Iba a empezar contándoles una cosa de Kubrick, pero entonces sería como todos esos que para parecer que dicen algo interesante sobre una película tienen que contar algo de Kubrick o de algún director balcánico que solo ellos y la familia balcánica del director en cuestión conocen. Así que tengan en cuenta esta entradilla solo como una forma de manipular sus mentes y ponerles en situación de que (tal vez) me voy a poner algo pedante.
Vamos a ver. El Consejero no es una mala película, y es hasta recomendable. El problema de la película, y sobre todo de su guion, es que ya existen otras alternativas probablemente mejor trabadas y más interesantes. Es más, su virtud quizá resida, eso sí, en intentar hacer atractivo al “público” ideas y reflexiones a las que no se acercaría voluntariamente. O sí, pero uno al final no sabe si eso es bueno o malo porque tampoco queda claro si Ridley Scott, un director que sabe hacer cine palomitero sin renunciar a la calidad (cuando está inspirado), ha conseguido hacerse con el guion, o es que McCarthy está ya en modo destroyer.
El primer problema de la película es de qué va. Porque una cosa es la narración argumental de lo que pasa y otra lo que de verdad McCarthy quiere contar. La historia gira entorno a una serie de personajes envueltos en el tráfico de drogas en EEUU y México. El abogado (Fassbender) tiene una novia monísima con la que tiene una relación formal y estable, ¡y hasta se quieren casar! (perdón por el spoiler pero tampoco es para cortarse las venas). La pobre, cual Duquesa de Alba, no sabe nada del trapicheo que se tienen entre manos Reiner (Bardem), su novia Malkina (Cameron Díaz) y Westray (Brad Pitt), junto a su querido prometido. Luego todo se lía y hombre, sin querer decirles mucho, la cosa bien, bien, para todos no acaba.
Bien, la cuestión es que en la película no pasa nada. Quiero decir, no hay acciones que desencadenen consecuencias, sino que nosotros asistimos a las consecuencias de decisiones que ya se han tomado antes de que empiece la película. Porque, como revela el personaje de Rubén Blades casi al final, la película no va sobre el tráfico de drogas, ni sobre el Cartel Mexicano, ni siquiera sobre las matanzas de Ciudad Juárez. Va sobre consecuencias y aporías.
McCarthy y Scott no tienen la intención de que veamos un thriller en el cual cabe la posibilidad de redención. Reiner, a través de una descomunal interpretación de Bardem (nota: entiendo que haya gente que odie a Bardem, pero como actor se come al resto), nos muestra en un diálogo una idea casi adánica sobre la aceptación moral de los actos al hablar sobre las mujeres:
“-Ellas pueden oler los dilemas morales.
-Paradojas.
-Dilemas morales. Ellas se sienten atraídas por los hombres que tienen dilemas morales. Los hombres también se sienten atraídos por los dilemas morales pero ellos creen que una mujer con dilemas morales puede ser redimida. Eso es lo le interesa a un hombre, la redención. Las mujeres no quieren arreglar nada, sólo entretenerse. Puedes hacer lo que quieras con una mujer, menos aburrirla.”
Más tarde, entendemos esta cuestión por la contraposición entre el personaje de Cameron Díaz y el de Penélope Cruz (otro papel, por cierto, para olvidar). La primera no tiene moral ninguna, la segunda tampoco, porque toda su estructura moral se basa en una imposición religiosa: ¡es la cultura como represión estúpidos!
Y he aquí el gran problema de la película, que aquello de lo que nos quiere hablar McCarthy no es más que una exposición algo simple de mundos creados a partir de actos consecuentes. La vida como una aceptación pasiva. El hecho de que, al cruzar determinadas líneas, determinadas fronteras, ya no hay vuelta atrás. No podemos enmendar lo que hicimos, sino aceptar las consecuencias porque, de lo contrario, las acciones generarán nuevas aporías, nuevas fronteras…y así.
Sin embargo, McCarthy se mueve mal en determinados territorios. El primero es la felicidad y todo lo que podría conllevar. Aplica una moral preexistencial en la cual virtudes y pecados convierten a los personajes en estereotipos. Es el problema de que exista Breaking Bad, de que nos hayan enseñado que Walter White, un profesor de química, deja de ser solamente eso para ir adaptándose a su particular camino de destrucción. Es verdad que la genial evolución del personaje de White es más evidente por la duración de una serie frente a la de una película. Pero también es cierto que Fassbender no acaba de encontrarse en el personaje, lo intuimos como alguien perdido en la codicia pero como no se mueve bien en las consecuencias de la felicidad, tampoco lo vemos francamente atribulado por el dilema moral del que Reiner-Bardem le había advertido.
La existencia de Breaking Bad como acabo de decir es un problema para el film. Fundamentalmente porque McCarthy pretende que lo que se narra sea algo crudo, real, que así es la vida y tal. Insisto, Vince Gilligan sí era capaz de mostrar cómo el fin primero de White en la serie era la felicidad de su familia, y de ahí que en el final del capítulo Ozymandias nos impresione ver el gran sacrificio que está haciendo persiguiendo esa misma felicidad, revelada como secundaria en el último capítulo de la serie donde lo que se muestra es que White acaba devorado por Heisenberg. En El consejero Fassbender parece feliz por la consecuencia de sus actos, pero no parece que busque la felicidad como motor. ¿Es que McCarthy se ha comido a Schopenhauer y cree que la felicidad y su búsqueda son cuestiones absurdas e irreales? No lo creo, simplemente creo que McCarthy no sabe retratar elementos positivos.
Cuando uno lee Meridiano de Sangre o La carretera, lo que recrea es un mundo hostil, donde no hay espacio para esa redención de la que habla Reiner. Piensen, si han leído esta última o vista la magnífica adaptación que se hizo, en el padre del niño que mata y que nunca se redime. Ni siquiera busca la felicidad. Los personajes de McCarthy nunca han buscado la felicidad y por eso los diálogos en los cuales los personajes podrían estar teniendo algo parecido al amor resultan insulsos e incluso surreales. Hay momentos en los cuales hasta el Papa (el anterior, éste no que fue portero de discoteca) sabría que un diálogo de dos personas que supuestamente están enamoradas no es tan estereotipado como se muestra.
El otro problema que tiene la película son sus actores. Bardem anda ya por las películas como un ciclón. El resto del plantel hace lo que puede. Fassbender no acaba de encajar, es un buen actor, de acuerdo, pero si uno piensa en cómo podría haberlo hecho Christian Bale, por citar un caso, no le queda tan claro que anduviera fino el director de casting. Se queda inexpresivo en la felicidad, se le ve forzado y poco natural en la adversidad y solo al final parece que reacciona, pero nunca, (nunca), parece que comprenda el mensaje de la película. Penélope Cruz sale en los créditos y en la pantalla. Es lo mejor que se puede decir de ella.
Cameron Díaz y Brad Pitt comparten problema. Que existen Cameron Díaz y Brad Pitt. Es decir, sus actuaciones son redondas, se meten en el personaje, en la trama, se adaptan como un guante y resultan creíbles. Ahora bien, hacen lo que siempre hacen. Brad Pitt no hace de Westray, hace de Brad Pitt. Si nos dicen que es el mismo personaje de Killing them softly pues te lo tienes que creer. Porque al final ambas películas comparten la cuestión de que los actos tienen consecuencias (hombre, pueden ustedes decirme que estas dos películas y seis mil más). Las dos tienen que ver con la Economía del Mal, la codicia, la estupidez, etc. Pero, en serio, Pitt empieza a repetirse desde hace unas cuantas películas. Desde Seven por lo menos.
De Ridley Scott se puede decir, no obstante, que recrea el mundo expuesto en el guion del modo más conciso posible. Apoyado en Dariusz Wolski (director de fotografía de Piratas del Caribe pero no lo juzguen por ello, el hombre es bueno, créanme), dibuja en los ojos del espectador la aridez del mundo en el que se mueven los personajes.
Ésa es otra característica de McCarthy: no existe el mundo per se, sino el mundo en el cual nos movemos. El entorno que nos rodea es puro infierno, es solo una recreación que nosotros hacemos de todo ello. Los pistoleros salvajes de Meridiano de Sangre, el mundo arrasado de La carretera, los desiertos brutales de No es país para viejos y esa naturaleza que sirve de trasfondo para un mundo de cazadores de humanos como es El consejero. Y Scott se deja ir, procura aparecer poco para dar paso a ese ambiente. Tal vez, sin embargo, habría estado bien que metiera un poco de más baza para intentar que con ciertas construcciones de planos y montaje se cubriera los defectos que el guion muestra.
Unos defectos que tal vez tengan que ver con nuestra propia esencia. Tal vez el que esté equivocado no sea McCarthy, sino nosotros mismos. Es posible que como él mismo expone, la felicidad no sea más que marketing, y el amor una tregua mental, ficticia, para huir de nuestra auténtica naturaleza salvaje, codiciosa y brutal.
Y, como eso, todo.
Aarón Reyes
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