Dos antiguos soldados del ejército británico en la India, a finales del siglo XIX conocen, por “casualidad” al escritor y corresponsal del diario Northern Star Rudyard Kipling. Una vez conocido y, tras el trago de rigor, estos dos camaradas y hermanos en la masonería de Kipling (que lo fue en su vida real) le exponen su disparatado plan: pretenden cruzar el Himalaya para llegar hasta las lejanas tierras de Kafiristán, territorio inhóspito y que ha quedado fuera del reparto del mundo que las grandes potencias europeas hicieron durante la época colonial. Una vez allí, su absurdo propósito es convertirse en reyes (concretamente en el número 33 y el 34) de una región dividida en pequeños territorios y que ellos pretenden conquistar aplicando las técnicas militares más modernas del glorioso ejército de Su Majestad.
Y la gracia es que consiguen llegar… Ni los peligros, ni la soledad, ni tan siquiera el Himalaya es capaz de frenar el ímpetu y el espíritu de aventura de estos dos británicos, Daniel Dravot y Peachy Carnehan (Sean Connery y Michael Caine respectivamente), que comienzan a establecer alianzas con las tribus locales, que llevan años en discordia por un auténtico casus belli: los pueblos orinan río arriba para que los otros lugareños enemigos no puedan bañarse en el río.
Tras ganar algo de fama y fortuna, a raíz de un episodio ocurrido en una batalla, Daniel es tomado por las tribus por un dios, el dios Sikander, sucesor de Alejandro Magno, que fue el único occidental capaz de llegar hasta ese confín del mundo.
Danny y Peachy serán requeridos por los sumos sacerdotes de la ciudad santa de Alejandro, donde el primero de ellos será coronado como dios, reencarnación del propio macedonio. Pero… ¿qué ocurre cuando a un simple mortal la divinidad se le sube a la cabeza…?
Para muchos directores, en el relato del escritor británico de origen indio Rudyard Kipling no habría una historia digna de contar: dos locos estafadores en busca de aventuras, en una época (los años setenta) en la que el cine de aventuras parecía que había dado ya de sí todo lo necesario. Pero había un director que, por su propia forma de ser, de sentir, de pensar la vida, había quedado prendado de esa narración desde hacía décadas. Y décadas precisamente era lo que llevaba intentando hacer realidad esa historia. Concretamente dos. Desde los años cincuenta, el director John Huston, pendenciero, borracho y artista como él solo, tenía el proyecto de poder llevar a la gran pantalla la historia de estas dos almas con más pena que gloria en su vida, y que deciden arriesgarlo todo por un sueño: el de ser reyes.
Es más, ya en los años cincuenta había conseguido que su productora habitual le pagase un viajecito a la India y Afganistán con la intención de buscar localizaciones para el posible film, pero Huston, tipo peculiar donde los haya, había dilapidado el presupuesto en intentar cazar tigres y en recuperarse de una elefantiasis en sus partes pudendas, regalo de un mosquito de aquellas latitudes.
El proyecto no cuajaba y volvió a tomar forma casi veinte años después. Por supuesto, después de la experiencia anterior, de rodar en la India nada de nada, así que tuvo que conformarse con intentar reconstruir en Marruecos los pasos de Alejandro en Afganistán y sustituir las áridas tierras de la Bactriana por el desierto marroquí; utilizando a muchos lugareños como extras, entre ellos el sumo sacerdote de la ciudad santa de Sikander, un tipo de 103 años en la vida real que tenía a golpe de infarto a la aseguradora de la producción para que no muriese antes de terminar el rodaje.
En cuanto a los protagonistas, la duda era enorme: la apuesta del director era hacer un tándem Bogart-Tracy, pero el último murió. Así pues, también le cuadraba Clark Gable para el papel. La muerte también del actor abrió a John Huston un mundo de posibilidades nuevas, entre las que estaban Peter O´Toole, Richard Burton… y, por supuesto, una de las grandes parejas de moda de finales de los años sesenta: Robert Redford y Paul Newman. Precisamente fue Newman el que recomendó al director que fuesen auténticos británicos los intérpretes principales y, desde luego, con la contratación de Sean Connery y Michael Caine, se dio en el clavo (por cierto, que cuando Huston le dijo a Caine que la película estaba pensada para Gable y Bogart, pero “pasaron de él”, Caine simplemente acertó a decir: “acepto”, puesto que Bogart era su ídolo y se le antojaba una forma de hacerle un pequeño homenaje). Esa mezcla de socarronería, caradura y flema británica que los dos actores le ponen a sus personajes es, simplemente, maravillosa; aunque ninguna de las cuatro nominaciones a los Oscars que se llevó la película ese año fuese para ellos. No fue Michael Caine el único de su familia en participar en el rodaje, ya que su propia esposa realizó, a regañadientes, el papel de Roxana; la chica de la que Danny se encapricha en su espiral de locura al llamarse igual que la esposa de Alejandro Magno.
Olvidando que el guion es fantástico, que la música de Maurice Jarre es un lujazo y una auténtica hermosura (incluyendo la canción militar The ministrel boy que cantan a dúo Danny y Peachy, y que personalmente siempre me emociona), y que la historia es muy entretenida; lo que más me gusta de esta película es el fantástico canto a la vida y a la amistad que se destila de cada uno de sus fotogramas. Desde su obcecación en perseguir lo que ellos consideran que es su destino, hasta el hermosísimo final con los dos amigos cantando a la vez y el monólogo de Michael Caine con el que la película concluye, y que es capaz de provocarte una lágrima… Viendo esta película solo puedes querer más y más a Danny y Peachy, y desear que todo les salga estupendamente bien, porque se lo merecen; porque son dos perdedores adorables; porque simplemente son dos Quijotes persiguiendo sus sueños, benditos sean.
Si la vida no vivida plenamente es la peor de las muertes, Daniel Dravot y Peachy Carnehan seguro que serán eternos, porque se inmunizaron de por vida viviendo la aventura de sus vidas y persiguiendo su sueño, que no es otro que el de todos nosotros: vivir auténticamente… ¿o es que acaso puede existir otro?
Siéntense en el sofá, o en su sillón preferido. Y disfrute de una gran película de aventuras como las que ya no se hacen. Y, si se anima, déjese atrapar por la descabellada empresa de estos dos locos. Seguro que no se arrepiente. Seguro que, hasta sale a la calle con otro ánimo. Quizá los sueños se pueden convertir en realidad, ¿no cree?
Carlos Corredera (@carloscr82)
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