El 20 de mayo de 2008 a Chicago Bulls le tocó la lotería. Adam Silver sacaba el tarjetón blanco con el logo de los Bulls cuando anunciaba el pick número uno del draft de 2008. Steve Schanwald, sonriente, recibía las felicitaciones de los representantes de Minnesota Timberwolves y Miami Heat mientras se acercaba al escenario principal para la foto pertinente. Se le veía raro, extraño, más dado a cerrar tratos en reuniones semiclandestinas que a salir por la tele. Un hombre de club, como se dice en España.
Normal teniendo en cuenta la poca fe que tenía la franquicia de recibir una buena elección. Por eso él estaba ahí. De tener seguros que habría entrevista no hubieran mandado al vicepresidente ejecutivo de operaciones comerciales a Syracuse.
El entusiasmo y la felicidad desbordaron a la delegación del equipo de la ciudad del viento. Con un solo 1,7% de posibilidades de conseguir el puesto número 1 en el siguiente draft y siendo el noveno equipo en cuanto a probabilidades, se alzaban con una elección que abría de par en par las puertas a la competitividad, a la victoria, a la gloria.
El plan era claro y evidente. Un prometedor base, nacido en 1988 en el South Side de la propia Chicago, había despuntando de manera innegable en la Universidad de Memphis liderando a su equipo hasta la mismísima final de la Final Four de del NCAA. Tanto, que dejaba claro que sería el próximo número uno del draft, puesto que no ocupaba un base desde que doce años antes, en 1996, los Sixers eligieran a un tal Allen Iverson.
La esperanza de montar un equipo a su alrededor convertía, sin lugar a dudas, en papel mojado cualquier otro plan que tuviera la franquicia para volver a la senda abandonada a la fuerza tras la marcha de Jordan y la posterior desbandada de los Pippen, Longley, Rodman y compañía. Demasiados antiguos eran estos nombres, demasiado tiempo por el desierto.
Y muchos planes fallidos. Ni Elton Brand, ni Tyson Chaedler, ni Ron Artest, ni Jayson Williams, ni Brad Miller, ni Luol Deng, ni Ben Gordon, entre decenas y decenas de jugadores, habían sido merecedores de poder construir entorno a ellos. Demasiadas esperanzas rotas buscando al sucesor de MJ.
Pero el destino quería que los Bulls pudieran volver a ser realmente competitivos poniendo en sus manos a un tipo de jugador diferente. Un base hambriento de victorias, que se había criado vistiendo una camiseta blanca y roja con el 23 a la espalda como la aplastante mayoría de los niños de Chicago. Un chico que no se podía creer que el equipo de su ciudad se cruzara en su camino hacia la cima.
Y como ocurre cuando se encuentra a un gran jugador con la cabeza bien puesta, las victorias y los reconocimientos no tardaron en llegar. Rookie del año 2008-09, 3 veces All Star, ganador del concurso de habilidades del All Star Weekend (no es que vista mucho pero rellena curriculum) y su logro más preciado, el premio a MVP de la regular season 2010-11. Siendo el jugador más joven de la historia en lograrlo.
Y lo más importante, había conseguido el objetivo principal de la franquicia, había convertido a su equipo en un contender, uno de esos equipos aspirantes a todo. Junto con Joakim Noah, elegido un año antes, y un gran entrenador como Tom Thibodeau, el futuro de la franquicia estaba asegurado a poco que ganaran experiencia y pudieran llegar las piezas necesarias para convertirse en campeón.
Y la temporada 2011-12 era un momento ideal para ver hasta dónde podía llegar este equipo pero se toparon con un lockout, cierre patronal, que retrasaría el inicio de la temporada al día de navidad.
Pese al cierre y, con la resaca del MVP, Rose firma el contrato máximo posible, cerca de los 95 millones de dólares por 5 temporadas, ahí es nada. Los Bulls suman a todo un campeón como Richard Hamilton para cubrir el puesto de escolta, el principal problema en los años anteriores, y Jimmy Butler a su ya potente y variado banquillo vía draft.
El equipo buscaba esa consistencia que hace campeones, pero quizás era mal año para buscarla. Con un calendario comprimido debido al intento de recuperar el tiempo perdido por el retraso del comienzo de la temporada, las lesiones no tardaron en aparecer. Y lo que más podía preocupar a la franquicia, las lesiones de Derrick Rose.
Con múltiples problemas físicos, acusando el desgaste y el cansancio, Rose solo jugó 39 de los 76 partidos que tuvo la temporada regular, pese a lo cual pudo ser All-star una vez más. Mientras, Luol Deng tiraba del carro junto a Carlos Boozer y Noah en el resto de partidos, para conseguir ganar la División Central por primera vez desde la era Jordan y terminar con el mejor balance de victorias derrotas de la temporada en la Conferencia Este. Superando inclusive a los todopoderosos Miami Heat de Lebron.
Pero el verdadero punto de inflexión llegaría en el primer partido de la primera ronda de playoffs ante unos claramente inferiores Philadelphia 76ers.
Con 12 arriba en el marcador a falta de algo más de un minuto para terminar el partido, Rose decidió hacer una entrada a canasta para, a mitad de ella, para y saltar para tirar a canasta o doblar el balón, una de las acciones más utilizadas de su repertorio. Pura potencia la necesaria en ambas piernas para esa parada en seco.
Pero esta vez la rodilla izquierda le falló.
Al apoyar en el suelo de nuevo ya vio que algo no andaba bien. Los segundos siguientes son la desgarradora imagen de un cuerpo cayendo poco a poco sobre el parquet en un intento de frenar el tiempo e intentar deshacer lo inevitable, mientras que por su cabeza empezaba a ser consciente de que el baloncesto se le terminaba en una temporada. Los compañeros tardaron en reaccionar hasta que vieron a Derrick echándose las manos a la cabeza. En ese instante tanto ellos como los doctores corren hacía el jugador tendido sobre el suelo mientras el miedo inunda el pabellón.
Los peores presagios se materializaron, rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. Se perdía el resto de la temporada, los Juegos Olímpicos de Londres y el inicio de la temporada 12-13. Eso así, a quemarropa. Su vida, y la de su equipo, cambiaban de la noche a la mañana sin saber si volvería a ser como un día fue.
El mazazo en el seno del equipo fue devastador, brutal. Pocas veces se recuerda algo así. Un equipo que había sido el mejor de la Costa Este se venía abajo perdiendo el siguiente partido, tres noches más tarde, por 17 puntos en casa. Los dos siguientes, en Philadelphia, tuvieron el mismo final aunque con diferencias más cortas. Se ganó en la vuelta de la serie a Chicago y se perdió de nuevo en Philadelphia terminando la temporada con un 4-2 en la serie para los Sixers.
¿Un juego basado demasiado en la potencia física? ¿Un ritmo demoledor debido al lockout?.¿Mala gestión de sus minutos por parte del entrenador? La caza de brujas entorno a los motivos que habían provocado la hecatombe fue brutal.
Desde el equipo no daban crédito a como el destino se había reído de ellos tan descaradamente. Les había dejado saborear la esperanza de la gloria para arrebatársela de manera violenta. El destino no sabe de colores ni respeta el pasado.
Con la baja indefinida de Rose, que se esperaba que se recuperara allá por febrero de 2013, y con el 30% de su payroll (gasto en salarios de la plantilla) comprometido en su estrella, poco margen de maniobra les quedaba para la temporada 12-13 salvo tirar hacia adelante con lo que hubiera. Tirar hacia adelante y esperarlo.
Y la primera parte del plan no salió mal. La llegada de un base anotador como Nate Robinson le dio otro aire al equipo que pudo codearse con los de arriba todo el año. Pero la recuperación de Derrick era otra historia. Continuamente salía su nombre a los medios. Pocas ruedas de prensa se libraban de la típica pregunta entorno a su vuelta.
Adidas, la marca que lo patrocina y que se decía que le había firmado por 250 millones de dólares por 10 años, no paraba de sacar anuncios para animarlo en su recuperación. Animarlo y presionarlo, claro está. Qué marca quiere que su mayor, y más cara, imagen comercial no aparezca calzando sus deportivas noche tras noche. Pero el camino del equipo y el de Rose no se encontraron esa temporada.
Acuciado por las presiones de patrocinadores, prensa y aficionados, Rose volvió a entrenar en Enero y recibió el alta médica en Marzo. Pero algo no estaba bien. Algo le faltaba para volver a jugar. Y ese algo perdido, era su confianza. Con un juego basado en el físico, en las fintas y los cambios de ritmo, desconocía como iba a comportarse su rodilla en la alta competición. El miedo se apoderó de él.
Durante los meses de parón había sido padre. No todo en su vida era ya baloncesto. Tenía una responsabilidad y no quería precipitarse para que su carrera terminara casi antes de empezar. Ya no solo era cuestión personal, ya tenía una familia. Con un comunicado dejó claro que no arriesgaría hasta estar recuperado en todos los aspectos.
La negativa de jugar ese curso fue siendo asumida poco a poco por la franquicia que vio, por otra parte, como el equipo conseguía pasar la primera ronda pese a volver a tener una temporada aciaga en lesiones, para caer con los, a la postre, campeones Miami Heat.
La temporada siguiente, 13-14, el cuento debía cambiar. El comienzo desde pretemporada auguraba que, poco a poco, tanto el equipo como Rose podrían volver al camino que habían abandonado desde los infaustos playoff de 2012. Pero no hubo apenas cabida a la esperanza, con un mes de competición, la rodilla derecha decía basta. Pese a ser muy cautelosos en la gestión de sus minutos, un desgarro en el menisco provocaba otra temporada perdida.
Como si de una réplica de un terremoto se tratara, devolvía al suelo las temerarias ilusiones generadas en torno a su vuelta. Un segundo croché directo a la mandíbula que hacía caer sobre la lona un, ya de por sí, castigado cuerpo. Esta vez no hubo campaña. Esta vez no hubo presiones. El fantasma de Brandon Roy, estrella y esperanza de Portland recién retirado debido a la degeneración de los cartílagos de sus jóvenes rodillas, sobrevolaba la escena. Nadie pondría fecha.
La temporada se sucedió sin pena ni gloria. Agotando las desgastadas etapas de Deng y Boozer como jugadores de Chicago. Piezas que debían acompañar al jugador franquicia hacía la gloria. Jugadores fuera de lugar cuando la base del proyecto no está y los focos se centran sobre ellos.
Pese a todo, cuartos en temporada regular, consiguieron un factor cancha en la fase final que acabó siendo desperdiciado frente a unos Washington Wizards que si tenían a su joven base estrella, John Wall, disponible. 4 a 1 y para casa. Fin a una temporada desilusionante desde el principio.
Y nuestra historia llega hasta la presente temporada. Un dubitativo agente libre, Pau Gasol, desembarca finalmente en Chicago con ganas de reivindicarse como uno de los mejores jugadores interiores de la liga y enjuagar el desgaste sufrido en Lakers las dos últimas campañas.
Con ganas de volverse a sentir importante y acompañado, por fin, de un interior como Noah, más interesado en ganar partidos que en hacer números, el jugador español se encuentra a un recuperado Rose para el comienzo de la nueva temporada. Un Rose que se entrevistó con Pau para convencerlo a enfundarse la elástica del equipo de su infancia y juntos, por fin, devolver al equipo de la ciudad del viento a donde hacía casi 20 años que no lo lleva nadie.
Un Rose que se probaba en el mundial de España donde jugó de manera consistente para ayudar a ganar el oro, ajustando su juego a su nueva realidad. Evitando el abuso del físico frente a la efectividad.
Y con unas fuerzas (y plantilla) renovadas por parte de todo el equipo, viendo después de dos años, a su capitán jugar de manera continuada, los Bulls comenzaron la temporada de manera espectacular en un débil Este. Adiós complejos, adiós fantasmas, adiós miedos hasta (y en estos casos casi siempre hay un “hasta”) que el pasado 24 de febrero se anunciaba, otra vez el menisco derecho, que Rose volvía a la lista de lesionados.
Otro golpe que vuelve a noquear un jugador que aún se estaba levantando de esa fatídica noche de playoff de 2012. Esta vez, los partes médicos son más halagüeños. Baja de entre 4 y 6 semanas y posible vuelta para la lucha por el título. Pero a estas alturas ya no se sabe si es cierto que jugará antes del final de la temporada o ha sido una mera maniobra para que el equipo no sufra otro bajón anímico.
Hasta su lesión el balance era de 36 partidos ganados y 21 perdidos, desde entonces 3 victorias por 4 derrotas (cierto es que también se ha lesionado Jimmy Butler, jugador que ha ido floreciendo en estos años convirtiéndose en un pilar de este equipo).
Después de tantas decepciones, de tantos palos, de tantas caídas anímicas. De ser vencido una y otra vez por las lesiones. Todo aficionado al baloncesto es consciente que Derrick Rose no será lo que pudo haber sido.
El casting para ser el heredero de Michael Jordan en Chicago sigue abierto cuando todo apuntaba que tenía ganador. La cuestión, lamentablemente, no es si volverá a ser el jugador desequilibrante de antaño. La pregunta es, por dura que parezca, si podrá volver a ser jugador de baloncesto.
Carlos Sabaca (@casabaca)
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