Con el traje de flamenca todavía en la tintorería, Sevilla se volvió a ir de Feria. Recién guardados el pañuelo de cachemira y la flor de papel, los libros celebraron su fiesta anual compitiendo con los conciertos de Territorios y la salida extraordinaria de la Macarena. Como diría el torero, “hay gente pa tó”. En una ciudad con horror vacui, o se juntan actos y celebraciones, o se muere de tedio en el atasco de camino a Matalascañas. Cuestiones de agenda. Aun así, la Feria del Libro de Sevilla, ni se toca, ni se mueve, mal pese a libreros y editoriales, que reclaman una fecha más comercial… y más fresquita, pues en Sevilla a finales de mayo se superan tranquilamente los 35 grados. Por suerte, en esta edición las temperaturas dieron un respiro hasta casi los últimos días. El ambiente ha invitado a una visita agradable y ferial, si bien no se vieron coches de caballos por el recinto.
Imagen: Pablo Escudero
Equinos al margen, la Feria del Libro guardó similitudes con la Feria de Abril (este año en mayo). Una de ellas, para variar, fue el efecto de la crisis. Menos casetas, menos presupuesto, menos recursos. Si en los años de bonanza unas jovencísimas azafatas atendían al público, en esta edición las únicas en auxiliar a los visitantes han sido unas sillas de Ikea organizadamente colocadas en la pérgola. Exquisiteces cero. Especialmente porque la pérgola era una carpa que, igual que se empleaba para recitar poesías de Aquilino Duque, podría haber servido para cobijar a los hermanos Tonetti o para celebrar la semana de la gastronomía gallega. Y aunque queda el consuelo de no haber olido marisco rehervido, estaría por investigar cuál de estos eventos arroja más ganancias.
-Gente mirando muchísima, ventas las justitas-, nos comentaba la encargada de uno de los quioscos, algo aburrida por la falta de clientela.
Habría que acudir a Tim Harford para formular una pregunta capaz de explicar este fenómeno. ¿Cuánto vale un libro? Según el frío y demoledor pensamiento racional, lo que uno esté dispuesto a pagar. Muchos prefieren la ginebra con tónica del disco-pub de la esquina a las reflexiones impresas del economista inglés. El mercado manda. No obstante, si se echan cuentas, el libro es un producto barato: horas de entretenimiento y ejercicio mental al precio de tres o cuatro lingotazos. Es la posibilidad de convertirse en un conversador versado. No hay mejor manera de ligar (ni más meritoria) que comentando Así hablo Zaratustra en la barra de una discoteca.
-¿Te apetece otra copa o debatimos sobre la ambivalencia del superhombre nietzschiano en mi casa?
No todos los títulos son tan interesantes como la filosofía del pensador alemán. Leer El asentamiento de El Trastejón (Huelva). Investigaciones en el marco de los procesos sociales y culturales en la Edad del Bronce en el Suroeste de la Península Ibérica debe ser un martirio chino, una tortura reservada a los alumnos de doctorado de los profesores firmantes. El pelotazo corre a cuenta de la administración que, a través de diferentes instituciones (Diputación, Junta de Andalucía, Ayuntamiento, fundaciones e institutos varios), publica tesis doctorales con dinero de todos. Seis casetas seis de organismos públicos había vendiendo libros que casi nadie compra. Ni los trabajos de investigación ni las exquisiteces literarias son rentables. De ejemplo, Ocnos, el mejor libro escrito sobre la Ciudad, reeditado con motivo del centenario del nacimiento de Cernuda. Una joya bibliográfica, un batacazo económico. Quizás sea ese el papel del Estado del Bienestar: financiar la Ciencia y la Literatura sin importar los números. Algunos pensarán que repescar a un poeta olvidado es suficiente beneficio. Pero estando pendiente el gran debate nacional de la distribución de los presupuestos tampoco corresponde sentenciar tan rápido.
Más allá de papá Estado, todavía quedan héroes de dispuestos a jugarse los cuartos editando libros a autores noveles. Es el caso de Ediciones en Huida, cuyo colorido escaparate escondía títulos tan sugerentes como desconocidos. ¿Autores sin lectores? A veces es necesario escapar de la rutina de los best-sellers para sumergirse en la literatura artesanal. Siempre sin ahogarse en el complejo de superioridad de los intelectualoides amantes de la minoría. Escribir es una terapia, pero también una forma artística de expresión cuyo objetivo es ser compartida por el mayor número de personas posibles. Para lamerse los cipotes ya están los blogs y las revista digitales (¡ups!).
Hablando de revistas, en la sala Apeadero del Ayuntamiento se puso de largo el número 6 de Nueva Grecia, recuperación platónica de aquella gaceta que acunó al Ultraísmo y en la que escribió Borges. Por cierto, ¿dónde paraba Borges en un lugar como este? Dejando de lado a las grandes librerías (Casa del Libro, Beta y el cada vez menos todopoderoso Corte Inglés), Borges y otros cabezas de cartel tenían su espacio en Librería Yerma, un clásico para los bibliófilos sevillanos. Igual de tradicional es la librería El Gusanito Lector, con casa cuartel en la calle Feria y que desarrolló un calendario de actividades capaz de agotar al más hiperactivo de los culturetas. Aunque para hiperactivo, Nicolás Salas, periodista y cronista eterno capaz de escribir, todos los años, un libro sobre Historia de Sevilla. Dios salve al positivismo. En la lista de mitos ausentes, las muy costumbristas portadas de la Fundación Aparejadores, esas ediciones facsímiles que pescaban azulejos de Nicoluso Pisano para ilustrar sus cubiertas. Se echó de menos también a las hermanas García Perea, que han ampliado horizontes con su Jirones de Azul y se han mudado a la Feria del Libro de Madrid. Suerte para ellas.
El romanticismo presente y pretérito, más allá de personas y librerías, también viajaba en las novelas de la Librería del Ultramar. O los tebeos, japoneses o no, de Sensei Comics, donde los dependientes rivalizaban en extravagancia con los compradores. Aparquen prejuicios. Esta excentricidad es sincera e inocente y tiene mejor fondo del que le atribuyen. Sus correligionarios están más cerca de los genios de Big Bang Theory que del hikikomori pajillero que asesina compañeros de clase con una catana. Se podía pasar tranquilamente por su mostrador sin correr peligro. Son solo frikis entrañables enganchados al honor, a las dinastías legendarias y a los símbolos de animales quiméricos. Algunos títulos imprescindibles (es pecado no leer Canción de Fuego y Hielo) hacían que este stand fuera uno de los imprescindibles.
Más temibles que estos sentimentales amantes de la fantasía resultaban los gafa-pastas de progresía militante que te miraban por encima del hombro mientras trataban de colarte publicaciones de lectura gratuita en Internet. O los vendedores de enciclopedias de Semana Santa (sí, como lo oyen), cuyos sermones catequéticos te embarullaban hasta no saber si comprabas un libro de Ruiz Gijón o donabas dinero a la fundación FAES. La estupidez humana no entiende de ideologías. Ni de género, como ahora llaman a las diferencias de sexo. Para constatarlo, bastaba con acercarse a la bella pero agria encargada de un quiosco de cuyo nombre no quiero acordarme. Pura amabilidad al borde de un ataque de ira que, cuando le preguntabas por el precio de un libro, te respondía con más malaje que el perro de un cuartel.
Imagen: Pablo Escudero
Dos géneros, literarios en este caso, han sido sin lugar a dudas los verdaderos triunfadores de esta Feria del Libro. La literatura infantil es el “gran negocio” editorial del momento. Peppa Pig ha sido una “autora” tan codiciada como Eduardo Mendoza y Juan Ramón Jiménez, a quien se dedicó la Feria, quedó reducido a las ilustraciones de Platero y yo. La “culpa” es de los padres, que se gastan el dinero en sus hijos. La rareza del fenómeno estaba al comprobar como esos progenitores que no hacen el más mínimo esfuerzo por leer pero recubrían a sus nenes de libros. Bendita contradicción si resulta educativa.
Una contradicción de la que tampoco escapa la otra temática que arrasa en esta Feria del Libro: Sevilla. La paradójica Sevilla es un género en sí misma. Odio y amor a partes iguales que suscitan obras de materias muy diversas: facsímiles, Historia, Arte, Medicina local, Arquitectura, anécdotas, fiestas locales, novelas ambientadas, recopilaciones literarias, loas nostálgicas, fútbol… hasta libros de humor. De muestra, un botón: el líder en ventas en las librerías sevillanas desde antes de Navidad es Julio Muñoz Gijón, conocido en los ambientes tuiteros como @Ranciosevillano. Su saga de El Asesino de la Regañá se ha convertido en un hito bibliográfico por su prosa ágil, su gracia espontánea y su exaltación de la identidad sevillana. La trilogía, de la que se ha publicado recientemente la última entrega (El Prisionero de Sevilla Este), está en boca de todo el mundo y es un ejemplo de ingenio y marketing personal. En esta edición de la Feria del Libro ha cuajado como éxito definitivo. ¡Viva el desparpajo y el savoir faire!
La originalidad es, en esta época de estrecheces y penurias económicas, uno de los principales recursos de los libreros. En la caseta de Librería Anatma, un hombre canoso con barba y gafas repartía pensamientos en papelitos de colores. Si lo llega a hacer en forma de red social y cinco años antes, se forra. De momento, hasta que se le ocurra un nuevo invento, debe conformarse vendiendo libros de esoterismo, naturalismo y medicina alternativa. Cuidar el alma sin descuidar el placer, que entre mandalas y chacras aparecía un ejemplar que enseñaba a transformarse en multi-orgásmico. La incógnita estaba en descifrar la relación que existe entre la búsqueda del Nirvana y el sexo desenfrenado. Se esperaba con impaciencia la celebración una orgía de monjes budistas como acto promocional. Pero no fue.
Más misterioso si cabe es 100 Motivos para ser del Betis (hay otro ejemplar del Sevilla, pero los palanganas lo tienen bastante más fácil). Con la crisis existencial que asola actualmente al beticismo, dar razones sobre la ontología verdiblanca es un acto de heroísmo. Ni Sísifo se atrevería con esta tragedia futbolística. El autor debe ser tan valiente como los comunistas de Atrapasueños, que ofrecían obras de autores de izquierda y economía social. Juntos podemos… vender algún ejemplar.
Vender era, al final de todo, el objetivo de esta Feria del Libro. Y para ello el principal reclamo fueron los autores. Monstruos de la talla de Caballero Bonald o Eslava Galán, la arrolladoramente exitosa Julia Navarro y los consolidados Fernando Carrasco o Eva Díaz Pérez son nombres que han desfilado por las diferentes casetas. Hizo también el paseíllo Luis Gonzalo Segura, el polémico escritor que ha novelado los abusos en las fuerzas armadas. Debió creer que La Chaqueta Metálica era un invento del cuentista Kubrick. Casi mejor era echar a correr con Rafa Vega, presentador de deportes de Canal Sur que nos ofrecía un Manual para correr el maratón. Cansancio da solo de leerlo. Sin embargo, la tele es demasiada tele, como demostraban las colas para saludar a Rosa Villacastín. La vida, ya lo decía Piaf, es rosa. Tan rosa como sueñan muchas otras plumas no tan conocidas aunque seguro que mucho más ilusionadas (quien lo probó lo sabe). Como ese autor de novelas fantásticas que regalaba, además de una dedicatoria y una rúbrica, su twitter y su número de teléfono, esto último solo si eras mujer de buen ver. Si funciona, yo me he enterado tarde.
Para enterarse, no solo del misterioso arte de la seducción, es preciso reflexionar. Reflexión que demandan tanto la Feria del Libro de Sevilla como la propia industria del libro. Con rivales cada vez más potentes en una sociedad inculta, el libro debe buscar espacios nuevos que le pongan en contacto con los lectores, fieles y potenciales. Mucho que aprender del mundo anglosajón y la necesidad de replantearse la manera de entender la sociedad de prestigio. Si no, cerrando las puertas a los nuevos talentos y con técnicas de venta anticuadas, acabaremos recurriendo al socorrido tópico de entre todos la mataron y ella sola se murió. Va por todos.
Francisco Huesa (@currohuesa)
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