Hay en nuestro país y mucho más en mi ciudad, en Sevilla, una serie de misterios que ni el mismo paso del tiempo ha conseguido descifrar. Son de una intriga y un desconocimiento tan grande como pueda ser la existencia de vida más allá de la tierra. Y sin embargo, nos los cruzamos a diario, los vemos día tras día, pasamos junto a ellos. De hecho algunos ya lo asimilamos como propios hasta que un día caemos en la cuenta. Como me pasó a mí a la hora de elegir el tema para un nuevo artículo.
De repente se me ocurrió. ¿Qué pasa con la Gavidia? O cómo nos gusta decir a los “entendidos” en Derecho, ¿quid de La Florida? ¿Por qué hay problemas en el barrio sevillano de Bami en relación con el aparcamiento, si tienen uno subterráneo por estrenar? Hay proyectos que en palabras de nuestros mandatarios hay que desatascar de una manera inminente, frente a otros que se eternizan, que se hacen con el paisaje de nuestra ciudad y, lo que es más importante, de nuestra mente.
Este paradigma de la razón, este misterio sobrenatural, este sin saber que un día se me vino a la cabeza es, efectivamente, el que regula todos los casos anteriores. El urbanismo.
Crisol de leyes
No se podría escribir un artículo sobre urbanismo, sin hacer una brevísima referencia a la legislación urbanística de nuestra comunidad autónoma, ya que de entrada, puede ilustrar al lector de la dificultad de legislar o de urbanizar en nuestra tierra.
En nuestra Comunidad Autónoma rige de manera máxima la Ley de Ordenación del Suelo de Andalucia 7/2002 de 17 de diciembre, que de una manera u otra viene a ser una ley de mínimos, Es una ley que regular con mucho detalle, bien de manera directa o bien de manera reglamentaria, todo acontecimiento urbanístico que tenga lugar en Andalucía. Esta, que constituye un primer filtro, servirá a cada corporación municipal para que regule sus propias ordenanzas urbanísticas y, más concretamente, sirva de instrucción al conocido PGOU (Plan General de Ordenación Urbana).
Además de ello, hay que tener en cuenta todas las calificaciones de cada uno de los edificios tiene en la comunidad, pues algunos gozan de protección histórica y patrimonial, lo que no hace sino rizar el rizo de la legislación actual, esa que complica sobre manera nuestra realidad del ladrillo.
“La Gavidia tiene unas cualidades bastantes discutibles”
Esta frase, no sería tan dilapidaría si no viniera del actual alcalde de Sevilla, Juan Espadas, rector de un Ayuntamiento que hace ya unos años, hizo una apuesta fuerte (y no menor inversión) por el edificio en cuestión que, para este humilde escritor, puede convertirse en referencia del presente artículo.
En este caso en concreto, la dificultad estriba nuevamente en ese crisol de leyes que apuntamos. En ese caldero legislativo en el que todo se cuece a fuego muy lento y en el que lo único que pasa es el tiempo, ya que el edificio lleva desde el año 2004 abandonado, sin ningún tipo de uso, privado o público y sin generar nada más que costes para las arcas municipales.
Lo cierto y verdad es que este edificio, cruz de guía de las incógnitas urbanísticas de nuestra ciudad, supone un enclave estratégico en el centro. Por sus dimensiones, su ubicación, por su historia y por su carga simbólica, ha de estar destinado a convertirse en un referente de la adaptación a los nuevos tiempos, de cómo reciclar un uso, de hacer ver como cuando uno no tiene más espacio donde estirar sus brazos, puede buscar otra postura más cómoda. Se hace necesario pues darle una vuelta de tuerca.
En nuestro país, caímos en el error de convertir el urbanismo en un motor de la economía. Pero convirtiendo la edificación en un instrumento que no llega a ninguna parte. Vendría a ser aquel que se empeña en construir el coche más rápido cuando en realidad no tiene a donde ir.
Y es que, hace ya un tiempo que alguien me comentó, “en Sevilla, todo aquel que quiera poner un negocio lo primero que pone es un bar”. No es mala idea si tenemos en cuenta el estilo de vida que aquí se tiene y que desde el viernes tarde hasta el domingo noche, a nadie se le ocurre encender su vitrocerámica para hacer un guiso.
¿Y por qué no dar una vuelta de tuerca? Hay espacios que, evidentemente se encuentran en un estado de abandono máximo. Más allá de La Gavidia, existen otros como el Mercado de la Puerta de la Carne o la Biblioteca de la calle Alfonso XII. Hablando de utilidad pública claro está, porque de inundarnos en la privada, como decíamos con la Florida, el asunto sería interminable.
No tiene por qué ser necesario construir un centro comercial o un aparcamiento rotatorio cada vez que el Consistorio se haga con un edificio o un suelo, ¿Acaso no hay usos que puedan servir para impulsar determinadas zonas de la ciudad?
Así, por ejemplo, muchas partes de lo que un día fue la Expo’ 92 (es decir, La Cartuja) hoy por hoy se encuentra en un estado de abandono casi total, en el que incluso crecen las malas hierbas. Y así seguirá hasta que llegado el día, se convierta en un problema tan grande que ocupe las mismas páginas que hoy por hoy ocupa La Gavidia.
No es mía la idea, de ahí, en lo que fue el símbolo de la modernización de Sevilla, de su impulso, de su salto hacia delante, diese un nuevo empujón creando nuestro propio Sillycon Valley. Un laboratorio de ideas, incubadora de proyectos y de ilusiones como el que vive en California, aquel cuya imaginación pare como logo una manzana (mordida) que se convierte en un referente mundial de la telefonía, o en la sede central del que todo lo sabe, Google.
Imagínense por un momento que se edificaran esos laboratorios, que se permitiese su urbanización (siempre controlada), que las empresas pudieran asentarse ahí con enormes beneficios. Con exenciones por el IBI, con alquileres reducidos, con medios de transporte de calidad. Con más (¿por qué no?) de una línea de metro. Empresas que, gracias a esa incubadora, consiguen crecer, consiguen exportar su producto y atraer a inversores, y que se visite Sevilla.
Y ahora, ¡detengámonos! Ahora de nuevo, ahora sí que sí, justo enfrente de esa empresa, sin hacer ruido, más allá que el de la cafetera y el vocerío interior. Ahí sí (o sería, ay sí), se monta un bar o un restaurante. Ahí se lía la de San Quintín. Ese bar va a triunfar, porque va a ver como cientos o miles de personas pasan por su puerta y echan un vistazo para dentro. Y algunos lo llamaran visionario por montar un establecimiento enfrente de esa empresa que se dedica a la comercialización a Japón de lentes para microscopios, o a aquella que distribuye para toda Europa pistas de hielo artificiales (estas dos ideas están ya cogidas, no salgan corriendo a patentarlas).
Pero ahí no está el visionario. El visionario es aquel que dijo, “vamos a quitar los rastrojos de la Cartuja y vamos a hacer edificios modernos” o “vamos a limpiar de graffitis la Puerta de la Carne y vamos a hacer un centro cultural con bibliotecas y teatros, con salas insonorizadas para que incluso las bandas de música (que manera más desdichada de ganarse la vida oiga) puedan ensayar”. O “en La Gavidia vamos a poner una Biblioteca de las grandes, para captar a todo el personal del centro que necesita una silla y una mesa o bien sentarse a estudiar, pero con mini aulas para que se puedan alquilar por pequeños grupos que necesiten de un espacio para hacer cualquier estudio”.
Y señores, ahí los bares acudirán solos. Esos mini visionarios. Esos pitonisos hosteleros verán el mercado, verán las posibilidades. E invertirán, y cuando ganen, seguirán invirtiendo, y contratarán y el que gane por estar contratado, ahorrará o gastará, pero moverá. Todo se reduce a aquello del dinero llama al dinero.
Me niego a creer que vivo en una sociedad que no tiene ideas que necesiten espacio para crecer. Y como sé que eso no existe y que una de las partes de la pareja del baile ya la tenemos, falta la otra. Falta esa colaboración, falta esa iniciativa por reactivar, No hay que dejar morir, hay que abrir la mente, ir más allá de las posibilidades más principales. No digo que haya que saltarse la Protección Historica y Patrimonial que tienen muchos de nuestros edificios, pero volvemos al principio.
Hay que cocer algo en claro en nuestro caldero, tenemos que ser consciente de donde queremos llevar nuestro coche y dejar que el urbanismo, o mejor dicho, la urbanización, deje de ser un objetivo, el que durante mucho tiempo fue y nos ha llevado a una complicada tesitura. Hay que lograr que el urbanismo, la urbanización, la edificación, sea el agua de una noria que impulse de una manera sostenible las necesidades de la gente.
El cambio
Pero para conseguir lo anterior, hemos de remontarnos a lo primero que se explicaba al comienzo del artículo. Se ha de conseguir una legislación urbanística sencilla, práctica, rápida y sostenible. Ni que decir tiene, que hay que garantizar un determinado patrimonio, unas determinadas situaciones a fin de controlar que no pasemos de la noche a la mañana de Sevilla a Nueva York y vivamos en una nueva ciudad de rascacielos.
Pero siguiendo con ello hay que respetar la postura de aquella entidad bancaria que dice, “oiga, yo voy a construir un rascacielos, voy a crear oficinas y voy a poner un restaurante (benditos bares) en la planta más alta. Y además, voy a reurbanizar toda la zona, la voy a ajardinar y voy a construir un foro de exposiciones, un centro cultural que los ciudadanos puedan tener como referencia, ya que además voy a invertir para que efectivamente exposiciones de primer nivel vengan temporalmente a Sevilla. ¿Y sabe lo mejor de esto?, que al sevillano no le va a suponer ni un céntimo de euro”. Es cosa de esa entidad bancaria que el asunto salga mal o bien.
Y será cuando alguien vea ese edificio, ese rascacielos terminado en Sevilla, cuando apoyado en la barra de un bar, el de toda la vida, el de barrio, sin haberse asomado siquiera por la zona a ver la vida de la misma y sin saber qué es exactamente lo que se cuece por allí, cuando solucionando el mundo con cerveza en mano, y con una rotundidad propia de un emperador romano que va a decretar la muerte del gladiador, diga: “increíble lo de esta ciudad: van a consentir edificar un pegote más alto que la Giralda. Se están cargando la ciudad. Y no se hable más”.
Alberto Sánchez (@albsanmor)
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