El Hombre que Susurraba a las Integrales (I)
El Hombre que Susurraba a las Integrales (II)
El Hombre que Susurrba a las Integrales (III)
El Hombre que Susurrba a las Integrales (IV)
El Hombre que Susurraba a las Integrales (V)
El Hombre que Susurraba a las Integrales (VI)
Él. V
Alberto volvió en sí en el interior del calabozo, aunque como nunca había pisado uno, no sabía dónde se encontraba. Estaba tumbado en un estrecho banco de piedra pero la cabeza la tenía apoyada en algo blando. Al intentar ponerse de pie descubrió que estaba apoyado sobre los muslos de María José. Al darse cuenta, no pudo evitar sentirse avergonzado.
– Ten cuidado Alberto. Te han dado fuerte en la cabeza.
– De eso me he estoy dando cuenta, no veas como duele, tengo un chichón gordo – dijo intentando poner una sonrisa en sus labios – ¿cómo hemos llegado aquí?
– ¿No recuerdas nada? Pobrecito, si que te han dado fuerte, apoya la cabeza otra vez anda, mientras te cuento, que efectivamente te ha salido un cuerno en la cabeza.
Ambos rieron, quizás más por darse cuenta de lo ridícula que era la situación que por la verdadera gracia. Alberto obedeció y volvió a apoyar su cabeza sobre María José. Ésta, empezó a acariciarle suavemente.
– Pues creo que estamos aquí un poco por mi culpa – añadió ella.
– Lo último que recuerdo es que el chulo ese te llamó pu… bueno, insinuó que te iba a multar por prostitución.
– ¿No recuerdas el arañazo?
– ¿Me han dado un arañazo además de la hostia? – Alberto se giró para mirarla a los ojos.
Volvieron a reír.
– No, tonto- dijo cariñosamente- Yo se lo di al que me llamo puta. Y entonces él me empujó contra el coche…
– Ah si…- tocó el chichón levemente pero su almohada le retiró la mano rápidamente
– No te toques – añadió la almohada, antes de proseguir su relato de los hechos- Al ver que me dio el empujón le plantaste una hostia al policía.
– Qué raro… no me duele la mano –Alberto se sentía más hombre- será que de ver tantas veces Karate Kid cuando era pequeño planto hostias como churros y no lo sabía.
María José empezó a reírse a carcajadas
– “Una sonrisa perfecta”- pensó el chico.
María José paró un poco de reír para añadir
– Pues a ver si te la ves alguna vez más porque se la diste al aire, normal que no te duela.
Y ambos siguieron riendo, María José incluso con las lágrimas saltadas y Alberto, porque se sentía avergonzado y ridículo, no podía dejar de reírse.
La noche no paraba. Se había convertido de sobra en la más bizarra de su existencia. Después de recoger a Paco se había prometido dejar de hacer el imbécil e intentar atacar a María José. La atracción y el magnetismo existían a la vista de cualquiera y no quería volver a casa con la sensación de no haber peleado y para ello planeó mandar al resto del grupo a un local mientras que ellos pudieran perderse solos por el barrio antiguo lleno de callejones románticos. Pero claro, con quien había peleado al final era con la policía y encima de manera ridícula. Llegado a este punto se dio cuenta que lo mejor era dejarse llevar por donde le guiara la noche.
Se miraron fijamente y poco a poco empezaron a calmar la risa. Una vez en silencio, ella jugueteaba con el mechón de pelo que tenía el muchacho alrededor de su nuevo bulto craneal. Él intentó tocarlo de nuevo pero lo que encontró fue la mano de la chica que tomó y la mantuvo cogida durante unos segundos hasta que ella se soltó y echó los brazos para atrás.
El momento incómodo apareció pero Alberto no estaba dispuesto a que se mantuviera demasiado tiempo.
– Bueno, fallé dando cera… o fue puliendo…
Esta vez la chica no se rió, ni la chica ni ninguna de las cientos de miles que hubieran pillado el intento de gracia. Una vez recogida su dignidad del suelo, siguió intentando cortar el momento tenso esta vez con más suerte.
– Pero, aun no me has contado lo de la cabeza.
– Ah, cierto- María José despertó un poco de su inopia, quizás por eso no se riera antes, intentó consolarse Alberto- ¿de verdad no recuerdas nada del chichón?
– En serio, no es por hacerte contarme un cuento para dormir, es que no me acuerdo, solo sé que me duele un montón la cabeza.
– No es para menos. Una vez que fallaste el puñetazo, bueno… intento de puñetazo…
– Gracias por matizar – interrumpió logrando el objetivo de ver una leve sonrisa en María José
– …el otro policía se fue hacía a ti y te cogió por detrás…
– El culo tampoco me duele, así que por lo menos estoy tranquilo por esa parte…
– ¿Qué?
– Nada, cosas mías, prosigue por favor…
– Pues… si… eso, te agarró por detrás y te mantuvo así unos segundos mientras el primer volvió a dirigirse hacia mí y empezó a agarrarme fuerte por las muñecas. Me hizo bastante daño, así que grite y de repente, te soltaste del otro tirándolo al suelo y te fuiste por el que me sujetaba…
– Ostras – Alberto se estaba sintiendo orgulloso por su acto heroico.
María José volvió a reírse a carcajada limpia mientras intentaba rematar la historia
– Yo lo flipé. Te apartas de uno y en vez de soltarle otra leche le metes… le metes… le metiste un cabezazo – risas y más risas- ¿cómo se te ocurrió eso?
– Yo que sé… – Alberto se estaba poniendo rojo como un tomate.
Risas y más risas.
– Yo es la primera vez en mi vida que veo a alguien pegarle a un policía, aunque fuera un capullo, pero darle un cabezazo no creo que haya demasiada gente que lo intente…
Risas y más risas.
– Menuda la he liado. ¿Y qué le hice?
Ya más calmada, contestó.
– Nada, el policía estaba en shock más por el surrealismo que por el daño que el hiciste. Tú te caíste inconsciente directamente y el chico hasta se asustó.
– ¿El chico? ¿Ahora es el chico?
María José sonrió de nuevo.
– Tu mayor victoria fue por el momento que les hiciste pasar a esos. Estaban asustados, el que tiraste al suelo pensaba que el otro te había matado y empezó a gritarle a su compañero qué había hecho. El que recibió tu cabezazo empezó a hacerte el masaje de reanimación como si no respiraras. Si no les paro yo y te tomo pulso te hubieran pegado un morreo para hacerte el boca a boca…
– Qué asco… puag.
– Cuando les dije que sólo estabas sin sentido uno empezó a llorar diciendo que se había visto empapelado y en la cárcel.
– Menudos valientes. Tan chulos que estaban al principio y terminan llorando – Alberto se encontraba muchísimo mejor, su dignidad no era la única que había terminado por los suelos, una consolación en toda regla.
– Si. Con el tema de verte en el suelo se vinieron muy abajo y hasta estuvieron agradables conmigo.
– ¿Y si tan agradables fueron qué hacemos entre rejas?
– Al parecer antes de bajarse del coche avisaron a otra patrulla que fuera allí por si le dábamos problemas y llegaron justo mientras hablábamos de qué hacíamos contigo…
– ¿Hola? ¿Ambulancia? ¿Hospital?
Una risa leve en María José salió de sus tiernos labios.
– Hubieran tenido que levantar un informe y dado lo chulos que fueron se les habría caído el pelo… me dieron pena, bastante tuvieron por el rato que les hiciste pasar… así que lo arreglamos como que estábamos borrachos los dos y nos han traído aquí a dormirla. Quedé con ellos que en media hora nos sacaban, para que tuvieras tiempo de despertarte. Deben estar al caer.
– ¿Qué hora es?
– Las 4 y media, más o menos.
– ¿Y de los demás sabes algo?
– No, los otros agentes me quitaron el móvil y dadas las circunstancias creí que era mejor no liarla más.
– Desde luego que esta historia es para contarla.
En ese momento Alberto se dio cuenta que las manos de María José habían vuelto a su pelo
– ¿Sabes Alberto?
– Qué sé.
– Fuera de cachondeo, hiciste el tonto resistiéndote a la autoridad. Pero la culpa fue mía. Yo fui la que tenía que haber medido un poco las palabras al principio. Te he arruinado la noche.
– Tú no me has arruinado. Ni siquiera mi cabeza, el que ha metido el cabezazo fui yo.
– En serio, si estamos aquí es por mí. Espero que esta gente cumpla y no nos pase nada. Encima como nos llevemos una denuncia a casa…
– Deja de pensar eso. Que al menos no te has convertido en unicornio…
Los dos volvieron a reír juntos ya mirarse mutuamente.
– Y a todo esto, ¿qué me querías decir?
– Uff, de eso si que no me acuerdo…
– ¡Osú! Anda ya, seguro que sí… no te acojones ahora que has quedado como un machote, no lo estropees.
Alberto retiró la mirada un instante, como el que coge impulso antes de saltar a la piscina esperando, como no, que esté llena de agua para amortiguar el golpe.
– Pues te quería decir que me gustan tus ojos.
– ¿Mis ojos? ¿Todo lo que ha pasado ha sido para decir que te parecen bonitos? El día que te declares a alguien… ¿con quién te pegarás? ¿Con la mafia rusa?
Ambos rieron un instante
– Déjame hablar.
– Vale – mientras seguía enroscando el pelo del muchacho.
– Digo que me gustan tus ojos pero tu mirada muchas veces parece que está en otro mundo. Estás pero no estás y me gustaría saber por dónde ronda tu mente.
María José se recolocó un poco en el asiento de piedra, notablemente incómoda. Ya no reía. Alberto leyó el gesto correctamente y se incorporó hasta sentarse, ya se encontraba algo mejor. Aún así decidió proseguir su camino hasta la piscina siendo consciente que el agua estaba cada vez más baja.
– Eres una tía divertida, alegre, positiva, con un gran corazón pero a veces, y de eso me he fijado tanto en el trabajo como en la cena esta noche, estás ausente, como si algo no te dejará que fluyera toda tu forma de ser…
– Bueno, cada uno es como es… a veces pienso en mis cosas.
“¿Qué cojones haces Alberto? Que así no te comes nada. Está esquiva no, lo siguiente”- pensó antes de dar otro paso hacia el borde.
– Creo que eres una persona que merece la pena conoce e incluso… querer.
María José se mostró extrañada.
– ¿Querer?
– Bueno, tú sabes, esa palabra está maldita en estos tiempos. Digamos… gustar… eso es más apropiado para que la gente no se ralle, ¿no? Digamos que cada faceta que veo en ti me atrae un poco más. Incluso esa melancolía que traspasa tu mirada. Hace que nazca en mí la intención… no… la necesidad de querer convertirla en felicidad. Me gustas casi desde que te vi…
– Tengo novio, Alberto.
“Este argumento me lo esperaba”
– De eso me he enterado esta noche, que todo el mundo lo sabía menos yo, pero bueno. No te creas que vaya diciendo esto a todas las que se me cruzan en mi vida ni mucho menos. Pero aparte, la cuestión no es exclusivamente esa. Las preguntas son… ¿estás bien con él? ¿Eres feliz? ¿Tú también te sientes atraída por mí?.. Quizás la última sea la más importante para mí.
María José suspiró profundamente y miró por los barrotes a los azulejos del pasillo en el que se encontraba la celda.
-¿Ves dónde estamos?
– Si.
– Pues para mí no hay día en el que no me sienta un ratito que estoy en un sitio como éste. No sé por dónde va mi vida desde hace unos años. Me estoy dejando llevar y no quiero pensar en el futuro, vivo al día y por eso mismo, hoy tengo un hombre cariñoso y atento conmigo, ¿es el amor de mi vida? No lo sé… solo sé que está conmigo, qué si lo llamo viene donde me encuentre, qué si estoy triste o enferma se preocupa por mí. Qué me regala cosas sin venir a cuento, mira esta pulsera que me ha comprado hoy – dijo mientras movía la muñeca levemente para que las piedrecitas chocaran entre sí y emitieran un leve sonido- es un tío tierno que me acaricia mientras paseamos y que me saca a cenar cada vez que puede. Un hombre que me quiere en su vida y que está deseando que vivamos juntos. No sé que mas decirte
– ¿Te has fijado que no me has contestado ninguna de las preguntas que te hice?
– Pues eso te debería servir de respuesta a las tres. Abraham es muy buen hombre, no se merece que le pase nada malo.
– Esto no va de que la gente buena sufra, María José. Si me lo describes así será porque es un tipo excepcional, no digo que no lo pueda ser, la cuestión es que por cómo lo describes, no se te ve un sentimiento especial por ninguna parte. Es como si tuvieras un apéndice más que lo utilizas como el que utiliza su mano o su pierna. Son muy buena gente y las usamos para comer, andar, coger objetos, dar puñetazos al aire y no nos gusta perderlas, pero si se llenan de gangrena hay que cortar. Un miembro gangrenado no es mejor que nada. Si dejas que la gangrena sobreviva terminará matándote poco a poco. Si lo llevamos al contexto que nos ocupa, terminarás perdiéndote por el camino y seguramente dentro de un tiempo, quizás años, no te reconocerás ante el espejo. Esas otras cosas buenas que tienes, que he comentado antes, se irán apagando en tu interior. No dejes que eso ocurra. Además quizás el ejemplo no era el más acertado posible, porque si te cortan una mano que quedas sin ella, pero si no estás con la persona ideal, puede que la encuentres aún.
María José lo miraba con total atención sin decir nada e incluso sin gesticular de forma excesiva. Alberto se notaba en el aire cayendo al vacío poco a poco. Se acercó más a ella y le puso una mano sobre la mejilla. Ella no la retiró.
– Es cierto que nos acabamos de conocer, pero cada vez que te veo no puedo reprimir que una sonrisa aparezca sobre mi cara. No puedo dejar de pensar en ti. Cuando te conocí estaba tonteando con alguien, quizás más bien haciendo el tonto detrás de alguien, pero te vi y lo primero que hice fue darme cuenta que sin algo más estaba vacío. Tú eres una gran mujer en todos los aspectos que he visto de ti.
María José no se movía ni decía nada. Alberto fue aproximando su cara poco a poco a la de la muchacha.
– Déjame que navegue por ese mar e intente apaciguar esa tormenta interior.
Sus labios se fueron acercando poco a poco a los de la chica que no oponía resistencia e incluso empezaba a acercarse por su cuenta.
El sonido de las llaves abriendo la puerta, seguido por el crujido metálico de las bisagras inundó toda la estancia
– ¡Ejem! ¿La señorita Valle Ortega y el señor Díez Gámez? Vengan por aquí que les devolvamos sus objetos personales. Pueden irse una vez hayan finalizado los trámites.
Luis Díez
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