguo jugador dejaba paso a la idea de que algún día volvería para liderar a los jovenzuelos. Las pancartas deseando su muerte cambiaron por las que deseaban su regreso cada vez que volvía a casa.
Pero el verdadero empujón no se ha producido hasta el final de esta temporada en mayo 2014. Lebron es el jugador más determinante que existe hoy en día, pero la excesiva dependencia por parte de sus compañeros y el declive deportivo de sus dos amigos le ha llevado a plantearse que para ser el timón de un equipo normalito, como en casa en ningún sitio. Poco a poco los Miami Heat con tres cabezas (aunque Bosh siempre ha estado en un segundo plano todos estos años) se han convertido en los Cleveland Cavaliers de 2010.
La idea de volver a casa, previa reunión con el dueño de la franquicia para limar asperezas, fue ganando enteros. La sonrojante derrota frente a Spurs y la sensación de ver como su sacrificio económico no servía para mejorar deportivamente a su equipo le llevó a renunciar a su último año de contrato y convertirse en agente libre.
Y al final, el corazón y la culpa han pesado por encima de otra cuestión. En una carta abierta, publicada con mucha menos pompa, da las razones que le ha llevado a cambiar de aires. La idea de rememorar sus inicios y pedir levemente perdón por el desaire, ha conseguido ser el empujón que necesitaban los aficionados para creer de nuevo en el chico de Akron, una ciudad de casi 200.000 habitantes cercana a Cleveland, y agotar las reservas de abonos para la próxima temporada.
La noticia ha provocado un tsunami en la liga. Colocado James, en cuestión de horas se ha confirmado los destinos de Carmelo Anthony, Pau Gasol y Chris Bosh. Los veteranos en el mercado empiezan a sopesar jugar para Cleveland cuyo general manager, David Griffin, tiene ante sí el reto de construir un equipo ganador y que permita al hijo pródigo seguir optando a todo.
Cuando los NBA acudieron a las olimpiadas de Pekin fueron denominados “Redeem Team” (el equipo redimido) para compensar el fracaso de cuatro años antes en Atenas. Esta temporada que empezará el próximo Noviembre bien podría ser la “Redeem Season” para Lebron James y sus Cleveland Cavaliers.
Carlos Sabaca (@casabaca)
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