Si hay un deporte especialmente popular entre las potencias de Europa Central y Oriental es repartirse Polonia periódicamente. Ya pasó en el siglo XVIII cuando el Estado polaco, en completa decadencia, fue usado como moneda de cambio entre Prusia, Rusia y el Imperio Austriaco. En 1795, el tercer y último reparto, consagró la desaparición de Polonia, absorbida por sus poderosos vecinos. Su ejército, disminuido, desertó en masa y se puso al servicio de la República Francesa (¿paradójico verdad?). Napoleón, agradecido por el valor y entrega de los polacos (y por las veces que se refocilaba con la condesa María Walewska), resucitó un sucedáneo de Estado polaco, el Gran Ducado de Varsovia, que desapareció con la derrota del corso.

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Los pobres polacos fueron durante siglo y pico los que pagaron el pato de los grandes imperios, especialmente los que vivían bajo tutela rusa (se les prohibía hablar polaco y se llevó a cabo una fuerte política de “rusificación” cultural).

LA GRAN GUERRA Y SUS CONSECUENCIAS

Así llegó 1914 y el comienzo de la Gran Guerra. Los polacos, divididos entre Alemania, Austria-Hungría y Rusia fueron al combate bajo sus respectivos imperios, por lo que era posible que tropas polacas pertenecientes a ambos bandos llegasen a enfrentarse entre sí.

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Postal austriaca de homenaje a la Legión Polaca

Un agitador polaco, José Pilsudski, reclutó una autodenominada “Legión Polaca” y la puso al servicio de las Potencias Centrales, esto es, Alemania y Austria-Hungría, para luchar contra los rusos. A cambio solo pedía la creación de un Estado polaco tras la guerra, ocupando los territorios de la Polonia rusa además de los que generosamente austriacos y alemanes les devolviesen.

Prevenidos, austriacos y alemanes metieron a Pilsudski en la cárcel y mandaron al frente a la Legión Polaca (hala jódete) prometiéndoles el oro y el moro a cambio de sus sacrificios.

Al llegar la etapa crítica de la guerra, el año 1917, alemanes y austro-húngaros decidieron jugar la baza de manipular los sentimientos nacionalistas de los pueblos sometidos a los rusos: prometieron crear un Reino de Polonia y dar la independencia a las actuales Estonia, Letonia, Lituania y Ucrania (¿les suena esto último?).

Pero como suele decirse “prometer para meter y una vez metido olvidar lo prometido”. El estallido de la Revolución Bolchevique en Rusia en octubre de 1917 y la posterior paz de Brest- Litovsk pusieron fuera de combate a Rusia, haciendo, por tanto, innecesario el desestabilizarla internamente usando a los nacionalistas. Una vez Alemania se hizo con el control de grandes extensiones en Ucrania, Polonia y el Báltico, se olvidó de sus promesas y también de los polacos.

No iban a tardar en chocar de nuevo.

LA LIARON EN VERSALLES

Pero el destino juega sus bazas como le da la gana. Las Potencias Centrales perdieron la guerra y los sueños de dominación continental.

Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos les apretaron bien las clavijas en la Paz de París: amén de fabulosas reparaciones de guerra, tendrían que entregar numerosos territorios al Este de Europa (amén de las colonias), con los que se iban a montar nuevas naciones para los pueblos que habían formado parte de los antiguos imperios ruso, alemán y austro-húngaro.

Así, multiplicándose como setas, surgieron en la Europa centro- oriental un conjunto de Estados-Nación como Checoslovaquia, Polonia, Albania, Yugoslavia, Estonia, Letonia y Lituania, amén de Rumanía, que vio su territorio multiplicado por dos (y su población incrementada en varios millones de alemanes y húngaros).

El tratado correspondiente a Alemania, el Tratado de Versalles, fue especialmente duro. A las reparaciones y la carga moral de la responsabilidad única de la guerra, había que añadir dolorosas pérdidas territoriales orquestadas por Francia: Alsacia y Lorena, a la propia Francia, Eupen y Malmedy a Bélgica, Schleswig y Holstein a Dinamarca, Silesia, Pomerania y Prusia Occidental al nuevo Estado polaco, amén de la desmilitarización de Renania y la administración del Sarre por parte de los vencedores de la guerra.

Los franceses pretendían conseguir unos claros objetivos:

1-      Vengarse de Alemania y convertirla en un país inerme, sin ejército y sin industria

2-      Crear un cinturón de países en Europa oriental y central a modo de estados-tapón para contener a Alemania y también a la Rusia comunista, mediante una serie de pactos defensivos entre sí y con Francia, conocidos como “Pequeña Entente”.

Sin embargo no tuvieron en cuenta que los alemanes, si lograban recuperarse del golpe, podrían tratar de vengarse a su vez, como acabó sucediendo.

POLONIA OBTIENE SU PARTE Y PILSUDSKI OBTIENE POLONIA

A priori, los polacos se frotaron las manos. Les entregaban un país nuevo, con salida al mar Báltico. Por si fuera poco, los territorios “donados” por Alemania, especialmente Silesia y Pomerania, eran ricos en carbón e hierro, claves para la industria. Además, se incorporaban algunos millones de alemanes, ucranianos y bielorrusos susceptibles de ser marginados y oprimidos.

El problema era que los alemanes no iban a entregar los territorios como estaba previsto. Silesia había estado poblada por ellos desde la Edad Media, al igual que Pomerania.

Aun carente de ejército, Alemania echó mano de los Freikorps, una serie de bandas armadas formadas por soldados retornados del frente que se organizaban por su cuenta. El gobierno socialdemócrata, desbordado, las mandó a combatir a las fronteras, para evitar el desmembramiento del país.

Así, en 1919 estallaba una guerra sucia entre los alemanes de los Freikorps y el POW (Organización Militar Polaca), que tuvo como epicentro las mencionadas regiones de Silesia y Pomerania, pobladas por alemanes.

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Voluntarios silesianos marchan a luchar contra los polacos

Tras tres años de conflicto soterrado, los polacos, dirigidos por Pilsudski, ahora Mariscal de Polonia, acabaron imponiéndose a una Alemania exhausta por la revolución interna (Revolución de noviembre de 1919), la guerra civil, la inestabilidad política y la inflación. Los plebiscitos celebrados en 1920 dieron legalidad a la anexión polaca.

Por su parte, Polonia se aprestó a la lucha contra los soviéticos, que pretendían ocupar los territorios entregados en la Paz de Brest-Litovsk. Por otra parte, Pilsudski, verdadero caudillo de Polonia, pretendía ampliar los territorios polacos hacia el Este, más allá de lo previsto en Versalles y por la Línea Curzon.

Ambos ejércitos se encontraron en Ucrania y tras varias campañas, los rusos llegaron a las puertas de Varsovia. La reacción final polaca les dio una victoria que llenó al joven país de moral y les hizo creer en la eficacia de su Ejército recién estrenado y sobre todo, la eficacia de su caballería. Por su parte, el bueno de José (Pilsudski) afianzó aún más su poder en el país, siendo un virtual dictador. Tutelando a los diferentes gobiernos, se retiró momentáneamente del poder en 1922.

Sin embargo, en 1926, jaleado por sus partidarios y cansado de la inestabilidad política y el enfrentamiento entre la derecha católica, los nacionalistas y los socialistas (a los que pertenecía el ya viejo general), dio un Golpe de Estado e instauró una dictadura, en la cual el Ejército iba a tutelar la sociedad civil, que siempre había sido su ideal de gobierno socialista.

Hasta su muerte en 1935, fue el verdadero amo y señor del Estado polaco.

 Ricardo Rodríguez