Combates en Stalingrado: Historia de una Carnicería

“Siempre me ofrecía voluntario en los ataques. Decía, voy yo primero. Y es que, me había dado cuenta hacía tiempo que en la lucha callejera, cuando debíamos avanzar de cráter en cráter los rusos nunca disparaban sobre el soldado que aparecía primero. Supongo que no les daba tiempo de reaccionar. Nunca les conté este método a mis camaradas y continué siempre ofreciéndome para ir en vanguardia”.

El testimonio de este soldado alemán representa las diversas estrategias personales empleadas para sobrevivir por los contendientes  en este tipo de lucha tan feroz. A lo largo de la batalla de Stalingrado, morirían en apenas seis meses por parte de la URSS más de 1’3 millones de hombres. Mientras que por parte del Eje fallecerían en torno a 1’5 millones de soldados.

De esta forma, Stalingrado se convirtió en una picadora de carne de dimensiones escalofriantes o en términos militares sin duda más eufemísticos, en una batalla de “atracción y desgaste”. Al día, se estima que desaparecían por siempre de la faz de la tierra entre 5.151 y 6.392 personas[1].

Los Stuka alemanes continuaban desde los cielos sembrando el caos, la Wehrmacht por tierra a pesar de los cientos de bajas que sufrían cada día, a pesar de ser cazados literalmente por los francotiradores soviéticos, avanzaban metro a metro, palmo a palmo, empujando a las fuerzas rusas hacia el Volga. La victoria pues, parecía cerca. Nada más lejos de la realidad. Ya que a través del Volga, llegaron en tan solo el mes de Octubre más de cien mil soldados soviéticos de refuerzo dispuestos a evitar todo atisbo de victoria enemiga.

Los alemanes como decíamos, avanzaban lentamente, conquistando cada día unos pocos metros.  Stalingrado parecía resucitar el arte militar de la Gran Guerra, basado en una guerra “sucia” –si es que alguna vez hubo una guerra limpia- cuyo ejemplo más famoso, es la llamada guerra de trincheras en la que por apoderarse de una cantidad insignificante de terreno,  debían de sacrificarse cientos de seres humanos.

Lugares como la “Casa de Pávlov”, los almacenes Univermag, la fábrica Octubre Rojo o la Estación nº1 –con su famosa fuente de Barmeley- se convirtieron en escenarios de sangrientos combates entre escombros y demás ruinas. Combates en los que en bastantes ocasiones los frentes de batalla no estaban definidos y ambos contendientes por ejemplo,  podían ocupar posiciones dentro de un mismo edificio, separados por tan solo el muro de una habitación.

Debido a esto, el primer mandamiento para sobrevivir a este tipo de combate urbano era eliminar cualquier tipo de peso extra innecesario que pudiese impedir una carrera rápida en caso de tener que poner pies en polvorosa. Las granadas de mano –como las míticas “Stielhandgranate M24” en el caso alemán- se convirtieron en las “reinas de la batalla”, al permitir despejar habitación por habitación, de forma más “segura” en el caso de producirse un asalto por parte de la infantería a un edificio. Por otro lado, subfusiles ametralladores como el MP40 alemán o el más efectivo PPSH-41 soviético, constituían elementos imprescindibles para la supervivencia de la infantería en las calles de Stalingrado.

La infantería alemana se organizó en “Kampfgruppen” –grupos de combate- en los cuales se insertaba cuando se podía apoyo blindado como el famoso cañón de asalto “Sturmgeschütz III”, los cuales pretendían dar cobertura a la tropa a la hora de atacar.

De nuevo, el ex veterano Helmut Walz superviviente alemán de la batalla de Stalingrado, nos describe de forma gráfica la lucha a muerte por la ciudad del Volga. Él, pudo salvar su vida al ser herido en Octubre de 1942 y por ello, evacuado lejos del frente. Muchos camaradas suyos no serían tan afortunados: 

“Las balas silbaban por encima de mi cabeza. Podía ver claramente como delante de mí, quizás a unos cinco metros había soldados rusos. Así que les grité que se rindiesen. Sin embargo, al no hacerlo hube de lanzarles varias granadas de mano. Tras las explosiones, uno de los supervivientes se acercó hacía mí. Sangraba abundantemente por su nariz y oídos. Inmediatamente me apuntó con su ametralladora por lo que yo también alcé mi arma. Sin embargo, consiguió alcanzarme primero y solo recuerdo en aquel momento, empezar a ver estrellas en frente de mis ojos. Me habían disparado en la cara, miré hacia la derecha y comencé a correr. De mi cara salía abundante sangre y en mi boca, sentía como mis dientes se habían evaporado. Pensé, todo ha acabado. Creía que iba a morir. Un camarada rápidamente vino en mi auxilio y aplastó con furia la cabeza del soldado ruso que me había disparado. A pesar de que este llevase casco de acero, consiguió aplastarle el cráneo. Pude escuchar claramente, el ruido que hizo este al romperse. Fue brutal, aun hoy no lo he olvidado. 

Entonces vi como mi segundo teniente, me hacía señas con la mano. Estaba a unos 20 o quizás 30 metros de mí. A pesar del fuego enemigo, se acercó hasta mi posición para tratar de ayudarme. “¿Dónde está tu equipo de primeros auxilios? me espetó, pero yo no podía contestarle. Finalmente, dio con ellos y comenzó a vendarme frenéticamente. Cuando justo, apenas había acabado de cubrir toda la cabeza con las vendas, gritó ¡cuidado, un ruso! Intentó defenderse, pero el soldado enemigo le tenía ya enfilado en su mira por lo que este consiguió alcanzar al teniente en la cabeza. La bala le había atravesado el cráneo rompiéndoselo en dos. Esa fue la primera vez que vi un cerebro.

En el lado izquierdo y derecho de su cabeza, podían verse partes de su cerebro. En el centro, salía agua, no sangre sino agua[2]. Tuvo todavía un momento para mirarme antes de caer muerto. Afortunadamente, me había podido vendar antes de que me alcanzasen. Sin embargo, ahora estaba solo”.

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Infantería alemana en los arrabales de Stalingrado. De fondo puede apreciarse un cañón de asalto STUG III

 

Otros testimonios como el de Wilhelm Hoffman, soldado del 267º  Regimiento de Infantería de la 94ª División de la Wehrmacht, reflejan también la crudeza de los combates:

“Hemos perdido muchos hombres; cada vez que caminas tienes que saltar sobre cadáveres. Apenas puedes respirar durante el día […] ¿quién hubiera pensado hace tres meses que en lugar del regocijo de la victoria tendríamos que soportar tanta tortura y sacrificio, cuyo fin no está a la vista? […] Los soldados llaman a Stalingrado, la tumba de la Wehrmacht”[3].

 

Este era el día a día en Stalingrado, la muerte se paseaba en cada instante, con cada desliz se cobraba una nueva pieza. En total, el general Friedrich Paulus ordenó hasta tres grandes ofensivas a lo largo de la batalla entre los meses de Septiembre y Octubre. Es más, a finales de este mes el 90% de la ciudad se hallaba en poder de los nazis. Sin embargo, como ya ocurriese tan solo un año antes, el invierno llegó para auxiliar al viejo oso ruso.

Stalingrado

Fuente de Bermeley, fotografía realizada por Emmanuel Evzerihin

 Una desagradable sorpresa: “La Operación Urano”

 Algo de lo que todavía no se habían dado cuenta los alemanes, tan obcecados en su supuesta superioridad racial y militar, era que los rusos estaban lejos de poder ser definidos como estúpidos. Esto se puede observar claramente, en la forma en que magistralmente convirtieron Stalingrado en la tumba del VI ejército alemán. Y es que supieron transformar todos los errores cometidos por sus enemigos en provecho propio con lo que, junto con la capacidad sobrehumana de sacrificio tan presente a lo largo de la historia en el pueblo ruso, les conduciría hasta la victoria final.

Cuando los alemanes encaminaban sus pasos hacia Stalingrado, los comandantes del ejército rojo Zhukov y Vassiliesvki se reunieron con Stalin de urgencia. Estos pidieron al dictador poder poseer todos los medios que la URSS pudiese concederles. Los iban a necesitar sin duda alguna ante lo que estaban preparando.

Y es que, los rusos sabían que los alemanes no cejarían hasta apoderarse de la ciudad. Costase lo que costase, debido fundamentalmente a su valor simbólico. Por ello, decidieron atraer la mayor cantidad posible de fuerzas enemigas, tenerles ocupados el tiempo necesario mientras que en la retaguardia, todas las fábricas soviéticas trabajaban desesperadamente en la fabricación de tanques, armas, municiones, para así equipar un nuevo ejército que fuese capaz de contragolpear a un debilitado enemigo, obsesionado por conquistar Stalingrado sin percatarse de la trampa que se tendía a su alrededor.

Así mismo, el espía favorito de Stalin infiltrado en Japón, informó en Octubre de 1942 que el Imperio nipón no pretendía atacarles por lo que Stalin pudo retirar hasta el 50% de su ejército siberiano y usarlo para el contraataque definitivo que se estaba preparando con tanto esfuerzo. De esta forma, nacería la Operación Urano, la venganza soviética.

Y es que, desde el mando soviético se sabía, gracias a sus informadores y a las fotografías aéreas obtenidas por su propia aviación,  de la debilidad de las tropas aliadas alemanas que protegían los flancos del VI Ejército en Stalingrado, debido a la falta de medios con los que contaban. Ahí era pues donde se debía atacar para acabar con el enemigo.

Estas tropas aliadas, estaban compuestas principalmente rumanos, italianos y húngaros. El objetivo ruso por ende, consistía en envolver al ejército nazi concentrado en la ciudad mediante la rotura de sus flancos de tal forma que los efectivos alemanes quedasen atrapados. Así, el día 19 de Noviembre comienza la Operación Urano obteniendo grandes éxitos iniciales y provocando una enorme sorpresa ante un confiado enemigo.

La única opción de salvación que hubiese tenido el VI Ejército en aquellos momentos, hubiese consistido en retroceder abandonando la ciudad lo más aprisa posible y escapar antes de que los dos brazos soviéticos rodeasen Stalingrado de forma definitiva.

Sin embargo, la locura de unos que se negaban a ver la realidad junto con la falta de coraje de otros, liquidaron la última oportunidad que todavía les quedaban a los hombres de la “fortaleza” Stalingrado.

Paulus y el destino del VI ejército

La reacción de Hitler no se hizo esperar, sin embargo en este caso no para bien. El “führer” prohibió toda retirada. Stalingrado se convertiría así, bajo la épica nacionalsocialista en un “kessel”, en una fortaleza, en la cual se debía de resistir a toda costa al empuje bolchevique.

Por esta decisión tomada, Hitler se convertiría en el principal culpable del desastre de Stalingrado, más si cabe si tenemos en cuenta que era en aquel momento el comandante supremo de las fuerzas armadas alemanas. Sin embargo, no sería el único. Tuvo muchos cómplices que o bien compartían verdaderamente su nula visión de la realidad o simplemente, no se atrevían a defraudar a este y se contentaron en prometerle cosas que simplemente no podían cumplir.

Algunos de estos cómplices fueron Hermann Göring, comandante supremo de la “Luftwaffe” quién prometió vehementemente a Hitler de poder sostener por aire a las fuerzas alemanas atrapadas, lo cual era una mera quimera ya que para empezar, la fuerza aérea alemana desgastada por los meses de dura batalla, no poseía el número suficiente de aparatos como para sostener una empresa tan ambiciosa.

Otro cómplice fundamental, sería sin duda alguna el propio comandante en jefe del VI ejército, Friedrich Paulus. Este último, como comandante responsable de las vidas de los hombres que servían bajo su mando, mostró una escasa iniciativa propia durante los primeros días de la Operación Urano – 19 de Noviembre y siguientes-  y simplemente se limitó a obedecer las órdenes de Hitler de resistir, a sabiendas de que con ello estaba firmando la sentencia de muerte de todo el VI Ejército.

Paulus, hombre de despacho más que de acción, decidió adquirir el rol de marioneta de Hitler y se percató demasiado tarde de las intenciones verdaderas del alto mando alemán; sacrificar al VI ejército con el objetivo de que este entretuviese el mayor tiempo posible los siete ejércitos soviéticos del Don de Rokossovski.

Si tan solo a principios de Diciembre, aun después de que el cerco soviético se completase el 22 de Noviembre en Kalach, hubiese decidido escapar de la bolsa abriéndose paso luchando o bien hacia el oeste o bien hacia el sur, hubiese tenido una mínima oportunidad de escapar hasta las líneas alemanas, él y sus hombres.

Pero como sabemos, esto no sucedió. Prefirió esperar la tan ansiada llegada de Manstein el cual había organizado una operación militar realmente compleja para rescatar al VI Ejército. Y por compleja quiero decir imposible, al menos si desde el Kessel, si desde dentro del cerco, no se lanzaba a la vez un ataque de ruptura.

Pero Paulus esperó, esperó a comprobar si esos eran los verdaderos deseos de su “führer”. No comprendía que Hitler ya les había abandonado a todos ellos. Abandonados a su suerte, sin comida, casi sin municiones, bajo un frío atroz, más de trescientas mil personas. Los piojos, literalmente se comían a los soldados de tal forma que cuando alguno de ellos fallecía, se veía “una procesión de piojos que abandonaban por las mangas y las perneras del cadáver, en busca de algún compañero al que aún pudieran parasitar”.

“Hitler prometió firmemente sacarnos de aquí; así se nos explicó y nosotros creímos también con firmeza en su palabra. Y hoy sigo creyendo en ella, porque todavía necesito creer en algo. Ahora bien, si esto no es verdad, ¿en qué puedo creer yo?” 

“He buscado a Dios en cada cráter de obús, en cada casa destruida, en cada esquina entre mis camaradas cuando estoy en mi trinchera […] Dios no se mostró cuando mi corazón le gritaba. Las casas fueron destruidas. Mis camaradas fueron tan valientes o cobardes como yo. La ira y el asesinato estaban en la tierra. Bombas y fuego caían del cielo. Pero Dios no estaba allí”. 

“El 28 de enero cumplirás veintiocho años; esto es mucha juventud todavía para una mujer tan bonita y me alegra poder echarte una vez más este piropo. Me vas a echar mucho en falta, pero a pesar de todo no te cierres a los hombres. Deja que pasen unos meses pero no más. Porque Gertrudis y Niklas necesitan un padre. No olvides que tienes que vivir para nuestros hijos y no des demasiada importancia a su padre. Los niños olvidan muy aprisa. Fíjate bien en el hombre en quien recaiga tu elección y presta atención a sus ojos y a su apretón de manos, exactamente igual como ocurrió en nuestro caso, y así no te engañarás. Una cosa ante todo: educa a los hijos para que sean hombres de bien, que puedan llevar alta la frente y mirar a todo el mundo a la cara. Escribo estas líneas con el corazón oprimido; tampoco me creerías si escribiera que esto me es fácil, pero no te preocupes en absoluto, no tengo miedo por lo que va a ocurrir. Debes decirte siempre una y otra vez y díselo también a los hijos, cuando sean mayores, que su padre no fue nunca un cobarde y que ellos tampoco deben serlo jamás”[4]. 

Son solo algunos ejemplos de las cartas que los soldados del Kessel trataron de enviar a su patria. Por desgracia, desconocemos el nombre de sus autores al ser borrados sistemáticamente el servicio alemán de censura. Pueden leerse palabras de desesperación, sentimientos de miedo, de negación ante lo inevitable. Algunos son auténticos testamentos redactados a toda prisa, con la esperanza de comunicarse por última vez con sus familias.

Paulus, el fiel Paulus finalmente se atrevió a desobedecer a Hitler cuando el 30 de Enero de 1943 este decidió obsequiarle con el más alto rango del ejército nazi. Le nombró “feldmarschall” esto es, mariscal de campo. Sin embargo, era un regalo envenenado. Y es que, jamás a lo largo de toda la historia militar alemana, un mariscal de campo había sido capturado vivo. Era pues, una invitación abierta por parte de Hitler a que el antes general, pusiese fin a su vida. Pero Paulus esta vez tenía al fin otros planes diversos a los del dictador y tan solo un día después, decidió firmar la rendición de las fuerzas alemanas en Stalingrado ante los soviéticos, haciéndose esta efectiva el día 2 de Febrero de 1943.

Hitler, al enterarse de la decisión tomada por Paulus declaró:

“No logro comprender que alguien como él no prefiera la muerte. Esa clase de gente diluye el heroísmo de muchos miles de hombres. Una mujer puede pegarse un tiro ¡y un soldado es incapaz! Lo que más me duele es que acabo de nombrarlo mariscal de campo. Me parecía bien concederle esa última alegría, ¡es el último que nombro!, ¡de veras que no lo comprendo! Que tantos hombres tengan que morir y luego sale un tipo así, sin agallas y en el último minuto ensucia la heroica reputación de todos los otros”. 

La batalla había concluido, pero no así la lucha de los soldados alemanes por su propia supervivencia.  Ateridos de frío, con unas temperaturas que superaban los treinta grados bajo cero, muertos de hambre tras largas semanas de racionamiento debido al cerco que el ejército rojo les había impuesto, ahora los hombres del VI ejército, debían enfrentarse a un destino incierto e implacable; el cautiverio.

Stalingrado

Soldados alemanes de camino a su propio cautiverio

De los más de 90.000 prisioneros alemanes que fueron enviados a los campos de concentración soviéticos dispersados a lo largo y ancho de la URSS –Siberia, Uzbekistán son solo algunos ejemplos-, tan solo 6.000 volverían a casa bien entrada la década de los cincuenta, sobre todo a partir del fallecimiento de Stalin en 1953.

El lector debería tratar de no caer en la mera lectura de estas cifras sin meditar al menos un momento, en las consecuencias que implican las mismas, puesto que en ellas, reside una parte de la humanidad perdida en aquella guerra.  Por ello, nunca jamás debemos olvidar el pasado puesto que todavía forma parte de nuestro presente,  ya que como diría Platón  “los muertos son los únicos que han visto el final de la guerra”.

 Después de la tormenta llega la calma; soldados soviéticos se adentran entre las ruinas de Stalingrado

José María García Núñez

Bibliografía

Para la realización de este artículo se han empleado las siguientes fuentes:

  • ANTILL, Peter: “El sitio de Stalingrado”. Barcelona: Osprey Publishing, 2008
  • BEEVOR, Antony: “Stalingrado”. Barcelona: Crítica, 2005.
  • BEEVOR, Antony: “Las últimas cartas de Stalingrado”. Barcelona: Península, 2007.
  • DINGLE W. Dennis: “Stalingrad and the turning point on the Soviet-German front, 1941-1943”. Texas Christian University. 1977.
  • DESPERTA FERRO Contemporánea: Stalingrado (I y II). Madrid, 2014-2015.

 

Webgrafía

[1] Datos obtenidos del Departamento Militar Ruso

[2] Lo que el soldado Walz describe, no es otra cosa que el líquido cefalorraquídeo, conocido también bajo el nombre de “agua de roca” por tener un parecido sustancial con el agua en su estado más puro.

[3] Stalingrado II Desperta Ferro.

[4] Cartas procedentes del libro “cartas de Stalingrado” Antony Beevor.