El Hombre que Susurraba a las Integrales (I)
El Hombre que Susurraba a las Integrales (II)
El Hombre que Susurrba a las Integrales (III)
El Hombre que Susurrba a las Integrales (IV)
El Hombre que Susurraba a las Integrales (V)
Él. IV
– No ha querido acompañarme – Alberto dijo a su amigo mientras ambos envueltos en los abrigos y con un botellín en la mano avanzaban por las calles semi desiertas.
– No te ralles con eso. Además tranquilízate Casanova, que te veo un poco desatado.
– Joder tío, si es que es verdad lo que estábamos hablando antes. Soy el canelo al que todo le sale mal con las mujeres. Ya está bien. No pienso tirarme meses haciendo el tonto con esta. Si le gusto que hable ahora.
– ¡Juas!, no me creo que seas tú el que diga esto…
– Ni yo – Una tercera voz se unió a la conversación. Ninguno la había visto ni escuchado acercarse así que cuando se dieron la vuelta y descubrieron a Helena se sorprendieron.
– Pero… ¿qué haces aquí?- inquirió Juan.
– Pues que no tenía ganas de estar allí esperando con las gallinas así que me vengo con los gallos- sonrió- En realidad me apetecía fumar y ninguna de ellas me iba a acompañar …
– ¿Y por qué no te han hecho compañía Lalo y Sal…?- se interrumpió Alberto- Ahh, nada. No respondas.
– Efectivamente no era plan de cortarles el royo, nunca mejor dicho, para fumar un cigarro – contestó Helena aunque no existiera pregunta.
– Además que los cigarros que ellos quieren fumar esta noche no creo que sean de tu gusto “Jelen” – añadió Juan.
Alberto miró a su amigo y comenzaron los tres a reír a carcajadas, la cerveza ayudó muchísimo.
– Bueno Alberto, ya conseguiste que no te acompañara Brígida. Creo que podrás liberar de su deber a tu amigo. Déjamelo que quiero hablar con él.
En ese momento Alberto creyó que tenía la necesidad de proteger a su amigo. No sabía por qué pero Helena llevaba toda la noche pendiente de Juan. Muy extraña para lo directa que suele ser ella.
– Primero acompañadme a recoger a Paco y luego ya hablareis más adelante, ¿no?
– No. Tenemos que hablar ahora. Si no, en cuanto volvamos a la discoteca esa rara, me chivaré a María José de lo que he escuchado antes, o peor aún, a Brígida. A ver si tienes cojones de despegártela en algún momento de la noche como se lo cuente.
– No serás tan ruin.
La mirada con la ceja levantada le dejó claro que la amenaza era clara y notoria así que Alberto no protestó más.
– No te preocupes “churrita”, que no me va a comer – añadió rápidamente Juan.
– Bueno, como veas, no tardaré mucho, ahora os veo –cerró Alberto la conversación.
Mientras avanzaba no sabía si mirar hacía detrás para ver que hacían Helena y Juan o bajar la cabeza como los burros sin importarle nada. Consiguió vencer a la curiosidad hasta que llegó a la esquina en la que debía torcer. Prodigó una mirada de soslayo dándose cuenta que ya no estaban en el punto en el que los había dejado y decidió dar un sorbo al botellín, su único compañero de viaje.
Hacía bastante frío y el dichoso botellín comenzaba a sobrar. Así que le metió dos buenos tragos y buscó algún lugar para depositarlo. Se desvió un poco de su camino para acercarse a un contenedor que vislumbró en la oscuridad de un callejón que se abría a su derecha. Al acercarse al contenedor pudo percibir un ruido cada vez más fuerte.
Parecía que una chica estaba llorando detrás del contenedor. Alberto aceleró el paso un poco más pensando que algo grave podía haber ocurrido, pero cuando pasó el contenedor la estampa fue algo distinta a la que se esperaba.
La presunta llorona en realidad estaba gimiendo de una forma tan entrecortada que era imposible distinguir el gimoteo de un llanto. Se encontraba enroscada al torso de un muchacho, que por su indumentaria parecía un agente de la policía local. Ella estaba con la cara apoyada en el hombro del agente que empujaba más y más fuerte hacía ella, apoyada en la pared.
-“Madre de mi alma. Aquí la peña no se corta. La una y media nada más. Hasta en mitad de la calle se pone a follar la gente y yo a dos velas…”.
Al descubrir de qué tipo de situación se trataba, una lucha interna surgió en su interior, como en la de cualquier hombre. No sabía si debía retroceder despacio o si salir corriendo pero no hizo ni lo uno ni lo otro. En vez de eso se quedo parado pensando en que la voz de la chica le parecía familiar.
Cuando estaba a punto de alzar la cabeza y al notar su presencia, la muchacha dijo algo al oído a su compañero de fatigas (“divinas fatigas”, pensó Alberto), que giro el cuello brevemente – vete de aquí capullo, que como vaya a por ti te meto una manta de hostias-, a todo esto el ritmo del baile seguía e incluso se intensificaba. Prueba de ello fue la subida de decibelios por parte de la chica.
– “Joder, vaya como está la policía hoy en día. Y encima a la tipa le pone que el nota éste me amenace”.
Al darse cuenta que su ayuda no era requerida y que con la ley había topado, Alberto puso un pié delante del otro para alejarse de tan bochornosa escena. Volvió al camino hacía el bar y volvió a acelerar el paso. Demasiadas cosas que procesar y encima con el botellín aun en la mano ya que con el esperpento vivido no le dio por soltarlo en el contenedor.
No esperó más y lo dejó en el primer portal que encontró. –“Bastante tengo con estar hambriento y haber visto como un policía se estaba pegando una mariscada”.
Bajo la cabeza y sacó el móvil del bolsillo. Tenía un whatsapp de Brígida que ni se molestó en leer y le escribió a Paco para ver si estaba cerca.
Al llegar al bar de la cena, encontró la persiana una cuarta bajada y uno de los camareros con el chalequillo entreabierto cepillando en la entrada. Éste lo reconoció nada más verlo.
– Chico. Ya hemos cerrado. ¿Qué haces aquí? ¿Se os ha olvidado algo?-
– No, no. Es que he quedado en la puerta con un muchacho.
– Ahhh… Oye muchacho, ¿te puedo hacer una pregunta que me llevo haciendo toda la noche?- sin esperar respuesta prosiguió- ¿ tú también eres como los otros?…
– ¿Cómo los otros? – “madre mía, el tipo este me quiere dar palique, debería haber obligado a Juan a venir conmigo…”
– Si, como tus amigos. De los que usan los dos lados del martillo.
– ¿Cómo?- “no contento con tener pinta de yonki, encima pirado”.
– Si… de los que meten y sacan clavos, jeje.
Alberto cambió la cara, lo primero que pasó por su mente fue un “este me viola para rematar la noche” seguido por un “¿qué habré hecho yo para parecer maricón?” y rematado por “sabía que comprarme esta camisa azul pastel no era buena idea”.
– No, no hombre, yo solo meto clavos… – intentó seguir con la metáfora.” La noche se está volviendo rara de cojones”.
– Anda muchacho. Si no es malo sacarlos… todos alguna vez hemos probado. Mientras luego vuelvas con las hembras, como Dios manda… un par de picoteos… no es malo.
-Ya, si yo respeto lo que la gente quiera hacer, pero a mi es que no me va…- “Dios, que no se me insinúe…”
– Es más –siguió el hombre- … mi casa está aquí al lado y mi mujer… no está. – el camarero, que se había estado acercando poco a poco, puso una mano en el hombro de Alberto.
-“¡Toma ya! Soy un desgraciao…”
-Mire, buen hombre – empezó a contestar Alberto mientras daba un paso atrás para terminar el contacto no consentido, poco a poco el tono de su discurso fue agravándose- Ni soy maricón, ni voy a ir a su casa. Y dudo mucho que si lo fuera cambiara la situación. Estoy esperando a un compañero de trabajo que se ha perdido. Punto. No me toque.
– Pero tu amigo puede venirse también- balbuceo y volvió a acercarse.
La paciencia de Alberto llegó a su fin.
– Como me toques otra vez te meto una hostia que te salto los 3 dientes que te quedan – la tensión acumulada le hizo soltar esa frase. Algo anormal en él que nunca se había peleado en su vida.
El camarero cambió su cara y dio un par de pasos hacia atrás, poniendo un brazo delante de la cara a modo de protección y empezó a bocear- ¡Cuidao el niñato este! ¡Qué se cree el mierda! ¡Encima que lo quería ayudar!
Al escuchar semejante cantidad de improperios, otro hombre salió del bar, esta vez con la dentadura completa y el doble de carne en el cuerpo. Mientras hablaba se interponía entre ambos a modo de apaciguar.
– ¡Julián! ¿qué te ha pasado esta vez?
– Pepe, el niñato mierda éste, que me ha insultado. Que el maricón de mierda quería que le diera por el culo y como me he negado me ha dicho que me va a meter una hostia. Será cabrón.
Mientras lo decía, y sabiéndose bien protegido por el que parecía ser su jefe, se encaró con Alberto e incluso con el ímpetu de buscar el contacto físico a buena cuenta de que sabía que el brazo del tercero lo evitaba.
– No tienes vergüenza -dijo el hombre que respondía al nombre de Pepe dirigiéndose a Alberto- ¿no te das cuenta que es un hombre ya con sus años? ¿para qué le haces que se ponga así? Con lo que se altera…
– Pero si yo no he hecho nada. Él se ha dirigido a mí…
– Mentira mierda… no mientas… que na mas que querías que te la metiera… maricón…
– ¡Tranquilo Julián! ¡Entra dentro del bar! Y tú fuera de aquí.
– Eso, que se vaya a buscar a otro que se la meta donde le gusta. ¡Maricón!
– ¡Pero si yo no he hecho nada! Si ha sido este desequilibrado – Alberto no sabía ni cómo reaccionar. Una cosa era ponerse como Irán a amenazar para acojonar y otra como Usa que además de la amenaza la llevaba a cabo. Tenía claro que se comería lo mismo que ellos.
El tal Pepe pudo terminar de convencer a su empleado para que se metiera dentro del bar. Aunque se quedo mirando desde dentro, eso sí, con la puerta cerrada. Al quedarse el aparente dueño del bar a solas con Alberto, cambió radicalmente el tono a otro mas conciliador.
– Niño. Vete ya. Qué este hombre está mu malito. Lleva varios meses en desintoxicación y lo está pasando muy mal con lo suyo.
– Joder. Pero si ha sido él, que me ha puesto la mano encima, si yo sólo estoy esperando aquí a un compañero de trabajo.
– Si te creo chaval. Pero vete pronto que vamos a cerrar en nada y éste cuando la coge con alguien se puede poner muy pesado. A una muchacha la siguió hasta su casa. Sin lo suyo está un poco… ido, aunque sólo es de palabra, se pone muy pesado. Lárgate mientras lo aguanto media hora más en el bar.
– Pero es que encima he quedado aquí, que estoy en la calle, que no es que o esté esperando en su bar. Debería llamar a la policía…
– No hombre no, esto lo podemos resolver tranquilos. Qué necesidad tienes. Además el hombre éste es que no rige. Mira, yo lo tengo aquí porque es el tío de mi mujer. El hombre ha sido un yonqueta toda su vida y ahora con la vejez se está poniendo mejor, pero sin su pienso es un poco… inestable… tu sabes… Mejor que lo dejemos así y te vayas ya antes que la cosa vaya a peores y te pueda hasta seguir como a la muchacha.
– Está bien. No voy a llamar a nadie, pero debo esperar a mi colega, es que no sabe moverse por el centro y aquí si sabe llegar.
– Mira, espéralo ahí un poco más adelante, por lo menos que éste no te pueda ver por el cristal.
– Está bien- “si sabía yo que no tenía que venir solo. Por tu madre Paco llega ya”…
Ella IV
El tiempo pasaba y ninguno de los cuatro que habían salido por la puerta volvía al local. Las conversaciones entre Brígida, Lucía y María José se sucedían con el único objetivo de estar menos incómodas las tres solas. Bueno, ciertamente no estaban solas, en la esquina del local Lalo y Salva seguían mezclando fluidos.
Mientras Brígida seguía con su descripción pormenorizada sobre toda su familia, edades, gustos y aficiones, María José miraba la cara de aburrimiento de Lucía y se empezaba a preguntar si la ausencia de los demás no sería un plan premeditado para dar esquinazo a tan insufrible mujer.
Ni la música, ni el local ayudaban a mejorar la situación. La primera se había convertido en regueton tecno, una mezcla rara que solo entendía el DJ que desde hacía unos minutos se situaba sobre su tarima dominando la pista de baile.
Por su parte, el local estaba llenándose de gente. Mayoritariamente muchachos musculados con varios tatuajes y pircings, que competían por llamar la atención unos de otros.
Lucía encadenaba un bostezo detrás de otro. Había intentado aportar algo en un primer momento a la conversación hasta que Brígida la ignoró varias veces seguidas.
Después de un par de minutos más, que a María José le parecieron meses, Salva se acercó al grupo con un cubata en la mano, “se habrá quedado seco”, pensó ella sin hacer ningún comentario. Al cabo de un par de minutos lo siguió Lalo.
– ¿Dónde están los demás?- añadió cortando de raíz la zozobra instalada, cosa que agradecieron el resto de los presentes ignorando a Brígida mientras seguía un relato que hasta el narrador va a ahorrar a los lectores.
Cual bote salvavidas María José, Lucía y Salva se agarraron a ese comentario con la esperanza de acabar con la deriva a la que se veía abocada la noche.
– Los chicos han ido a recoger a Paco… creo y Helena y Laura han desaparecido – contestó Lucía.
– No… yo estoy aquí- añadió una voz tenue desde su espalda.
Todos se giraron para ver a la muchacha espigada. Laura, con cara de no haber roto un plato, estaba tranquilamente a un metro del grupo tomando un largo trago de un botellín verde. Nadie se había dado cuenta que estaba allí. María José no podía entender cómo no se había dado cuenta de su llegada. En todo el tiempo que había hecho de estatua había rezado para que llegara alguien conocido y poder huir del sueño que empezaba a aparecer.
– ¡Jodía mona! ¿Desde cuándo estas ahí? ¿Dónde habías ido? Te llamamos al móvil y todo – Lucía flipaba.
– Será que me habré quedado sin batería. Llevo casi media hora aquí. Sólo me acerqué a sacar dinero, además os lo dije antes de irme.
– Pues no te escuchó ninguno. Supuestamente Helena había ido a buscarte.
– ¿A buscarme? Pero si Helena está con Juan en la puerta…
Todos se miraron entre ellos, esperando a ver quién hacía el primer comentario para cotillear. María José bostezó un tanto ajena a todo.
– ¿Y Alberto? – apuntó Brígida.
Pregunta que a nadie importaba salvo a ella.
– Alberto no sé. Yo cuando volví del cajero sólo los vi a ellos que estaban hablando. Supongo que él si habrá ido a recoger a Paco.
– Al final ha ido solo – volvió a añadir Brígida mientras los demás la ignoraban.
– ¿De qué estarán hablando esos dos? – añadió Lalo mientras todos se giraban hacía él, antes de volver a mirar a Laura. Esa era la pregunta importante cuya respuesta todos esperaban.
– No escuché nada – dijo mientras se encogía de hombros- además que creo que ni me vieron.
– Si te vimos- dijo una voz femenina desde la espalda del grupo, otra vez.
Helena entraba de lleno en el corrillo mientras la seguía como podía Juan. Al estar el local bastante lleno ya no era fácil moverse por allí con fluidez y más si eres un muchacho agradable a la vista de otros muchachos.
María José pensaba que se encontraba en una obra de teatro con tanto cambió de escena y con los personajes yendo y viniendo… o al menos, así sería, ya que recordó luego que en su vida lo más parecido al teatro que había ido era a una obra de su hermana pequeña en el colegio hace 15 años. Tampoco lloraba desconsolada por las noches por ello.
– Juan me ha acompañado mientras fumaba y yo lo acompañé al cajero a sacar dinero, mientras, nos hemos puesto al día.
– Como sigáis así vais a dejar el cajero vacío – añadió Lucía.
– ¿Al día de qué? – no pudo reprimir Lalo. Olía la sangre y estaba claro que no iba a parar hasta encontrarla.
– Tú sabes Gonzalo – Helena siempre lo llamaba así cuando perdía al paciencia con él – contándome como le va con los preparativos de su boda… la iglesia, la celebración… esas cosas.
“Vaya excusa de caca”, pensó María José mientras seguía de espectadora sin decir nada. Ella no tenía ni idea si había algo entre ellos dos y desde luego no le interesaba lo más mínimo.
Estas historias en las que ella ni pinchaba ni cortaba le aburrían sobremanera. Nunca le había interesado la vida de nadie, mucho menos de gente a la que acababa de conocer esta misma noche. Empezaba a tener ganas de irse a su casa. Ni siquiera a casa de su novio. No quería ni mirar el móvil.
Empezaba a abstraerse del grupo pensando una excusa para poder irse. Eso sí, esperaría a que volviera Alberto. Había sido de los pocos que le había hecho un mínimo de caso, por no decir el único, así que le apetecía decirle adiós.
La conversación seguía.
– Le estaba pidiendo consejo para un par de cosas. Mi novia está muy nerviosa con los preparativos y quería saber cómo vivió todo eso Helena cuando se casó – maquilló Juan intentando aportar credibilidad mientras se seguía hundiendo en el territorio de la excusa barata.
– ¿Y por qué no te la has traído? Y así se distrae – pregunta que tampoco pudo reprimir Lalo.
– Pues… porque no le ha salido del coño – cerró Juan con una sonrisa en los labios mientras intentaba dar carpetazo a cualquier atisbo de conversación sobre él, su novia o su boda, aportando ese típico tono de “estamos de cachondeo pero me estáis empezando a tocar los cojones”. María José lo percibió enseguida y eso que seguía dándole vueltas a su propia argumentación para desaparecer de allí pronto.
Todos se quedaron callados e incómodos. Incluso se le veía a Lalo mordiéndose la lengua con ganas de discutir.
Ésa fue la gota que colmó la paciencia de María José. Las dos menos cuarto era una buena hora para recogerse. Bastante más temprano de lo que pensaba en un primer momento pero que se le iba a hacer. Se estaba poniendo la noche rara y aun le quedaba hablar con su Abraham para apaciguarlo.
– Bueno chicos…- empezó a decir como entrada de una despedida medianamente pensada, pero no pudo continuar…
– Es el momento de largarnos de aquí – dijo una voz gritando, para hacerse escuchar por todo el grupo.
– ¡Coño Alberto! Ya pensábamos que te había pasado algo…
Alberto acababa de llegar. Venía acompañado por Paco, un tipo alto, con barba y ancho de huesos, como se suele decir. Era el profesor de Economía. Ambos se miraron mutuamente cuando Juan les hizo el comentario anterior.
Obviándolo completamente y mientras Paco saludaba a todos los presentes, Alberto prosiguió.
– Tenéis una pinta de haberos venido abajo brutal. Paco acaba de llegar así que más os vale animaros ya. Vámonos de este antro. “El zapato veloz” está cerca. Ponen unos chupitos de puta madre y encima tiene terraza interior.
Todos asintieron poco a poco y se pusieron en marcha. Recogieron los abrigos y fueron saliendo poco a poco.
Las palabras se le habían ahogado en la garganta debido a la irrupción de Alberto, pero su idea seguía a flote. Se había decidido a irse y el camino a ese nuevo antro, o sitio sucio, era el mejor momento para emprender el viejo oficio de la retirada estratégica y minimizar los daños en todos los frentes.
Salieron del local poco a poco y se fueron abrigando mientras se ponían en círculo para esperar a los más rezagados. Los muchachos que fumaban en la puerta no dejaban de fijarse en Juan hasta el punto de que éste empezó a sentirse incomodo.
– Señores y señoritas, ¿podemos irnos a un sitio normal de una santa vez? – propuso el objetivo de las frugales miradas masculinas.
– ¿Tienes miedo o qué? – Paco reía mientras pinchaba.
María no pudo dejar de pensar fugazmente en quedarse ahora que el grupo estaba de nuevo compacto y se vislumbraba otro sitio en el horizonte, quizás alguno en el que se pudiera bailar y moverse más tranquilamente. Pero la idea de estar dormida bajo las sábanas de Pirineo venció ampliamente a cualquier otra.
– Bueno chicos- irrumpió la broma y acaparó la atención de todos los que ya habían salido del local, es decir, todos menos Alberto, Lucía y Lalo- creo… que me voy ya.
Todos le dijeron que se quedaran en un primer momento, incluso Brígida, pero, después de la correspondiente confirmación de que su intención era abandonar el acto social, nadie siguió insistiendo. Falsedad pura y dura, en el fondo a todos les importaba un pimiento de Móstoles que se fuera.
En el momento en que todos daban por hecha su partida, salieron del local las últimas unidades del grupo.
– ¿Ya estamos todos? – interpeló Alberto- Vamos para el otro sitio entonces.
– Pasadlo muy bien, yo me voy a mi casa, que aún me queda un tirón- dijo María casi a modo de despedida.
– ¿Pero no te ibas a quedar en casa de tu novio? – Añadió Lucía presa de una memoria prodigiosa.
– Creo que estoy demasiado cansada y aún es temprano. Con suerte a las tres y media como mucho estoy en mi catre.
– Olvídate de eso – cortó Alberto- que tú no te vas ya.
Antes de que se diera cuenta, el muchacho enganchó su brazo derecho en el izquierdo de María José y la guió calle arriba en dirección al nuevo local. Ella se dejó llevar, pese a comunicar una y otra vez su desacuerdo. Pronto se destacaron del resto del grupo que se limitó a seguirlos.
– Me quiero ir a mi casa Alberto. Estoy cansada – decía mientras sentía el calor del cuerpo del chico pese al abrigo marrón oscuro que portaba y que lo aislaba del frío.
– Para una vez que salimos María José. Que esto no lo solemos hacer normalmente, es sólo un día… bueno… una noche. Aguanta hasta el próximo sitio. Te prometo que después de la última te dejo marchar tranquilamente. Es más, hasta te acompaño a tu coche.
– Anda ya, chiquillo. Con lo lejos que está. ¿Luego cómo te vuelves?
– De eso no te preocupes que yo ando rápido.
– Cómo no me voy a preocupar. Yo os acompaño al sitio este y me voy.
Alberto apretó contra su pecho con más fuerza el brazo de la chica.
– No te voy a soltar así me lleve toda la noche.
Ya estaban a bastante distancia de los demás.
María José estaba un poco nerviosa. Todo el cansancio se le había pasado de golpe y la cercanía con el muchacho le hacía sentir algo extraña. Había abandonado la idea de catalogar a ese muchacho desde que se fuera a recoger a Paco, pero volvía a entrar en su mente con una acción muy sencilla. ¿Por qué estaba él tan pendiente de ella? Ni siquiera su novio cuando salían con amigos le prestaba tanta atención.
De repente Alberto se paró en mitad de la calle. O callejón más bien. Estaban transitando una zona céntrica de callejones estrechos, desiertos a esas horas.
La luz de la luna añadía una luz tenue que, combinada con el sonido de una fuente cercana, imprimía al instante una aureola romántica a la escena. Agarrados como si se conocieran de bastante tiempo. Agarrados como si fueran algo más que simples desconocidos que se atrajeran el uno al otro.
El chico levantó la cabeza mirando a las estrellas.
– ¿Qué haces?- “A este chico se le va la pinza un poco, parece”.
– Mirando al cielo, ¿no lo ves?
– ¿Qué no veo? ¿El cielo o lo que estás haciendo?
El sonido de un coche aproximándose a sus espaldas rompía levemente la bonita estampa. Alberto omitió ese hecho, bajó la cabeza y se puso a mirarla a los ojos.
– Ambas cosas.
– Bueno, ahora no estás mirando al cielo – A María José, sin saber ella el por qué, le apetecía jugar hasta ver donde terminaba todo.
El coche llegó detrás de ellos y, al ver que no se movían, el conductor usó su claxon.
– No, ahora estoy mirando a una estrella que resplandece mucho más sobre la superficie que allá arriba.
– Eso donde lo has leído –“este chico se está subiendo un poco”
– En ningún sitio.
El claxon volvió a ser utilizado, esta segunda vez de una forma un tanto más fuerte. María José intentó dar un paso atrás para apartarse pero Alberto seguía reteniendo su brazo.
– Deja que espere un minuto – dijo de manera sería Alberto-, no se va a morir por esperar un momento a las 3 de la mañana o la hora que sea. Estoy tratando de decirte algo.
María no contestó, simplemente se quedó parada y le hizo un gento con la cabeza para que siguiera.
– Lo que te quería decir es que desde que te vi por primera vez en el pasillo del trabajo, cuando nos conocimos, me di cuenta de que eres una persona que me resultas enigmática y no se por qué pero me siento…
El sonido del freno de mano precedió al de las puertas del vehículo, que se abrieron tanto las del conductor como la del acompañante. María pudo observar como a Alberto paró su disertación y se giraba mientras suspiraba. Ella también se giro.
– Señores. ¿Acaso no han escuchado el sonido del claxon del vehículo?- dijo una voz grave proveniente de una figura que no se distinguía bien al tener las luces del coche a su espalda.
– Caballero – respondió Alberto- ¿no se podía esperar usted 2 minutos? Intentaba decir algo importante.
– “Si esto le pasa a mi novio no llama caballero a este hombre” – pensó María José, que se vio lanzada a intervenir – ¡Pero no estás viendo las horas que son para que te pongas a pitar en mitad de la calle! ¡Y a estas horas!… que hay gente durmiendo hombre. Que no sois los dueños de la calle, que no os va a pasar nada por estaros esperando un momento.
– Señora, la calle no es suya ni está usted para decir lo que se puede hacer en ella o no, limítese a obedecer – dijo la voz del copiloto mientras se acercaba por la izquierda, tampoco podía distinguirse bien.
Las dos figuras se fueron acercando poco a poco mientras Alberto y María José se separaban definitivamente.
– Lo que más detesto del turno de noche es tener que aguantar a los borrachos, tío– de repente la primera voz intentó susurrar estas palabras a la primera con tan mala fortuna que se escucharon plenamente. María José cargó en cólera.
– ¿Borrachos? Borracha lo será tu madre. ¿Quién te crees para insultarnos de esa forma?
– Quién me creo no, quién soy. Que, por si no lo han notado, somos agentes de la policía local y aquí nadie ha insultado a nadie hasta el momento en el que usted ha mencionado a mi madre. A ver, documentación…
– ¿Qué documentación te voy a dar? Encima de que me insultas… no tenéis vergüenza.
– Señora la documentación… ¿qué estaban haciendo aquí los dos solos?
– Agente, estamos paseando con unos amigos, lo que pasa es que se han quedado más atrás. Es un simple paseo hasta que han llegado ustedes.
– Un paseo, claro. A ver, usted también su documentación, caballero y usted señora ¿a qué se dedica?
María José no entendía para qué le acababan de preguntar su oficio.
– ¿Qué están insinuando?- añadió Alberto con cara de enfado.
– ¿Para qué me preguntáis a qué me dedico? ¿y documentación para qué? Acaso nos vais a multar por no dejaros pasar con el coche – “estos chulos no se ríen de mi”.
-No, por no dejar pasar al vehículo no… pero vamos a aplicar el artículo 634… por falta de respeto a la autoridad… y que decida el juez. Eso de momento y si no me dice de verdad que estaban haciendo aquí le planto otra denuncia por prostitución.
Luis Díaz
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