El pasado sábado 22 de marzo, después de casi tres años, el Cristo de la Expiración, popularmente conocido como el Cachorro, pisaba las calles de Sevilla. Lo hacía en un vía crucis extraordinario con motivo de la Nueva Evangelización de la Iglesia que ha empezado el Papa Francisco. En Triana no cabía un alma. La expectación era enorme para ver a una imagen sobre la cual la guasa ha labrado una superstición negra vinculada al agua: cuando el Cachorro procesiona, llueve. El mito tiene su base. De hecho, la mañana del sábado amaneció tormentosa después de varias semanas sin caer ni una gota. Por suerte, la tarde levantó y un atardecer anaranjado recibió al Cachorro en el Zurraque.

el Cachorro

Esculpido en 1682 por Francisco Antonio Ruiz Gijón, el Cachorro es una de las imágenes con más devoción en la ciudad. Y con mayor mérito artístico. La perfección anatómica del crucificado (aparato respiratorio incluido), su armonioso dramatismo y su sobrecogedora expresividad consiguen aunar ethos y pathos en una escultura que es el culmen del Barroco dinámico sevillano. Estudiado desde todos los puntos de vista, desde el médico al artístico, pasando obviamente por el religioso, el Cristo de la Expiración está rodeado de leyenda. Como la que cuenta que su rostro está inspirado en la cara de un gitano de la Cava apodado “Cachorro” a quien  Ruiz Gijón habría visto morir apuñalado[1]. De ahí, dicen, viene su nombre. Sin embargo, parece más probable que este nombre derive de León de Judá[2], símbolo que identifica a Jesús de Nazaret[3].

La vida de Ruiz Gijón tampoco está exenta de misterios y falsas historias. De hecho, se desconoce la vida del autor desde poco después de la talla del Cachorro en adelante, creyéndose durante años que había dos Gijón escultores, padre e hijo[4] (también se atribuyeron obras suyas a su sobrino Bernardo). Tampoco hay testimonio documental de su presencia en el taller de Pedro Roldán, que la mayoría de sus biógrafos dan por segura[5]. Más escabroso aún es su matrimonio con Teresa de León, viuda de su maestro Andrés Cansino, con la que casó al poco de morir el primero. También ha sido (y es) difícil la documentación de algunas de sus imágenes, habiéndose perdido varias obras de las que se conserva testimonio documental y encontrándose otras muchas sin documentar. Del Cachorro, sin embargo, se conserva el contrato de ejecución, una joya documental del 1 de abril de 1682[6].

En cualquier caso, cuando se está frente al Cachorro, todos estos datos sobran. Impresiona más la ligereza del cuerpo saliéndose de la cruz. O el agónico rostro tomando la última bocanada de aire mientras sus ojos se nublan. O el paño de pureza partido en tres. Porque el Cachorro es la sublimación del instante, el tránsito hecho eternidad.

En el vía crucis del sábado preguntaba un niño a su padre:

-Papá, ¿el Señor está muerto?

Se hizo el silencio. Tras una breve pausa, el padre contestó:

-No hijo, se está muriendo, pero todavía está vivo.

El Cachorro es gerundio, como el Barroco. La acción ni va a pasar ni se ha terminado. Se está cumpliendo. Es el momento preciso. Ruiz Gijón aprendió esto en las estampas de las obras de Bernini que José de Arce trajo a Sevilla. Este escultor flamenco con raíces rubenescas hizo triunfar el Barroco en Sevilla con sus esculturas para la Iglesia del Sagrario. Su huella caló en muchos escultores de la época como Roldán y, sobre todo, Cansino. De ahí bebió Gijón para elaborar obras como la canastilla del paso del Gran Poder, cuyas curvas recuerdan a muchas de las iglesias romanas diseñadas por Gian Lorenzo. Y de ahí tiró el utrerano para dar al Cachorro el soplo que lo emparentaría con el Apolo y Dafne. Las mismas formas, el mismo mensaje.

798 6 Apolo y Dafne-Barnini 1622- Gal Borghese Roma

Existe un paralelismo brutal entre la boca de Dafne y la del Cachorro. Ambas tienen el ahogo dibujado. Ambas buscan lo mismo, la salvación. Dafne, convirtiéndose en árbol, está agotando la única posibilidad que tiene de huir de Apolo. Se sentencia a dejar de ser lo que es para poder seguir viviendo, aunque en otra forma[7].

Ruiz Gijón cristianiza el mito y la escultura. Ahora es la muerte la única salida, la única vía de salvación. Pero no para condenado, sino para la humanidad (al menos así lo entiende la Teología cristiana). El sacrificio (sacrum facere, hacer sagrado) como forma máxima de amor por los demás. La cruz que fija la humanidad de Dios. El espíritu que abandona un cuerpo que no forma parte de su naturaleza divina.

Aunque no lo percibamos de manera racional (de hecho, la lectura de las imágenes es un proceso que pertenece a áreas del cerebro más vinculadas a la emoción), las imágenes transmiten ideas, comportamientos, ideas e, incluso, complejos conceptos doctrinales. En la capacidad de hacerlo de una manera bella y/o sublime está el arte. El Cachorro, como el Apolo y Dafne, logra quebrar el corazón del espectador mientras le enseña. Delectare et docere. El arte y el deleite de ser adoctrinado. Por eso el sábado rebosaba Triana esperando al Cachorro.

 Francisco Huesa (@currohuesa)

 

 

 


[1] DE MENA, José María: Tradiciones y Leyendas Sevillanas. Sevilla, 1997.

[2] CARMONA MUELA, Juan: Iconografía Cristiana. 2010.

[3] «Y uno de los ancianos me dijo: no llores, he aquí que el León de la tribu de Judá ha vencido para abrir el libro y romper los siete sellos». Apocalipsis, 5:5.

[4] VV. AA.: Francisco Ruiz Gijón. Colección Maestros Andaluces (vol. 5). Sevilla, 2010.

[5] RODA PEÑA, José: Francisco Antonio Ruiz Gijón, escultor utrerano. Sevilla, 2003.

[6] El documento, trascrito, puede encontrarse en Francisco Ruiz Gijón. Colección…

[7] OVIDIO: La Metamorfosis. Madrid, 2012.