El milagro del Sol
Amanece en torno al círculo perfecto conceptualmente inscrito en ese otro círculo que fue alguna vez un crómlech. La existencia puede ser un continuo retorno. El ciclo cósmico revelado en la tierra y la roca, despertada la consciencia humana. Una bandada de aves surca en formación el cielo camino del horizonte, dibujando una punta de flecha sobre el azul cobalto que clarea intuyendo la alborada. Silencio. La Aurora se ha llevado las estrellas en su manto rosáceo. En el tiempo que media desde el alba, el ser, entre la tierra y el cosmos, tríada eterna, ha emprendido el más bello de los viajes siguiendo las estrellas. Principio y final.
Las rocas imponentes del dolmen no se dejan atravesar por el frío de la mañana del equinoccio. Sólo en ese frío punzante que va cercenando el aire desde la madrugada se intuye el otoño. Pero al abrigo de la última morada de los ancestros el espacio se torna acogedoramente cálido. Se enciende la piel. Se relajan los sentidos. Y se prepara el alma vislumbrando la experiencia trascendida. Penumbra. Metáfora perfecta del despertar de la consciencia. De la “noche oscura del alma”. Y se hace la Luz. Una delicada línea arrebolada que atraviesa el pasillo y descansa en la pared rocosa de la cámara sobrecogiendo los espíritus y la materia. Suena Haendel. El rayo se desplaza disipando las sombras como hace cinco mil años. Mas ahora desata la voz de los antepasados grabada a cazoleta en las piedras. El femenino invertido. La liturgia de la fecundidad. El Amor materno filial enlazado a la eternidad. Un mapa celeste como hilo de Ariadna en el laberinto de las incertidumbres. Y la Luz. La Luz que no cesa de prender fugaz la consciencia. Se sobrecogen los sentidos. El Sol, Haendel, ancestros, Stendhal. De Platón la caverna.
Cinco mil ciclos solares
Las construcciones megalíticas, erigidas por el ser humano del final del periodo Neolítico y el Calcolítico, y fundamentalmente en la fachada atlántica europea, se encuentran entre las más fascinantes jamás creadas por la ingeniería creativa. La significación simbólica y aplicación práctica de su orientación astronómica, los indicios de jerarquización social o los lugares de su erección, nada casuales, han sido cuestiones que han venido interesando a historiadores, arqueólogos, divulgadores y un público, generalmente ávido de noticias de ese amplísimo periodo de nuestra existencia que media entre amanecer del hombre y la aparición de la escritura, la Prehistoria.
La designación hace unos meses del espectacular conjunto dolménico de Antequera como Patrimonio Mundial de la Unesco ha vuelto a poner a estas construcciones en la primera plana de la actualidad. Pero la Península Ibérica es riquísima en dólmenes, y la misma Andalucía ofrece un sinfín de posibilidades de acercarnos a estos monumentos prehistóricos más allá de Antequera. Uno de ellos, situado en Trigueros, población lindante con la, riquísima en patrimonio dolménico y prehistórico, comarca del Andévalo onubense, es el conocido como Dolmen de Soto, monumental muestra de Dolmen de corredor que con sus 21 metros de largo y 3 de ancho en la cámara, constituye uno de los mayores de la Península.
Datado por Obermaier entre el 3000 y el 2500 a. C, hacia el final del Neolítico, el Dolmen de Soto tiene la orientación astronómica canónica de estas construcciones, es decir, este-oeste de manera que los primeros rayos de sol de cada equinoccio penetran por el corredor hasta iluminar la cámara. Y es precisamente la participación de ese misterio, ese llamado milagro del Sol, lo que desde hace unos años ponen a nuestro alcance el ayuntamiento de Trigueros y los conservadores de tan singular recinto. Actividad que, hay que resaltar, realizan con delicadeza y mucho cariño. Y es que la experiencia de estar participando de un rito ancestral repetido durante cinco mil años sobrecoge y trasciende.
La finalidad de los dólmenes en su contexto original siempre ha sido objeto de controversias científicas, pero hoy se asume en primer lugar su función funeraria. En el dolmen que nos ocupa se encontraron hasta ocho cuerpos apoyados en los ortostatos, cada uno con su correspondiente ajuar. Tras su descubrimiento en 1922, el alemán Hugo Obermaier, primera autoridad científica en estudiarlo, halló un segundo dolmen de menores dimensiones con otros dieciocho cuerpos, lo que identifica el lugar con una importante necrópolis.
No obstante lo anterior, es la función simbólica del monumento, su capacidad de trascendencia y la estrecha relación que los seres humanos que lo erigieron tenían con el cosmos y la naturaleza lo que más cautiva a los investigadores. Efectivamente su precisa orientación astronómica hacia la luz primera de los equinoccios puede revelar una determinada concepción del mundo y la existencia relacionada con los ciclos y con la representación simbólica de la resurrección. El primer sol del otoño anunciaba la cosecha convirtiendo al recinto en un calendario agrícola. Pero a la vez bañaba en luz purificadora a los difuntos que en él descansaban. Sepultura, calendario y templo, los cultos que rodeaban al dolmen estaban destinados a ser fuente nutricia de todas las manifestaciones religiosas posteriores hasta nuestros días. Y hundían sus raíces en una liturgia ancestral aún más ignota para el ser humano moderno, pues en el entorno del monumento se ha constatado la existencia de un crómlech previo, círculo de menhires al modo de Stonehenge, del cual los constructores del Dolmen aprovecharon muchos de los ortostatos.
Esta relación con la naturaleza y el universo, con los ciclos vitales, con la tierra y el firmamento de una manera tan precisa lleva a plantearnos cuánto habremos perdido en nuestra evolución. Fácil es preguntarse cómo estas personas con tan rudimentarios medios pudieron alcanzar tal precisión astronómica. Y aún más, cómo el Dolmen de Soto está situado sobre una corriente freática invisible a los ojos. Pero la respuesta es también sencilla. Porque su comunión para con la naturaleza y el universo era aún más estrecha, sincera y delicadamente amorosa que la nuestra. Cinco mil ciclos solares después hemos dado la espalda a la estrellas mientras violamos a la Madre Tierra.
El tesoro de Ben Musa
El sitio del Dolmen de Soto desprende hoy, suponemos que como hace cinco mil años, paz y sosiego. La monumental sinfonía que van desgranando en el cielo las constelaciones nocturnas observadas durante las dos horas previas al amanecer, armoniza con su proyección terrestre como armonizan la actividad arqueoastronómica y el milagro del Sol propuestos por el ayuntamiento de Trigueros como oferta cultural cada equinoccio.
La definitiva recuperación y puesta en valor del dolmen iniciada en 2008 tras la adquisición de los terrenos por la Junta de Andalucía en 1987 se corresponde con una serie de exhaustivos estudios del mismo, paralelos a su divulgación con actividades como ésta. Y el dolmen no para de ofrecer nuevas sorpresas, desde ortostatos con cazoletas que representan el cielo de invierno, hasta restos de pigmentación, representaciones esquemáticas y grabados que hacen de su interior una extraordinaria muestra de arte prehistórico.
Y no podemos dejar de esbozar una sonrisa cuando oímos su casual descubrimiento, allá por los años veinte del siglo pasado. Parece ser que un documento de 1823 situaba en Trigueros la sepultura de Muhammad ibn Musa al-Jwarizmi, matemático árabe autor de la primera obra de álgebra conocida. De manera que cuando el terrateniente local Armando de Soto fue informado por el guarda de su finca La Lobita, que tras hacer obras en la casa que se estaba acondicionando como residencia aparecieron unas extrañas losas de piedra, el propietario pensó que se trataba del sepulcro del árabe con su correspondiente fortuna. No tardó en excavar. Pero lo que encontró no tenía nada que ver con lo que esperaba. Ben Musa y su legendario sepulcro continuaron habitando el territorio de las leyendas, pero la roca fragmentada revelaba un secreto que llevaba varios milenios sepultado. El duque de Alba patrocinó su estudio que fue encomendado a Obermaier. El gobierno de la II República lo declaró Monumento Nacional en 1931. Hoy es patrimonio de todos, fuente de conocimiento y puntal de la divulgación prehistórica europea. Y una reflexión sobre el mismo nos lleva a un aserto fundamental, a veces una mirada al pasado puede ayudarnos a construir un futuro más sólido como especie.
José Manuel Moreno
Magnífico artículo, como siempre, gracias por compartir y dar a conocer esta joya desconocida para muchos. He podido visitar el Dolme de Soto y, además, he tenido el privilegio de poder contemplar el equinoccio desde su interior, experiencia mágica y que te llega al alma. Desde aquí animo a todo aquél que lea este artículo a visitar el Dolme de Soto, les garantizo que será una experiencia única.
Magnifico y claro .Deeberiamos conocerlo.Enhorabuena al autor